Estaba cansado hasta la puta mierda de los helicópteros.
Al menos este tenía sus puertas firmemente cerradas y volaba sobre una ciudad invernal en lugar de un mar tropical. Más grande que el mío, sobre el estaban sentados trece mercenarios más yo.
Mi hora de retraso detrás de Drake se había reducido ahora a trece minutos. Había sobornado al tipo del camión cisterna que nos abasteció en Dubái y me enteré que Drake se había tomado veintidós minutos para llenar su cuota de combustible, mientras que yo solo había tardado doce.
Si a eso le sumábamos que él conduciría hasta la propiedad de nuestros padres en lugar de volar, yo estaba reduciendo el tiempo cada minuto, robándoselo, acumulando los segundos y acercándome al final.
— El otro equipo nos encontrará allí. Están a seis minutos. —
— ¿Jon-Paul aseguró lo que pedí? — Aparté mi atención de los tejados debajo de mí y me concentré en el ansioso asesino a sueldo. No tenía ninguna opinión sobre la elección de carrera de él o de sus colegas. Sin ninguna obligación moral de sobre no utilizar sus servicios.
Personas estaban a punto de morir y no me importaba una mierda.
Era conveniente que pudiera rentar un equipo así.
— Sí. — El chico rubio asintió, con las manos apretadas entre las piernas. — Su llamada telefónica autorizó la entrega. Todo lo que tuvieron que hacer fue aterrizar en el helipuerto de emergencia y una enfermera estaba allí con el paquete. —
— Bien. — Me volví hacia la ventana, mi mente todavía aguda y astuta. No había dormido ni un momento en todo el eterno viaje desde Indonesia. No necesitaba dormir. Toda la fatiga, la furia y las emociones se habían desvanecido.
Era clínico en todas las cosas, lo que permitió que la racionalidad avanzara.
Si había alguna posibilidad de que yo sobreviviera a la inevitable muerte en mi futuro, le debía a Eleanor al menos intentar revertirla.
Fue Cal quien me tentó con la esperanza potencial.
No tenía miedo de morir. Nunca lo había estado. Pero tenía miedo de dejar a la única persona que había hecho mi vida infinitamente mejor.
Por lo tanto, había activado un plan de reanimación. Una oportunidad para matar al viejo Sully y permitir que renaciera uno nuevo. Gracias a mis conexiones dentro de las grandes farmacéuticas, y mis donaciones regulares y mis avances en la medicina moderna, tenía conocidos en Ginebra muy felices de darme los dos artículos de mi lista.
Un desfibrilador de viaje y un fuerte sedante.
Una simple llamada telefónica, una cita en lo alto del techo del hospital donde llegaban por vía aérea pacientes mortalmente enfermos y una rápida entrega al líder de los mercenarios que nos seguían, y estuvo hecho.
Si funcionaría o no... supongo que lo averiguaremos.
De cualquier manera, Eleanor no podría estar enojada conmigo si moría porque al menos habría tratado de quedarme con ella. Había hecho lo mejor que podía, y si fallaba... esa era una elección del destino.
— Tres minutos, Sinclair, — murmuró un mercenario mayor, tocándose la oreja donde un auricular transmitía información.
Asentí y saqué mi teléfono celular. Desplazando la copia de mis contactos, llegué al número del ama de llaves principal de la mansión de Ginebra. No había visitado este lugar en años, pero nuestro personal era leal porque le pagamos bien.
Si la Sra. Betha Bixel todavía dirigía la casa, tal vez me concediera lealtad sobre Drake quien visitaba el lugar con más frecuencia. Él nunca había sido su persona favorita después de que ella había sido quien limpió las plumas de cisne después de que él había atrapado uno y las había arrancado, vivo, en su dormitorio.
Deseé que hubiera alguna explicación para la malicia de Drake, alguna excusa o cura para cualquier psicosis que abrazaba. Pero el hecho es que nació malo. Podrido hasta la médula y nocivo en todos los sentidos.
El teléfono sonó cuando lo presioné contra mi oído y esperé.
Mi corazón no daba vuelcos.
Mis palmas no sudaban.
Estaba tan cerca de Eleanor, tan cerca de terminar esto, pero mi adrenalina no subió. Cada onza ya había sido empleada para ahogar mis heridas y operando enteramente bajo el mando de Tritec.
— Hallo, we ist das? — ‘Hola, ¿quién es?’
— Señora Bixel, es Sullivan Sinclair. El hijo de Rose y James.—
— ¡Por supuesto! No necesitas recordármelo, Sullivan. Se quien eres. Mi hijo favorito. — Su acento suizo-alemán llenó mis oídos, mitad de consuelo por nuestro tiempo allí y mitad de pavor por lo que había sucedido en esa casa. — Tu hermano llegó hace unos diez minutos. Él trajo ... amigos. —
— ¿Puedo asumir que no le informarás acerca de esta conversación? —
Ella gruñó. — Asumes correctamente. No me gusta ese hombre. — Bajó la voz. — Trajo a una chica con él. Una pobre vestida sólo con una camisa de hombre. Es principios de invierno, Sullivan. Una chica no puede estar en la nieve con solo una camisa. — Su desaprobación se derramó por una línea cuando abrió la boca para reprender un poco más. — ¿Por qué no puede ser cariñoso... como tú? Siempre fuiste... —
— Esa chica. ¿Está herida? — La corté. El helicóptero ya había disminuido su velocidad, volando más cerca de la extensa superficie.
— No, pero si exhausta. Necesita un baño y... —
— ¿Dónde la llevó? —
— Al salón Blau. —
— ¿Cuántos hombres hay con él? —
— No obtuve un conteo completo. ¿Quizás seis? ¿Siete? —
— ¿Cuántos empleados hay en el lugar? —
— ¿Por qué? — Su voz se volvió cautelosa. — ¿Qué está pasando, Sull…? —
— Reúne a tu personal, Sra. Bixel. Confínalos en sus aposentos, lejos de cualquier daño. No puedo prometer que no quedarán atrapados en el fuego cruzado si no lo hacen. —
— Oh, mis santos. ¿Violencia de nuevo? ¿Qué les pasa a ustedes dos? son hermanos… —
— Haz lo que te digo y hazlo ahora. Te sugiero que no salgas de tus aposentos hasta que alguien venga a llamarte. No te gustará lo que veras si lo haces. —
Colgué antes de que pudiera interrogarme más.
La mansión Sinclair apareció debajo de nosotros, los robles espolvoreados de nieve, los jardines meticulosamente barridos por la caída de la luz durante la noche. El estanque tenía cristales de hielo brillando alrededor del perímetro, y la vista de la mansión de piedra me puso los pelos de punta.
Los pilotos descendieron en picado, buscando entre los jardines y eligieron un lugar de aterrizaje no muy lejos de la amplia cubierta que se había agregado antes de que mis padres compraran el lugar. Había tomado muchos desayunos en esa terraza y había tomado de contrabando golosinas de la cocina para las aves y la vida silvestre.
En el segundo en que los patines de aterrizaje golpearon la tierra, el mercenario más cercano a la puerta abrió el fuselaje y saltó a la hierba. El resto de los hombres se desparramaron, esperándome mientras agarraba el bastón que me había dado uno de los mercenarios cuando aterrizamos en Ginebra.
Un bastón en lugar de una indefensa muleta.
Odiaba la idea de una muleta. Con solo verla, me vino a la mente la enfermedad y la debilidad. Yo no era ninguna de esas cosas. Era infalible, decidido.
Parecía que un mercenario se había sentido de la misma manera que me había regalado un simple bastón negro cuando desembarcamos del avión. De dónde diablos lo había sacado, no lo sabía ni me importaba, pero lo había aceptado y había dejado atrás la muleta.
Con mi mano envuelta alrededor de la bola lisa en la parte superior, ordené, — Revisen toda la casa, disparen a los hombres, dejen en paz al personal. Si no pueden notar la diferencia, primero disparen y luego hagan preguntas. Espero sangre fría, caballeros. Mi hermano se ha quedado sin vidas. Si él no muere hoy, ustedes lo harán. Malditamente se los garantizo. —
Asintieron, desenfundando sus armas.
— Tres de ustedes, síganme. — Barriendo mi mirada sobre mi audiencia vestida de negro, agregué, — Cuando llegué el otro equipo, pídanle que me traigan el paquete. —
Los hombres se desplegaron, más rápido que yo, más capacitados que yo, y por eso los había contratado. Podrían hacer el trabajo sucio. Hoy solo tenía una vida que robar.
Mientras subía los escalones hacia la cubierta, mi bastón resbaló en el hielo. Mi pierna bramó, escabulléndose más allá de las defensas de Tritec mientras ponía más peso en mis huesos rotos del que quería. La picadura del aire frío era extraña después de años en los trópicos, pero al menos el clima más frío coincidía con el frío ártico dentro de mí.
El sudor del dolor simplemente se congeló en lugar de rodar.
Los sonrojos de la agonía no tenían lugar mientras cojeaba hacia las muchas puertas de vidrio que ofrecían el débil sol de invierno para entrar en la sala familiar y la cocina. Los mercenarios ya habían entrado corriendo. Disparos siento entregados. Voces elevándose antes de ser cortadas rápidamente.
Casi iba demasiado tarde para presenciar la toma de poder cuando entré en la impecable casa de la regencia justo a tiempo para ver caer al último hombre.
¿Tres guardias? ¿Eso era todo lo que Drake tenía?
Mierda.
Caminando con una maldita cojera, usé mi bastón para señalar las puertas cerradas del salón blau. Alemán para azul, había sido decorado por mi padre, quien amaba los espacios oscuros después de trabajar en laboratorios brillantes. Él y Drake habían pasado muchos veranos escondidos en la tristeza mientras yo corría salvajemente por los soleados jardines.
— Dispara a la cerradura, — gruñí.
El mercenario más cercano hizo lo que le pedí, destrozando la puerta intrincadamente tallada. Los fragmentos de madera volaron como metralla y las puertas se abrieron hacia adentro gracias a su poderosa patada.
Un arma se disparó desde adentro y le clavó una bala en la frente.
Cayó al suelo justo cuando mi equipo soltó fuego, disparando al enemigo que había matado a uno de mis hombres, erradicando por completo a los guardias restantes dentro del salón que protegían a mi hermano.
— ¡No lastimen a la chica! — grité.
Dos fuertes golpes de cadáveres.
Sin devolver el fuego.
Otras pocas balas de mis ansiosos hombres.
— ¡Suficiente! — El clic de mi bastón en las losas grises resonó cuando entré cojeando en el salón, caminando sobre los cadáveres como si no fueran más que animales atropellados.
Y ahí.
En el centro de la habitación, atada a un sofá y profundamente en las manos de Euphoria estaba Eleanor.
Eleanor.
Tenía las manos atadas y la camisa amarilla que le había puesto en una villa de huéspedes le colgaba de los codos. Su piel brillaba por el aceite y sus ojos estaban muy abiertos, viendo cosas que yo no podía.
Mierda.
Mi mano se enroscó alrededor de mi bastón. Apreté los dientes. Y mi corazón logró un latido doloroso antes de que el Tritec volviera a tomar el control.
Dejé que la frialdad me arrastrara de regreso.
Crujiendo mi cuello, miré a Drake.
Igual de desnudo como Eleanor, ambos ya no estaban en Ginebra, sino en cualquiera que fuera la fantasía en la que él los había metido.
¿Cuál de ellas?
¿Qué alucinación se convertiría en el ataúd de mi hermano?
Todo pareció ralentizarse. Me mantuve frío y sin escrúpulos.
Cojeé hacia ellos, asimilando la escena, notando la fatiga que ensombrecía a Eleanor y la blancura de su piel.
Un pequeño gemido escapó de sus labios entreabiertos cuando Drake la alcanzó. Atada al sofá, ella no tenía ningún lugar a donde ir. Ella luchaba contra él con las manos atadas incluso cuando su piel enrojecería y la lujuria la hacía estremecerse.
Lo empujé lejos.
Se estrelló contra la mesa de café, un frasco vacío salió rodando desde donde él pisó. Gruñó de dolor pero incluso voltear un mueble no pudo evitar que su atención se concentrara por completo en Eleanor, sus ojos vidriosos en una realidad diferente, su mente en algún lugar que no podía tocar.
El vial se estrelló contra mi zapato.
Tragué un gruñido, incapaz de controlar el rubor de la furia.
Maldito bastardo.
Le había dado el elixir.
De nuevo.
Ella morirá.
Cuán desafortunada resultaba ser nuestra historia de amor. Ambos podríamos morir hoy. Podríamos ser enterrados uno al lado del otro antes de que hubiéramos vivido.
Voy terminando con esto.
Ahora.
Un mercenario en mi nómina se acercó sigilosamente a mí mientras agarraba mi teléfono celular tirado en el suelo. El mismo teléfono que Drake había robado.
— ¿Quieres que le dispare? — Levantó su arma y apuntó a la cabeza de Drake.
Sería tan fácil.
Tan jodidamente tentador.
Pero compartían la misma fantasía.
Matan a Drake y matan a Eleanor.
No puedo.
— Yo me encargo de él, — gruñí. — Revisa toda la casa. Mata a cualquier otro intruso. Deseo estar solo con mi hermano. —
El hombre asintió sin cuestionar. — Llámanos si nos necesitas. Nos quedaremos junto a la puerta. —
Un chirrido de un helicóptero se escuchó afuera, lo que indicaba que el otro equipo había llegado. — Ve a recoger el paquete. —
— Por supuesto. — Asintió y salió corriendo de la habitación.
Drake se arrastró sobre la mesa de café, haciendo todo lo posible por regresar con Eleanor.
La urgencia intentó socavar mi precisión. No quería nada más que arrancarle la maldita garganta, pero estaban vinculados. Sus mentes estaban llenas de alucinaciones que eran tan reales, tan tangibles que se volvían reales.
La necesito libre de la fantasía.
Los gemidos de Eleanor, mientras continuaba luchando contra el elixir, hicieron todo lo posible por distraerme.
El fuego ardió en mi sangre por una retribución instantánea y brutal.
El viejo Sully, el apasionado y gobernado por el amor por esta chica, la habría sacado de la habitación y le habría hecho un agujero en el pecho de su maldito hermano. Habría intentado eludir las mismas reglas que había codificado para Euphoria y habría perdido a Eleanor en el proceso.
Ese hombre seguía perdiendo porque seguía siendo controlado por sus errores.
Yo ya no era ese hombre.
Gracias al Tritec, estaba lúcido y era metódico. Me daba la fuerza de voluntad para estar delante de mi diosa y mi hermano, todo mientras él se dirigía hacia ella y se acercaba para agarrarla.
Me tragué mi odio. Me estremecí de furia. Y le permití tocarla porque tenía que hacerlo bien. Necesitaba no solo matarlo, sino también malditamente destruirlo.
Y sé cómo hacerlo.
Eleanor gritó, su tono lleno de disgusto pero también rápidamente construyendo necesidad.
El elixir estaba ganando.
Aguanta, Jinx... aguanta.
No podía ayudarla a superar la insidiosa consumación del elixir de la misma manera que lo había hecho en mi isla. Ella necesitaba ser follada para que su sistema sobre estimulado no la matara. Ya no se trataba de placer, sino de supervivencia. Necesitaba orgasmo tras orgasmo, y... yo no podía darle eso.
Ya la había hecho pasar por suficientes cosas.
Heriría su pasado perdonable.
Tenía otro plan.
Un mejor plan.
Uno que no sabía con certeza si funcionaría, pero tenía que intentarlo porque nada más era posible. No tenía energía para follarla a los niveles que necesitaba, y no pondría una mano sobre ella mientras mi maldito hermano aún respirara.
Esta es la única manera.
Un hombre entró corriendo en la habitación, sosteniendo una bolsa médica completa con el desfibrilador de viaje y la jeringa en un paquete estéril.
Lo acepté.
Se fue de inmediato, dejándome solo con la mujer que amaba y el hermano al que maldecía.
Colocando el desfibrilador en el sofá, aparté a Drake de nuevo y desaté las manos y el tobillo de Eleanor de los cordones de la cortina que la mantenían prisionera.
La camisa amarilla cayó al suelo. Mis dedos chispearon con electricidad. Me temblaron las manos cuando me obligué a no acariciarla, no enredar su mente más de lo que ya estaba.
Se estremeció y gimió ante mi proximidad, sus pechos pesados y la lujuria goteando por la parte interna de su muslo. No tenía idea de que había sido yo quien la había tocado, pero su piel se sonrojó para mí, su invitación estaba cargada de su aroma en el aire.
La polla de Drake se espesó con sus gritos, una vez más tratando de llegar a ella.
Me preparé, listo para mantenerlo a raya. Sin embargo, Eleanor ya no estaba atada y salió disparada.
Dejó a Drake agarrando el aire y su erección rebotando en su prisa por perseguirla.
Hizo falta jodidamente todo para quedarme quieto mientras Eleanor tropezaba con una alfombra y caía de rodillas, corriendo como un ratón, chocando con una estantería a toda prisa.
Todos los instintos me decían que la protegiera. Ve tras ella. La necesidad primordial de matar a Drake casi anuló mi disciplina.
Si te quiebras, ella muere.
Si matas a Drake, ella muere.
Si haces algo mal, ella muere.
Así que hazlo malditamente bien.
Mis dientes casi se convirtieron en polvo cuando aparté la mirada de la cacería frente a mí y me fijé en mi celular.
En este mundo, yo era un lisiado.
Pero en ese mundo... yo era dios.
Yo era el creador y el arquitecto. Podría doblar las reglas para que se adaptaran a mí. Podría usar la mente de Drake para romperlo, en lugar de su cuerpo.
Si no podía detener la fantasía, entonces... me uniría.
Mi deseo de derramar sangre se desarrolló con magia mórbida.
Sería lo peor que habría hecho en mi vida.
Pasaría por encima de todos los límites y la humanidad que me quedaba, abrazaría cada pizca de oscuridad en mi alma. Y disfrutaría cada maldito minuto.
Mis pulgares volaron sobre la pantalla mientras escribía nuevas líneas de código. Agregué un cifrado, cambié un carácter, conjuré un nuevo tipo de pesadilla. Cada edición que hacía, Drake y Eleanor eran testigos de cada revisión, su ilusión transformándose a su alrededor. Mientras apagaba el sol y los sumergía en la oscuridad, veían todo tipo de cambios.
Enmiendas que no deberían ser posibles.
Trucos que no podían ser ciertos.
Mis dedos volaron más rápido, torciendo el código más allá de todos los reinos comprensibles.
Esta iba a ser la cripta de Drake. Era lógico que no escatimara en gastos para su desaparición.
Actualmente, Drake y Eleanor estaban en un campamento ubicado en un bosque estadounidense en los albores de la Guerra Revolucionaria. Un campamento precario donde el huésped que me había pedido que codificara tal fantasía quería una carpa de piel de oso, un avatar habilidoso para el combate y una chica india nativa que estaba recogiendo agua en un río. Una chica que sería dominada, superada, una diosa drogada en elixir que abriría las piernas por la ilusión de una conquista forzada.
Había demostrado ser un éxito.
El huésped se había marchado completamente satisfecho.
Sin embargo, Drake encontraría la muerte en lugar del placer.
Mis labios se afinaron mientras escribía cada vez más rápido.
Nuevas líneas de texto se deslizaron hacia lo antiguo, distorsionando una fantasía dentro de una fantasía, un mundo dentro de un mundo.
Un mundo diferente a cualquiera que un explorador del siglo XVIII hubiera encontrado.
Solo una vez que completé la falsedad enmendada, me preparé para unirme a ellos.
Agarrando algunas cajas de mis suministros de Euphoria de donde Drake los había dejado esparcidos, inserté los lentes en mis ojos y los auriculares. No me molesté con nada más, solo requiriendo lo esencial para mi inserción.
Asegurándome de que las puertas del salón estuvieran cerradas, agarré el sedante con fuerza en mi puño y moví mi pulgar sobre la pantalla.
Apreté el botón para cargar a una tercera persona en su delirio.
El mundo se puso blanco.
Ginebra desapareció.
Y Sully... ya no existía.
***
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