Libertad.
Una palabra tan modesta.
Tenía muy poca importancia para los que la tenían. Pero para los que no la hacían, era la más preciada, premiada, y prometida esperanza de todos.
Supongo que tuve suerte de saber cómo se sentía la libertad.
Durante dieciocho años, había sido libre. Libre de aprender lo que quería, ser amiga de quien me gustaba, y coquetear con muchachos que pasaban mis rigurosos criterios.
Yo era una chica sencilla con ideales y sueños, alentada por la sociedad a creer que nada podía herirme, que debía esforzarme por una excelente carrera, y nadie podía detenerme. Las reglas me mantendrían a salvo, la policía mantendría alejados a los monstruos y yo podría seguir siendo inocente e ingenua ante la oscuridad del mundo.
Libertad.
La tuve.
Pero entonces, la perdí.
Asesinada, resucitada y vendida.
Perdí mi libertad por tantos años.
Hasta el día en que él entró en mi jaula.
Él, con los ojos negros y el alma más negra.
El hombre que desafió a mi dueño.
Y puso mi encarcelamiento en un camino completamente diferente.
***
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