*Jilguero Europeo*
Q y Suzette se fueron.
Sin ninguna mirada y sin ninguna palabra, Q me dio la espalda y salió de mi vida.
Me dolían las piernas por estar arrodillada, pero no era nada comparado con la angustia paralizante.
Debería estar feliz. ¡Brax estaba vivo! Pero yo estaba muerta para mi amo y no sabía lo que él futuro me deparaba. La policía lo arrestaría. Me llevarían de vuelta a Australia, y me devolverían a una vida falsa, una vida que ya no quería.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero había un charco de lágrimas en el suelo de mármol debajo de mí.
Tú has hecho esto. Tú corriste porque sabías que esto no era correcto. Q no es lo correcto. Traté de convencerme a mí misma, para abrazar mi libertad, y dejar esta casa donde sucedían tantas cosas malas, pero no podía reunir la energía.
Tropezando con mis pies, me estremecí. Las aves estaban en silencio y el mundo de las plantas era profundo haciendo que pareciera que era la única viva ahí. Nadie me quería. Mis problemas de abandono crecieron, inundándome con miseria.
Aturdida, caminé desde el jardín, a través de la sala de fotografía, y por el largo pasillo. Cada paso se sentía como si me dirigiera a la soga del verdugo. No quería volver a ver a Suzette de nuevo, no podía enfrentar su furia y sus lágrimas. Ella amaba a Q y yo lo había condenado a la cárcel. Ella no me volvería a llamar mon amie de nuevo.
No quería que Q fuera a la cárcel. Él era muchas cosas, pero no se merecía lo que había hecho. Podía haberme roto, podía haberme violado como la bestia, pero nunca lo hizo. Luchó contra sus deseos para garantizar que permaneciera entera y fuerte. Él había sacrificado todo por una humilde esclava.
Mi estómago se encogió y me doblé por la mitad. ¿Qué he hecho? Me había echado a mí misma de una casa que quería, a un mundo que no me quería. Volver a ver a un hombre que nunca podría darme lo que necesitaba. Volver a una existencia a medias.
Las lágrimas se deslizaron por mi cara. Huir había sido un desastre. La ira se estalló hacia Franco. Esto era todo culpa suya. Si me hubiera vigilado mejor, nunca habría podido irme. Él debería haberme sorprendido, antes de haber arruinado tantas vidas.
Mis pensamientos fueron hacia Brax. La culpa me envolvió. ¿Cómo habían sido los últimos meses para él? Debería odiarme por romper mi promesa, le dije que nunca me iba a ir, pero lo había hecho. La primera vez no había sido por mi propia voluntad, pero la segunda sí. Voluntariamente lo saque de mis pensamientos, de mi corazón, e hice espacio para mi amo.
Imágenes de Brax, me angustiaron y me rompieron el corazón, haciendo que mi pecho se retorciera. Mi cerebro se negaba a cortocircuitarse pensando en él.
Q se consumió una vez más, me deslicé por la pared, y envolví los brazos alrededor de las rodillas. ¿Qué pasaba si la policía ya se lo hubiera llevaba bajo custodia? Nunca lo volvería a ver. Oh, dios. ¿Me harían testificar? No podía. Yo lo haría.
Sin duda, me odiaría por toda la eternidad, y él desearía que la bestia me hubiera matado y enterrado debajo de las patatas.
Mi corazón murió.
Quería todo de él. Quería la dominación. El enfado. Pero también quería amor. Necesitaba la conexión que me ofrecía hace apenas media hora. Un breve vistazo a su lado más suave, un lado que quería desesperadamente conocer. Soy una chica estúpida, muy estúpida.
“Esclave. ¿Qué haces en el suelo?” Franco apareció con su brillante traje negro, y se puso en cuclillas delante de mí.
No podía mirarlo a los ojos. Él también estaría implicado. ¿Por qué la policía no los había rodeado a todos? No había escuchado ni sirenas ni gritos. Suzette me dijo que sólo una orden había sido entregada... tal vez... tal vez, ¿ellos no harían nada?
Franco me dio unas palmaditas en el hombro, sus ojos de color esmeralda estaban tristes. “Te arrepientes de haber corrido, ¿no es así?”
Inspiré un sollozo, envolviendo mis brazos con más fuerza. Franco había sido nada más que agradable conmigo. Era estricto cuando llegué por primera vez, pero agradable de todos modos. Su fachada dura escondía un hombre que quería a su jefe por razones que estaba comenzando a entender.
Suspiró, quitando los rizos húmedos a causa de mis lágrimas de mi mejilla. “Está bien. No es el fin del mundo.”
Negué con la cabeza. “Es el fin del mundo. Mi mundo. El mundo de mi amo. Tu mundo. Todo está roto.”
“¿Es eso lo que estabas haciendo? ¿Cuándo te encontré en el café? ¿Estabas llamando a la policía?” Me preguntó, sin atisbo de ira, sólo curiosidad.
Respiré con fuerza. “No. Llamé a mi novio. Iba a llamar a la policía, pero tú me encontraste.”
Se puso tenso. “Por lo tanto, ¿No los llamaste directamente?” La luz brillaba en su mirada. La culpa me presionaba cada vez más. Él quería creer que yo no había traicionado a Q, que no los había traicionado a ellos.
Susurré, “Le dejé un mensaje en el contestador a mi novio con el nombre de Q.” Lo miré a los ojos con dificultad. “Iba a llamar a la policía, Franco. No dudes de mi desesperación de correr.” Pero incluso en mi desesperación, estaba en conflicto. Me acurruqué en una pequeña bola, metiendo la cabeza en mis brazos.
Franco se levantó, tirándome del codo, así que no tuve más remedio que levantarme. “Puedes solucionar esto.” Me dijo mientras me tiraba por el pasillo. “No es tu culpa, esclave. Hiciste lo que tenías que hacer. Y, ahora... Creo que no lo harás de nuevo, y te perdono.”
Miré hacia arriba, sorbiendo por la nariz. ¿Había enviado a su amo a una vida de reclusión y me perdonaba?
Me sonrió amablemente, los ojos verdes le vibraban en comparación con los humeantes ojos jade pálido de Q. “Habla con la policía. Diles que fue un error. Puedes reparar el daño que has causado.”
La idea ardió con esperanza al rojo vivo; me lancé sobre él, agarrándolo en un abrazo. “¿Por qué no había pensado en eso?”
Franco se rio entre dientes, alejándome, incómodo. “Estás pasando por mucho, pero ahora...”
No dejé que Franco terminara. Yo era la clave para salvar la vida de Q, su negocio. Había perdido mucho tiempo ya.
Volé.
Las pinturas se volvieron borrosas mientras corría por toda la casa. No iba a robar el sustento de Q. Mi lugar estaba a su lado. Lo había aceptado. Tenía que hacer que me perdonara y encontrar una manera de quedarme. La había cagado, él la había cagado. Juntos, podríamos arreglar esto.
Entre a toda velocidad a la sala. Estaba vacía.
Jadeando, hice una pirueta y corrí por el vestíbulo hasta la biblioteca. El vidrio ya no estaba claro, sino ocultando las personas que había dentro. No me importaba; pasé a través de las puertas.
Q levantó la mirada, sus ojos estaban nublados por el dolor. Dos detectives con ropa de civil estaban sentados frente al sofá de cuero.
Me quede de pie, como una idiota, tratando de reconciliar la imagen en mi cabeza de una horda de policías y Q esposado a este tranquila escena.
Las pequeñas bocanadas de humo de los cigarros languidecían en el aire, mientras que el olor de brandy y licor me atormentaban. No podía entender a los dos hombres mayores con bigotes, sentados, relajados y contentos, fumando como si estuvieran allí para una charla después de la cena, en lugar de un cargo de secuestro.
Q tenía una copa de cristal con un líquido ambarino chapoteando por los lados. Me observaba con los ojos entornados. Esperaba a ver odio, una paralizante mirada de traición, pero no vi nada. Estaba remotamente distante, el perfecto e ilegible maestro.
Los hombres levantaron una ceja, mirándome de arriba a abajo. Se notaba que no tenían prisa; no paraban de beber y de fumar.
¿Qué diablos estaba pasando? Interrumpí para salvar el día, esperando que Q estuviera golpeado y retenido, y me miraban como si yo fuera la intrusa.
Abrí la boca y rápidamente volví a cerrarla. Quería preguntarle qué estaba pasando, pero ¿qué podía decir?
Mierda, yo debería haberme inventado una historia. Estaba tan concentrada en salvar el día, como una princesa que luchaba contra un dragón para salvar a mi caballero torturado, que no había considerado el cómo.
El oficial que tenía un bigote fino y pesadas arrugas miró a Q, murmurando en francés, “¿Esta es la chica?”
Q apretó la mandíbula, contemplándome con una mirada penetrante. Él asintió con la cabeza ligeramente. “Esta es Tess Snow, si la estás buscando.”
Mi útero se tensó al escuchar mi nombre en sus labios. Temblaba al escucharlo de nuevo. Di un paso adelante.
Q se levantó con un movimiento fluido, haciendo una mueca cuando la migraña se grabó en sus ojos. En realidad, no debería beber en su condición. “Déjanos, Señorita Snow. No eres bienvenida.”
La orden vertió sal sobre mis heridas ya doloridas. No era bienvenida.
Parpadeé mirando al otro policía. Parecía un padre tierno, y un marido cariñoso. ¿Cómo había reaccionado a Q diciéndole a una mujer que tenía prisionera que se fuera?
El hombre tomó un sorbo de licor, observando, como si Q y yo fuéramos una telenovela.
Esto no iba como yo esperaba. “Quería aclarar algunas cosas, para que quede constancia. En caso de que tengan una idea equivocada,” murmuré, haciendo caso omiso de cómo me miraba Q.
Los policías se miraron, y luego se encogieron de hombros. El del bigote gordo se deslizó hacia delante, el cuero crujió bajo su peso. Dejó el vaso y el cigarro en un cenicero de cristal, y dijo, “¿Qué le gustaría aclarar, señorita Snow?”
Luché contra la tentación de mirar a Q. Manteniendo mi cabeza en alto, dije, “Si me pueden informar de por qué están aquí, puedo decirles saber la verdad.” De ninguna manera iba a decirle cosas de las que ellos no estaban conscientes.
El del bigote gordo asintió con una sonrisa irónica. “Muy bien.” Cogió una libreta del bolsillo del pecho y la abrió. “Estamos aquí porque la policía federal australiana se ha puesto en contacto con nosotros acerca de una mujer desaparecida que coincide con su descripción. Ellos fueron informados por Braxton Cliffingstone de su secuestro en México.”
El oficial del bigote fino habló. “Él proporcionó pruebas detalladas de cómo lo golpearon y cuando volvió en sí, usted se había ido. Él también nos proporcionó el mensaje que le dejo, implicando al señor Mercer en su desaparición. Como puede imaginar, hasta ese punto, el señor Cliffingstone estaba increíblemente molesto, pensando que estaba muerta.”
El del bigote gordo saltó. “Estará aliviado al saber que esta viva y bien.”
Los dedos de Q se apretaron alrededor del vaso. No apartaba los ojos de mí, estremeciéndose con el nombre de Brax.
La policía dejó de existir, la biblioteca parecía más pequeña, atrapándome sólo a Q y a mi en nuestro propio mundo privado. Su poder me alcanzaba, con el rostro duro y severo, sus ojos estaban furiosos con emoción. Me observaba, no con traición ni odio, sino con soledad y comprensión.
Mis manos se cerraron, luchando contra el impulso de arrojarme a sus pies. Incluso sufriendo de un dolor de cabeza, Q vibraba con autoridad y sentimiento. Vislumbré lo mucho que yo significaba para él.
Su cuerpo llamaba al mío y como la esclava obediente que era, fui. Q se sacudió cuando le toqué los dedos, envolviéndolos con los suyos. Se abrieron sus fosas nasales, mirando por encima del hombro a los dos policías que estaban observándonos con duda.
Pero no me importaba. Tenían que ver lo que existía entre Q y yo. Ellos no podían entenderlo, mierda, yo tampoco lo entendía, pero vibraba en el espacio.
Los dedos de Q se elevaron desde el cristal, capturando los míos en un movimiento brusco. Me quemaba la piel; me quedé sin aliento, mirándolo profundamente a los ojos claros.
Se enderezó y se puso junto a la chimenea.
Mi corazón se aceleró, odiando su retirada. La desesperación reemplazó mi deseo y asentí con la cabeza. Él ya me había dejado ir.
Odiaba a la policía por haber arruinado mi nueva existencia. Odiaba a Brax por finalmente encontrarme. Me odiaba a mí misma por ser demasiado débil.
Hablé en voz alta y verdadera. “Soy Tess Snow, y me secuestraron en México. Pero este hombre...” señalé a Q, “Q Mercer y su ama de llaves me rescataron y me mantuvieron a salvo. Permanecí aquí por voluntad propia. El mensaje que dejé al señor Cliffingstone fue un error. Él lo entendió mal.”
Me sentí realmente mal al mentir sobre Brax, pero yo estaba concentrada sólo en Q, centrándome en reparar lo irreparable.
El del bigote gordo se puso de pie, asintiendo con la cabeza. “Gracias por la aclaración, Señorita Snow. Pero ahora, tenemos que hablar a solas con Quincy.”
Quincy.
Quincy.
Mis ojos fueron hacía Q. Yo sabía su nombre.
Tan enamorada peleando en nuestra silenciosa batalla de voluntades, que tomo que partes exteriores derramaran la verdad.
Lo miré con tanto anhelo, sus labios estaban entreabiertos. Algo se arqueó, se desató y se rompió entre nosotros. No podía respirar. Había aceptado todo lo que me dijo en el conservatorio acerca de corromperme y poseerme.
Quería que me poseyera. Quincy quería compartir partes de su vida conmigo. Era Quincy quien había hablado sobre su negocio, fue Q quien me ordenó que lo chupara.
Los quería a los dos. Oh, dios, cómo los quería a los dos.
Las imágenes de Q tras las rejas, con nadie para alimentar su pajarera de aves, se estrelló contra mí. Casi colapse de rodillas para pedir perdón.
Cada emoción me ponía en carne viva; empezaron a caer las lágrimas. “Por favor, no arresten a Q... Quincy. Él no hizo nada malo.”
Entonces, hui.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario