*Chochín*
Esa noche, soñé.
Soñé con rojo, pasión y violencia. Ser tomada, reconocida, poseída por Q llenándome con dureza, follándome sobre la mesa de billar.
Me desperté con mis dedos deslizándose en mi humedad. Tenía la espalda arqueada por el orgasmo que Q me había negado partiéndome con una intensidad que hacía temblar mis dientes.
Mi corazón se aceleró cuando volví de nuevo a la tierra. Una mancha de humedad se había formado debajo de mi culo y tenía las mejillas rojas de lo mojada que estaba. Pero estando acostada en la oscuridad, con el estómago vacío, el corazón arruinado, encontré la paz.
Mi cuerpo ya no latía, y por primera vez en semanas, me dormí profundamente.
El tiempo se detuvo.
Los segundos se convertían en minutos involuntarios, convirtiéndose en mañana y en la próxima semana. Q no vino a por mí, y nunca le vi volver del trabajo.
Pero sabía que volvía, ya que la casa se llenaba de música apasionada. Las letras vibraban, acariciándome como una advertencia. Él vivía en la misma casa que yo, en cualquier momento podía venir, pero nunca lo hizo.
La mayor parte del tiempo, la música palpitaba con lamentos franceses, pero una noche, escuché una canción inglesa salir por los altavoces.
Cada segundo mi temperamento se deshilacha, cada momento mis fuertes deseos creían que podía ganar, pero no sabía que me estaba consumiendo por el delicado y dulce pecado.
No quiero ver el fondo de mi negrura, mis demonios se convertían en mentiras y pesadillas, la verdad no es para ti, debes huir, debes esconderte para siempre.
No podría describir la dolorosa soledad que sentía en los huesos. La canción alcanzaba una súplica, me congelé con confusión.
Desde aquella noche, desde la canción, no pude evitar la sensación de que Q trataba de decirme algo con la música que ponía. Pero no lo podía creer, porque si lo hacía, ¿qué significaba eso? No podía sentir lástima por mi captor. Tenía que permanecer distante.
La vida se había convertido en un ritmo deseado, un flujo y reflujo. Estuve a la deriva mucho tiempo, preguntándome porqué Q me había concedido paz y me había dejado sola. ¿Ya se había aburrido de su nueva posesión? ¿O había algo que le demandaba su tiempo y me dejaba una cantidad limitada de libertad?
Cualquiera que fuera la razón, el domingo quemaba mi memoria como el día que Q torció mis emociones, había encontrado un lugar en el interior donde podía correr. En cierto modo, me enseñó cómo salvarme de mí misma, incluso si me rompía aún más.
Pasaron cinco días más, cada uno marcado en un calendario de espera. Mi vida se limitaba a limpiar, mientras que Suzette me ayudaba a suavizar mi oxidado francés. Me quedé mirando con nostalgia la puerta principal, con ganas de libertad, pero el guardia de ojos verdes nunca estaba lejos. Mirando, siempre mirando.
El único aspecto positivo era Suzette. Me daba la bienvenida con los brazos abiertos en la casa de Mercer, y se convirtió en la roca en el mar turbulento en el que nadaba. Siempre conversábamos sobre todo y nada, y me daba un sentido de normalidad. De vez en cuando, la observaba, el ceño fruncido en su rostro y la curiosidad en su mirada. Ella representaba algo, pero no sabía qué.
Hasta la Señora Sucre toleraba mi presencia en la cocina, me había convertido en una característica permanente, ayudaba a preparar la cena y me mantenía ocupada.
Suzette me daba trapos, escobas y me daba tareas para hacer. Ellas me ayudaron a mantener a raya el aburrimiento, lo necesitaba. El aburrimiento traía pensamientos de fuga y peligro. Pero ninguna cantidad de fregado me podía hacer olvidar que Q tenía el brazalete de Brax.
Un sudor frío podía empapar mi espalda si pensaba en él rompiéndolo en pedazos sólo para enseñarme una lección, arruinando algo mío para vengarse de mí por romper algo suyo.
No había reemplazado la ropa que había roto. Durante una semana, me había puesto los mismos vaqueros y el mismo jersey color crema, pero no me importaba. Suzette sufrió más por la ropa de lo que yo lo hice. Para mí, significaba un uniforme llamativo: un traje para un juguete.
Al limpiar las ventanas de la sala de estar el viernes, contemplé a través del vidrio. No para morir, sino para salir a la calle. El aleteo de las aves y el deshielo del invierno se burlaban de mí. Durante semanas no había ido fuera.
La idea de romper el cristal y desangrarme hasta morir detuvo el impulso, pero no detuvo la necesidad de correr. Sin duda, esta mansión tenía un gimnasio, una cinta de correr. Correr en la cinta sería mejor que no correr en absoluto. Q estaba en forma, por lo que debería tener el equipo en alguna parte.
Mi tobillera sonó, asustándome. Me senté en uno de los mullidos sofás, y me levanté los pantalones. ¿Por qué zumbaba? El rastreador GPS era una molestica constante cuando trataba de dormir o de vestirme. Tenía la esperanza de que no era a prueba de agua, y me pase una hora tratando de ahogarlo en la ducha. Resultaba, que era a prueba de agua.
“¿Esclave?” Me llamo Suzette, apareciendo por la puerta. “Maître Mercer te acaba de llamar. Tiene una cena de negocios esta noche con posibles clientes.”
Me puse de pie, estirándome. La única cosa buena de Q no viniera a por mí, quería decir que mi cuerpo estaba sano. Los moratones que el hombre de la chaqueta de cuero me había hecho se desvanecieron a un amarillo feo, y la costilla me dolía menos, era más una molestia que un dolor chillante.
Por desgracia, la bofetada que Q me había dado, no me había causado ningún daño. Tenía la sensación de que quería hacerme daño, pero no acababa de tener los huevos para hacerlo. Me gustaría que me hubiera marcado, y eso me horrorizaba, esos sentimientos nunca me fortalecían.
No quería escuchar, pero mi instinto me dijo que él se pondría peor. Tenía que escapar antes de que mis instintos resultaran ciertos. Suzette estaba equivocada acerca de él, no habían cualidades redentoras. Y no me iba a atrapar con canciones y letras que rezumaban tristeza.
“¿Quieres ayudar a preparar la comida?” Sonreí. Cocinar con Suzette era un punto culminante de mi nueva y restrictiva vida. Nunca había cocinado mucho, ya que Brax había sido el jefe de cocina en nuestra familia, pero me defendía en la cocina. Mi corazón dio un vuelco cuando pensé en Brax. Los recuerdos constantemente me atrapaban y quería ponerme a llorar, pero al mismo tiempo, no podía. No aceptaba que él estaba muerto, o que nunca le volvería a ver. No era una opción.
Suzette se adelantó. Algo cambió, me miraba con tristeza y resignación. Mi piel se erizó cuando me preguntó, “¿Es más fácil?”
Supe de inmediato lo que quería decir y fruncí los labios. ¿Más fácil? Nunca sería más fácil.
Suspiró, susurrando, “¿Te ha tomado completamente ya?”
Mi corazón se aceleró al ver los celos que parpadeaban en sus ojos. ¿Estaba celosa? ¿De qué? ¿Ser humillada y usada?
Me alejé. “¿Por qué me estás haciendo estas preguntas?”
Dejo caer sus ojos. “Necesito saberlo. Esta noche... esta reunión de negocios. Necesito saber lo preparada que estás.”
El alivio corría por mi cuerpo. Si pudiera manejar lo que había pasado, podría manejar una cena. Después de todo, un papel como sierva o camarera sería mucho más fácil que una mamada a un hombre que me obligaba. Mi pulso se aceleró. Tal vez, podría decirle a uno de los invitados de Q que me mantenía prisionera. Que necesitaba a la policía.
Quería sonreír, pero la combatí. Suzette no debía saber mis esperanzas. Pero entonces mi felicidad se desintegró, repensando la idea. A los hombres probablemente les gustaba Q: putos enfermos.
Me miró durante un momento antes de asentir. “No es necesario que ayudes con la cena. Lo tenemos cubierto. Necesitas ir arriba y prepararte. Los invitados llegarán en una hora.”
Miré hacia fuera, medí el tiempo. El sol estaba besando el horizonte, ya que daba brillo a la sombra.
Suzette me empujó hacia las escaleras, murmurando, “¿Puedo hacerte otra pregunta?”
Me puse rígida, pero asentí. “Vale.”
“¿No le encuentras atractivo?”
Me paré en el vestíbulo. “La atracción no tiene nada que ver con eso, Suzette. Son las circunstancias, la forma en que me trata.”
Ella entrecerró los ojos. “Q te trata mejor que todos los dueños que he tenido. Tienes mucha suerte.” Su tono se volvió hosco. “Ni siquiera lo sabes.”
La ira se formó y no podía ni hablar. Lo sentía mucho por ella y por lo que vivió, ¿pero decir que lo que tenía era lo mejor? ¡Hah!
Y continuó, “Sólo piensa en sus demandas como el dinero del alquiler, o los gastos para tu protección. Tú le das lo que quiere, y él se ocupará de ti. Q no causa siempre lesiones graves. No como...”
Suzette se estremeció y paró. Sus ojos brillaron con secretos enterrados.
“Dale lo que necesita, entonces podrás probar los límites de tu celda.”
De la cólera pasé a la curiosidad. Tomé una respiración profunda y pregunté en voz baja, “¿Qué hombres, Suzette? ¿Cómo llegaste a estar aquí? ¿Te robaron, como a mí?”
Retorció los dedos, mirando al suelo de mármol. “El día que me vendieron a Q fue el mejor día...”
La puerta principal se abrió y el mismo diablo se quedó enmarcado en el crepúsculo. Tenía el pelo un poco más corto, como si le hubiera dado instrucciones a la peluquera para que se viese como la piel de una nutria, elegante, brillante e impenetrable. Llevaba un traje de color plata y una camisa de color turquesa, que le hacía parecer una costosa joya.
Me miró, desnudándome sin barreras normales. En un breve instante, vi los huesos cansados por la soledad, la sorpresa y la necesidad de proteger. Me dolía el corazón al ver tanto anhelo. ¿Qué pasaba si Suzette estaba en lo cierto? Q era más profundo de lo que yo había pensado. Algo acechaba, oscuro y vil, pero era un ser humano, tanto como un monstruo, en su interior.
Mi cuerpo se debatía entre disipar tal infelicidad y matarle para poner fin a su miseria, y a la mía.
La dureza ocultaba sus verdaderos pensamientos, rompiendo el momento. No lo había visto desde que me robó el brazalete de Brax, evitándome como la peste, como si me estuviera dando tiempo para llorar, para superar su robo.
Mis dedos me frotaron la muñeca distraídamente y sus ojos los siguieron. Su rostro se cerró, mostrando sólo una arrogancia dominante. “Suzette, pensé que habías dicho que ella estaba lista.”
Suzette se inclinó. “Sí, maître.” Me empujó suavemente, y agregó, “Ponte el vestido que encontrarás en el armario.”
“Y si lo rompes, el castigo será mucho peor,” murmuró Q. Su tono me envió fuego a la sangre.
Subí corriendo las escaleras.
Me encerré en la celda de mi habitación, abrí el armario y di un grito ahogado.
La única prenda que había era de encaje en oro. Larga, filigrana, sólo tenía un tejido más grueso alrededor de la ingle y del pecho. El tejido susurró contra el suelo mientras lo arranqué del armario.
Me quedé sin habla.
Oh, dios mío, ¿esperaba que me pusiera esto? ¿Para la cena? No podía. No lo haría.
La puerta se abrió de golpe; cogí el vestido y me lo puse sobre la garganta. El guardia, con los ojos verdes brillantes, me fulminó. Su cuerpo, mucho más amplio que el de Q, me intimidaba. “El señor Mercer me envió para asegurarse de que te vestías correctamente.” Su mirada se deslizó sobre mí y resopló. “Desnúdate. Te ayudaré, si lo necesitas.”
Retrocedí con horror. Q no dejaría que su guardia me tuviera, ¿verdad? No pensé que lo haría, pero quien sabía. El aire de la habitación había disminuido. Respiré con fuerza. “Necesito privacidad.”
Negó con la cabeza. “No privacidad.”
Apretando los dientes, no me moví. Deliberé si podría gritar y embestir contra él, pero siendo realistas, ¿que iba a lograr? Q me estaba demostrando que no tenía ningún poder aquí. Por mucho que esto me matara, no tenía otra opción.
Mis hombros se cayeron en señal de rendición; sus labios se curvaron. Me di la vuelta, mis manos temblaban mientras ponía el vestido sobre la cama y jalaba el jersey por encima de mi cabeza. Mi piel se erizó, sabiendo que el hombre me estaba viendo.
Me quité los vaqueros y los dejé en el suelo. Traté de averiguar cómo ponérmelo cuando una gran mano cayó sobre mi hombro. “Quítate la ropa interior. No estás autorizada a llevar nada debajo del vestido.”
Todo mi cuerpo se rebeló, y di un salto, corriendo a la esquina de la habitación. Sus caricias no me infectarían cómo las de Q. No iba a ponerme caliente ni a reaccionar; me apreté y crepité con desgana.
El guardia resopló, levantando los brazos. “No voy a tocarte, chica. Eso es derecho del maître.” Miró hacia abajo. “Sin embargo, los invitados también tendrán un turno esta noche.”
¿Qué? Me pitaron los oídos. No. Por favor. La comprensión de lo que acababa de decir me dobló las rodillas. No habría cena. Yo iba a ser el plato principal. La traición se estableció en el fondo de mi corazón. Odiaba a Q, pero nunca creí que sería capaz de dejar que otras personas me tocaran. No con lo posesivo que era.
El guardia me tendió la mano. “Dame tu sujetador y tus bragas. Los huéspedes llegarán en cualquier momento, y tienes que estar en tu lugar antes de que lo hagan.”
Mis manos se cerraron con ganas de golpear su rostro rugoso y hermoso, quería hacerle sangrar. Pero de nuevo, ¿qué conseguiría? Nada. El resultado sería el mismo, y sólo habría más dolor.
Me desabroché el sujetador y lo tiré. Me negué a darle mi ropa interior, lancé mis bragas detrás de el, contra la pared opuesta.
Sonrió. “No voy a olerla, si es por lo que te estás preocupando. Sin embargo, no me extrañaría que lo hiciera el maestro.” Se rio en voz alta, demasiado impresionado con su broma.
Mantuve la cabeza alta, arrugué el vestido y me lo puse por la cabeza. Tenía que arrastrarme poco a poco el material pegajoso. Los hilos no ofrecían ninguna protección contra los ojos, y aunque llevaba tiempo encerrada, me sentía atrapada.
Sólo podía caminar con pasos delicados, y mis pechos estaban tensos por los diseños de filigrana estampando patrones en mi piel.
a tela se agrupó alrededor de mis pies, parecía una sirena con la cola de oro, una pobre criatura que no pertenecía. Me identifiqué completamente.
En cuanto terminé, el guardia me agarró la muñeca tatuada, y me arrastró escaleras abajo.
***
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