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martes, 4 de agosto de 2020

LAGRIMAS DE TESS - CAPITULO 10


*Golondrina*

Ser una esclava era... me atrevo a decir... aburrido.

Después de que Q se fue, Suzette vino sobre mí, no me quitaba el ojo de encima. Ella había llegado a ser muy dulce y obediente, pero estaba viendo la verdad. Ella era de Q: un ama de casa que ayudaba a mantener a su esclava en línea. ¿Qué le había dicho ella a él en el comedor? Ella se antagonizaba, mientras él le daba permiso. Q podía pagar su sueldo, pero ella tenía un poder sobre él que yo no entendía.

No pensaba que él me hubiera presionado o hubiera lamido mis lágrimas si ella no lo hubiera animado a ceder a la batalla interior.

A veces, odiaba tener instintos sensibles, yo sentía demasiado, pintaba demasiado los vividos futuros que no quería que se hicieran realidad.

Lo que más me asustaba era que Q la escuchaba, era presionado por su criada a hacer algo que él no podía contener. Mis ojos se estrecharon, tratando de averiguar qué relación tenían.

Sorprendentemente, cuando Q se fue, volvió mi apetito, y devoré los fríos huevos escalfados. Suzette nunca se fue, y una vez que terminé, me guío a la biblioteca, y con indiferencia cerró la puerta.

Ella se fue y me dolieron los oídos cuando la cerradura hizo clic.

Se podría haber ido con una dulce sonrisa, y mi celda podía haber subido de categoría para incluir literatura costosa y cristales decantadores, pero seguía siendo una celda.

Mis pensamientos estaban llenos de Q. ¿A dónde se había ido? Probablemente se habría ido a dirigir un imperio lleno de actividades ilegales y libertinaje. Sólo el trabajo con cosas ilegales podría conceder este tipo de riqueza. No me sorprendería si fuera un importante traficante de drogas.

Me tiré en un sillón y me quedé rígida. Su olor me envolvió, haciendo que mis latidos aumentaran, enviándome olores a sándalo, enebro y cítricos.

Mi garganta se cerró, conectando su olor con la infelicidad. Quería mirar por la ventana, trazar mi plan de escape, pero la biblioteca tenía persianas de cedro oscuro que bloqueaban el sol, protegiendo los libros delicados que había dentro. El aire brillaba con las motas de polvo y las astillas de luz hacían que la sala cambiara a una calmante cueva.

A pesar de la sensación relajante, no podía quedarme quieta. La amenaza de Q antes de irse, -hasta esta noche, esclave-, se me grabó en la mente. No esperaría pacientemente para ver qué pensaba hacer. Necesitaba mantenerme activa. Encontrar un arma. Buscar la libertad.

Probé a abrir la puerta, pero seguía cerrada. Traté de abrir las ventanas, pero por más que lo intentaba, no podía abrirlas. La única salida era la chimenea, y subir por el tubo de la chimenea no me inspiraba.

Me volví loca por la necesidad por correr, me volví hacía a los libros, hojeando los que estaban firmados, las primeras ediciones de literatura que no tenían precio, esperando que las palabras me llevaran lejos. Pero nada funcionaba. Golpeando una novela cerrada, me quedé mirando el fuego. Si quemaba todos los libros, ¿le enseñaría una lección a Q?

Me puse de pie, cogí un libro rojo y lo puse por encima de las llamas. Hazlo. Mis dedos se negaron a dejarlo ir. No podía. No podía cometer ese sacrilegio, no importaba cuánto lo odiara.

Si iba a estar aquí durante un tiempo, esto podría ser mi único entretenimiento.

Las horas las marcaba un reloj de pie que había en la esquina, marcaba cada quince minutos echando a perder mi vida y sonaba un gong cada hora marcando mi destino.

¿Cuánto tiempo iba a tardar Q? ¿Cuánto tiempo quedaría para volver a mi pequeña habitación y esconderme en el sueño del olvido?

Mi estómago gruñó mientras el sol de invierno caía sobre el campo francés. Había estado acurrucada en el asiento de la ventana durante horas, mirando a través de los listones de cedro, burlándome de la pequeña parte del mundo. Los gorriones se acicalaban las plumas en la fuente. Eran libres, lo que yo no era.

Nunca había anhelado tanto el sol. Sus rayos no habían tocado mi piel en más de una semana. Nunca pensé que anhelaría el aire libre, especialmente el frío, pero lo hacía. Era una picazón que no podía rascar.

Mi corazón se apretó cuando un sedan negro condujo tranquilamente por el camino de entrada hecho de gravilla y se detuvo en frente a la casa. El conductor saltó fuera y abrió la puerta trasera.

Q dio un paso fuera, sonriendo reservadamente al hombre. El enderezó su gabardina negra y dio un profundo suspiro, como si se fortaleciera a si mismo para entrar a su propia casa. La chaqueta se estiró a través de su pecho, mostrando la poderosa amplitud de sus hombros. El dirigió su cabeza hacia la biblioteca, buscándome, sin duda alguna, y sus dedos aflojaron la corbata alrededor de su cuello.

Una mirada de depravación e infelicidad se marco en su rostro. Me acurruqué en el asiento de la ventana, oculta por las persianas y la tristeza, conjurando historias para él.

¿Quién era este hombre? Este misterio, este enigma.

Un hombre tan joven, pero tan rico. Un hombre que aceptaba mujeres, quien vivía por sus propios medios con una casa llena de personas. Un hombre que tenía más secretos que los que yo jamás tuve con Brax.

¿Estaba él herido? ¿Tenía una esposa? Imaginé un cuento de hadas de sus faltas y sus defectos ganándose la redención. Quizá el era amable debajo de la brusquedad exterior. Quizá yo podría apelar a su parte sensible encerrada muy debajo y podría animarlo a dejarme ir voluntariamente.

Quizá.

Quizá.

Quizá.

Les advertí a mis ojos que no llorarán, obligándolos a mantenerse secos. Todas mis historias eran sólo eso: ficción. Tenía que quedarme en el mundo real. Un mundo centrado en prepararme para escapar y salvarme.

Mi mente se aferró a otras cosas. Cosas como formas de escapar. Necesitaba ropa cálida, provisiones, y un cuchillo para quitarme el GPS del tobillo. Esas cosas me mantendrían con vida cuando tuviera la oportunidad.

De alguna manera, podría llegar a la embajada australiana, donde demonios estuviera. ¿Ellos podrían salvarme? Me enviarían a casa. A casa con Brax, y a mis padres a los que no les importaba. Unos padres que odiaban que yo les robase su jubilación.

La puerta principal se abrió y Q entró en la casa. El vidrio de las puertas de la biblioteca le mostró regio y orgulloso, como un magistrado que regresa a su castillo. El aura de confusión que recubría su rostro había desaparecido.

No se detuvo, se dirigió directamente a la biblioteca y abrió la puerta.

Me tensé y envolví los brazos alrededor de las rodillas. Aspiré una bocanada de aire mientras él entraba en la habitación.

Tardó un momento en encontrarme, mirando los laterales y las estanterías. Su cuerpo se puso tenso mientras paseaba por la habitación. Cuando me encontró, se paralizó.

Algo se rompió entre nosotros, formando un arco entre nuestras conciencias, la tentación. Luché mentalmente, cortando la conexión.

Sus fosas nasales se abrieron a medida que mirábamos a los lados de la habitación.

“Ven,” me ordenó, tendiéndome la mano, esperaba que me comportara dócilmente.

Le enseñé los dientes, abrazándome con fuerza. No le contesté, mi lenguaje corporal gritaba todo lo que necesitaba saber: que lo despreciaba.

Él no me lo exigió de nuevo. En cambio, apretó los dientes y me atacó. Con la fuerza que temía, me arrancó del asiento como si fuera un niño errante. Sus dedos me apretaban los brazos mientras me arrastraba sobre alfombras de felpa y me sacaba de la biblioteca.

Me retorcí, pero no me pude soltar. “Suéltame.”

Él no respondió, iba casi corriendo por la casa. No vi a nadie. No había ruidos de vida, no vi a nadie que me ayudara.

Q se dirigió directamente detrás de la escalera. Se me cortó la respiración cuando apartó los paneles de madera oscura.

Salte cuando este se abrió, revelando una puerta.

El miedo explotó en mis venas. Arriba, tenía la ilusión de formar parte de la civilización, pero aquí abajo simbolizaba la falta de restricción. Las visiones de horror que había imaginado podrían hacerse realidad.

“¡No!” Torcí mi brazo, provocando que Q gruñera. No tenía más remedio que ponerme en libertad o le rompería la muñeca.

Salí corriendo, pero Q era más rápido. Se estrelló contra mí y chocamos contra la pared. Mi costilla rugió y jadeé, luchando contra el dolor. Se me había olvidado la lección que me enseñó el hombre de la chaqueta de cuero: la obediencia puede ser clave, pero no podía caminar voluntariamente por esos pasos. Prefería sangrar y tratar de salvarme a mí misma.

Q presionó las caderas con las mías, intercalando todo su cuerpo contra mí.“¡Deja de pelear, esclave !”

Se las arregló para capturarme los brazos, presionándolos en sus manos. Mi tatuaje me quemaba junto con las lesiones que había dejado la cuerda.

Una rodilla me obligó a abrir las piernas, atrapándome eficazmente.

Gemí cuando mi cuerpo desobedeció y se calentó bajo sus caricias. Mi corazón se aceleró cuando Q presionó su frente contra la mía. Sus ojos ardían hasta la médula. “Arrête.”[1]

Dejé de respirar, suspendida por el anhelo de su dura voz.

Incliné la barbilla. “No.”

Suspiró profundamente, se alejó, pero mantuvo el agarre en mis muñecas. Mis músculos temblaban mientras me arrastraba a través de la puerta oculta y bajábamos las escaleras. Me tiró muy fuerte y tropecé.

Aterricé en su espalda, lo que casi le hace caer. Sus brazos se elevaron, envolviéndose alrededor, y presionándonos contra la barandilla, estabilizándonos.

Merde,” [2]murmuró. “¿Ni siquiera puedes caminar? ¿Es por eso que ellos te regalaron a mi? ¿Eres una devolución? ¿La que no podían vender al precio más alto?”

Sus palabras me abofetearon fuertemente.

¿Es eso lo que pasó? Perturbe su enferma operación al pararme ante el hombre de la chaqueta de cuero, los débiles bastardos me sacaron de allí antes de que lo arruinara todo. La ira y la felicidad me calentaba. La ira de que me echaron, pero la felicidad de haberme sobrepuesto a eso.

Gracias Dios, luché. No sabía a cuánto peligro enfrentaba con Q, pero en mis huesos sentía que esto era mejor que México. Podría haber sido drogada, violada en repetidas ocasiones, y dejada para morir en mi propio vómito. Ahora, tenía que hacer frente a un millonario con problemas.

Mira, Tess. Pase lo que pase, no es tan malo como podría haber sido.

Contra toda lógica, tomé fuerza con eso. Todavía tenía ingenio y conocimiento. Todavía era fundamentalmente yo, aunque estuviera oculta bajo mi personalidad feroz.

Cuando no respondí, Q me arrastró escaleras abajo. El estrecho tramo terminó, depositándonos en una oscura sala de juegos. A la derecha, una mesa de billar de terciopelo verde brillaba debajo de una lámpara de araña. A la izquierda, un brillante bar con cristal cortado espolvoreado haciendo arcoíris contra la pared debajo de los focos. Los paneles de madera en las paredes y el techo nos sepultaban. Todo lo que necesitaba era humo de cigarro y el olor a licor fuerte.

Había un silencio sepulcral. El cielo de un hombre.

Q me tiró al lado, casi como si no me pudiera tocar por mucho tiempo. Me tropecé por el impulso, hacia la mesa de billar. Las bolas resonaron cuando le di con el codo al triángulo.

Me giré para enfrentarme a él, pero su caliente longitud me dobló, empujándome con fuerza contra el fieltro. Grité mientras me forzaba la cara contra la mesa y ponía sus caderas en mi culo.

Pensé que estaría aterrorizada en este punto. Pero no lo estaba, no realmente. Estar atrapada debajo de su cuerpo, con su aliento caliente en mi cuello, me recordó que él era el depredador y yo era su presa. Era degradante, me ponía en mi lugar, y todo el tiempo la sangre me corría más rápida por las venas, y la respiración se volvió empalagosa.

Luché.

Retorciéndome, traté de quitarme. “¡Déjame ir!”

Sus dedos me apretaron en respuesta, apretándome más duro. Me volví salvaje; mis manos agarraron una pesada bola de billar y traté de aplastarla en su cabeza. “Hijo de puta, quítame las manos de encima.”

Q gimió, sonando torturado y perdido, pero no dijo nada. La pesada respiración interrumpió la tranquilidad de la guarida.

Su silencio me desconcertó. No tenía ni idea de lo que pensaba o de lo que estaba planeando. Estaba acentuando el dolor de los moretones y el peor horror, la humedad entre mis piernas.

Si Brax hubiera hecho esto, me hubiera tratado con tal ferocidad, me hubiera venido en solo un momento. El sexo se hubiera convertido de bueno a excelente. Ser forzada me arruinaría, ¿por qué mi cuerpo ignoraba el miedo y se suavizaba?

Había pasado de luchar a estaba lista, pero mi corazón se aceleró y entré en pánico.

Q pareció sentir mi consentimiento. Se balanceó suavemente, haciendo que la sangre se calentara más apresuradamente. Contuvo el aliento, y luego una mano ligeramente temblorosa se posó suavemente en mi pelo, acariciándome. Muy lentamente, me colocó el pelo rubio detrás de las orejas, trabando en mi con su tacto.

Mi corazón se relajó un poco, aliviado por la gentileza. Me obligó a rendirme y aceptar su deformada amabilidad.

Los minutos de cariño me derritieron los huesos, siguió acariciándome el hombro, la columna, nunca más que un susurro, pero amenazándome igualmente.

Esperaba dureza, sin embargo, mostró ternura. ¿Cómo podría competir con eso? Mantente fuerte y lucha cuando cada parte animal de mí reaccionaba a él.

Gemí cuando sus dedos bajaron por mi caja torácica, deslizándose hacia un lado, hacia mi pecho.

Tarareó en su garganta, un sonido lleno de moderación, pero también una advertencia. Poco a poco, sus dedos siguieron acariciándome, haciendo círculos sobre mi pecho, acercándose cada vez más a mi pezón con cada toque.

Mis pezones se pusieron duros, frunciendo con necesidad. El conocimiento de que él estaba a punto de tocarme tan íntimamente me hizo jadear. Mi reacción hizo que Q estallara, me cogió del pelo y me tiró sobre el fieltro. Sus caderas capturaban las mías entre él y la mesa.

Grité porque me escocía el cuero cabelludo, pero al mismo tiempo irradiaba de placer, fiereza y calor. Me quemaba todo el cuerpo.

Una mano me agarró el pecho, apretándome un pezón. Su boca caliente cayó sobre mi cuello, mordiéndome con los dientes afilados.

No podía controlar mi cuerpo, pero no quería que él pensara que quería esto. De ninguna manera. “Para. Por favor, no lo hagas.”

Apreté los ojos, deseando que mi mente pudiera volar libre de la abrumadora culpa que aplastaba mi alma. Culpa por reaccionar. Culpa por querer desesperadamente más. Culpa por querer matarlo.

Q murmuró algo en francés. Su aliento mentolado flotó sobre mi sensible piel. Su mano amasaba mi pecho, más firme, más duro de lo que Brax nunca lo hizo. Rodó el pezón entre sus diestros dedos y un gemido salió de mi garganta.

Q se tensó, presionado su firme y dura erección contra mi culo. Putain[3], quiero follarte malditamente mucho.”

Me pellizcó el pezón y el dolor se retorció en mi estómago. El pellizco significó algo, un reclamo. “¿Qué es esto?” Susurró oscuramente.

Q ya no jugaba bajo ninguna regla. Me estaba enviando una dolorosa necesidad entre las piernas. Traté de detener la lujuria, la confusión, pero no pude.No podía respirar.

Los ojos azules de Brax me llenaron la mente. ¿Qué estaba haciendo? Brax me odiaría eternamente si dejaba que esto sucediera. No importaba si no tenía otra opción... No podía volver con él después de haber sido utilizada por otro. Me empezaron a caer las lágrimas, odiando mi debilidad, odiando mi cuerpo.

Q me volvió a morder el cuello, presionando los labios a lo largo de mi clavícula, su traje caro me raspó la espalda. “Dime, esclave. ¿Qué estoy tocando?”

Mi mente zumbó con ruido blanco, separándose. Podría usar mi cuerpo, pero no rompería mi alma. Sería intocable. Intocable.

Cuando no respondí, se empujó de nuevo contra mi trasero, haciéndome llorar más. “¿Qué es esto?”

“M-mi pezón.”

Me mordió el lóbulo de la oreja, y empezó a respirar más fuerte. “Estas equivocada. Esto es mío.” Me soltó y respiré con alivio, luego me paralicé cuando me tocó el culo. Sus dedos enviaban senderos de fuego sobre mi piel en agónicos movimientos suaves, avanzando hacia dentro, dirigiéndose hacia abajo.

Las piernas me temblaban, se me aceleró la respiración y mi cuerpo me traicionó, porque quería más.

Q murmuró, “Tu piel es tan suave aquí.” Sus caricias estaban cada vez más cerca.

Una de mis lágrimas goteó sobre el fieltro, convirtiendo el color verde manzana en un bosque.

Q contuvo el aliento. “¿Te estoy haciendo tanto daño que necesitas llorar? ¿Te he golpeado? ¿Te he pegado?”

Negué con la cabeza, incapaz de responder.

Su toque fue de aleatorio a marcado. Jadee cuando una mano invasiva de metió entre mis piernas. La vergüenza, la necesidad, el deseo, el odio, todo eso disparó a mi corazón.

Un dedo rozó mi entrada a través de las húmedas bragas. “Tan caliente, ma chérie[4]Pasó la nariz sobre mi cuello mientras su dedo encontró mi clítoris. Me resistí en sus brazos. Su pecho se tensó contra mi espalda. “Tu cuerpo no miente. A él le gusta. A él le gusto.”

“Puede que no sea capaz de controlar mi respuesta física, pero no te confundas, tú a mí no me gustas,” medio jadeé, medio gruñí. “Nunca me gustarás.”

Se rio entre dientes, enviando vibraciones. “Así que, ¿has decidido luchar? Bien.” En un movimiento brusco, me agarró la parte de atrás del cuello y me empujó otra vez hacia la mesa de billar. Se inclinó, y un dedo se movió más firme en mi núcleo. “¿Qué es esto?” Susurró.

Mis mejillas se encendieron con el calor; me hubiera gustado estar lejos, muy lejos.

“Respóndeme, esclave.”

“Mi vagina.”

Se volvió a reír entre dientes, aún más fuerte. “Equivocada de nuevo.” Unos dedos expertos trabajaron los lados de mi ropa interior, moviéndolos a la izquierda, exponiéndome. Todo dentro de mí se intensifico, se retorció, estaba herida. Oh, Dios.

¿Por qué esta sucediendo esto? Brax. No quería reemplazar los recuerdos de él con este monstruo que creía que me poseía. No pienses. Las lágrimas se deslizaron silenciosamente.

El olor de la madera de sándalo y cítricos me llenó la nariz cuando Q se apoderó de mí. No me tocó, lo que hizo fue peor. Sus dedos estaban allí; el calor de su piel ardía contra mi muslo. La anticipación me volvía salvaje, sabiendo lo que estaba por venir.

Q me tiró del pelo, inclinando mi cabeza hacia un lado. Su boca descendió sobre la mía, su lengua me abrió los labios sin esfuerzo, a pesar de que la tenía cerrada. En el momento en que su lengua entró en mi boca, un dedo se hundió en mí, duro y rápido.

“Oh, Dios.” Mi boca se abrió salvajemente mientras temblaba por el violento ataque. Él no era suave, no era dulce.

“Esto es mío. Todo es...”

Yo sabía lo que quería. La palabra se balanceo en mi lengua, pero me la trague. Nunca diría esa palabra

“Mío,” me gruñó. Sin previo aviso, insertó otro dedo y me folló, enterrándose profundo y rápido, mi cuerpo temblaba con hambre. Mi respiración era áspera, demasiado rápida. Nunca había sido tomada tan completamente. No me importaba nada más que sus dedos en mi interior, y estableció un ritmo implacable. El orgasmo me pilló por sorpresa y gemí. No podía llegar al clímax. Esa sería la última traición.

Me resistí, tratando de remover sus dedos, pero él apretó más duro, rectificando con su erección contra mi culo. “Merde, estás tan mojada. Mojada para mí.” Había sorpresa en su voz, casi reverente. ¿Nunca había estado con una mujer mojada antes? Eso no podía ser verdad, no con la manera experta con la que me arrastraba por la repulsiva necesidad. Todavía no había entrado en el síndrome de Estocolmo, lo odiaba, sabía que lo que él hacía estaba mal, pero mi cuerpo, mierda, a mi cuerpo no le importaba.

Q me dio algo que necesitaba desde que había empezado a soñar con cosas pecaminosas, con imágenes en línea de hombres follando mujeres con un fino borde de violencia.

Q sacudió sus caderas otra vez, y me eché hacia atrás, en contra de mi voluntad. Él contuvo el aliento, haciéndome cosquillas en el cuello. Incluso mientras luchaba por liberarme, mi núcleo ondulaba de placer. Su dominio había creado un potente cóctel no deseado en mi cerebro. No quiero esto. ¡Para!

Sus dedos empujaron dentro, dibujando más humedad en mi cuerpo.

Suspiró profundamente, abriendo más mis piernas con una de sus rodillas. Perdí el equilibrio y sus dedos se deslizaron fuera, agarrándome la cadera.

Sus piernas estaban dobladas, y la erección estaba cubierta por el pantalón contra mi humedad. Se balanceó, duro como el acero y caliente como un hierro a punto de marcar algo.

Pequeñas estrellas explotaron detrás de mis ojos. Sólo la tela le impedía tomarme. Odiaba cada embestida. “Por favor... no,” lloré. Las lágrimas corrían sin control.

Se esforzó por hablar, profunda y combatiente “Tú elegiste la primera opción. ¿Recuerdas?”

Presionó el codo en mi espalda, buscando algo a tientas. Sus caderas desaparecieron mientras se bajaba la cremallera. El sonido me aterrorizó y colapsé. Mi cuerpo podría querer esto, pero estaba segura como el demonio que yo no lo quería.

Me levanté, haciendo caso omiso de su codo. Me moví para quedar de lado, pateando su la rótula. Su pierna fallo, pero se agarro del borde de la mesa “No luches. Solamente harás que sea peor.”

¿Cuántas veces había oído eso? Y todas las veces habían sido verdad. Pero no podía no luchar. Nunca sería capaz de vivir conmigo misma.

Respiré con tanta fuerza que me dolían los pulmones. Busqué frenéticamente las escaleras. ¿Dónde demonios estaban las putas escaleras?

Corrí mientras Q se recuperaba. Se tambaleó y envolvió los brazos alrededor de mi pecho agitado, tirándonos al suelo. Aterrizamos en un montón de extremidades, y mi costilla rugió. La cremallera de su pantalón estaba deshecha y colgaban de sus caderas. Mis bragas estaban a un lado y la carne hipersensible ardía, necesitada de liberación. ¡No! No estoy encendida. No estaba rota. Todavía no.

Una posesión maníaca quemaba en sus ojos, y le di una bofetada. Q se echó hacia atrás, los labios retorcidos. La violencia se erizó mientras me estrellaba hacía abajo, poniéndose encima mío.

Me quedé inmóvil, bloqueando mis rodillas para que no pudiera establecerse entre mis piernas. Me agarró la barbilla, obligándome a mirarle profundamente. “¿Qué eres?”

Me retorcí, odiando el hambre en su voz, haciéndose eco de mi necesidad. Estaba enferma para pensar que siempre quise esto con Brax. Pero nunca quise esto con Brax.

Quería un juego de roles, un bondage[5] suave, nada como esto. Por favor, así no.

Q me impactó silenciosamente mientras me besaba el cuello. Se tomo su tiempo, respirando profundamente. Mi estómago daba vueltas. Retirándose, se quedó en shock, como si no hubiera tenido intención de recurrir a ser gentil.

Pasaron muchísimas emociones por sus ojos, amortiguando la evidente lujuria, convirtiéndola en algo más. Parecía arrepentido. “Dilo y te dejaré ir. No te voy a hacer daño. No te voy a violar. No esta noche.”

Me mordí el labio. Si lo decía, me lanzaría a su merced, pero si no lo decía, me violaría y no podría manejar esto. No después del trauma de todo. No después de que todo mi mundo se desmoronase y me dejase desconsolada. Especialmente no con mi cuerpo siendo mi enemigo número uno.

“Dilo, esclave.” Su boca me hacía cosquillas en la oreja, sus palabras vibraban a través de la carne.

Paré de luchar, la voluntad de desobedecer paso de luchar a ser la servidumbre. “Tuya,” suspiré, enferma del estómago, con ganas de lavarme la boca.

Me besó, tan, tan suavemente, con olor a menta y a lujuria, si es que la lujuria tenía un olor. “Otra vez.”

Negué con la cabeza, tratando de liberarme. Los brazos de Q me apretaron con más fuerza, arrastrándome contra su dura erección. “No me pongas a prueba. Mi fuerza para dejarte ir está a punto de desaparecer. Presióname otra vez y no voy a ser capaz de detenerme.”

“¿Por qué dudas? Eso es lo que quieres hacer, ¿no? Arruíname. Mantenerme cautiva. Una esclava sexual. Tratarme como un animal para usar y abusar,” le susurré, pero mi tono crepitaba con ira, ferocidad y brillo.

“No quiero hacerte daño. No voy a tomarlo de ti,” murmuró. Mi corazón se paró. Su tono dejó entrever sus pensamientos, remordimiento.

“Entonces, ¿qué quieres?” Levanté una ceja por la confusión.

Q hizo una pausa, me acarició el brazo, pero se detuvo como si lo hiciera inconscientemente. “Sabes lo que quiero, esclave.”

Mi corazón estaba herido. No podía mantener el ritmo. Algunas veces me tocaba como si fuera una pieza insustituible de arte, y otras veces me sostenía como si fuera una perra que necesitaba una lección. Me sacudió, gruñendo en mi oído. “Necesito que lo digas de nuevo, y te puedes ir.”

Dos opciones. Dos decisiones. Ninguna era fácil. Las dos tenían consecuencias. Pero, por ahora, escogí la cual protegía mi virtud por otra noche.

Tendí mi cabeza y murmuré “Tuya.”



[1] Para. Traducción de la versión original 

[2] Mierda. Traducción de la versión original.

[3] ¡Carajo! Traducción de la versión original. 

[4] Querida. Traducción de la versión original

[5] Practica sexual la cual incluye juego con cuerdas y juego de roles Maestro/esclava o viceversa.



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