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martes, 21 de julio de 2020

LAGRIMAS DE TESS - CAPITULO 6


*Buho*

Pasaron tres días.

Nuestra pequeña celda, la rutina de comer dos veces al día y las conversaciones en voz baja me ayudaron a adormecerme en una especie de aceptación. Mi cuerpo estaba magullado en sitios que nunca había visto y me dolía la costilla. Después de todo lo que habíamos pasado, detestaba estar allí sentada.

Cada hora que pasaba, me enfadaba más. Sentada en la cama, le di la bienvenida al calor del mal genio. Quería que sucediera algo. Independientemente de lo que ya pasaba, esperar en silencio me mataba. El aburrimiento me picaba más que el tatuaje nuevo.

La bombilla se apagó y miré fijamente en la oscuridad. Muchas de mis compañeras conversaban desoladas, pero me negaba a participar. No quería recordar el pasado, quería centrarme en un futuro menos sombrío, para tratar de mantener viva la esperanza en mi corazón, y sofocar la ira y la rabia.

En cuanto tuviera la oportunidad de salir corriendo, lo haría sin vacilar, sin dudas.

Estaba dispuesta a derramar sangre, a quitar una vida, y eso me llenaba de poder.

Brax pudo haber muerto intentando luchar para salvarme. Ahora era mi turno. De alguna manera lo iba a encontrar. Me iba a encontrar con él y todo esto sería sólo una historia desagradable.

Una rendija de luz, un eco fuera de nuestra prisión. Me quedé inmóvil debajo de las sábanas húmedas.

Un paso, luego otro.

Apreté las manos, lista para pegar. No era una de mis compañeras, era un carcelero. Había prestado atención a sus gestos y a sus ruidos. La semana pasada aprendí a usar todos mis sentidos.

Sabía con terrible certeza que el hombre de la chaqueta de cuero había venido a por mí.

Una mano me palmeó el muslo, arrastrándome, tratando de encontrarme en la oscuridad. Me puse rígida, dejándolo toquetearme, esperando el momento.

Cuando una mano encontró mi pecho, cogí aire. Todavía no. Espera. Hice como que estaba muerta de miedo, haciéndole pensar que no iba a pelear. Idiota. Mi boca se hacía agua con pensar que le podía hacer sangrar. El castigo iba a ser muy bueno.

 

El aliento acre de él flotaba sobre mí mientras presionaba una rodilla sobre la cama, poniéndose encima de mí.

Exploté en la cama.Mi golpe fue salvaje y conectó con su fuerte mandíbula. Mi otro puñetazo aterrizó justo donde quería: en sus pelotas. La victoria estaba corriendo por mis venas y sonreí.

Él gritó y se quitó, aterrizando con un golpe en las tablas del suelo. Estallaron gritos y susurros en la habitación. Nunca habíamos tenido un intruso. Estúpidamente, pensamos que éramos intocables, nuestra virtud reservada para nuestros nuevos maestros, quien quiera que fueran.

Me puse de pie, golpeando en la dirección donde pensaba que estaba el hombre de la chaqueta de cuero. Mi pie conectó, pero no lo suficientemente fuerte. Unas manos calientes me agarraron el tobillo, torciéndolo. Perdí el equilibrio y me caí, aterrizando encima de él. Mi costilla se quejó y me mareé.

Me tanteó y pasó por las piernas, las caderas, la cintura y el pecho. Me revolví y empecé a pegar patadas. “¡Quítate de encima de mío!” Le dije y le mordí la oreja mientras él se arrastraba encima de mí.

Rugió y una llamarada de óxido metálico me llenó la boca. Le saque sangre. Era una bandera para un toro.

Me puse loca. Sentía una rabia increíble. Grité y ataqué. Uñas, dientes, rodillas y codos. No me importaba llamar la atención, o donde iba a caer. Me convertí en garras y colmillos.

El hombre de la chaqueta de cuero se alejó, y seguí luchando contra el aire.

“¿Quieres violarme, bastardo?” Mi voz vaciló con lágrimas y violencia. “Ven a por mí.”

Las mujeres gritaron y lo encontré intentando salir por la puerta. Lo cogí y le agarré el pelo grasiento. Con una fuerza que no sabía que tenía, le golpeé la nariz contra la pared.

Chilló mientras crujía algo. La adrenalina empapaba mis miembros, y me convertí en un fideo mojado, resbaladizo, inestable, pero luché para mantenerme fuerte. Mantente salvaje.

La bombilla se encendió, cegándome.
Haciendo caso omiso de la quemadura en mis retinas, agarré un dedo del hombre y lo retorcí con todas mis fuerzas. Me dio un puñetazo en el pecho. Mis pulmones colapsaron, y no pude respirar.

Pasó por la puerta abierta y una barrera de hombres entraron, y me apuntaron con ametralladoras. Cogí todo el aire que pude, salté hacia atrás y levanté las manos. Un hilo de sangre corría por mi sien y seguramente tenía contusiones, pero estaba satisfecha cuando lo miré.

Su pelo estaba por todo el suelo, tenía un corte en el pómulo, y exhaló como si hubiera sido golpeado por un gorila. Él gruñó, “Vete a la mierda, puta.”[1] Se cogió el dedo y empujó a un lado a un hombre de los que me estaba apuntando, acercándose a mí.

No pensé, mi cuerpo reaccionó. Le di una bofetada tan fuerte como pude, me quemaban las manos, pero no era nada comparado con la felicidad de haberle dejado una huella roja pintada en la mejilla. Le había causado lesiones corporales graves y lo disfrutaba.

Yo era más peligrosa de lo que pensaba.

Él me miró y dijo en español. “Estás muerta”.

Conocía esa palabra: muerte.

Antes de que el hombre de la chaqueta de cuero me tocara, dos hombres lo agarraron, y lo echaron de la habitación. Su voz rugía mientras desaparecía.

Los hombres se quedaron fuera de la habitación, apuntando con sus armas hasta que cerraron la puerta.

Giré lentamente en el centro de la mazmorra, mirando con los ojos abiertos a las mujeres. Algunas se habían puesto las sábanas hasta la garganta y otras me miraban con la boca abierta.

¿Qué veían cuando me miraban? ¿Una mujer salvaje que había firmado su propia sentencia de muerte o una fiera guerrera que se salvó a sí misma de la violación?

Había una chica asiática muy guapa con el pelo largo y negro, dejó caer la sábana y aplaudió. “He querido hacer eso desde que me robaron de la discoteca con mi amiga.” Su voz temblaba, pero el destello de fuego que vi en sus ojos me recordó a mí. “Vamos a ser libres de nuevo,” agregó.

Me quedé mirándola, sorprendida y silenciosa, cuando una chica negra se unió a su aplauso. Una a una, las chicas empezaron a aplaudir y a sonreír en esas caras infelices.

Una por una, se encendió el fuego en su mirada.

Una a una, se recuperaron y sabía que nunca más se iban a quedar quietas.

Estábamos juntas en esto y ellos estaban equivocados.

La justicia nos haría libres.

 

 

Al día siguiente, me volvieron a poner la cuerda en el cuello para ducharme otra vez. Había aprendido a vivir con el dolor en las articulaciones y en los músculos, lo que me recordaba a la victoria, no a la debilidad. Una insignia de honor.

Una vez que estuve limpia, el hombre de la cicatriz me llevó por el pasillo y subimos un tramo de escaleras. Esta parte de la casa, fábrica, traficante de hotel, lo que fuese, era diferente. Horribles obras de arte adornaban las paredes, y la habitación a la que me habían empujado era un estudio normal. Ventanas con vista industrial, un escritorio, sillas y un hombre que estaba descansando, y que se quedó mirándome.

Tenía el pelo rubio, la piel bronceada y los ojos azules, el mismo azul brillante que tenía Brax.

Mi corazón se retorció.
El hombre de la cicatriz me forzó a sentarme en una silla, pero no quité en ningún momento los ojos del hombre con traje de negocios.

“¿Quién eres?” le pregunté con voz áspera.

El hombre entrecerró los ojos, y puso las manos sobre el escritorio. El hombre de la cicatriz se retiró cerca de la pared. Un hormigueo de miedo me recorrió la espalda, pero me negué a seguir con ese terror. Había sacado sangre, sí es que eso contaba para algo.

“Soy el hombre que tiene tu destino en sus manos”.

“Yo soy la única dueña de mi destino, ni tú, ni tus guardias. Nadie.”

Él se rio entre dientes. “Ignacio tenía razón, eres una luchadora.” Se inclinó hacia delante, haciendo girar un bolígrafo. “Siendo así conseguirás que te maten. Déjalo. Déjate guiar.”

¿Ignacio? ¿Ese era el hombre de la chaqueta de cuero? Temblé con furia. “¿Tú me has guiado hacia mi muerte por medio de violación y mutilación?”

Se echó hacia atrás como si le hubiera dado una bofetada. “Chica estúpida. Si te comportas, te venderé a un hombre que te tratará como su posesión más preciada. Te prestará atención y te comprará todo lo que quieras.”

Mi mente se volvió como loca, yo tenía razón. Iba a ser vendida como esclava sexual.

“Yo no soy la posesión de nadie.”

Él negó con la cabeza, sonriendo. “Ah, te equivocas, ya lo eres. Estás vendida, contratada. El trato está hecho”.

Mi corazón trató de abrirse camino fuera de mi garganta, pero me quedé congelada, valiente. “No vas a salirte con la tuya.”

Se puso de pie y me lanzó un paquete al regazo. Lo cogí por acto reflejo, y vi horrorizada un pasaporte estadounidense falso con mi fotografía, y los papeles estaban escritos en español.

“Ya lo hice, chica guapa.” Él llegó a la parte delantera de la mesa, deteniéndose frente a mí. Pasó los dedos por mi mejilla, suave y adorablemente, como solía hacer Brax. “¿Cuál es tu nombre?”

“No eres digno de saber mi nombre,” le gruñí, tratando de morderle los dedos.

Dio un paso atrás, riendo. “Bueno, espero que seas digna del cliente que te compró. No se hacen reembolsos.” Él le asintió con la cabeza al hombre de la cicatriz, que se coló por detrás de mí. “Hazlo.”

Se acabó mi mundo cuando unas manos me ahogaron con un trapo de cloroformo. Traté de no respirar, luché por liberarme, pero los vapores me picaban en los ojos, entrando en mi torrente sanguíneo.

Me metí en una niebla, susurrándome y robándome.

 



[1] Oración originalmente en español



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