-->

miércoles, 7 de julio de 2021

FIFTH A FURY - CAPÍTULO 24




Algo me atrapaba.

Una y otra vez.

Dolor sobre el dolor.

Pero el dolor externo no era nada, jodidamente nada, hasta el fuego del infierno en el que ahora existía.

Recordaba.

Todo ello.

Gracias a Eleanor, ella había desbloqueado mi mente rota.

Sus historias de nuestro comienzo.

Sus murmullos de amor a primera vista y pertenencia.

¡Mierda!

Abrió las puertas.

Me devolvió mis pecados.

Los vertió por un conducto hasta que me ahogaba debajo de ellos.

Memoria tras memoria.

Realización tras realización.

De lo que era.

De lo que soy.

No podía escapar.

No se detendría.

Pensaba que mi amor era puro. Creía que era un hombre sencillo que amaba a una chica sencilla. Que nos habíamos encontrado el uno al otros a través de medidas sencillas y vivido una vida sencilla.

¡Mierda!

Yo era el anticristo.

Diabólico.

El hermano de un demonio, el protegido del diablo y el Príncipe de las malditas tinieblas.

Por eso no podía despertar.

El porque la oscuridad se negaba a dejarme ir.

Aquí era donde yo pertenecía.

En las sombras y la negrura de la tinta donde solo sobrevivía la inmundicia.

Cada cosa despreciable que había hecho.

Todas las chicas que había comprado.

Cada huésped que había complacido.

Cada frasco de elixir.

Todos los programas de Euphoria.

Cada mordisco de la tortura de Drake.

¡MIERDA!

Llamas de absoluta condenación borraron la oscuridad en la que había estado viviendo.

Un incendio se convirtió en una catástrofe total, listo para quemarme vivo.

La verdad se convirtió en mi pira.

Esta era mi cremación.

Mi incineración sistemática.

Cada acto repugnante.

Cada asesinato.

Cada vida.

Había desollado a una mujer por su negativa a dejar el comercio de pieles.

Golpeado a un hombre por su papel en los mataderos.

Envenenado y visto a mis padres ahogarse.

Atrapé a mi hermano en un mundo de realidad virtual y los animales lo desgarraron miembro por miembro.

Había utilizado a la gente para mi propio beneficio y había fallado a todas las criaturas que había intentado salvar.

Yo no valía nada.

Menos que nada... Yo era una escoria.

¿Quién diablos podría amarme?

¿Quién diablos podría siquiera mirarme después de lo que había hecho?

Las llamas lamieron alrededor de mis piernas inexistentes.

Puede que mis piernas no existieran, pero el dolor sí.

El dolor era mi castigo.

Me mordió hasta que mis huesos se carbonizaron. Las llamas gruñeron sobre mi piel, convirtiendo mi cadáver en polvo.

Mis órganos estallaron y chisporrotearon.

Mi corazón se encogió y se desvaneció en el infierno.

Y recordé por qué no podía confiar.

Por qué no podía acercarme.

Por qué no podía ser feliz.

Porque era todo mi maldita culpa.

Yo era el producto de mi fin.

Había elegido mi camino.

Les había robado hasta la última gota de felicidad a los demás porque nunca experimentaría tal alegría.

Hasta ella.

Hasta que el sueño se convirtió en pesadilla.

Hasta que compré un producto de mi imaginación.

Una pizca de maldita esperanza.

Así fue como llegué a conocer a Eleanor.

La había comprado.

Le había pedido a los hombres que la agarraran, la robaran y la enviaran a mis costas.

Qué jodido monstruo.

La había separado de sus amigos y familia.

La había atrapado y abusado de ella.

Le había robado el corazón y la había dejado por venganza y ahora...

Ahora, quería jodidamente morirme.

Tenía la intención de cumplir mi promesa.

No merecía vivir.

Dos hermanos que eran el epítome del mal se habrían ido y el mundo sería un lugar más seguro.

Mi cuerpo convulsionó.

Jadeé cuando las llamas subieron más, quemando mi polla, mi estómago, mis pulmones.

Tomando todo.

Me quemó, me ennegreció, me destruyó.

Algo afilado me golpeó la cara.

Un chillido de loro atravesó mis oídos.

Pika.

Incluso el loro que había amado durante la mitad de mi vida no podía absolverme.

Había matado en su nombre.

Había organizado la muerte de tantos hombres que todavía usaban animales como sujetos de prueba.

La sangre se derramó de repente en mi prisión.

Un tsunami de fuerza vital carmesí, silbando de odio al encontrarse con las llamas de mi cremación.

Pintando mi cadáver plagado de llamas.

Se aferró a mí.

La sangre de mi pasado.

La sangre de mi verdad.

Se derramó por mi garganta.

Encendió una cerilla en mi alma.

El fuego aulló.

El dolor estalló.

Y me quemé.

Mi forma invisible se derrumbó en una pila de carbón de huesos.

Traficantes.

Compras.

Chicas.

Diosas

Dientes.

Qué jodidamente equivocado había estado.

Qué estúpido fui al creer que podía ser redimido.

Esto era agotamiento.

No mental. No simbólico.

Real.

Literal y legítimo, no solo acabando con mi poder o mi dolor.

Me quemó vivo.

Me sacrificó.

Me eliminó.

Masticó todo lo que me quedaba, llamas y fuego, dolor y promesas.

Me quemó hasta que no quedó nada para quemar.

Hasta que no quedó nada de

Lujuria.

Amor.

Vida.

Yo...


***


Siguiente Capítulo --->

No hay comentarios:

Publicar un comentario