Era consciente de ser... consciente.
Más allá de eso, no tenía ni idea de nada.
Sabía que era un ser sensible.
No había muerto del todo, pero no había descubierto cómo vivir.
Estaba en el limbo.
En suspensión.
En esclavitud.
Sin forma de gritar.
Sin forma de despertar.
Sin forma de obligar a mi destino a ir en un sentido u otro.
Todo lo que tenía era una correa.
Una cuerda brillante y frágil que me ataba a alguien a quien no podía ver.
Una cuerda que tarareaba con una voz de la que me enamoré instantáneamente.
Un hilo que me llenaba de calidez y deseo.
Mientras ese hilo me conectara con mi destino, estaba contento.
Podría descansar, sanar, aceptar.
Pero cuando la cuerda se apagaba.
Cuando no había toques, ni zumbidos, ni luz.
Me tambaleaba.
Estaba solo.
Tenía miedo.
La extrañaba.
***
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