Lo besé
Luché contra su agarre, tropecé con su cuerpo y aplasté mis labios contra los suyos.
Si no podía decirlo... no se haría realidad.
Si le impedía decir adiós... no podría terminarlo.
Mi corazón había sido perforado con un millón de pequeños agujeros cada segundo que corría hacia él, lo encontraba y me lanzaba a su abrazo no devuelto. Ya no estaba entero, sino sangrando y llorando, llenando los surcos de la arena a nuestros pies con un dolor escarlata brillante.
El tiempo era mi enemigo.
El destino era mi acusador.
Y Sully... blandía el hacha para matar todos mis sueños, deseos y horribles premoniciones.
Sabía que haría esto.
Me había sentado en su isla, solo con mis conocimientos, y deseé, rogué que no fuera cierto.
Pero en el segundo que lo vi... Dios.
Su condena lo manchaba con un aura desagradable. Una niebla espesa de preguntas para las que no tenía respuestas.
¿Cómo podía él ser feliz cuando se habían tomado tantas vidas? ¿Quién era él para aceptar lo que yo le ofrecía cuando todo lo que le importaba había sido asesinado?
Lo terrible era... que yo tampoco tenía las respuestas.
Solo sabía que no podía detener lo que sentíamos el uno por el otro porque si él nos destruía ahora... viviríamos una vida de doloroso pesar.
Rechazando mi miedo de perderlo, trepé por su poderoso e inflexible cuerpo y lo besé con más fuerza.
Pika y Skittles volaron a nuestro alrededor, sus pequeñas alas golpeándonos, ninguno de ellos intentando aterrizar como si el horror de Sully y mi terror crearan un campo de fuerza a nuestro alrededor que ninguna flecha o loro podría romper.
Metí mi lengua entre sus apretados labios.
Arranqué la tapa a su ira.
Me agarró.
Me atrapó.
Sus brazos me rodearon, aplastándome, compartiendo su inmundicia y furia, hundiendo su lengua en mi boca, robando mi dominio y empujándome implacablemente de nuevo en sumisión.
Me besó como si se hubiera olvidado de cómo ser un hombre.
Me besó como un animal, tomándome por completo, atacándome, hiriéndome.
Sabía a humo y sangre y muerte, muerte, muerte.
Me tocó como si fuera su enemiga y no suya para siempre.
La violencia reemplazó la sangre que había perdido en mi corazón, abrasadora y brillante como las estrellas sobre nosotros, entregándome una daga de maldad para igualar su rabia diabólica e incontrolable.
Mordí su labio inferior, haciéndolo gruñir.
Me besó tan fuerte que me atraganté con su lengua. Derramó un rugido retumbante en mi garganta, lo completo con sus dientes, saliva y salvajismo.
Y me quebré.
Si quería hacerme daño, que así fuera.
Pero le haría daño en compensación, mordida por mordida.
Me deje ir.
Lo besé con un dolor sin fondo y una terquedad sin fin.
Lo besé... pero él me devoró.
Su puño se curvó en mi cabello, compartiendo la suciedad de sus manos, la sangre debajo de sus uñas, los hilos de repugnancia permaneciendo conmigo.
Me incliné en sus brazos, encarcelado y maltratado, ya no participando en el beso sino que sobreviviendo a su violencia. Mis labios ardieron por su vello facial. Me dolía la mandíbula por lo profundo que me besaba. Dejé que vertiera su dolor en mí, atragantándose con la ruina rancia con la que había lidiado, asfixiándose con las vidas que había perdido.
Y a pesar de todo, discutíamos.
Terminamos.
Nunca.
No te quiero.
¡Mentiroso!
Su beso trató de convencerme de que aceptara su obligatorio cierre.
Mi beso destrozó su determinación y gritó un rotundo ¡no!
Yo no podía respirar.
Él no podía respirar.
Nos atacamos hasta que casi follamos allí mismo en la arena.
Quizás, eso funcionaría.
Darle mi cuerpo en lugar de sus pesadillas.
Buscando entre nosotros, apreté su polla dura como una roca.
Él gruñó y me alejo, jadeando con fuerza, su pecho se tensó por la locura.
Parpadeé ante el dios iracundo que tenía ante mí, y vi más allá de sus mentiras antes de que las pronunciara.
El me amaba.
Pero eso no cambiaría nada.
No era la agonía lo que lo cambiaba, sino la rabia fuertemente reprimida. Rabia contra la que no tenía poder porque estaba demasiado arraigada en él para dominarlo.
Todo su cuerpo zumbaba con ello. Sus fosas nasales se ensanchaban con ello. Su piel crujía con ello.
Odio puro y sin diluir que no tenía salida.
Hace mucho tiempo, lo había comparado con un volcán. Su temperamento un río de lava que fluía constantemente bajo el barniz agrietado de decoro. Llevaba bien su esmalte civilizado, pero nunca podría ocultar del todo la diabólica vehemencia en su interior.
Ese volcán estaba tan, tan cerca de entrar en erupción. Una nube sibilante de advertencia era el único precursor de su inminente detonación.
Comprendía su enfado por perder Serigala.
Simpatizaba con su incapacidad para derramar tanta furia.
Pero no tenía idea de cómo ayudarlo.
¿Cómo puedo curarlo si no sé qué pasó?
Mantuvo una palma plantada en mi esternón, manteniéndome a una distancia a la que podía hacer frente.
Nuestros ojos se encontraron.
Y una gran parte de mí amenazó con morir solo por presenciar su dolor. Parecía como si hubiera estado en la guerra y regresara como el único superviviente. Desgarrado y atormentado, sus ojos azules apagados y ya no luminiscentes con virilidad masculina. Estaban lavados y llenos de fantasmas de las criaturas que había perdido.
Apestaba a humo de hollín y sangre metálica, y su cuerpo se tensó mientras lo estudiaba, sus músculos se tensaron bajo su escuálida ropa.
Se estremeció cuando mi corazón latió bajo su palma, revelando la dolorosa lástima que tenía.
— No me compadezcas, — gruñó. — Siente lástima por ellos. Las innumerables criaturas que murieron... por mi culpa. — Sus dedos se crisparon y se hundieron en mi pecho mientras el resto de él permanecía estoico.
— Esto no fue tu culpa. —
Él rio con frialdad. — No sabes una maldita cosa sobre mí. —
Su voz me marcó físicamente, pero mantuve mi temperamento sin desencadenarse. Se le permitía estar enojado. Y tenía que ser la calma donde él pudiera encontrar tranquilidad.
— Sé más de lo que quieres admitir, — murmuré. — Se que me quieres. Sé que te amo... —
— Detente. — Dejó caer la mano y cerró los puños con los dedos ennegrecidos por la suciedad. — Solo detente. —
Lucía satánico.
Había dejado a un hombre y regresado como un demonio. Un maniquí macabro que llevaba la cara de Sully y manipulaba a Sully, pero había cambiado de alma con él, dejándolo con nada más que oscuridad.
Mi corazón dio un vuelco de dolor. Si me había cerrado todas las puertas... ¿cómo diablos se suponía que iba a abrir mi camino de regreso? ¿Cómo podría enseñarle a un titán sin amor que podía ser ambos, cruel y vulnerable conmigo?
No tenía que alejarme por lo que había hecho y haría.
No tenía que ocultarme ninguna parte de su personalidad.
El impulso de abrazarlo me paralizó.
No podía ofrecer mucho, pero un abrazo era un comienzo. Un abrazo era su hogar y un refugio y un lugar donde podía descargarse y estar expuesto. Nadie debería tener que lidiar con lo que ha visto y no tener un lugar para desahogarse o examinar su trauma.
Pero negó con la cabeza a cualquier invitación que hubiera dado, su mandíbula se apretó en negación. Sus ojos angustiados se clavaron en la arena como si no pudiera soportar mirar hacia arriba y ver su paraíso virgen y una diosa que lo amaba después de sobrevivir al infierno.
Sin que sus ojos condenatorios me lastimaran, fui capaz de estudiarlo. Su cabello ya no tenía mechones con puntas de bronce, el hollín y la suciedad manchaban cada mechón de negro. Su piel bronceada era apenas visible bajo las vetas de sangre derramada, sangre seca y cenizas. Su pesada barba tenía copos de fragmentos carbonizados y sus manos eran irreconocibles con latigazos de sangre ennegrecida.
Su camiseta ya no era blanca. Las partes que no estaban empapadas en lúgubres fluidos de animales condenados estaban rasgadas y manchadas de carbón. Cada centímetro de él gritaba el destino de Serigala, y las lágrimas se derramaron por mis pestañas.
Así como supe que había decidido detener nuestra relación en el momento en que lo vi bajar de su helicóptero, supe exactamente lo que había sucedido en su isla.
Las nutrias juguetonas.
El curioso cerdo.
Los conejos, los perros, los pájaros y los ratones.
Todos se han ido.
Y sus últimos restos mortales se aferraban a Sully como si no quisieran despedirse del hombre que los había rescatado. El hombre que los había enterrado, llorado por ellos, se había vuelto pícaro por ellos.
Atreviéndome a tocarlo, me acerqué y acaricié su antebrazo.
— Necesitas ducharte. —
— Tienes que irte. —
Ignoré mi temblor en todo el cuerpo por el miedo. — Hay tiempo para discutir... —
— Ahí es donde te equivocas, Eleanor, maldita Grace. No hay tiempo. —
— Siempre hay tiempo... —
— No. — Enseñó los dientes. — Ya he tomado una decisión. Te vas. Inmediatamente. —
Me tomó todo lo que tenía para no doblegarme a sus pies. Reforcé mi columna con acero y estreché mi ojos. — Has tomado una decisión, ¿verdad? Pero ¿qué pasa con mi decisión? —
— No tienes una. —
— Somos iguales, Sully. Tengo un voto en cualquier locura que hayas decidido. —
— Ahí es donde te equivocas. Yo te traje aquí Puedo desterrarte con la misma rapidez. Puedes gritar y suplicar, pero el hecho permanece, no cambiarás mi decisión. —
Sentí un hormigueo de ira. — ¿Y crees que al enviarme lejos permaneceré ilesa? —
Asintió salvajemente. — Estarás lejos de mí. Por lo tanto, estarás a salvo. —
— Tendré más dolor del que nunca he sentido si me envías lejos. —
— El dolor significa que todavía estás viva, así que estoy de bien con ello. — Arqueando la barbilla hacia el helicóptero, murmuró, — Ese es tu transporte. — Agarrándome por la muñeca, me arrastro por la playa. — Aléjate de mí lo más que puedas. —
Mi temperamento podría haber estado encerrado mientras ofrecía un refugio para un hombre destrozado, pero esas puertas se rompían cuando me enfrentaba a un idiota obstinado que corría en el agotamiento y el duelo emocional.
— No hagas esto. Si me envías lejos cuando más me necesitas, serás tú quien sufra. —
— ¿Amenazas ahora? —
— Sólo la verdad. —
Tropezó como si le hubiera clavado un picahielos en el corazón. Tragando saliva, gruñó, — Y si no te envió lejos, entonces tu sufrirás. — Mantuvo sus ojos lejos de los míos, sin negar que esto lo haría pedazos, simplemente avanzando con su agonizante elección. — Tomaré el sufrimiento, Jinx. Necesito que te vayas. Tengo demasiada sangre en mis manos para agregar la tuya. —
— ¿Qué te hace pensar que tendrás mi sangre en tus manos?—
Se detuvo y giró tan rápido que choqué contra él.
Nuestros cuerpos chocaron.
Nuestra química se encendió.
Conexión exuberante y lujuriosa que nunca se desvanecería.
Nuestra lucha se agitó mientras nuestros cuerpos se preparaban para un tipo diferente de batalla. Mis pezones se endurecieron hasta convertirse en diamantes cuando su cuerpo pasó de la furia a la cruda necesidad.
Sus dedos se esparcieron alrededor de mi muñeca como si tuviera la incontrolable necesidad de romper mis huesos, hacerme sangrar y cumplir su profecía de que mi fuerza vital un día mancharía sus manos.
En su mirada salvaje y descolorida, vi lo conmovido que estaba. Como de miserable y herido.
Y no lo pensé.
Solo actué.
Nos movimos al mismo tiempo.
Él bajó la cabeza.
Mi boca se inclinó hacia arriba.
Nuestros labios chocaron y colisionaron.
Nuestro beso era todo lo que el amor no era.
No había nada gentil o amable, solo asqueroso y nocivo, descuidado y salvaje.
Sus horribles manos tomaron mi cabeza, entrelazando sus dedos profundamente dentro de mi cabello, atrapándome para besarme más profundo, más áspero, con un apetito impío que hablaba del infierno del que había salido.
Gemí cuando nuestro beso se volvió obsceno con la lujuria y el odio que compartíamos.
Gracias a nuestro vínculo, los secretos no podían esconderse, las mentiras no podían convencer, y al final, era el amor el que resultaba ser nuestro mayor sufrimiento porque no nos daba ningún lugar donde escondernos.
Ningún lugar para fingir.
Éramos el veneno y el antídoto, matándonos y reviviéndonos con cada saqueo de nuestras lenguas.
Sus manos cayeron de mi cabello, bajaron por mi espalda y s agarraron en puñados a mi trasero. Me levanto hasta que las puntas de mis pies apenas hacían cosquillas a la arena, y hundió sus caderas en mi vientre, grabándome con la palpitante dureza entre sus piernas.
Me atraganté con su lengua mientras gemía tan rota, tan ferozmente.
Me aparté y le mordí la oreja, asegurándome de que escuchara con su cuerpo y no con su mente cuando siseé, — No digas adiós cuando apenas has dicho hola. — Sacudí mis caderas contra él, haciéndolo temblar. — Tenemos tiempo, Sully. Llévame a casa. Fóllame. Recuérdame. Consérvame. —
Gruñó con violencia hecha jirones, me sacó de la playa, y me tomó en sus brazos lejos del helicóptero, lejos de nuestro final, lejos de los fantasmas que lo perseguían.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario