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viernes, 26 de febrero de 2021

FOURTH A LIE - CAPÍTULO 5



— ¡Mierda! —

Clavé mis manos en mi cabello, desalojando una lluvia de ceniza y muerte mientras gritaba al techo y al maldito destino que me había dado a una mujer que compartía un pedazo de mi sucia alma.

Una mujer que sabía exactamente lo que iba a hacer antes de que me hubiera decidido.

Quién había sentido mi decisión incluso antes de que tuviera las fuerzas para llevarla a cabo.

Que tenía una intuición sobre mí.

Quien me desafiaba.

Quien malditamente me gobernaba.

¿Cómo diablos había terminado aquí, dentro de su villa, preparado para follarla mientras estaba cubierto por cadáveres masacrados de roedores y caninos y no decir adiós mientras se alejaba volando?

Pika y Skittles, que nos habían seguido desde la playa con alas susurrantes, graznaron ante mi violenta y amarga maldición, arremolinándose alrededor de las vigas con plumas verdes.

En las garras de mi furia, solo los veía como más cosas que iban a morir por mis fracasos. Quería enjaularlos, enviarlos lejos, sacarlos de mi calamidad para que pudieran estar a salvo.

Tal como Eleanor.

Sin embargo, ella todavía estaba aquí.

En mis costas.

En su villa.

Caminando hacia mis malditos brazos.

Me puse rígido cuando su abrazo se envolvió alrededor de mi cintura, su oído presionado contra mi corazón, su cuerpo descansando al ras del mío. Se atrevió a besar la matanza absoluta de mi camiseta, haciendo que mi estómago se revolviera y el pulso tartamudeara con tantas cosas agresivas.

— Sully... háblame. ¿Qué viste? ¿Qué sucedió? Puedes decírmelo. — Sus brazos apretaron mi cintura, mintiéndome de que era lo suficientemente fuerte para soportar el derrame de tal horror. Haciendo todo lo posible en su poder para convencerme de que la imagen de patas destrozadas de cadáveres sangrando y hocicos con dientes rotos no la convertiría en lo que me había convertido.

Un humano lamentable, lastimoso, furioso y rabioso que daría cualquier cosa por sus propias garras y colmillos, por ser un poderoso depredador para poder arrancar la yugular de sus enemigos y sentir el chorro de sangre en su garganta. Poder matar de manera primordial y caótica en lugar de ser tan débil como para requerir armas para masacrar por él.

Un cuchillo no sería suficiente.

Un arma no sería suficiente.

Nada sería lo suficientemente bueno para exterminar la vida de mi hermano. El hermano que amenazaba a mis criaturas y mis diosas.

Quién la amenazaba a ella.

Agarrando su barbilla, arqueé su rostro hacia arriba y le robé el aliento con mis dientes.

La besé brutalmente, entrecortadamente. La besé hasta que la sangre manchó nuestro sabor y algo dentro de mí se quebró.

¿Ella pensaba que podía ayudarme?

¿Ella pensaba que podría convencerme de que me quedara con ella?

Le demostraría lo contrario.

Le mostraría lo peligroso que era amar a un monstruo como yo.

Ya se ha terminado, Jinx.

Solo acabas de retrasar lo inevitable.

Agarrándola del suelo, la llevé al baño.

El mismo baño donde se había pintado de magia, vestido de mito y llegado a mí vestida como una maldita reina, todo para engañarme para que me quedara con ella.

Entonces había funcionado.

Había caído de rodillas.

Me había enamorado.

Y mira lo que había sucedido como resultado.

Si la hubiera vendido a Roy Slater, mis criaturas aún estarían vivas. Estarían ladrando y balando, arrullando y graznando. En lugar de estar en silencio por siempre.

Empujándola contra el tocador, gruñí, — Quédate justo ahí. No te muevas. —

Se lamió los labios, pasándose la lengua por el pequeño corte donde la había mordido y asintió.

Con mi mirada fija en la de ella, me quité la camiseta, me quité las botas y rasgué los calcetines, los jeans, y bóxers, dejando la pila empapada de sangre en el suelo.

Me desgarré del material, revelando la putrefacción de mi piel debajo. Los moretones a causa de las patadas a edificios derrumbados con pura rabia. Los cortes de los escombros y la mezcla de mi sangre con la animal.

Mi cuerpo estaba tan marcado como mi ropa.

Me paré desnudo ante ella, un símbolo de vulnerabilidad, pero hirviendo de rabia tanto que no podía deshacerme de ella tan fácilmente. Sus ojos grises se posaron sobre mí, deteniéndose en las cicatrices de mi pasado, las laceraciones y quemaduras de mi presente, y la erección palpitante y enojada entre mis muslos.

Yo era el deseo y la muerte todo en uno.

Me asusté con mis necesidades voraces y rebosantes, pero Eleanor se limitó a mirar con una elegancia que nunca había podido arruinar, y una tranquilidad que decía que yo estaba a salvo para dejar a un lado mi odio... solo por un momento.

Para encontrar consuelo en su valentía y bondad.

Una pequeña parte de mí quería eso. Quería arrodillarse y hacer que ella se acurrucara en su regazo y se meciera. Pero la parte de mí que se había roto ya no aceptaba su corona invisible o su control etéreo sobre mí.

Quería que ella se sintiera herida.

Quería que sintiera una décima parte del dolor que yo cargaba.

Caminando hacia ella, volví a agarrarle la muñeca y la empuje a la ducha.

Necesitaba a Nirvana.

Necesitaba que agua dulce me rodeará, me ahogará... pero esto tendría que ser suficiente.

Irrumpiendo en el agua fría, envolví mis brazos alrededor de una Jinx que luchaba mientras trataba de escapar del helado líquido lloviendo sobre nosotros.

No agregué calor, ni consuelo.

Necesitaba las agujas de aguanieve.

Necesitaba que mi temperamento se extinguiera antes de hacer algo de lo que siempre me arrepentiría.

Quédate, Eleanor.

Por favor, Eleanor.

Joder, Eleanor.

Jadeó en busca de aire, el agua fría le robándole el aliento. Mientras ella se retorcía en mis brazos y su cabello mojado aferrándose a sus hombros, manoseé su vestido negro. Tiré de el por encima de su cabeza y arrojé el peso abofeteando el empapado desagüe.

Ella estaba desnuda.

Su piel se sonrojó a pesar del hielo cayendo sobre nosotros.

Sus pezones se fruncieron, su vientre se estremeció, una mancha de lubricante brilló en la parte interna del muslo.

Mi polla se endureció hasta un punto enloquecedor. — ¿Te atreves a estar mojada por un monstruo como yo? — La empujé contra la pared y, una vez más, agarré dos puñados de su hermoso culo. Extendí sus mejillas, la levanté y la estrellé contra las iridiscentes baldosas. — ¿Te hago ponerte caliente? ¿Sabiendo que apenas soy humano? ¿Sabiendo que estoy colgando de un hilo? —

Se estremeció cuando presioné mi cuerpo contra el suyo.

— Estoy mojada por el hombre del que estoy enamorada. —

— Un hombre que ya no existe. —

La piel de gallina se esparció por su piel. — No digas eso. —

— ¿Qué no sea honesto? —

Incluso en mi furia, estábamos sincronizados.

Sus piernas se envolvieron alrededor de mis caderas mientras yo empujaba dentro de su coño.

Sus labios se levantaron cuando los míos se derrumbaron.

Nuestro beso se conectó cuando nuestros cuerpos se unieron.

Me clave dentro de ella.

Una posesión cruel e implacable.

Su grito resonó desde su boca hacía la mía, pero no me detuve.

No la dejé adaptarse.

La monté completamente mientras la suciedad y la descomposición se escurrían por mi cuerpo y llegaban al de ella.

Cogimos en la absoluta inmundicia y no me disculpé ni me arrepentí.

Nuestro beso se rompió cuando establecí un ritmo castigador. Nuestras narices magulladas, nuestras frentes golpeadas, nuestros labios permanecieron amplios y abiertos, dos gritos silenciosos mientras nos arañábamos y nos atacamos, a veces besando, principalmente mordiendo, ambos con la intención de destruir.

Su fuego combatía la ducha helada. Su salvación trataba de diluir mi rabia.

Bombeé una y otra vez, haciendo todo lo posible para castigarla por mostrarme lo que podría ser la felicidad.

La tomé hasta que los primeros nudos de un orgasmo apretaron mi vientre y mis bolas. La usé hasta que el primer apretón de su coño anunció que alcanzaba el mismo pináculo que yo.

Y luego me detuve.

Me retiré.

La dejé caer al suelo, haciendo una mueca de dolor ante mi polla hinchada y dándole la espalda.

Sádicamente, nos llevé al límite donde podríamos haber encontrado la paz y lo negué para ambos.

Lo negué porque no nos lo merecíamos, maldita sea.

Su frustración sopló en mi espalda mientras jadeaba. Su pequeño maullido de necesidad hizo que el pre-semen rezumara en mi punta. Temblé con la insoportable necesidad de girarme y terminar lo que habíamos empezado.

Pero... quería la tortura.

La necesitaba.

Necesitaba vivir en ese abrasador y brutal dolor.

Ella podría terminar por ella misma. Podría buscar una cura para su agonía.

Pero yo no lo haría.

No mientras cargaba la muerte de tantas vidas inocentes.

Quítamelo de encima.

En un pánico repentino, mi deseo de estar limpio superó la necesidad paralizante de correrme.

Agarrando una botella de gel de baño de coco, vertí la mitad del contenido en mi palma y froté. Usé uñas para cortarme la piel desde las entrañas y las tripas. Me ataqué a mí mismo como si fuera el enemigo... porque en realidad lo era.

Me perdí en el mantra de la limpieza, arañando y rasguñando hasta que gotas de carmesí se escurrieron por el desagüe gracias a la aguanieve que caía desde arriba.

Manos delicadas tocaron mi espalda. Manos dulces y formidables frotando jabón en mi carne podrida y por mi columna.

Mi barbilla cayó sobre mi pecho cuando el gemido más pesado se escapó de mis labios. Eleanor olfateó todo el dolor que había causado y sistemáticamente liberó mi espalda, trasero, muslos y pantorrillas de cualquier resto de Serigala.

No podía moverme.

Mis brazos colgaban inútiles a los costados, meciéndose bajo el rocío, corrompidos y controlados por completo por una mujer que nunca me permitiría que la enviará lejos.

Una vez que me limpió la espalda, se metió entre la pared y yo, su desnudez resbaladiza contra la mía.

Nuestros ojos se encontraron, gritando tantas cosas.

Odiaba que una mirada no fuera solo una mirada entre nosotros. Una mirada no era solo una mirada, sino un párrafo completo de problemas, que se convertiría en una batalla de voluntades, preparándola con una refutación contra cualquier cosa que pudiera decretar.

Te Amo.

Lo sé.

Tienes que irte.

Nunca.

Hizo una mueca cuando rompió nuestra mirada, rastreando los rasguños superficiales con los que me había cubierto. Siseé cuando ella me enjabonó, el jabón de coco haciendo arder mis heridas. Cerré los ojos con un suspiro demacrado, permitiendo una pizca de suavidad.

Ella me lavó con reverencia y adoración, haciendo que mi corazón se hinchara y se sofocara.

Sus manos se deslizaron por mi vientre, haciéndome temblar. Ella me adormeció lenta y constantemente para que aceptara un alto al fuego, todo mientras mi corazón latía con recuerdos, y bigotes carbonizados llenaban mi nariz, y mi mente era un cementerio amalgamado de extinción.

Mi rabia se mezcló con el dolor.

Mi furia se fusionó con la desesperación.

Mis músculos dejaron de agarrar las pesadillas y, solo por un momento, inhalé aire limpio e impoluto.

Pero entonces, me tocó donde no debería haberlo hecho.

Sus dedos apretados apretaron mi polla, encendiendo el dolor y recordándome mi insuficiencia. Recordándome que ella no debería estar aquí, joder. Que se me estaba acabando el tiempo. Que ella no estaba a salvo, que nadie estaba a salvo.

Ella tenía que irse.

Mi temperamento se precipitó a través del delgado velo de calma que me había concedido. Gruñí mientras sus labios pecadores rodeaban mi erección.

Mi espalda se enderezó. Mi cuerpo se sacudió con un deseo no derramado. Mis manos aterrizaron en su cabeza, sosteniéndola mientras me empujaba dentro de su boca caliente y húmeda.

¡Mierda!

Mi orgasmo que nunca se había desvanecido tomó mi distracción como un permiso para explotar.

El primer chapoteo cubrió su lengua mientras iba hasta la parte posterior de su garganta.

Mi ira la siguió rápidamente.

Mi acritud por haberme manipulado una vez más corrió por mis venas y me hizo cruel.

Empujándola lejos, me pellizqué la punta, rechazando otra ola de placer. Bloqueé mis músculos. Apreté los dientes contra el pulso natural de mi cuerpo para liberarse. Gemí cuando el clímax me atormentó con garras y luego me escabullí hacía abajo por mis piernas con irritación.

Eleanor permaneció de rodillas, sus ojos grises ensombrecidos por la molestia. — Déjame darte placer, Sully. Concéntrate en otra cosa... te ayudará. —

— No me digas qué me ayudará. Yo sé lo que ayudará. En el segundo en que salgas de mi isla, seré feliz. —

— ¿Feliz? — Ella resopló. — Estás tan lejos de ser feliz que estás en negación. —

— ¿Y de quién es la culpa, eh? — Me incliné sobre ella, estremeciéndome cuando las agujas frías continuaron apuñalándonos. Mi polla dolía con cada gota de semen sin derramar, haciéndome irritable y salvaje. — Te diré de quién es la culpa. Tuya y tu maldita maldición. Me has debilitado. Tú eres la razón por la que no vi venir este ataque. Eres tan culpable como yo de la sangre en mis manos. —

Ella apoyó sus hombros. — Permitiré esa calumnia porque sé cuán herido estas... pero hazlo de nuevo y... —

— Levantarte. — Apreté mi polla con un puño, estrangulándola como advertencia para que dejara de torturarme. — Tu estancia en mis costas ha llegado a su fin. —

Majestuosamente, seductoramente, se puso de pie. — No puedes enviarme lejos. Ambos lo sabemos. —

Esta era la parte que más odiaba.

La mayor seguridad en su tono de mis sentimientos por ella. La osadía presuntuosa que decía que ella no me tenía miedo, que podía escuchar mis mentiras incluso mientras las formaba, que siempre conocía la verdad en mi corazón en lugar de las falsedades en mi boca.

Bien.

¿Quería la verdad?

Le diría la maldita verdad.

Jalándola desde la ducha, la agarré del antebrazo y la arrojé al baño. Ella tropezó y patinó en la baldosa, encontrando rápidamente su equilibrio al chocar conmigo.

— No tengo la puta fuerza para sobrevivir a ti. —

Extendió las manos en señal de rendición. — No te estoy pidiendo que sobrevivas a mí. Te estoy pidiendo que confíes en mí... —

— ¿Confiar en que seguirás viva después de que trate con Drake? Confiar en que no me llevarás al límite y me harás lastimarte? ¿Confiar en que eres jodidamente inmortal y no terminarás como las criaturas esparcidas por toda mi maldita isla? —

Sus mejillas se sonrojaron con el mismo temperamento, el agua goteaba por su cuerpo desnudo. — Una vez más, no te estoy pidiendo que me arrastres a cualquier guerra que tengas que ganar. Solo te estoy pidiendo que admitas que me quieres...—

— ¿Quererte? — Mis fosas nasales se ensancharon, mi mano todavía cerrándose alrededor de mi polla palpitante. — Mujer, nunca he querido a nadie más. —

— Entonces eso es todo lo que importa. Soy tuya y... —

— Te quiero, Jinx... pero no quiero quererte. —

Su inhalación atravesó sus pulmones, el aire hizo todo lo posible para amortiguar mi daga contra su corazón. Su mano frotó su pecho mientras le daba un exitoso golpe. — Estás caminando sobre una delgada línea, Sully. Sé lo que estás haciendo. Estás tratando de convencernos a ti mismo y a mí de que lo que tenemos es lo suficientemente barato como para tirarlo a la basura. Que no estamos vinculados por algo mucho más poderoso que ninguno de nosotros. —

— Se acabó, Eleanor. —

— Por el infierno que no. — Ella plantó sus manos en sus caderas, abriendo sus piernas, su coño todavía húmedo para mí, sus pechos todavía hinchados para mí, todo su cuerpo preparado para mi posesión.

Jesús, la encontraba irresistible.

La criatura más asombrosa, exasperante, enloquecedora y maravillosa que jamás había visto.

Pero si ella moría, su perfección se desvanecería. Era su alma la que la hacía perfecta y su alma escaparía en el momento en que su cuerpo inhalara por última vez.

No seré malditamente responsable por eso.

¡No puedo!

Hice una mueca cuando la imagen de meter su cuerpo roto en un saco empapado de sangre llenó mi mente. Una ráfaga de náuseas me invadieron.

Lo que había visto en Serigala no sería nada si tuviera que presenciar su muerte. Si los huesos aplastados y agrietados eran de ella.

Pasaría mi vida en el purgatorio. Brotaría una blasfemia atroz. La amarraría y la tiraría al helicóptero amordazada y atada antes de que dejara que eso sucediera.

Hice una bola con mis manos. — Te di tu libertad. Es hora de tomarla. —

— Mi libertad no vale un carajo si no estoy contigo. ¡No era libre en el momento en que te conocí!  —

— Rescindo mi propiedad sobre ti, Eleanor. Cualquiera que sea el vínculo que creas que tenemos... —

— Dios, eres un bastardo. ¿Crees que puedes chasquear los dedos y lo que siento por ti se detendrá? ¿Tú honestamente, crees que puedes apartarme de tu vida enviándome lejos? —

— Simplemente acepta que esto no está abierto a discusión. Mis razones son mías y no serán influenciadas. Tú ya no eres bienvenida... —

— ¡Argh! — Caminaba de un lado a otro, sus movimientos entrecortados, sus pechos rebotando. — ¿Sabes qué, Sully? Te llamé cobarde antes y usaré esa palabra de nuevo. Tú. Eres. Un. Cobarde. Fuiste un cobarde para admitir que estabas enamorado de mí, y ahora eres un cobarde por intentar decir que no lo estás. Eres un cobarde por echarme en el momento en que las cosas se ponen difíciles. —

— ¿Las cosas se ponen difíciles? — Un ladrido sarcástico escapó de mi control, incluso cuando mi polla se hinchaba con dolor profundo cuanto más la miraba.

Yo la necesitaba.

Joder, cómo la necesitaba.

Ella caminaba con la puta tentación.

Un escupitajo con temperamento chocando y prendiéndose contra el mío. Cada insulto que nos lanzamos hacía que el baño goteara y brillara con necesidad.

— Por el amor de Dios, acabo de limpiar los intestinos de cientos de animales. ¿Crees que quiero limpiar los tuyos también? —

— Mis intestinos se quedarán donde están. No tienes que preocuparte por eso. —

— No estoy preocupado. —

— Entonces, ¿por qué estás...? —

— No me preocupa lo que pueda pasar, Eleanor. Sé lo que pasará. Tú. Saldrás. Lastimada. Es una maldita garantía. Tú eres mi debilidad. Él te usará contra mí, y debido a la mierda que he hecho, el destino considerará apropiado permitirle que te lastime. Si te quedas, él te sujetará a ti sobre mí, y. Tú. Morirás. —

Mi cuerpo se apretó con una advertencia. Estaba cerca de la cornisa. Una repisa que solo nos destruiría a los dos.

Respirando con dificultad, gruñí, — Estoy haciendo todo lo posible para mantener la calma aquí, Jinx, pero te lo advertí. Estoy colgando de un maldito hilo. Se me acaba el tiempo. Si continúas luchando contra mí, yo... —

— ¿Crees que me hará daño? — Ella se cruzó de brazos, empujando sus pechos hacia arriba, haciendo que mi polla se mojara con pre-semen. — ¿Esa es la única razón por la que quieres que me vaya? —

Me reí de nuevo, helado y cruel, tan excitado que no podía ver con claridad. — ¿Quieres decir que necesito una mejor razón que : morirás? —

— ¿Aún me quieres? —

Mis cejas se arquearon hacia abajo, protegiendo mi mirada incrédula. — Qué pregunta tan estúpida. Acabamos de dejar eso claro. —

— No es una maldita pregunta estúpida. Tú eres el que intenta convencerme de que no es así. — La ira se había transformado en frustración sexual.

La desesperación se había transformado en estimulación erótica.

La amaba por el amor de Dios.

Sin embargo, no parecía poder protegerla.

Apreté los dientes, respondiéndole con cortante firmeza. — Lo que sea que sienta es irrelevante. Hemos terminado, Eleanor. Ya no tengo ningún interés en tenerte porque no tenemos futuro. No tenemos futuro porque morirás por su mano o la mía, y me niego a lastimarte más. —

— Me estás lastimando ahora mismo. Estás actuando como si no me conocieras. Parece que piensas que soy una chica que no te enfrentará, no peleará contigo, no peleará por ti. — Marchando hacia mí, plantó sus manos sobre mi pecho sobrecalentado. — Puedes mentirme a la cara, Sully, pero no puedes cambiar la verdad. —

Mis ojos se cerraron de golpe ante su proximidad.

Mi polla rebotó con su propio pulso, desesperada por empujarse dentro de ella, secuestrando todo mi sistema nervioso con hambre.

Sus dedos eran pequeños electrodos que disparaban corriente hacia mi corazón, hacia mi vientre, hacia mis piernas. Su cercanía era un horno, quemándome la carne, haciéndome sudar puro pecado.

Se quedó sin aliento cuando mis manos golpearon las suyas, hundiendo sus dedos más profundamente en mi pecho. Mis caderas se balancearon, empujando mi polla contra su vientre.

Ella gimió.

Mis ojos se abrieron como platos.

Nuestra lucha alcanzó un cataclismo crítico.

Jadeando sin aliento, clavó sus uñas en mis pectorales. Sus ojos ahumados se volvieron brumosos, borrachos y drogados en la sed potente, poderosa entre nosotros. — ¿Te estás olvidando de Euphoria? —

Su voz me hizo cosas dolorosas, peligrosas.

— ¿No sentiste lo que hice? — Apretó las uñas más profundamente, tratando de arrancar mi enojado, agravado corazón.

Mi piel, tensa y hormigueante por la pasión, se frunció bajo su toque, rogando por más.

— ¿Estás tratando de decirme que no sientes eso? — Se atrevió a besar uno de mis cortes, lamer mis heridas, hacerme perder cada pizca de control que me quedaba. — Toco tu cuerpo, pero lo sientes en tu corazón, Sully. Lo veo en tus ojos. Lo siento en mi alma. Si quieres mentir, puedes hacerlo. Pero no esperes que crea... —

Me quebré.

Tomándola del suelo, caminé hacia el tocador, la hice girar y la doblé sobre el duro mármol. — Te sugiero que te sujetes. — Agarrando sus manos, las planté firmemente a ambos lados del cuenco. — No voy a ser gentil. —


***


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