*Petirojo Europeo*
“Firme aquí, por favor.”
El conserje nos dijo todas las normas obligatorias. Tragué saliva y leí la letra pequeña. Si nos heríamos, mutilábamos o nos matábamos mientras usábamos los scooters provistos por el hotel, el hotel no se haría responsable. ¿Era una buena idea rentar estas cosas, con tan grande descargo de responsabilidad?
Eché un vistazo a Brax “¿Seguro que deseas explorar Cancún en una máquina de la muerte dos ruedas?”
Brax mordió la parte superior de la pluma, frunciendo el ceño mientras miraba el contrato de alquiler. Él me lanzó una sonrisa. No había residuos de miedo ni de tristeza de ayer en su cara. Gracias a Dios.
“Me lo prometiste esta mañana. Estuviste de acuerdo de que hoy hacíamos lo que yo quería, y mañana te toca a ti.”
Sonreí. “Bien. Pero, mañana, vas a tener que aguantar un masaje, y sin gemidos.”
Dibujó una cruz sobre su corazón y firmó el contrato con la pluma. Se río y la excitación brilló en su mirada azul. “¿Quieres tu propio ciclomotor o quieres ir en la parte de atrás del mío?”
No me atrevería a ir entre este tráfico loco en un país extranjero. “Voy a ir en la parte de atrás del tuyo. Sabes lo que estás haciendo, ¿verdad?”
Me vinieron a la cabeza imágenes de nosotros estampados en la parte delantera de un autobús o atropellados por un camión que transportara piñatas. Me estremecí.
Brax se burló. “He conducido una Harley. No creo que sea más difícil que un scooter”.
Muy difícil, sobre todo con esos maníacos conduciendo cerca de nosotros.
Fruncí el ceño en broma.
“Sólo cogiste la Harley durante diez minutos.”
Bill, un colega suyo del trabajo, animó a Brax a unirse al grupo local de motocicletas. Brax lo intentó y rápidamente dijo que no. Yo estaba muy feliz porque conducir sin puertas y sin techo me asustaba.
Brax puso los ojos en blanco, tocando el cuadrado donde yo también tenía que firmar. Cumpliendo con mi palabra, firmé.
El conserje sonrió y se levantó de la mesa. Estábamos en el vestíbulo, y había llegado más gente. El suave murmullo de excitación se tejió alrededor de nosotros, con mucha emoción de vacaciones.
“Síganme, por favor.”
El conserje, con su camisa blanca y su chaleco naranja brillante, encabezó la marcha. A lo mejor no era tan mala idea. Joder, incluso podríamos bajar del circuito turístico habitual y encontrar algo local y nuevo.
Enrollé mi brazo en el de Brax, me puse mis leggins y mi camiseta de color crema. El equipo ofrecía la mejor protección de toda la ropa. Tenía la esperanza de que los frágiles tejidos nos protegieran si nos caíamos.
Seguimos al conserje del hotel y llegamos al parking del sótano. Abrió un scooter amarillo canario y nos dio dos cascos.
“Por favor, lleven los cascos puestos en todo momento. Son cien dólares si los pierden.”
Brax asintió, y me lo puso con dedos hábiles. Cuando me tocó se me paró el corazón. Dándome una suave sonrisa, se puso el suyo y se sentó a horcajadas en la moto.
Me quedé allí, sintiéndome como una ridícula piña muy madura. El casco pesaba una tonelada.
El conserje me entregó un mapa tamaño folio, dibujó un óvalo rojo y asumí que eso era el hotel.
“Aquí es donde estamos.” Su aliento mentolado sopló sobre mí cuando él se acercó más para señalarme el punto rojo. “Si se pierden, pregunten a un policía las direcciones, están por toda la ciudad. Y no se separen, lo mejor es permanecer juntos.”
Mi pulso se aceleró. Los policías acechaban por toda la ciudad, no sólo acechaban, estaban por todas las esquinas con pistolas. ¿Eran los mexicanos tan crueles y peligrosos?
No respondí a eso. Especialmente cuando estábamos a punto de explorar una ciudad que no ofrecía ninguna seguridad.
Brax palmeó el asiento que había detrás de él y sonreí débilmente.
Puse una pierna por encima, puse mis pies en los pequeños estribos y envolví mis brazos alrededor de su torso como una pitón.
Riéndose, encendió el motor y probó el acelerador. “No te vas a caer. Me estás abrazando demasiado fuerte, cariño.”
Ese era el plan. Le besé el cuello, amando su estremecimiento. “Confío en ti.” Traté de convencerme a mí misma tanto como a Brax.
El conserje sonrió y se fue. Brax quitó el pie del embrague y salimos disparados hacia delante. Mi estómago saltó como si fuese un canguro. Brax paró y me dijo, “¿Lista?”
Mintiéndole, le dije al oído, “Sí.”
Salimos del garaje sombrío y vimos el sol ardiente de media mañana. Incluso aunque tuviese las calles sucias, Cancún me recordaba a una vibrante fiesta.
Brax puso los pies hacia abajo, estabilizó la moto cuando nos detuvimos en el borde de la transitada carretera. Su corazón latía debajo de los brazos, la concentración hacía que sus hombros estuvieran apretados.
Vimos como locos peatones y vehículos con colores pintorescos iban disparados. Por enésima vez, me pregunté cómo no se chocaban.
“¿Hacia dónde, Tessie? ¿Izquierda o derecha?”
Giré la cabeza y arrugué la nariz. Veía tráfico por todos lados. Norte, sur, este, oeste. No importaba hacia donde mirase, parecía que todo nos iba a llevar a la muerte. Impulsivamente, le dije, “Derecha.” ¡Por favor, que volvamos al hotel de una sola pieza!
Brax asintió y se rascó la barbilla. Fuimos hacia delante y sus pies dieron un golpe en el suelo. La moto se tambaleó mientras esperábamos unos diez minutos para tener el valor de unirnos al loco enjambre.
Quería sugerir que volviéramos al hotel y nos fuésemos directos a la piscina.
“¡Sujétate!” Brax contuvo sus abdominales y giró el acelerador. La moto se quejó y derrapó.
Mi corazón dio un vuelco mientras rodamos hacia delante, esquivamos por muy poco a un ciclista que llevaba una montaña de mercancía en la espalda. Íbamos justo detrás de un autobús.
Mi boca se secó con el pánico y mis brazos apretaron más a Brax, su caja torácica me hizo daño en los bíceps. ¡Dios mío! Quería irme. Esta no era mi idea de diversión.
Brax se rio mientras nos enderezamos y nos metimos entre la masa de gente. Su felicidad nos envolvió como una burbuja protectora, e intenté no seguir hiperventilando.
Me bajaron las pulsaciones. Él estaba disfrutando de esto y no lo iba a arruinar. Confiaba en que me mantuviera a salvo.
Una hora más tarde, estaba sudando. El sol me estaba dando un gran dolor de cabeza, y mi cerebro estaba quemándose dentro del casco. Más de una vez, traté de apartarme de la espalda de Brax, pero los dos estábamos calientes y pegajosos, era repugnante.
Nos habíamos relajado lo suficiente para disfrutar de la conducción a través de los laberintos de calles, explorando callejones laterales, bordeando los mercados y vendedores ambulantes, pero ahora me dolía el cuello, y mis muslos habían tenido suficientes vibraciones ya.
Necesitaba una bebida y un sitio fresco, muy, muy fresco.
Casi como si me hubiera leído la mente, Brax paró en un diminuto y decrépito restaurante a las afueras de los mercados que acabábamos de pasar. No se veía nada higiénico, parecía como una piñata de burro triste colgando inerte al sol. Los manteles de plástico estaban rotos y no animaban a quedarse, y el nombre estaba tan ennegrecido por la suciedad, que no se podía ni leer.
“Ugh...” exploté en una tos con el polvo que había allí. Muy higiénico. Brax me acariciaba las manos, que todavía estaban aferradas a su cintura.
“¿Estás bien?”
Asentí con la cabeza, aspirando aire áspero.
“Sip. ¿No podemos encontrar algo mejor que esto?”
Brax se bajó de la moto y me ayudó a bajar a mí. Mis piernas no tenían fuerza. Yo montaba de pequeña en caballo e incluso eso era mejor que esto. Pasar sobre tantos baches no era bueno para mis partes femeninas.
“Me muero de sed,” dijo frunciendo los labios. “Tomamos algo rápido y nos vamos.” Brax se quitó el casco y lo ató al manillar. Yo hice lo mismo, casi encharqué el suelo cuando me quité la caja caliente de mi pelo lacio. Brax se rio entre dientes.
“Mal día para el pelo, ¿eh?”
Extendí la mano y pasé una mano por su cabello sudoroso. Se apoyó en mi tacto y vi amor en sus ojos.
Me reí.
“Un casco en un día caluroso no equivale exactamente a cabello sexy.”
Empujó sus dedos grandes en mis propios hilos enredados. “Creo que estás sexy sin importar lo que pase.” Pasó los dedos por mi mejilla y siguió el camino hasta mi mano.
Enhebró sus dedos con los míos, se inclinó y me besó suavemente. “Con suerte, este lugar tendrá bebidas frías y hielo.”
Mi piel estaba en llamas y al pensar en hielo se me hizo la boca agua, pero negué con la cabeza. “No podemos tomar hielo, ¿recuerdas? Sólo agua embotellada.”
Nuestras barrigas australianas no pueden aguantar el agua local.” Suspiró. “Buena observación. Muy bien, tomaré una cerveza.”
“Si piensas que vas a beber y a conducir en este caos que ellos llaman tráfico, no estás bien, señor.” Me reí cuando entramos a la penumbra del pequeño café, si se le podía llamar así, parecía más como una cueva. Las paredes estaban peladas y había carteles horteras colgando en lugares al azar, ocultando el yeso. Fruncí el ceño... simplemente parecía como...
Demonios, ¿esos eran agujeros de bala?
La inquietud se arrastró como arañas de hielo en mi sangre. Apreté la mano de Brax como una intuición, y sonó una campana cuando abrimos la puerta. Era firme creyente de escuchar a mis entrañas, me había salvado más de una vez.
“¿Brax?”
Una mujer con los dientes manchados de tabaco nos sonrió con una sonrisa llena de agujeros. “Bueno, bueno, es bueno ver a algunos clientes en un día tan caluroso.” Su acento me raspó como papel de lija. “¿Qué les sirvo?”
Mi corazón iba muy rápido. Quería decir algo. Quería irme, pero Brax sonrió. “Dos cocacolas, por favor.”
La mujer me observo con una mirada oscura como la noche. “¿Nada de comida?”
Me puse rígida, odiando lo nerviosa que estaba, quería correr. Antes de que Brax dijera si tenía hambre, le dije, “Sólo bebidas y rápido, se supone que debemos estar en algún lugar y llegamos tarde.” Mi tono ágil causó que Brax alzase una ceja.
La señora hizo una mueca y se fue arrastrando los pies.
Brax me llevó a una mesa y nos sentamos directamente debajo de un ventilador de techo que agitaba el aire caliente. Crecía el sudor pegajoso en mi piel. Cogí una servilleta para limpiarme la cara. “¿Qué te pasa?” me preguntó Brax, limpiándose la parte posterior del cuello con la mano.
Miré hacia atrás, tratando de averiguar por qué estaba tan fuera de control, pero parecía que estaba todo bien. Sólo era un restaurante en mal estado. Tal vez estaba siendo estúpida...
“Nada. Lo siento. Tengo muchas ganas de volver al hotel para darme un baño, eso es todo.” Le dije lanzándole una sonrisa.
Él sonrió y su cara se sonrojó. “Nos vamos en cuanto hayamos terminando.” Riendo, añadió: “Tenemos que ver cómo son esos gringos. No es de extrañar que la camarera nos mirara con cara extraña.”
Mi instinto se agudizó. De alguna manera, sabía que esa no era la razón. Me miró casi con... avidez.
Escuché una pelea detrás y me tuve que torcer en la silla para mirar. Cerca de la caja registradora, en la parte trasera del restaurante, apareció un hombre. Su voz sonaba baja, enfadada, mientras sacudía a la camarera y le clavaba los dedos en el brazo.
Mi estómago se retorció mientras escuchaba eso. No me podía quedar.
“Brax, no estoy cómoda. ¿Podemos coger las cocacolas e irnos?” Lo vi repantigado en la silla desvencijada. “No creo que pueda beber y conducir a la vez, cariño. Dame sólo diez minutos, ¿de acuerdo? Luego nos iremos.” Dijo mirando al sol.
Asentí con la cabeza bruscamente, mordiéndome la lengua. No quería parecer una reina del drama, pero maldita sea, tenía miedo. Quería desaparecer lejos, muy lejos, de vuelta a la seguridad del resort.
Mis piernas se agitaban con ansiedad debajo de la mesa.
Entró a la cafetería otro hombre, llevaba una chaqueta de cuero negro y pantalones vaqueros. Su piel brillaba por el sudor y le faltaba un trozo de la parte superior de la oreja. El pelo le colgaba sobre un rostro demacrado. Sus ojos se posaron en los míos y me quedé helada.
Era como mirar a un depredador: vacío, hambre, negro y maldad. Me chupaba el alma, como si estuviera aterrada ante un incendio forestal.
“Brax...”
“Aquí tienen” Dijo la camarera mientras dejaba latas heladas de cocacola enfrente de nosotros, junto con pajitas rosas. Rompí el contacto visual con el Señor Chaqueta de Cuero, y tragué saliva. Contrólate. Brax está aquí, él te protegerá.
Brax abrió la lata y bebió mientras gemía. “Rayos, estaba sediento.” Él no había notado mi miedo, se había centrado por completo en rehidratarse.
Con el piloto automático puesto, abrí la mía y di un sorbo. Las burbujas añadieron más terror a mi estómago. ¿Por qué estaba reaccionando de esta manera? Cálmate, Tess. Era una reacción estúpida, estábamos inmersos en un lugar perfectamente normal en una ciudad súper poblada.
Brax volvió a beber y se levantó. “Sólo voy a echar una meada y vuelvo enseguida.”
Mi temor se convirtió en pánico. “¡No! Quiero decir, ¿tienes que ir aquí? Podemos encontrar un McDonalds o algún garaje local.” Giré mis dedos, escondidos en mi regazo. “Dudo que estos baños estén muy limpios.”
Se echó a reír. “No sé si vamos a ser capaces de encontrar cualquier otro sitio y pasará una hora antes de que estemos de vuelta en el hotel. Sólo va a ser un segundo.”
Agarré mi CocaCola hasta que mis dedos se pusieron blancos, tratando de contener el pánico y dejar de ser tan pegajosa. Asentí con la cabeza.
Brax me lanzó un beso y caminó hacia la parte de atrás de la cafetería.
Su camiseta verde estaba oscura del sudor, mostrando todas las curvas de su espalda. Esos músculos podrían protegerme, esos músculos que se alejaban. Con cada paso que daba, mi corazón se moría un poco más. No tenía ninguna explicación para mi comportamiento, pero una parte pesimista de mí palpitaba de dolor.
Date la vuelta. Vuelve.
Brax no hizo lo que yo esperaba, sin embargo, desapareció por una puerta donde ponía Baño.[1]
Mi sangre se disparó con adrenalina y mis ojos no paraban de mirar por toda la cafetería, en busca de peligro. Mis instintos me decían que estaba en peligro. Sólo que no sabía por qué.
No había nadie cerca, incluso el hombre de la chaqueta de cuero había desaparecido.
Ves, Tess. No hay nada que temer.
Algo suave y esponjoso se enroscó alrededor de mis piernas, haciéndome saltar y tirar la lata al suelo. Empujé mi silla hacia atrás y miré debajo de la mesa.
Un gato sarnoso y naranja parpadeó y me maulló. Mierda, tenía que calmarme. Mi corazón parecía un martillo. Cada parte de mí estaba en alerta máxima.
“Deja de mirarme, gatito.” Mantuve mis piernas lejos del gato y el charco pegajoso de CocaCola.
Pasó un minuto angustiosamente despacio; mis ojos se negaron a mirar a la puerta por la que había desaparecido Brax. ¿Cuánto tiempo necesitaba? Seguramente, estaría terminando ya.
Jugué con mi pulsera. Apreté con fuerza los corazones de plata, usándolos como cuentas de rosario, convocando a mi novio a que volviera. Mi boca se empezó a poner seca y tenía las manos sudadas por los nervios.
Vamos, Brax. ¿Debo esperar fuera, al lado de la moto? Cualquier cosa sería mejor que sentarse allí aterrorizada. Sí, esperarle al lado de la moto en un sitio público, a la luz del sol, era una buena idea.
Me levanté y me di la vuelta para marcharme, pero mi corazón se me cayó a los pies.
Tres hombres cerraban la salida. Tenían los brazos cruzados y los labios estirados contra los dientes sucios y podridos. El hombre de la chaqueta de cuero estaba de pie en el medio. Nuestros ojos se encontraron y la misma energía maligna me asaltó, rezumando sombras negras. Incapaz de mirar a otro lado, mi propia existencia tartamudeó bajo el peso de la oscuridad. Mis instintos estaban en lo cierto.
Estaba de mierda hasta el cuello.
“¡Brax!” grité, yendo hacia la puerta. No me importaba si estaba reaccionando exageradamente o estaban allí para tomar una copa. Mis instintos gritaban y me golpeaban en las costillas para reaccionar.
¡Corre!
Mis chanclas derraparon contra el linóleo cuando salí corriendo. Los hombres me siguieron, golpeando una mesa mientras me perseguían. No. No. Por favor, no.
Hiperventilé cuando desaparecí por la puerta y grité cuando una gran mano me cogió del pelo hacia atrás contra un torso caliente.
“¡Brax!” Me retorcía y silbaba mientras me tiraban del pelo. Haciendo caso omiso de la quemadura del pelo arrancado, me puse rabiosa. Mordí el brazo del hombre que me tenía cogida.
Dijo palabrotas en español mientras me soltaba. Caí de rodillas, pero un segundo después estaba corriendo. Nada importaba, necesitaba encontrar a Brax.
“¡Brax!” Grité mientras entraba en el aseo de los hombres, sólo para encontrar a un cuarto hombre. La sangre cubría sus nudillos y me pegó un puñetazo, tirándome contra la pared. El hedor de la palma de su mano me echó hacia atrás.
Él gruñó, inmovilizándome.
Mi vida se marchitó en la desesperanza, mientras miraba por encima del hombro. Brax estaba tirado en el suelo del sucio baño con la cara cubierta de sangre. Uno de sus brazos yacía torpemente y tenía los ojos cerrados. “¡No!”
Rabia, pasión y horror explotaron dentro de mí y mordí la palma del hombre, saboreando el óxido al romper su piel.
“¡Puta!” [2]maldijo y me retorcí, tratando de tirar de mi rodilla entre sus piernas.
“¡Brax! ¡Despierta!” Di una patada al aire, sólo para ser capturada por el hombre de la chaqueta de cuero. Me susurró algo al oído que no entendí. Sus horribles dedos me apretaron el pecho y me arrastraron lejos de Brax.
“¡No! ¡Déjame!” Grité, demasiado enfadada y me centré en sobrevivir antes que llorar. “¡Hijo de puta, joder, déjame!”
Otra mano rancia me tapó la boca y la nariz, dejándome sin respiración. Mis pulmones se resistieron, dando patadas en mi pecho. Eché mi cadera hacia atrás, conectando con la suave carne entre las piernas de mi captor. El hombre de la chaqueta de cuero aulló y me empujó lejos, encorvado sobre su polla lesionada.
Corre, Tess. Corre.
Gemí, atrapada en la indecisión. Quería saber cómo estaba Brax, pero tenía que escapar y buscar ayuda para rescatarlo. Pero no importaba todo lo que hubiera peleado antes, siempre aparecían más hombres. Era como luchar una batalla rápida, una batalla que no podía ganar.
“¡Brax! Por el amor de Dios, te necesi...”
El hombre de la chaqueta de cuero dio dos pasos y me pegó un puñetazo en la mandíbula.
Vi fuegos artificiales delante de mis ojos y caí. Caí, caí, pesada e inútil. El suelo me recibió con un abrazo. Vi delante de mis ojos un montón de colores. Alguien me había puesto las manos detrás de la espalda, y me puso algo grueso y apretado alrededor de mis muñecas.
Él me puso en posición vertical. Tenía vértigo, mi mundo estaba al revés.
Vi que los ojos malignos del hombre de la chaqueta de cuero brillaban con placer mientras me asfixiaba con una capucha de color negro.
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