— ¿Cómo debo llamarlo? — Preguntó Eleanor, su voz estaba llena de nervios. — ¿Me inclino? ¿Y qué hay de su esposa? ¿Hago una reverencia? —
— No son de la realeza, Jinx. — Observé cómo pasaba la campiña inglesa mientras conducíamos desde el aeropuerto hasta Buckinghamshire. — Al menos, no creo que lo sean. —
En realidad, nunca lo había comprobado.
Cuando recibí ese primer correo electrónico de un psiquiatra residente en un hospital inglés al que donábamos dinero, afirmando tener un adolescente con problemas de comportamiento que se amplificaban dependiendo de quién estaba en la habitación con él, acepté encontrar personalmente una combinación de medicamentos para ayudar.
Originalmente, me había preguntado si era esquizofrénico, pero después de que la curiosidad profesional me llevó a llamar al adolescente en cuestión y terminar teniendo una conversación que hizo que mi cerebro científico se acelerara con la búsqueda para comprender, me di cuenta de que la condición de Jethro era mucho más interesante que la esquizofrenia.
No había estado a cargo de Sinclair y Sinclair Group durante mucho tiempo, apenas saliendo de mi adolescencia, así que me interesé personalmente en el caso de Jethro, simplemente porque debajo de sus escudos y gruñidos, escuché lo que veía en todos los animales atrapados: el clamor por ayuda y la fe quebrantada de no creer en la esperanza.
Cuando habíamos hablado, originalmente había estaba tenso y aristocraticamente frío, sin embargo, cuanto más hablábamos, más se relajaba hasta que punto se estaba analizando a él mismo, tal como lo hacía yo, en lugar de tener los pelos de punta por su ‘enfermedad’.
Nunca había sido una enfermedad.
No en el sentido físico, al menos. Jethro Hawk tenía una aflicción que yo había sufrido en un grado mucho menor. La misma razón por la que había comenzado mi cacería y el alboroto contra todos los que hacían pruebas en animales y de los abusadores.
Una razón por la que pude encerrar y comprar mujeres para mis propios propósitos. Y una razón que llevó a Jethro a un lugar oscuro y miserable donde casi mata a la misma mujer de la que se había enamorado.
— Es muy bonito aquí, — murmuró Eleanor a mi lado. Sus dedos presionados contra la ventana mientras pintorescas paredes de ladrillo, pequeñas calles rurales y campos de retazos pasaban rozando.
Ni una pizca de océano.
Ni una sola palmera o un loro.
Mi piel picaba debajo de mi traje, ya queriendo dar la vuelta y regresar a Indonesia. Pero... había aceptado asistir y quería ver el cambio en Jethro ahora que tenía dos hijos y una esposa.
¿Eran ellos una cura tanto como lo fue ella?
— ¿Estás cansada? — Le pregunté con suavidad, dejando que el conductor navegara por la bifurcación que nos adentraba más en la campiña inglesa.
— Realmente no. Dormí en el avión. ¿Tu? —
Había trabajado la mayor parte del viaje, pero gracias a la suite de primera clase que habíamos compartido, completa con una cama tamaño queen y baño privado, descansé lo suficiente para asistir a un baile esta noche.
— Estoy bien. Tenemos unas horas antes de que lleguen los demás invitados. Jethro dijo que nos ha organizado una habitación y su personal sabe que estamos llegando. —
— Entonces... ¿no estará allí cuando lleguemos? —
— Supongo que se estará preparando mentalmente para una noche llena de personas. —
Sus cejas se levantaron. — ¿Tampoco es un fanático de la sociedad? —
Sonreí. — Para nada. Si pudiera vivir en una isla como nosotros, no tengo duda de que aprovecharía la oportunidad.—
— Creo que la mayoría de la gente lo haría. —
Agarré su mano y besé sus nudillos mientras el auto se deslizaba por debajo de la puerta de entrada con una enorme cresta de halcones peleando por algo. Un sello impresionante para una antigua y despiadada familia.
— Bueno, ¿quién necesita un océano como muro cuando tienes uno de piedra? — Miré hacia la entrada, la fortaleza de piedra serpenteando colina arriba y valle abajo. El largo camino de la entrada subía a través de prados y bosques, zigzagueando de izquierda a derecha, dando a entender que la mansión a la que habíamos llegado se extendía por millas y millas.
— ¿Aquí es donde viven? — Eleanor jadeó cuando una manada de ciervos saltó entre los arbustos, corriendo en un destello de perfectos saltos coreografiados. — Es impresionante. —
Asentí. Nunca había visitado Hawksridge Hall, pero había investigado a Jethro cuando nuestras conversaciones médicas se volvieron más amigables. No confiaba en las personas, y la investigación siempre fue una excelente manera de armarse con todo lo que necesitaba para que no sorprenderse cuando te traicionaban.
Había oído de los rumores de deudas y contratos de una familia sobre la otra. Había oído rumores sobre collares de diamantes y decapitaciones. Y había visto las fotos de su exclusivo castillo que avergonzaban la residencia de cualquier rey o reina.
— ¿Prefieres una playa o un castillo? — Pregunté, entrecerrando los ojos a mi esposa. — Puedo construirte una villa más elegante que la que compartimos con los planeadores del azúcar y los dragones de Komodo, ya sabes. Solo di la palabra y podrás vivir en un palacio. —
Ella puso los ojos en blanco, inmovilizándome con una mirada que me llamó estúpido incluso si no lo dijo en voz alta. — ¿Me veo como si quisiera un castillo? —
— Sentada en este automóvil, rodeada de tapizados costosos, pareces estar atrapada. — Me estremecí al ver la verdad de tal oración. Nunca había visto a Eleanor en un entorno urbano cuando nos conocimos por primera vez. La había arrastrado a mis costas y atrapado en mis islas y me había enamorado de ella todo mientras estaba vestida en bikinis en lugar de vestidos de fiesta, pero la verdad era... la locura dentro de ella, el sol brillando en su piel, los océanos arremolinándose en su mirada gris, y la arena aún brillando en su cabello, insinuaba que ella siempre había sido inadecuada para casas hechas a mano y bloques de oficinas de concreto.
Probablemente por eso le encantaba viajar... para poder encontrar el lugar donde encajar.
Gracias a Dios, estaba conmigo.
Desabrochándole el cinturón de seguridad y arrastrándola a mi regazo, acerqué su boca a la mía justo cuando llegamos a la cima de la colina. La besé suavemente, nuestros labios se movieron en un baile conocido incluso mientras nuestros ojos permanecían fijos en el enorme salón monolítico que ocupaba todo el horizonte.
Las torretas y la hierba enrejada atravesaban ladrillos de piedra, cientos de ventanas, miles de arcos, bajantes góticos y un techo diseñado como un intrincado rompecabezas.
Nos apartamos cuando el coche rodeó la enorme fuente de agua y aparcamos al pie de unas amplias escaleras que conducían a una puerta de madera medieval que prometía dolor y poder en el momento en que cruzabas su umbral. Cada centímetro de este lugar, desde la grava arreglada, los jardines inmaculadamente podados y el enorme salón, aseguraba que los visitantes fueran conscientes de que los hombres comunes no vivían aquí.
Los monstruos lo hacían.
Eleanor se apartó, con los ojos muy abiertos cuando apareció un mayordomo, abriendo la enorme puerta y permaneciendo remilgado y correcto mientras esperaba a que ascendiéramos. — De repente, realmente extraño Goddess Isles. —
Pasé mis dedos por su cabello, dejándola bajar de mi regazo cuando nuestro conductor vino a abrir nuestra puerta.
— Podemos dar la vuelta si quieres. —
Ella sacudió su cabeza. — No, estás aquí para ver a un amigo.— Sonriéndome, agregó, — Y además, nunca antes había pasado una noche en un castillo antiguo. Será divertido.—
— Divertido o embrujado. —
— Si hay fantasmas allí, será mejor que se queden lejos hasta que nos vayamos. — Un cuervo negro pasó volando mientras salíamos del coche, sus alas de medianoche brillando con un pico afilado y malvado que podría matar a cualquier roedor o presa que espiara. Mi mente instantáneamente fue a Pika y Skittles. Estaban enojados porque los habíamos dejado atrás, pero al menos, no se convertirían en el almuerzo.
— Bienvenidos, Sr. y Sra. Sinclair. — El mayordomo bajó unos pasos, su rostro juvenil severo pero cortés. Mantuvo su mirada marrón en el conductor mientras sacaba nuestra pequeña cantidad de equipaje. Solo una bolsa entre Eleanor y yo. No planeábamos quedarnos mucho tiempo, y Jethro me había asegurado que el atuendo del baile de mascaras de esta noche había sido organizado.
El mayordomo tomó la bolsa y subió la enorme escalera.
— Síganme por favor. Los acompañaré a su habitación. El Sr. y la Sra. Hawk están indispuestos esta tarde, pero esperan verlos en el baile esta noche. —
Asentí. — Gracias. —
Eleanor se quedó en silencio a mi lado mientras seguíamos al mayordomo fuera del débil sol inglés y hacia la opresiva majestuosidad de Hawksridge Hall. Las losas de piedra en el suelo y los pernos de los tapices que colgaban del techo alto hablaban de linajes, historia y secretos empapados de sangre.
El salón era cálido, lo que me sorprendió, considerando la edad de un lugar que todavía favorecía los métodos anticuados en lugar de las comodidades modernas, y cuanto más nos adentramos en la impresionante mansión, más noté que las ideologías primigenias estaban siendo reemplazadas lentamente por el aura de una casa familiar.
La armadura, pulida y amenazadora, al final del pasillo alfombrado tenía un elefante púrpura disecado a sus pies. Las pinturas de los antepasados de Hawk con sus trajes y vestidos sofocantes tenían el más leve de los garabatos de un lápiz de cera furtivo de un niño.
El sonido resonaba y amortiguaba en igual medida cuanto más nos adentramos en la gigantesca mansión, las ricas alfombras gruesas se asentaban como islas sobre baldosas de pizarra y piedra.
Todos se quedaron en silencio mientras subíamos una escalera que se extendía con pasamanos tallados ornamentados y una alfombra dorada cosida con el emblema de Hawk. — Por aquí, por favor. — El mayordomo continuó por otro pasillo, más allá de las ventanas del piso al techo con vista a un impresionante huerto y un laberinto de setos bien cuidados, más allá de las puertas de madera y los rincones con alacenas y lámparas de vidrieras para leer. Al final del largo pasillo, el mayordomo se detuvo, abrió otra puerta grande y se hizo a un lado con una rígida reverencia. — Su alojamiento durante la duración de su estancia en Hawksridge. —
Eleanor sonrió cortésmente, pasando a su lado, jadeando por el esplendor.
— Gracias. — Estreché la mano del hombre mientras dejaba nuestro bolso en el suelo y salía de la habitación. Con una sonrisa tensa, cerró la puerta, dejándonos a Eleanor y a mí solos en un dormitorio casi del mismo tamaño que toda nuestra villa en Batari.
— Wow. — Eleanor se inclinó hacia adelante. Nos habían dado una habitación a lo largo del costado del enorme Hall, lo que nos otorgaba un alojamiento impresionante.
Una pequeña cocina estaba escondida junto a la entrada, una puerta que conducía a un lujoso baño de mármol negro y una bañera con patas lo suficientemente grande para cuatro personas que estaba esperando ser usada. Caminando más profundamente en el espacio, recorrí la sala de estar de terciopelo marrón con un diván en el extremo este, una pequeña biblioteca con estanterías altísimas llenas de clásicos en el medio y una cama con dosel con un colchón que necesitabas una escalera para subir esperando con sábanas blancas frescas y ricos cobertores carmesí hacia el oeste.
El olor a jazmín flotaba en el espacio, y lo que quedaba del sol de la tarde se derramaba por toda la longitud de la habitación, gracias a los diez enormes ventanales que nos daban una vista de los prados hacia los establos de piedra a lo lejos.
Eleanor se detuvo junto a una de las grandes ventanas, bebiendo de la vista. — Bueno, no es el mar, pero la vista es espectacular. —
Envolví mis brazos alrededor de ella por detrás, acercándola. — Es impresionante. —
— Me pregunto si los establos se usan o… — Su mano se alzó en picada, señalando un movimiento repentino dentro de los sauces más allá. — Caballos. —
Tres caballos, para ser exactos.
Dos adultos y un niño cabalgaban desde la línea de árboles, todos competentes y despreocupados. El hombre montaba un caballo negro, a la cabeza, una mujer lo seguía en uno gris moteado con una niña pequeña sentada frente a ella, y un niño pequeño cabalgaba hacia adelante en un pequeño pony gordo.
Sonreí. — Supongo que esos son nuestros anfitrión y anfitriona. —
— ¿Los Hawks? — Eleanor los siguió mientras la familia recorría el prado y la colina más allá en una ráfaga de cascos. — ¿Cabalgan? —
— Creo que Jethro incluso juega al polo. Mientras estábamos probando ciertas drogas, admitió que montar a caballo era el único alivio que podía encontrar antes de que llegara su esposa. —
— ¿Como se conocieron? — Eleanor se retorció en mi abrazo, poniéndose de puntillas para besarme. — ¿Tienen una historia como la nuestra? ¿Un secuestro convertido en cuento de hadas? ¿O quizás un matrimonio concertado convertido en amor? ¿O incluso un romance prohibido en el que tuvieron que superar tantas cosas? —
Sonreí y le devolví el beso. Nunca le había preguntado a Jethro directamente sobre los rumores que había leído en internet. Después de todo, yo tenía mis propios rumores y calumnias que me pintaban como un asesino y un bastardo despiadado. Y donde existían los rumores, la verdad nunca estaba lejos.
Por lo tanto, los susurros que rodeaban al primogénito Hawk tenían una pizca de honestidad.
— Dicen que Jethro recibió a Nila como regalo en su cumpleaños. —
Eleanor arrugó la nariz. — Ella es una persona, no un regalo.—
— Oh, no fue un regalo. Más como una prueba. — Dejé ir a Eleanor y caminé hacia las bolsas de ropa esperando a ser abiertas en el respaldo del sofá. — Si esta noche lleva un collar de diamantes, supongo que hay más verdad en el cuento de lo que pensaba. —
— ¿Qué cuento? ¿Qué collar? — Eleanor se acercó a mí, permaneciendo cerca mientras abría la cremallera de la bolsa más grande.
— Un cuento de deudas, diamantes y muerte. — Dejando a un lado la cubierta negra, revele un vestido de fiesta. Y no cualquier vestido de fiesta... un vestido apropiado para la más regia de las reinas. —
— Oh Dios mío. — Eleanor extendió la mano para tocar la exquisita creación. — ¿De dónde diablos vino esto? Nunca había visto nada tan... hermoso. —
— La esposa de Jethro es costurera. — Levanté la percha y me quité el resto de la bolsa protectora.
Me endurecí cuanto más me quedaba mirando.
Mi lujuria se encendió con solo imaginar a Eleanor con este vestido. Ella no sería simplemente irresistible para mí; ella sería la criatura más impresionante en el baile de mascaras.
Y ella es mía.
Sacando una máscara a juego de la bolsa, murmuró, — No es solo una costurera; ella es una hechicera. —
— Ella me ha hecho imposible mantener las manos quietas esta noche. — Tragué un gruñido lleno de posesión y necesidad. — Si cualquier otro hombre te mira, no puedo prometerte que no te arrastraré al armario más cercano y te arrancaré esa cosa. —
Ella agitó las pestañas. — Dudo que haya armarios en este lugar, mi amor. Más como mazmorras. —
— Una mazmorra servirá. —
— Tienes esa mirada en tus ojos otra vez. —
— ¿Cuál mirada? —
— La que dice que eres mi dueño y quieres mostrarme en cada explícito detalle cuánto. —
Me lamí los labios. — ¿Tienes algún problema con eso? —
— No tengo ningún problema. — Ella rio. — De hecho, estaré atenta a encontrar una mazmorra, sólo para que puedas hacer tus maldades conmigo. —
Sonreí. — Y por eso es que te amo, Eleanor Jinx Sinclair. Estas tan obsesionada como lo estoy yo. —
— Obsesionada por siempre. — Pasó sus manos por mi cabello, tirando de mí hacia abajo para darme un beso vicioso.
Agarrándola por la cintura, la arrastré hacia el baño. La necesitaba desnuda. Ahora. — Supongo que será mejor que nos preparemos para el baile, esposa. Después de todo, cuanto antes nos mezclemos, antes podremos estar solos. —
***
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