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martes, 14 de julio de 2020

LAGRIMAS DE TESS - CAPITULO 4



*Paloma*

El sentido del olfato fue lo que volvió primero. El tacto, gusto, oído y vista seguían sin funcionar. Pero podía oler. ¿Cómo podía ignorar el hedor?

Olía a sudor rancio y a amoníaco de la orina. Almizcle, olor corporal y basura.

Mi estómago se revolvió, convirtiéndome en un pretzel de horror.

¡Brax!

Oh, Dios, Brax. ¿Estaba bien? ¿Estaba muerto? Todo lo que vi fue sangre. Mis pulmones se declararon en huelga. Brax estaría solo y dolorido. ¿Podría volver a verlo? Pensamientos me chocaban en la cabeza. Tenía un dolor de cabeza horrible.

El miedo, rancio y empalagoso se arrastró por mi garganta. Ese bastardo estaba ansioso por pegarme, como si viviera sólo para ser violento. No tenía ninguna esperanza contra hombres así. Yo sabía que era débil, pero me hubiera gustado que me hubieran matado antes que traerme a quien saber dónde.

Quién sabía qué brutalidad me deparaba el futuro. Otra bocanada de amoníaco; me atraganté, con la esperanza de no vomitar y ahogarme con el vómito. Jadeaba, queriendo alejarme de aquí.

Sólo mantén la calma. Durante toda mi vida sólo me había centrado en mí. Si me metía en problemas, mis padres estaban demasiado ocupados con mi hermano mayor para ofrecerme un hombro para llorar. Me gustaría salir de esta. Nadie iba a darme la libertad.

De repente me deslicé hacia un lado. Regresó mi astucia, luchando contra el dolor de la niebla. Tengo que estar en un vehículo.

Regresó el sentido del oído.

Oí un gemido. Tiré, tratando de alejarme, y sólo conseguí hacer crecer el gemido. Indudablemente era femenino.

Escuché a un hombre maldecir, seguido de un ruido sordo y un grito.

¿Cuántas víctimas estaban en la lista? No quería morir. Una estadística trágica de otro turista secuestrado en México. Brax y yo fuimos tan estúpidos, viajando con la ilusión de que éramos intocables.

Escuché más gemidos, el chirriar de los neumáticos agarrándose en la carretera mientras cogíamos las curvas a gran velocidad.

No estaba sola, había otras personas. Habían cogido a otras. Robadas. Secuestradas.

No debería tranquilizarme con eso, pero lo hice. Sólo el saber que podía tener aliados me dio una explosión de esperanza. El sentido del gusto regresó.

Inmediatamente, un horrible hedor me recubría la lengua, junto con el dulce residuo de Coca-Cola y el penetrante olor del terror.

La Coca-Cola me recordó a Brax, y me empezó a doler el pecho. Incluso si me las arreglaba para escapar, ¿cómo iba a encontrar a Brax? No tenía ni idea de dónde estaba el café o cómo habíamos llegado allí. ¿Iría a buscarnos alguien del hotel cuando no volviéramos con la moto?

Mi garganta estaba cerrada, atormentándome con imágenes de Brax muriéndose solo en el suelo del baño de hombres. Seguramente, no lo dejarían morir. Alguien tendría que llevarlo a un hospital.

Ellos me secuestraron. Ellos me secuestraron.

Oh, Dios. La comprensión de ello me golpeó como un crucero de diez toneladas. ¡Me secuestraron! Me sentía impotente.

Mi respiración soltó vapor en el interior de la capucha, derritiendo mis oídos y pestañas con el calor del pánico. Mi visión se mantenía negra e inútil. La capucha lo ocultaba todo, acallando lo que había alrededor con un paño sucio.

Una mano áspera aterrizó en mi muslo, apretándome con fuerza. Salté e intenté arrastrarme lejos, pero las cuerdas de mis muñecas no me dejaban.

Escuché un idioma que no entendí, mi corazón se aceleró, y deseé con todas mis fuerzas que esto sólo fuera una pesadilla.

La mano me volvió a agarrar el muslo, obligándome a mantener las rodillas separadas.

Mi visión se puso roja y le di la bienvenida a la rabia, soltando una patada tan fuerte como me fue posible. Grité cuando una mano no deseada buscó a tientas entre mis piernas. Mis leggins no ofrecieron ninguna resistencia a esa horrible presión. Me dieron una bofetada a un lado de la cabeza mientras luchaba.

Los dedos desaparecieron y me ahogó una súbita oleada de alivio. Tosí, soltando toda la emoción que llevaba dentro. Esto no puede estar pasando.

El vehículo paró, y escuché como abrían las puertas. El corazón me latía con fuerza en los oídos como unos tambores pesados.

Me agarraron de las piernas, y mi trasero se raspó sobre una superficie afilada. Alguien lanzó un gruñido, me recogió y me tiró por encima del hombro como un cuerpo muerto.

Sentí vértigo y apreté los labios contra el trapo sucio.El terror me llenaba, estaba rodeada de violadores, asesinos y monstruos. Rezumaba autocompasión y mi voluntad de sobrevivir vaciló.

¡No!

No podía ser arrastrada por la depresión, no podía rendirme. Yo nunca me rendía. Quería luchar hasta morir, quería enseñarles a los secuestradores que secuestraron a la chica equivocada si se pensaban que era dócil y frágil.

De alguna manera enferma, quería probar mi propia autoestima. Mis padres no me querían, pero estos cabrones seguro que sí. Me habían secuestrado porque tenían que hacerlo.

Era valiosa, por eso tenía que mantenerme fuerte y sobrevivir.

Mientras colgaba del hombro del secuestrador, pasó algo.

Mi mente se fracturó, literalmente, dividiéndose en dos partes. La chica que era: esperanzas, sueños, aspiraciones y amor por Brax. Mis inseguridades y la necesidad de amor me entristecían. Vi mi propia fragilidad.

Pero eso no me importaba, porque la nueva parte era feroz. Esta chica no tenía debilidades o problemas. Era una guerrera que había visto la sangre, que había mirado a monstruos a la cara, y que sabía sin lugar a dudas que su vida sería de ella otra vez.

De alguna manera, la parte nueva se envolvió alrededor del núcleo de la antigua Tess, protegiéndola, amortiguando los horrores que estaban por venir. Al menos, esperaba que eso sucediera. Realmente lo esperaba.

                                

 

Me quitaron la capucha de la cabeza, llevándose pelo con ella, el resto se arqueó con la electricidad estática. Parpadeé, porque la luz me saturaba los ojos, todo brillaba con la sobreexposición de luz.

Estaba en una habitación.

Oscura, sucia, no era un calabozo, pero no estaba lejos de serlo. Las literas estaban alineadas en cada una de las cuatro paredes. La falta de ventanas, y la humedad del suelo se metió rápidamente en mis huesos.

Me senté en un colchón raído, observando mi nuevo hogar. Las chicas se acurrucaron en cada una de las camas. Todas ellas llevaban un aura de tragedia alrededor, los ojos amoratados. Todas tenían lesiones y sombras en la piel.

Un hombre se cernía sobre mí, tenía una barba negra y asquerosa, y llevaba un cuchillo. Me estremecí y traté de arrastrarme. Una parte de mí me dijo que no me hará daño, todavía no, pero otra parte de mí vio el cuchillo y se encogió.

Sabía lo que hacía un cuchillo, cortaba cosas, descuartizaba cosas. No quería que me descuartizaran.

El hombre gruñó, me cogió del hombro, presionándome contra el colchón húmedo de la litera inferior. Grité mientras rodaba sobre el matón. Le di una patada y me retorcí, tratando de mantenerme en pie, luchando una batalla ya perdida.

Intenté cortar las cuerdas de mis muñecas con el cuchillo. La hoja era contundente, pero pasó una eternidad hasta que al final las cuerdas se rompieron.

El hombre me soltó, retrocediendo con el ceño fruncido. Poco a poco me senté en posición vertical, frotándome las muñecas que estaban sangrando.

“Quédate.” Me dijo mientras me señalaba antes de salir. La puerta negra y pesada se abrió y desapareció. En la sala resonó un fuerte chasquido cuando la puerta se cerró.

En cuanto se fue, me quedó boquiabierta con mis nuevas compañeras de habitación. Sólo unas cuantas chicas me estaban mirando a los ojos, el resto estaban encorvadas por el miedo.

No podía dejar de mirar. Ocho literas, ocho mujeres. Todas nosotras tendríamos veinte años más o menos. No había un patrón en nuestro secuestro. Éramos rubias, morenas, pelirrojas y castañas. Nuestro color de piel también era diferente: tres asiáticas, dos negras y tres blancas.

No había ningún patrón. La policía no sería capaz de averiguar quién sería la próxima víctima. Altas, bajas, gordas, delgadas, grandes pechos, piernas largas. Todas estábamos allí por una razón.

Una razón que no conocía todavía.

Una razón que no quería conocer.

Las horas pasaban mientras nos mirábamos entre nosotras. Nadie hablaba, no lo necesitábamos. Nos comunicábamos en silencio, más allá de las palabras. Nuestras almas hablaban. Nos consolábamos mutuamente, a la vez que compartíamos el mismo dolor por no saber qué iba a ser de nosotras.

Una bombilla parpadeante iluminaba nuestra jaula, enviando tensión a la sala.

En algún momento, horas más tarde, la puerta se abrió y apareció un hombre más joven con dientes torcidos y una cicatriz en la cara. Dejó una bandeja con ocho tazones en el centro de la habitación.

El aire estancado de nuestra prisión se llenó del aroma de los alimentos, algo salteado con pan. Mi estómago rugió, no había comido nada desde el desayuno.

Mi corazón se aceleró, pensando en Brax. Parecía que había pasado mucho tiempo desde que llegamos a Cancún, y disfrutamos de nuestra conexión.

Me obligué a dejar de pensar en él. Dolía demasiado. Nadie se movió, pero todas nos quedamos mirando con nostalgia a la comida cuando la puerta se cerró de nuevo.

Esperé para ver si alguien cogía algo.

Nadie se movió.

El aroma de la cena me abrumaba, no podía soportarlo más. Necesitaba fuerza para luchar. No me podía quedar sentada esperando, no sabía cuándo iban a venir a por nosotras.

Me moví.

Mi cuerpo crujió y protestó, pero me levanté y cogí un tazón y un trozo de pan para cada chica. Me dieron una tímida sonrisa, una mirada vidriosa, una oleada de lágrimas. Quería ayudarlas. Al menos no estábamos solas. Estábamos juntas en esto.

Cuando entregué el último cuenco y cogí el mío, tuve que tragarme las lágrimas. Amenazaban con ahogarme si las dejaba salir.

Brax. Mi vida. Mi mundo feliz se había disuelto y ahora estaba en el infierno. Ya no pertenecía a Brax. Ni siquiera me pertenecía a mí misma. Pertenecía a un futuro sombrío, desconocido y lleno de terror.

Tragando saliva, me tragué las lágrimas. Las lágrimas eran inútiles, y me negué a ceder. Tomé un trago de gachas, hipé y me armé de valor.

No iba a llorar.

No esta noche.


***


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