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lunes, 28 de septiembre de 2020

QUINTESSENTIALLY - CAPÍTULO 1



Desnuda y atada, esta oscuridad no puede ser contenida, tú, mi esclave, has sido reclamada...

Todo lo que podía pensar era… que ella estaba muerta. Tenía que estarlo. Toda esa sangre, tan brillante, casi dulce.

Su piel estaba como la nieve escarchada, sus ojos de color azul grisáceo estaban cerrados para mí.

La rabia y el terror me estrangularon mientras caía de rodillas en el charco cálido de color carmesí. El látigo se me resbaló de la mano por el sudor, y lo arrojé lejos con disgusto. Yo hice esto. Me había dejado llevar y mostrado mi verdadero yo. El monstruo que había dentro de mí había arruinado el único brillo de mi vida.

— ¿Tess? — La tiré en mis brazos, estaba fría, sin vida. La sangre se untaba entre nosotros. Su cuerpo de color rojo con ribetes rezumbaba con la condenación.

— Despierta, esclave, — gruñí, esperando a que una orden la obligara a abrir esos ojos azules.

Sin respuesta.

Me incliné, presionando la mejilla contra su boca, esperando sin cesar por una pequeña bocanada de aliento, una señal de que no había ido demasiado lejos.

Nada.

El miedo paró mi corazón, y lo único que quería hacer era retroceder el tiempo. Regresar a un tiempo más sencillo donde vivía con necesidades y urgencias, pero nunca me deje creer que podría ser libre. Regresar al día en que Tess había llegado y de inmediato haberla enviado de vuelta con su estúpido novio Brax. Al lo menos si lo hubiera hecho ella estaría a salvo, y mi vida no habría terminado.

Por lo menos entonces, Tess estaría viva.

Mis demonios la mataron.

Yo la maté.

Eché la cabeza hacia atrás y aullé.


 

—Q. ¡Q! —

Algo afilado me tocó el hombro y me estremecí. Rodando, traté de ignorar el llamado. Me merecía permanecer en este infierno de pesadilla. El infierno que había creado por matar a la única mujer que me había robado la vida y me había mostrado una emoción que nunca me había atrevido a soñar. Un sueño que nunca supe que quería hasta que Tess entró en mi vida.

Me escocía la mejilla como si alguien me estuviera dando una bofetada, ardiendo en la oscuridad con una mordedura de dolor.

Abrí los ojos para observar a una diosa rubia de mirada salvaje encima de mí. El terror debilitante no me dejaría, a pesar de que ella estaba viva y deslumbrante con la pasión que conocía tan bien.

— ¿Qué demonios, Q? Es la tercera vez esta semana. ¿Me vas a decir lo que estás soñando para justificar que aulles como un hombre lobo? — Tess empujo mis hombros hacia el colchón, yo no podía dejar de tensar los músculos. Me gustaba que se pusiera encima, pero no me gustaba que ella tuviera todo el control. No era lo habitual.

— No es asunto tuyo. — Rodé, agarrando sus caderas para inmovilizarla debajo de mí. Me arriesgué con una pequeña sonrisa. Con ella debajo de mí, mi mundo se enderezó de nuevo. Le pasé las manos por la cintura, subiendo por la garganta, por sus labios. Su respiración se agitó, acelerándose; el resto de mi pánico se desvaneció.

Ella todavía respiraba.

No la había matado.

Todavía.

Tess me pasó la mano suavemente sobre la mejilla, haciéndome cosquillas. — Deberías decirme que tienes miedo. Brax solía…—

Me quedé inmóvil, apretando los dientes. — Si sabes lo que te conviene, no termines esa frase. — Maldita sea, ¿por qué tenía que traer el fantasma de su idiota novio quien la trataba como una frágil princesa a nuestra cama?

Tess cerró los ojos. — Lo siento. No quise decir que... es sólo... estoy preocupada. Si estás teniendo pesadillas por mi culpa, dame la oportunidad de hacer que desaparezcan. —

Era demasiado temprano para sufrir un interrogatorio.

Habían pasado cuatro días desde que Tess había aparecido en la puerta y no me había dejado otra opción que aceptarla. Aceptar su fuego, su espíritu y su aguda tenacidad. Podría ser un bastardo controlador, pero en el momento en que Tess entro en mi vida yo había perdido mis bolas por ella.

Yo tenía la esperanza de que ella no supiera lo mucho que me afectaba, porque yo estaba aterrorizado de lo que significaba el futuro para nosotros.

Las promesas que ella me hizo de que era lo suficiente fuerte para mí; el juramento de sangre que nos vinculaba juntos durante el tiempo que la sangre bombeara en nuestras venas.

Cuatro días desde que mi vida cambió para siempre y yo había estado con un constante dolor insoportable desde entonces.

— Déjalo ser, — me quejé. Esta chica era un glaciar de hielo hacía mi montaña inamovible hacía una promesa. La promesa solemne que nunca aceptaría la puta oscuridad o ser un sádico como mi padre. La misma promesa que me impedía encadenar a las mujeres indefensas como el lo hacía. Pero el glaciar iba ganando, milímetro a milímetro, centímetro a centímetro. Deslizó su hielo entre las fracturas finas de mi voluntad, haciéndolas más grandes, por lo que las grietas eran difíciles de ignorar.

Durante cuatro días, ignoré sus avances hacia el sexo. Recuerdos de ponerla encima del bar de la sala de juegos de azar todavía estaban presentes. Tess no podía sentarse sin pestañear. Yo sabía que le dolía, pero ella nunca se quejaba. Observé cada movimiento suyo como cuando un buitre estudiaba la debilidad de su presa. Ella pensaba que me había convencido de que estaba bien, que los moretones no le afectaban. Que no me afectaban a mi. Un hombre que olía el olor y el miedo como si se tratara de un embriagador perfume, yo sabía la verdad.

Ella dijo que no le había hecho daño con mi cinturón. Había mentido. Saqué sangre, por el amor de dios. Y yo vivía en un constante campo de batalla, la lucha contra la deliciosa satisfacción por su dolor contra mi moralidad y horror de lastimarla.

Nunca sabría de dónde venían los negros impulsos. Ellos eran tan parte de mí como mi código genético.

Tess no merecía ser herida, ninguna mujer lo merecía. Pero ella estaba dispuesta a sacrificar sus gritos por mí. Por la promesa de algo que no estaba seguro que pudiera dar.

Yo no debería malditamente querer sacar a golpeas las luces que vivían dentro de ella, pero lo hacía. Oh, mierda que si lo hacía.

— Q. No puedes mantener todos tus pensamientos encerrados ahora que me has dejado entrar en tu vida. Veo el tormento en tus ojos. Me prometiste que me hablarías y me dejarías entrar.— Su voz sangraba con dolor mientras sus pequeños puños se aferraban a las sábanas con molestia.

Ambos habíamos hecho promesas, y hasta el momento, ninguno de nosotros las habíamos cumplido. No es que importara, yo tenía toda la intención de romper mi parte del trato. Ella no era lo suficientemente fuerte. Yo no era lo suficientemente fuerte.

Ce sont les premiers jours, idiot. Détends-toi. Sólo son los primeros días, idiota. Relájate.

Pero yo no podía relajarme. Yo no era lo suficientemente fuerte como para luchar contra el deseo de ser un bastardo maníaco si no me mantenía a raya en todo momento. Mira lo que había hecho cuando Tess llegó como mi esclava. No tuve más remedio que cazarla, hacerle daño, devorarla.

Si yo hubiera sido un mejor hombre, hubiera caminado por las escaleras y le hubiera ordenado a Franco que la removiera inmediatamente. Ahora estaba en el precipicio de un sueño hecho realidad, una mujer que había visto mi verdadero yo, me había aceptado y quería un futuro conmigo, y todo lo que podía hacer era ahogarme con pesadillas sobre matarla.

— Estoy agotado, — murmuré. ¿Oía mi confesión interior? Ni siquiera había pasado una semana desde que había empezado esta relación, y yo ya estaba desgastado. No tenía que ser interrogado, por supuesto que Tess veía la verdad. Ella veía jodidamente demasiado.

— Entonces deja de pelear. No me has tocado desde que volví. Podemos compartir una cama, pero apenas me miras aparte de cuando me estremezco si siento dolor en el culo. Me hacías más caso cuando fui vendida a ti. —

Gruñí profundamente con esa observación. Odiaba que la hubieran robado y vendido. Cada vez que pensaba en lo que le podría haber pasado a Tess si se la hubieran dado a otro, me volvía loco, me despojaba de la falsedad del hombre de negocios y pintaba mis paredes con su sangre. Me molestaba tener reuniones de negocios civilizados con criminales. Yo había terminado con esa mierda.

Las imágenes de Tess atada y golpeada, violada y arruinada, me asaltaban constantemente. Lo irónico era que, ahora, yo era el bastardo responsable. Pero al dejarme usarla, me encontré con ganas de ofrecer todo lo que tenía a cambio de sus jadeos de miedo y gemidos de dolor. No me sentía digno y no creía que alguna vez pudiera pagar la deuda de su regalo.

Mis manos se cerraron, y me temblaba de rabia contenida. La ira me dirigía.

Estoy jodidamente loco.

Suspiré profundamente, inspirando el coraje para darle a Tess un poco de lo que necesitaba, una pequeña idea de lo que era mi podrido corazón.

— No puedo ser tierno contigo. Y odio salirme con la mía cuando te golpeo. — ¿Eso era? ¿Estaba malditamente satisfecha? Me abrí a ella sobre cosas que hubiera deseado poder vomitar fuera de mí. Sacar esta oscuridad desde lo más profundo dentro de mi; purgar mi corazón para poder ser dulce, amable y el hombre perfecto para ella. No la bestia con hambre de sexo salvaje.

Se quedó sin aliento, y un dedo suave se arrastró a lo largo de mi antebrazo. — Gracias. No sabes el alivio que siento cuando hablas conmigo. ¿Me puedes hablar ahora sobre la pesadilla? —

La miré y me senté en posición vertical. Insistente mujer. Ella me había asustado con éxito y me molestaba ahora con sus preguntas.

Rodando a un lado de la enorme cama, me senté en el borde con la cabeza entre las manos. No quería ser un cobarde y correr, pero esto era demasiado nuevo. Mi habitación en la torre con su enorme chimenea y la alfombra blanca aún parecía la misma, nada había cambiado, pero Tess había causado estragos en mi alma. No sabía si iba a sobrevivir dejándola excavar más profundamente en mi mundo.

La pesadilla rugió de nuevo a todo color. Toda esa sangre, tan brillante, casi dulce.

No. No podía hacer esto. No era lo suficientemente fuerte. De alguna manera, la maldad de mi padre me haría hacer la única cosa de la que había huido toda mi vida. Había vivido mi vida con reglas y grilletes. No estaba preparado para dejar que una frágil ave me tentara a desatarme y tuviera que perseguirla.

Iba a ganar.

E iba a perder cuando la matara.

On dirait une fille, Putain, Mercer ! Suenas como una maldita chica, Mercer.

Me estremecí cuando Tess correteo a través de la colcha y se enredo a sí misma sobre mi espalda desnuda. Sus suaves dedos trazaron mi tatuaje. Apreté la mandíbula mientras sus caricias seguían susurrando, pasaba por mis abdominales y seguía hasta mi erección.

Quería detenerla. Realmente lo quería, pero me agarró con fuerza a través de mis bóxers y gemí. Una caricia era todo lo que necesitaba para ponerme dolorosamente duro y ahogarme en el oscuro deseo.

Tess me engatusó hasta la rigidez, todo el rato mordisqueando mi oído. — Si tienes miedo de hacerme daño, Q... no lo harás. Confío en que no llegues demasiado lejos. —

Grité, — Todavia no confío en ti. No quiero romperte. — No confío en mí mismo para detenerme.

Ella dejó de acariciarme y se echó hacia atrás. Su calor me dejó con un escalofrío. — Te di mi palabra de que iba a pelear contigo. He dormido en tu cama durante cuatro noches, y lo máximo que has hecho ha sido darme un pequeño beso en la mejilla. No has utilizado el cinturón, ni las cadenas, ni cualquiera de esos juguetes que vislumbré en ese cofre tuyo. —

Sus ojos revolotearon hasta el final de la cama donde yacía. Cerrado. De ninguna manera la quería hacer ir allí.

Gemí, agarrándome la cabeza con los dedos punzantes. ¿Qué monstruo quería capturar la sangre de la mujer por la que él daría su vida? ¿Qué animal quería capturar sus gritos una y otra vez como un perfecto coro?

Yo tenía razón al mantenerme tan distante, tan obsesionado con el trabajo. Si me centraba en el exceso de trabajo, no tendría tiempo para otras necesidades.

No había ido a trabajar en cuatro días. Una nueva emoción me mantuvo en casa, nunca estaba lejos del lado de Tess. El terror que despertara una mañana y se diera cuenta que había cometido un gran error, me mantenía inquieto y ansioso. La idea de volver a casa del trabajo para enterarme que se había ido, bueno, tanto el hombre como la bestia odiaban la idea. Pero era un error pensar que podía renunciar a mi forma de mi vida y no sufrir consecuencias.

Tenía que encontrar una manera de curarme. Tenía que parar esto antes de que Tess me incitara con éxito a hacer algo de lo que me pudiera arrepentir.

Tess gruñó algo y sacó las piernas fuera de la cama. Su culo lucía sombras púrpuras de mi cinturón. ¿Cuántos latigazos le había dado esa noche? Conté treinta, pero eso fue después de los que ya le había dado. Mi corazón se apretó ante la idea de lo fácil que era perderme a mí mismo, pero una milésima de segundo más tarde se vio ensombrecido por la imperiosa necesidad de crearle rabiosas contusiones en su perfecta piel. La quería sobre mi rodilla. Quería tener esas lágrimas de cristal perfectas salpicando mi muslo mientras la golpeaba.

Maldita sea, ella me dijo que había marcado su alma... ¿también me dejaba hacerle cicatrices en su piel?

Tess se puso delante de mí. Sus piernas tonificadas extendidas, las manos en las caderas. Tan orgullosa y real de su propio cuerpo. No podía apartar los ojos. La bestia de mi interior merodeaba y se lanzaba contra la jaula, tratando de llegar a ella. Para desgarrarla. Para arruinarla.

Había encadenado al monstruo de nuevo, manteniéndome cuerdo.

Tess dobló las rodillas entre mis piernas y apretó sus labios contra mis calzoncillos.

Me sacudí, jadeando. El calor de su aliento, la delicadeza de sus labios, me volvía loco.

— Si no me dices tus preocupaciones, voy a tentarte hasta que no puedas evitarlo. Me tienes. Soy tu esclava, estamos en tu dormitorio y quiero ser usada. Lo anhelo. ¿Por qué no te lo crees todavía? —

¿Quería tentarme? Perfecto. Le ataqué y le agarré un puñado de cabello. Inclinándome a su nivel, miré dentro de las profundidades de su ser, lo que le permitía ver mi confusión. La necesidad, la angustia, la delgada línea de odio y amor por ella por obligarme a aceptar esta parte de mí mismo.

Tess contuvo el aliento, encogiéndose bajo el peso de mi mirada. La sacudí, amando la pequeña llamarada de dolor en sus ojos. Mierda, ¿alguna vez me repugnará el herirla más que calentarme por ella?

— Entiendo que quieres que te muestre mis fantasías, pero tienes que darme tiempo, esclave. — Mi corazón se aceleró ante la palabra. Durante cuatro días, me había negado a llamarla algo más que sólo Tess. Ella no era mi esclava. Ella no era mi posesión. Nunca lo había sido y nunca lo sería. Odiaba cómo a pesar de que sabía que ella estaba aquí por su propia voluntad, todavía quería la propiedad definitiva. Quería que ella estuviera encadenada y completamente dependiente de mí. Quería darle de comer y bañarme en ella. Quería ser la razón por la que se mantuviera con vida.

Joder, debería conseguir una mascota.

Tess no es una mascota, bastardo. Ella es tu igual. Es Tess. Elle est à toi. Es tuya.

Sus párpados se cerraron y se tambaleó hacia mí. — Dilo otra vez, maître. Recuerdame cual es mi lugar. —

Mierda, esta maldita mujer. No me estaba curando, me estaba haciendo peor. ¿Cómo podía esperar evitar mis pesadillas cuando ella me obligaba a ir por ese camino?

Algo se desbloqueo en mi interior, ondeaba la oscuridad, bloqueando la luz que había estado luchando por mantener brillante.

Tess lo notó. Su cuerpo se tensó, sus dedos se clavaron en mis muslos.

Me incliné más cerca, frunciendo el ceño. Mi corazón latía tan densamente con emoción negra desplegada. — Me estás desobedeciendo, esclave. Creo que voy a tener que castigarte. — La palabra castigar configuró mis músculos y la agarré con más fuerza.

Se estremeció bajo mi tacto, los ojos quemaban, con un brillo sexy. El mismo brillo que me decía que estaba a punto de rebelarse. Mierda, no tenía la fuerza para detenerme de nuevo. Mi energía se agotaba. Las puertas se desbloquearon, y el monstruo tomaba el control total.

 

Tess me acarició el muslo otra vez. — No tienes permitido castigarme. Voy a correr. Te dejaré. —

Mis manos se apretaron en puños, clavándose en su carne. Su amenaza estaba demasiado cerca de mis verdaderos miedos, y me estremecí de rabia. A pesar de que yo sabía que ella lo hacía deliberadamente y eso me irritaba. — No te atreves. Volviste a mí. No se trata de unas vacaciones, esclave. No puedes irte y venir cuando desees. Me perteneces y puedo hacer lo que yo quiera. —

Abrió la boca y contuvo el aliento tembloroso, pero sus ojos ardían con fuego gris. — No te atrevas a tocarme; te arruinaré.—

Ah, mierda, yo era un fracasado. Yo estaba completamente loco por esta mujer.

Me tragué el espeso sabor de la lujuria y murmuré, — Demasiado tarde, esclave. Estoy arruinado más allá de la redención. — En el último momento de la mansedumbre, presioné mi frente contra la de ella y respiré profundamente. — Estoy perdido. — Entonces la dulzura se fue, me abandoné a la necesidad de los bordes definidos del dolor.

En un solo golpe, me puse en posición vertical. Puso sus manos en las mías. Su mirada ardía y sus perfectos labios rosados temblaban.

— Realmente no deberías haberme presiondo. Te pedí tiempo. — La sacudi con fuerza, furioso por hacerme perder el control. El control era mi única debilidad, quitame eso y las consecuencias serían desastrosas. — Ya he terminado de luchar. ¿Eres feliz ahora? —

Su pecho se levantó bruscamente mientras ella inspiraba otra respiración inestable. Un destello de indecisión llenó sus ojos antes de ser tragada por la pesada y lujuria climatizada. —Sí. Extremadamente. Ahí está el hombre al que yo regresé. El que yo quiero que me folle. —

Mi erección se tambaleó hacia delante, el dolor con la necesidad de sumergirse profundamente en su interior. La atraje hacia delante, lamiéndome los labios. La tome con fuerza. No quería ser dócil; quería ser salvaje.

Sus ojos se cerraron cuando aplasté mi boca contra la de ella.

Suspiró mientras le lamía el labio inferior con una lengua enojada. Su cuerpo cedió a mi tacto, entregando su falsa lucha, mostrándome lo mucho que necesitaba esto, esta violencia.

Me aparté, liberando su cabello para capturar su muñeca. La misma muñeca tatuada con el codigo de barras y el gorrion aleteando. Una burla a su condición de esclava y un talismán de su libertad. — Ya deberías saber que no hago las cosas que quieres que haga, esclave. Tu permiso no es lo que me pone. —

Ella frunció el ceño mientras yo la arrastraba por la espesa alfombra blanca y la obligaba a ponerse de rodillas delante del espejo. Respirando con dificultad, camine hacia donde había dejado los pantalones en el suelo la noche anterior y retiré la llave.

— Ábrelo. — Le pasé la llave, mi mano firme, pero el corazón latiendo salvajemente.

Me miró, dudando por un momento. Su lenguaje corporal se tensó ante la orden. Pensé que iba a desobedecer de nuevo, pero ella asintió y deslizó obedientemente la llave en la cerradura.

Mi espalda estaba rígida, cada músculo palpitaba en alerta máxima. Tess pensaba que yo tenía alma, corazón. Esto probaría que todas sus estúpidas y dulces fantasías eran falsas.

No había duda de que necesitaba a Tess. No había duda de que ella me hacía sentir algo que nunca había sentido antes... pero también, no había ninguna duda de que no era suficiente. Yo estaba demasiado dañado desde una edad demasiado temprana para ser capaz de cambiar.

Tess tomo un profundo respiro al abrir la tapa. Yo esperaba un chillido, un jadeo... algo que indicara su consciencia de lo que había causado, pero el silencio sepulcral llenó la habitación.

Apreté los dientes, mirando sobre su hombro. El primer lote de aparatos era manso. Cualquier sex shop o una pareja aventurera tendría algunas compras furtivas.

Tres látigos, cuatro flageladores de diferente grosor, dos paletas, tres conjuntos de pinzas para pezones, butt plugs  y esposas de todo tipo. De hecho, eran tan mansos, que me apagaban ante la idea de usarlos en Tess.

Tess pasó sus delicados dedos a lo largo de los artículos, el ceño ligeramente fruncido en su rostro. ¿Por qué demonios estaba frunciendo el ceño?

— Habla. ¿Estás decepcionada? ¿Esperabas encontrar un kit de violación ahí? ¿Una pala para deshacerme de tu cuerpo, tal vez?—

Ella se estremeció al oír la palabra violación y me maldije a mí mismo al infierno por usarla. Una vez más surgió mi rabia y mi odio hacia Lefebvre; quería cortar su cadáver y convertirlo en comida para gusanos. Maldito bastardo por herir lo que era mío, lo que quería proteger.

Tess miró hacia arriba, estirando su cuello de cisne blanco. 

— Es sólo que... me esperaba… — Tragó saliva y no continuó. En cambio, negó con la cabeza ligeramente y bajó la cabeza hacia el pecho.

Cogiendo un consolador de goma negro, murmuró, — No quiero consoladores cuando puedo tener tu polla. Sabía que tenías látigos, pero no sé… — Su voz se redujo, y maldita sea el infierno, ella me hizo sentir como que me faltaba algo. Yo no era suficiente para ella.

Sólo estaría completamente satisfecho cuando ella estuviera roja con sangre y gimiendo en mis brazos. Esa era la clase de mierda enferma que yo quería. Tess pensaba que era manso. Mierda, me daban ganas de probar lo oscuro que quería llegar. Justo qué tipo de pensamientos depravados vivían en mi cráneo.

Me pasé una mano por encima de la cabeza, maldiciendo su silencio. Tú estás compitiendo contigo mismo. ¿Ves lo jodido que es esto?

Merde. — Es solo una plataforma. Mira más abajo. — Mi voz no sonaba bien. Demasiada oscura, demasiada gruesa.

 

Sus ojos brillaron con los míos, y algo se encendió entre nosotros. La química y la necesidad a fuego lento rugieron en un incendio fuera de control. Mi corazón se aceleró, y mi polla dura palpitaba de deseo. En todo lo que podía pensar era en el sabor de Tess en mi lengua y el recuerdo de los azotes en mi mente.

Moviéndose lentamente sobre sus rodillas, Tess encontró el pequeño pestillo en la plataforma y lo abrió.

— Oh, — susurró.

Sí, oh. La enfermedad y la oscuridad estaban allí para que ella los viera. Yo no había utilizado ninguno de los juguetes, no que pudieran ser llamados juguetes. Eran más un material de tortura. No sé por qué los tenía. Nunca había planeado usarlos. Hasta ahora.

Tess sacó la cuerda de seda japonesa. Si atabas un nudo muy fuerte, ni siquiera una cuchilla podría cortarla. Quemaba la piel cuando la movías, y el carmesí brillante de los hilos se parecía tanto a la sangre que mi boca hizo agua.

Tess acarició la cuerda una vez, antes de pasarla sobre sus muslos desnudos y alcanzando el siguiente elemento. No quería apartar los ojos de la cuerda en su piel, pero mi estómago se retorció con el próximo artículo.

Un arnés.

El mismo tipo de mi enfermedad, mi pervertido padre lo utilizaba para encadenar a las mujeres con la cabeza entre las piernas colgando del techo. Brazos atados, piernas atadas, la cabeza atada... Tess no podría correr a ningún lado. No habría lugar que fuera capaz de tocar.

Me estremecí cuando una banda de necesidad me apretó las bolas. El pensamiento de Tess colgada tan impotente me llenó de impulsos inquietos. Di un paso adelante. Para hacerla gritar, necesitando mi polla.

Sus ojos brillaron con los míos cuando di otro paso, empujando su rodilla con el pie. Ella me miró por debajo de sus espesas pestañas, sus ojos arremolinándose con complejidades que no podía averiguar. Su pecho se levantó con coraje agudo y quebradizo, grabado en su rostro.

— ¿Te gusta la idea de no tener ningún lugar para correr? ¿Ningún lugar para esconderte, esclave? —

Lentamente, muy lentamente, puso el arnés a un lado. Sus pezones se endurecieron como una roca por debajo de mi camiseta blanca que llevaba en la cama. — Sé que no puedo huir de ti, Q. Y no me gustaría. No de verdad. —

Su voz estaba entrecortada pero tensa, con lujuria, y eso me humedecía. Me quedé helado cuando cogió otro artículo. ¿Por qué exactamente estaba haciéndole ver esto? Mis manos me picaban.

Sacó una brillante mordaza roja, un traje de vinilo con sólo una rendija para la boca y una abertura entre las piernas, y con los puños para las muñecas y los tobillos.

Cada elemento que Tess colocaba en el suelo me llenaba con más y más repulsión. El estar relajado era evidencia de mi verdadera enfermedad. Mis necesidades transcendían la clase media perversa y rayaba peligrosamente la vida. No quería miedo o lágrimas falsas. No. Quería toda la maldita verdad. Quería poseer, obsesionarme y consumir. Quería ser el aire que respiraba Tess. Quería ser el agua que ella bebía. Mantenerla con vida mientras tenía ganas de matarla.

Nunca había dicho palabras tan verdaderas. Yo estaba total y absolutamente agotado.

Tess hizo un ruido, arrastrándome desde mis pensamientos. Me estremecí al ver el artículo que ella tenía a su alcance: una bolsa de cuero rojo. Me lancé hacía ella, mientras Tess abría la cremallera.

Se movía demasiado rápido, deslizándolo fuera de mi alcance. 

— Déjame ver. — Su tono cerca del enojo y suplicante. Un dulce cóctel de sonidos.

Asentí con la cabeza, alejándome de los artículos de la bolsa. Los productos que realmente quería utilizar en ese momento.

Tess sacó unas tijeras de plata, un cuchillo pequeño, y tres frascos de cristal. No se molestó en sacar la jeringuilla de succión que yo sabía que era para recoger sangre.

Se meció sobre sus talones, sujetándome con su mirada gris.

— Siempre me pregunté por qué arruinaste mi ropa. Podrías haberme exigido que me desnudara, pero siempre prefieres cortarla, quemarla o desgarrarla. ¿Es porque, secretamente, quieres hacerle eso a mi cuerpo? ¿Rasgarme? ¿Despellejarme? ¿Ver mi sangre corriendo como un río? —

Cerré los ojos. No podía manejar la imagen que ella pintaba. La imagen que yo quería. Tan. Malditamente. Mucho.

Tess me agarró el tobillo, tirando hasta que se puso delante de mí. Su calor se filtró en el mío, y me pregunté qué pasaría si le diera algo tan simple como un abrazo: un espectáculo de ternura, de dulce emoción. ¿Podría sobrevivir o iba a aplastarla, ir demasiado lejos como lo hacía cada vez?

Tess respondió por mi. Presionó un látigo contra mí mano. — Te equivocas al pensar que tu caja de horrores me asusta. No lo hace. —

Mis ojos, pesados con pesar y odio a sí mismo, se abrieron para ahogarse en ella. Estaba tan cerca, los remolinos de azul y gris en sus iris parecían mares furiosos. Traté de descifrar el miedo, la terquedad y la lujuria en su alma.

Su voz se convirtió en un susurro. — Tienes que hablar conmigo. No puedes guardar secretos, maître. Ya no más. No te voy a dejar.— Dando un paso atrás, se arrancó la camiseta, poniendose en pie delante de mí, desnuda. Con coraje de guerrera, se pellizcó la carne blanca de su bajo vientre. — Aquí. Quiero que me marques con una cicatriz aquí. Márcame si eso te hará sentir mejor. Quiero que aceptes lo que te estoy dando. Quiero que lo aceptes. —

Tiré el látigo. Ella no me ofrecía su cuerpo. Me ofrecía locura. Yo no era lo suficientemente hombre para ella, pero de seguro como el infierno tenía lo suficiente de bestia en el interior. Pero el hombre era un cobarde. Me negaba a dejar caer las paredes y dejarme totalmente libre, sin importar lo que le había prometido a Tess. ¿Quería que le hiciera una cicatriz? ¿No sabía que no querría, no podría, detenerme en una?

Le toqué el vientre tenso con un dedo. Tan suave, tan femenino, tan sedoso. Tess jadeó suavemente y sus pechos subían y bajaban, haciendo bromas, haciéndome perder todas las inhibiciones. Sólo ella podía ponerme tan jodidamente duro y confuso.

Ahuecando su pecho, le pellizqué el pezón, duro. Sin un suave previo juego, solo un posesivo apretón. Su cabeza cayó hacia delante, apoyada en mi pecho. Su aroma de orquídeas y la escarcha fueron mi perdición.

Me di por vencido.

Me rendí.

Yo quería y no me detendría.

Había estado yendo en círculos, dejando que mis pensamientos se enredaran y viajaran. Ahora, estaba lúcido y ansioso. Deseoso de abrazar el papel del hiriente e insaciable amo.

Mi mano se desvaneció desde su pecho hasta el cuello y capturó su garganta. Echó la cabeza hacia atrás, me encontré con sus ojos turbulentos. La ira ardía a través de mí. — No podías simplemente darme tiempo, ¿verdad, esclave? Ahora estoy enojado y furioso, y no conozco los límites de mi control. Me he rendido y nada más importa aparte de follarte. — La estreché, apretando los dedos alrededor de su cuello.

Ella no se movió, con los brazos alojados a sus lados, y me dejó estrangularla. La probé, mis dedos apretando los músculos frágiles de su cuello, haciendo que mi cabeza nadara con delirio.

Tess no hizo nada.

Forzando mis dedos para que se aflojaran, fruncí el ceño. 

— ¿Confías en que no voy a ir demasiado lejos? ¿Eres realmente tan estúpida? —

Una mano voló a cubrir la mía, pero ella no trató de conseguir que le soltara. Su otra mano descansaba en mi mejilla sin afeitar, me sacudí con una dosis de aceptación incondicional, necesidad, ansiedad, y todo lo que vivía entre nosotros.

Mierda, tengo suerte. Y soy tan indigno.

— Te prometí que lucharía. No soy tan estúpida como para renunciar a mí misma dentro de tu completo control, Q. Pero confío en tus límites, incluso más que tú. Confío en ti... aquí. —

Dejó caer su mano para descansar su mano encima de mi corazón. — Permítete sentir. Déjate aceptarte. Eres más humano de lo que quieres creer. —

La suavidad de su tono me enfureció. No dejaba considerar la verdad; en su lugar, la besé.

Capturé su boca como si fuera la última mujer en la tierra. La única mujer para mí. Mi lengua a través de sus dulces y suaves labios, me tomó, me tomó, me tomó. Robé su gusto, su aliento. La obligué a aceptar cada pulgada de necesidad de mi lengua hacía la de ella.

Ella gimió, presionando con fuerza contra mí, arrastrando más de mí hasta que no pude decir dónde comenzaban sus labios y terminaban los míos.

Mis dedos se apretaron por propia voluntad, en busca de la dulce rendición, el control final. La besé mientras la asfixiaba hasta que sus piernas temblaron, y la atrapé cuando ella se desplomó por completo.

El conocimiento de que ella me dejaría llevarla hasta el punto de tal debilidad, hizo que mi corazón se hinchara hasta que ya no podía caber en mi caja torácica. No pensé que iba a encontrar nada tan satisfactorio como causar dolor, pero la completa sumisión y confianza era el último afrodisíaco.

Liberándola, recogí su cuerpo inerte y la cargué a través de la habitación. Más allá de la chimenea, lejos de las cadenas que había en el techo donde la había encadenado la primera vez, en dirección hacia la parte posterior de la torre.

Tess parpadeó, todo estaba nublado por la falta de oxígeno. — ¿A dónde vamos? —

Tragando una profunda respiración, completamente a merced de mi palpitante erección y grueso deseo, reposicioné a Tess en mis brazos para tirar de la cortina de terciopelo grueso a la izquierda de la ventana de la masiva torre.

El material de color verde oscuro se deslizó fuera, aterrizando en un charco como un bosque derretido.

Tess se quedó sin aliento y se acurrucó más cerca, mirando boquiabierta a una cruz de tamaño humano. Su madera oscura bien engrasada y correas luminosas de cuero rojas parecían medievales y aterradoras. Aparatos como éstos habían sido utilizados para desollar a un hombre vivo o despojarlo miembro por miembro. Era bárbaro. Era horrible. Era delicioso.

Tess estaría completamente atada. Completamente a mi merced. Completamente mía.

Ella gimió y se estremeció, enviando ondas de choque de necesidad a través de mis miembros. Mi voz destilaba negrura.

— Es hora de comenzar tu iniciación en mi mundo, esclave. —


***

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