Mi corazón latía como un conejo, lanzándose y tejiendo, buscando un agujero en el que esconderse.
Lo miré a través del espejo detrás de mí.
Nuestros ojos se enredaron y un manto de oscura depravación lo consumió.
El instinto me gritaba para que corriera.
La supervivencia básica decía que no me gustaría lo que estaba a punto de suceder.
Pero estaba atrapada, excitada y tangiblemente consumida por el odio y el amor.
Con un gruñido, tiró de mis caderas hacia atrás, pateó mis piernas separándolas y pasó sus dedos por mi clítoris, sobre mi entrada que goteaba, por mi grieta y el agujero de mi culo.
Me estremecí cuando empujó su dedo contra el apretado anillo de músculos.
Jadeé cuando su polla encontró mi coño.
Grité mientras él empujaba implacablemente ambos dentro de mí.
Su polla y su dedo, reclamándome de dos maneras, asegurándose de que él me revolviera, me controlara, me castigara.
Mis rodillas se doblaron, haciéndome hundir mis huesos de la cadera en el tocador mientras él me montaba sin disculparse. Sus gruñidos hambrientos y embestidas bárbaras hicieron que mi clímax se hinchara gracias a ser previamente negado. Mi encarcelamiento y su maldad solo agregaban gasolina al fuego que había encendido dentro.
Ardía con ello.
Naranja, rojo y amarillo.
Ardía con ello mientras me follaba como si yo fuera todas las pesadillas que había tenido.
Era desagradable y vengativo.
Cubriendo su dolor con fanfarronada malicia.
Pero no me importaba.
Me rendí a su despecho porque encontraba cada faceta de este hombre absolutamente irresistible. El era un arma de lujuria incluso mientras mi cuerpo me gritaba que corriera.
Correr y venirme.
Venirme y correr.
Rendirme.
Mis piernas se abrieron más.
Gruñó cuando su polla golpeó la parte superior de mi coño, encerrándonos juntos en una cópula carnal. Su dedo en mi trasero solo hacía que su invasión fuera más apretada, más profunda, bailando en la frontera del placer y el dolor puro.
Mi cuerpo cambió de mi propiedad a la suya.
Su toque me llenaba, me profanaba y me manchaba de todas las formas posibles.
Me puse de puntillas mientras me reclamaba con cada latigazo de su rabia. Su otra mano agarró mi pecho, amasándome, pellizcando mi pezón, atacándome hasta que me retorcí en su agarre.
— Por favor, Sully... Dios, por favor. — Mi visión se volvió borrosa cuando lo miré en el espejo, vi la forma en que me acariciaba, enrojecido por el desenfreno que había conjurado en mí.
Todo lo que quería, todo lo que necesitaba era que este hombre me follara a fondo.
Un hombre que no tenía control sobre sus acciones. Un hombre completamente vaciado por un holocausto animal.
— ¡Mierda ... mierda! — Arrancó su dedo de mi trasero y envolvió su mano alrededor de mi nuca, manteniendo mi cabeza frente al espejo, nuestros ojos atrapados el uno en el otro.
Nos miramos follar.
Aprendíamos lo feos que éramos, lo hambrientos que estábamos, lo desesperados que estábamos por convencernos de que la vida continuaría si no estábamos juntos.
Y fallamos.
Porque ya no necesitábamos lingüística o letras para compartir nuestro amor, estaba ahí.
La llama más brillante, el grito más fuerte, la enfermedad imaginable más oscura.
Mis manos se deslizaron sobre el tocador, enviándome hacia adelante mientras sus dedos alrededor de la parte posterior de mi cuello me arrastraba en posición vertical.
Se hundió en cada centímetro dentro de mí, apretando sus dedos en mi cadera, abrazándome fuertemente mientras subía dentro de mí.
Otra vez.
Y otra vez.
Me tiró hacia atrás hasta que mi columna se dobló y mis pechos sobresalieron hacia adelante. Sostuvo mi mirada mientras desenvainaba los dientes y los hundía penetrantemente en mi garganta.
Grité mientras me acariciaba con la nariz, me mordía, confundía la lujuria con el odio y me manejaba con peligro en lugar de protección.
Mis piernas se doblaron cuando me arrastró hacia atrás, hundiendo todo lo que tenía para dar dentro de mí, frotando sus bolas en mi clítoris, manteniéndome presionada contra el tocador y contorsionada en su agarre.
Su cuerpo bombeaba calor volcánico mientras nuestra piel aún contenía gotas heladas de nuestra ducha. Su cabello goteaba sobre mi espalda. Mi cabello goteaba en el fregadero.
Su lengua lamió mi cuello, largos regazos posesivos, recorriendo los pinchazos de sus dientes. Sus pupilas brillaban con un azul de otro mundo, brillando con peligrosas maldiciones y un rencor congelado.
— Amarte es lo más difícil que he hecho en mi vida. Lo odio. Lo maldigo. — Me mordió de nuevo. — Te maldigo. —
Me estremecí ante lo oscura que era su voz, lo lúgubre y destruida.
Cuanto más me follaba, más se oscurecían sus ojos hasta que ya no tenían azul, solo sombras. Maldiciones y negras maldiciones como sombras, una mazmorra que atrapaba su bondad y lo volvía mezquino.
— Sully, yo... —
— No. — Pasó su nariz por mi cabello mojado, sus ojos se cerraron de golpe. La miseria grababa sus rasgos, mezclándose con una ferocidad frenética. — Me dejarás follarte. Me debes esto. Me debes tu alma, ya que malditamente robaste la mía.—
Me asaltó con una determinación resuelta.
Mi dolor era suyo y el suyo era mío.
El desagradable truco del destino en lo que respectaba al amor.
Enamorarte de alguien, y no solo te enamoraras de su corazón y felicidad, sino también de sus defectos y furia.
Arqueé mi espalda, cediendo a la ferocidad entre nosotros.
No necesitaba Euphoria para borrar mi decoro. No esperaba que una droga borrara la vergüenza por haber estado abierta y estar a su merced. Nos miré en el espejo y me gustó lo que vi.
Me estremecí ante la imagen de dos criaturas follándose entre sí. Sin procrear como pretendía la naturaleza. No por el amor como dictaba el romance.
Sino por odio.
Un odio nacido del conocimiento de que hubiéramos sobrevivido en un mundo por nuestra cuenta perfectamente bien. Hubiéramos tenido éxito en los caminos elegidos. Hubiéramos crecido y evolucionado sin perdernos en el otro.
Pero ahora... ahora eso era imposible.
Ya no estaríamos completos a menos que estuviéramos juntos. Nuestra simplicidad de ser una persona superficial había terminado ahora, ahora sabíamos lo que se sentía pertenecer.
Sin importar contra lo que Sully luchará.
Cualquier conversación que siguiera a esto solo podía contener una verdad: dos personas autosuficientes se habían ido y habían hecho lo peor posible. Nos habíamos vuelto dependientes, obsesionados, absoluta y totalmente enamorados de la única cosa que nunca nos dejaría ser libres de nuevo.
Soy suya.
El es mío.
Ese hecho irrefutable hizo que mi corazón se apretara en torno a su invasión, me hizo posesiva sobre él, mi propio temperamento gruñendo por mis piernas y en mi corazón.
Siempre lucharía por él y contra él.
Nunca sería tan débil como para permitirle que destruyera nuestro vínculo.
Ese era mi voto.
Al igual que sus ojos brillaban mientras su polla seguía golpeándome. Me amaba en cada desagradable, agradable, perversa y maravillosa manera.
Y lo odiaba.
Odiaba que yo supiera cuánto me amaba.
Odiaba que yo lo amará tanto a cambio.
Sosteniendo su mirada, me lamí los labios y me dejé ir. Me entregué por completo a él. Gemí y extendí mi piernas más lejos, suplicando la manera de que él quería. — Fóllame, Sully.— Sacudí mi cabeza todo lo que podía en su agarre, deliberadamente dejando caer mi cabello en cascada sobre mi hombro en espirales mojadas.
Apretó la mandíbula, el fuego ardía en sus ojos.
Su paso pasó de profundo y penetrante a feroz y rápido.
— Detente. —
— ¿Detenerme? — Negué con la cabeza. — No puedo. Te necesito más profundamente. Quiero que me folles hasta que me elijas. Elígeme sobre la venganza... —
— ¿Qué diablos sabes de venganza? — Su mano alrededor de mi nuca apretó con fuerza, sus caderas pulsando con embestidas viciosas. — No sabes nada acerca de obtener retribución. —
— Fóllame, Sully. — No quería que siguiera por ese camino. Quería que estuviera aquí. Conmigo. Totalmente, enteramente. Mío.
Sus criaturas podrían tenerlo una vez que haya terminado. Sus lealtades y largas listas de responsabilidades podrían esperar hasta que hayamos terminado.
Empujando mis caderas hacia atrás, haciéndonos gemir a ambos con su profundidad, le rogué, — Fóllame, fóllame, fóllame. —
Y eso fue lo que termino con su autocontrol.
Pasó de hombre a monstruo y me folló.
Duro y rápido.
Doloroso y castigador.
Una y otra vez.
Empujando y surcando, lastimándome justo como le había pedido.
Lo salvaje dentro de él era lo que me empujaba al límite.
La belleza de ver cómo el sudor se mezclaba con su ducha recién tomada, su dolor se convertía en placer, su fuego detestable en lujuria.
Estaba deshecho.
Me corrí mientras su cabeza caía hacia atrás, revelando la extensión de su poderosa garganta, el sudor en su clavícula, las crestas de sus músculos. Me corrí mientras sus bolas se presionaban contra mi clítoris y su polla palpitaba dentro de mí. Me corrí mientras se sacudía y se deshacía, soltando su propia liberación, bañándome en semen, una y otra vez, cubriéndome con cada espasmo y contracción de su poderoso cuerpo.
Me corrí más duro que en Euphoria.
Más duro que con el elixir.
Me corrí por él.
Porque sabía lo que se sentía estar al borde de perderlo.
Y nunca jamás dejaría que eso sucediera.
***
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