*Martín pescador*
El vuelo a París tardó muchísimo.
El tren a Blois tardó una eternidad.
En el momento en que llegué a la aldea donde hui de Franco, apareció un arco iris de sentimientos. Temor residual de la violación. Emoción al estar tan cerca de Q. Los nervios por saber cómo reaccionaría. ¿Y si me odiaba por completo? ¿Y si él me echaba de nuevo? Detén esos pensamientos.
Una cosa era segura, Q me escucharía antes de que me echara de nuevo. ¿Vivía en la oscuridad? Bien, yo estaba a punto de traerle el infierno si él no quería escuchar.
Decidí quitar los recuerdos de correr, con recuerdos de regreso. Me dirigí a Le Coq y me acerqué a la misma mujer. Los gallos en las paredes ya no querían picotearme los ojos. Lucias gordos y contentos.
Las mujeres que no creían que había sido secuestrada, me miró boquiabiertas cuando me acerqué al mostrador. Mi piel me pinchaba con el pánico fantasma de la violación, pero me obligue a alejarlo. Eso no me definía. Se había acabado.
Su boca colgaba abierta, mirándome con ojos incrédulos.
—Bonjour. Estoy buscando la residencia Moineau. La hacienda de Quincy Mercer.—
Su boca se abrió más, mostrando los dientes más antihigiénicos. —Tú... tú viniste aquí diciendo que te secuestró. ¿Ahora quieres volver?—
Sonreí brillantemente. —Sí. Tiene sentido, ¿huh?— No di más detalles, y traté de no reír. No podía parar las burbujas de felicidad. Estaba haciendo algo solo para mí. Era liberador.
Ella me miró durante un rato; no pensé que fuera a responder, pero finalmente llamó a un muchacho desaliñado, que estaba en la cocina, con las manos cubiertas de burbujas de jabón. —Emmène la, à la résidence Mercer.— (Llévala a la propiedad de Mercer).
Disfrutaba con el lenguaje lírico del francés. Lo echaba de menos.
Había crecido para amar Francia y su idioma. Viviendo de nuevo en Australia con el acento gangoso y el calor nunca encajó. Australia era brillante y atrevida y maravillosa. Francia era elegante, refinada y ardía con pasión.
El chico de la cocina asintió, quitándose un mechón negro de los ojos. Se lo agradecí a la mujer y seguí al chico a una camioneta blanca que había en el callejón. El mismo callejón por donde salí corriendo de Franco.
Sufrí una punzada de terror ante la idea de entrar en el coche con un desconocido. No sobreviviría una repetición de lo que pasó con la bestia y el conductor, pero me armé de valor.
No dijimos una palabra mientras íbamos en la camioneta. Pasamos colinas y campo, mi corazón vagaba de forma errática. Cada milla que pasaba, estaba más cerca de Q. Cada milla, me sentía con más y más confianza. Aquí era donde yo pertenecía. Estaba en casa.
Pasamos a través de unas enormes e imponentes puertas, y el sonido de la grava debajo del coche me hizo sudar la espalda baja. Los nervios se escabulleron, mi boca seca por la preocupación.
La mansión color pastel de Q apareció a la vista, junto con la fuente. La primavera había dado paso al verano, y los jardines inmaculados de Q se amotinaron con color. Las mariposas revoloteaban mientras las aves volaban. Un paraíso inocente donde una bestia acechaba. Una bestia que le gustaban las cosas delicadas, pero nunca mataba.
El chico sonrió cuando llegamos. Mi corazón se afianzó en la garganta. No me podía mover. ¿Qué estoy haciendo?
—Nous sommes arrivés— Ya estamos aquí. Me hizo un gesto para que saliera.
Me quedé mirando la mansión, con todo lo que se veía. No puedo hacer esto. Sí, si puedes. Pero, y si...y si él se negaba a verme, o había otra esclava... o...
La puerta principal se abrió.
Me metí en el asiento, la cobardía tomándome como rehén.
Una Suzette muy sorprendida salió, mirando a través de las ventanas de la camioneta. Saludé tímidamente y su boca se abrió.
El muchacho se echó a reír, alcanzando la puerta de mi lado. Salí, frenéticamente suavizada en mi vestido gris, frotándome las mejillas, deseando haber tenido más tiempo para presentarme mejor.
Una ligera brisa hizo que me salpicara un poco de agua de la fuente sobre mi piel, haciéndome temblar.
Suzette y yo no nos movimos durante una eternidad.
Dudaba que alguna esclava hubiera vuelto una vez que fuera puesta en libertad. Pero de nuevo, fui liberada por la fuerza. Rompí la tradición al ser impredecible. Nuestros ojos se encontraron y le transmití todo lo que sentía. ¿Ves cómo quiero ser digna? Volví por él. Volví por ti. Por esta vida. Por todo en lo que me hizo convertirme.
Suzette avanzó hacia delante, llevaba un uniforme elegante de criada de color blanco y negro. Sus ojos color avellana brillaban. —¿Ami? Qué... No entiendo.— Dio un paso vacilante. Cerré la distancia entre nosotras.
Resistí el impulso de envolverla en un abrazo. Se cubrió la boca mientras le sonreía.
—Bonjour, Suzette.— El sol quemaba a través de la neblina de finales de primavera y calentaba mi piel. Lo que fuera hubiera sucedido, tomé decisión correcta. Q necesitaba a alguien por quien luchar. Q necesitaba que alguien luchara por él.
Quería luchar por él. Quería ganármelo.
Los tonos pastel de la casa brillaban con el sol en verdes pálidos, rosas, y las características renacentistas difuntas.
Nunca quisiera irme.
Suzette chilló, lanzándose a mis brazos. —¿Volviste? ¿Por qué harías eso? Pensé que lo odiabas, a nosotros, todo lo que pasó. Él te echó. Pensé que estarías tramando un asesinato, no que aparecerías de la nada.—
Ignoré la punzada causada por la frase: ‘te echo’. No lo había hecho. Hizo lo que la policía le dijo que hiciera. No le guardaba rencor... a menos que siguiera siendo un idiota arrogante, entonces le daría un puñetazo.
Aparentándola de vuelta, respiré su aroma de lavanda y productos de limpieza. Mi corazón latía con tantos recuerdos. Suzette había sido difícil. Tan leal a Q, y su dura amistad a veces dolía, pero era feroz y había vivido con él mucho más tiempo que yo.
Mi respeto por ella era grandísimo.
Apartándome, le dije, —He tenido tiempo para pensar. Q me cambió, Suzette. Sacó mi verdadero yo y me puso en libertad.— Sonreí, recordando cómo las aves eran fundamentales para Q. Hablando en su lenguaje críptico, agregué, —Abrió mi jaula y me permitió volar. No puedo evitarlo si mi libertad está aquí.—
Se apartó con una sonrisa pícara en su rostro. —Tú lo has descubierto.—
Envolviendo sus dedos con los míos, me tiró hacia la casa. Puse un pie delante del otro, centrándome en la respiración para no desmayarme. Mi corazón no había parado de zumbar desde que me subí al avión. Estaba segura de que estaba cerca a la fecha de expiración.
—He tenido la ayuda de algunas divagaciones borrachas y de Franco, pero sí. Estoy empezando a verlo. Quiero ver más.—
Miré alrededor del enorme vestíbulo con su escalera azul medianoche y sus grandes obras de arte. Mi cuerpo giraba con mil sentimientos, mi estómago no dejaba de dar volteretas.
Ella me dio un beso en la mejilla, cerrando la puerta detrás de nosotros, encerrándome en el mundo de Q. Su dominio. Mi futuro. —¿Qué día es hoy?—
Parpadeé. Cruzar las zonas horarias y las líneas de tiempo me confundían. —Mmm, ¿domingo?—
Una sonrisa apareció en su cara. —No es un día entre semana.—
Dios mío. Mi corazón volaba, volando alrededor del vestíbulo. —Está aquí,— le susurré. No podía esperar otro momento. —¿Me llevas con él?—
Suzette me agarró la mano, bajando la voz. —Estoy tan feliz de tenerte de vuelta, Ami.—
Sonreí. —Sabes mi nombre real. Llámame Tess.—
Sonrió. —Espera aquí.—
Voló por la escalera, dejándome sola. Entrecruce mis dedos, perdida. Yo era una intrusa en esta increíble casa, pidiéndole a un hombre de gran éxito que dejara de ser un imbécil, y que me dejara volver. Para mostrarme su crueldad. Su compasión. Para darme la vida que yo realmente quería.
Un sonido crujió desde el salón. Me giré para encontrarme cara a cara con una mujer en pantalones de chándal holgados y un suéter tres veces más grande que ella. Caminaba con un aire de rechazo y de tristeza. En cuanto hicimos contacto visual, ella gimió y cayó de rodillas, haciendo una reverencia.
El tiempo se detuvo en seco. Sólo podía mirar.
Cincuenta y nueve.
Mis manos se cerraron. Esta era la esclava cincuenta y nueve. Mi sustituta. ¿De dónde había salido? Los celos me agobiaron, pero me obligué a relajarme. Franco me dijo que Q nunca había tocado a otras esclavas. Yo fui la primera. Su última. Su única para follar si encontraba el camino.
—Está bien. Puedes levantarte,— le dije en voz baja, cada vez más cerca. Tenía el pelo marrón, desordenado y sucio, y unas enormes sombras rodeaban sus ojos. Sus muñecas eran frágiles y delgadas. Su aura estaba golpeada y pisoteada. Todo gritaba a abuso.
¿Es así como llegaban todas? Fue por eso que Q lucia tan sorprendido, tan intrigado por mí? Me negué a inclinarme. Lo maldecí. Le gruñí.
Mi respiración se detuvo.
Me vi a mí misma como Q lo hizo ese día: una luchadora hasta la médula. Una mujer que no había sido pisoteada por la depresión o la servidumbre. Un destello de brillo en un mundo de tristeza. Yo era el polo opuesto de esta pobre chica.
Caí de rodillas, tendiéndole la mano. Ella se escabulló, temblando.
Me puse de pie. —No te preocupes. No voy a hacerte daño.—
—Sephena. Levántate.—
Mi cuerpo se apretó y se fundió. Su voz. Él. Amo. El freak del control tan sexy como el infierno.
Me estremecí y giré. Haciendo frente a mi amo. Mi destino elegido.
Q se quedó a mitad de camino por la escalera, sus pálidos ojos de color jade ardían con una mezcla de asombro, lujuria e ira.
El aire se arqueó y crepitaba, la tensión inundaba el espacio. La piel de gallina hizo erupción y no existía nada más que él.
La chica hecha una bola se arrastro a sus pies a mi lado, levantadnos sobre unos pies inestables. Separe la mirada de Q cuando ella hizo una reverencia y fue hacía él.
La seguí, atraída como un imán hacía el poder de Q.
Q sólo tenía ojos para mí, se movió silenciosamente por las escaleras. Llevaba un traje negro a rayas con la camisa color berenjena y la corbata gris, susurrando con cada paso. Sus zapatos de vestir brillaban contra la alfombra azul. Bebí todo lo relacionado con él.
Había líneas alrededor de sus ojos que antes no estaban allí. La tensión estaba anudada en sus hombros. Su control susurrado desgarrado, mostrando postura menos que perfecta.
Se detuvo dos pasos antes y me miró. —Qu’est ce que tu fais ici?— ‘¿Qué estás haciendo aquí?’
Libré una batalla para no desmayarme al oír su voz. Mi sentido del oído, propiedad suya, me ordenó a adorarle. Para escalar su magnífico y duro cuerpo.
Me lamí los labios, ardiendo de deseo. La chispa entre nosotros no se podía negar. Quemaba como un cable trampa, esperando a estallar.
Todo el tiempo que viví con Brax, no había tenido ningún interés en el sexo. Ahora, me iba a morir si no lo tenía. Las piernas me temblaban, el cuerpo me ardía, y la humedad me fundía sin vergüenza. Q hizo estallar todo mi anhelo en una bola de fuego, incinerando mis entrañas.
La pobre Sephena era completamente ignorada.
—He venido por ti,— le susurré. —Por mi propia voluntad.—
Sus fosas nasales y su boca se abrieron. Esa boca, oh, cómo quería besarlo. Su lengua. Lo quería todo sobre mí.
—Sephena. Ve a buscar a Suzette. Ella te enseñará dónde está la piscina.— Suavizó el tono. —Recuerda, eres libre de hacer lo que quieras.— Q subrayó la palabra libre. Sentí que caía un poco más.
La chica no mostró sorpresa, pero estoy segura de que yo si lo hice. ¿Cómo no sabía que Q tenía una piscina? ¿Qué otras sorpresas podría encontrar? Me aseguraría de que Q me conservará y así podría averiguarlo. Quería ayudar en cada parte de su vida. Él necesitaba a alguien.
Parpadeé, dándome cuenta de lo solo que estaba. Un desfile de mujeres rotas, compartiendo su casa, sin encontrar consuelo en ellas.
Él trabajaba, dormía y trabajaba y algo más.
En cuanto Sephena desapareció, apreté los puños. —Tenemos que hablar.—
Enseñó los dientes. —Nosotros no tenemos que hacer nada. Te envié de vuelta. ¿Qué carajo estás haciendo aquí?—
Mi palma me picaba porque quería abofetearlo, para meter algo de sentido dentro de él. ¿no tenía ni idea del dolor que me había causado? ¿O tan asfixiado por si mismo, que no podía pensar con claridad? Todo lo que pensaba decir voló fuera de mi cabeza. Me doblé hacia el suelo.
Una conversación de sumisa a su dominante. Pero yo no era una sumisa. Yo era la mujer que robaría a Q, al igual que él me había robado. No tenía otra opción. No iba a darle una. —Amo... Q... Quincy...—
Aspiró una gran bocanada de aire, sonó un crujido mientras él se movía.
—Mi nombre es Tess Snow. No cariño o Tessie, o dulzura. Soy una mujer que sólo ahora se ha dado cuenta de lo que es capaz de hacer. No soy la hija de nadie. No soy la novia de nadie. No soy la posesión de nadie. Yo me pertenezco a mí, y por primera vez, sé lo poderosa que eso es.—
Me quedé mirando el mármol, por lo que mi corazón estaba a sus pies. —Volví por el hombre que veo dentro del amo. El hombre que piensa que es un monstruo a causa de sus deseos retorcidos. El hombre que rescata a esclavas y las envía de vuelta a sus seres queridos. Volví para Q. Volví a ser su esclave y también para ser su igual.—
Mi voz se apagó cuando mi garganta se obstruyó por la pasión. —Volví a ser tu todo... como tú estás convirtiendo en el mío.—
Mi corazón latía como un tambor, rugiendo en mis oídos.
Dio un paso más cerca.
Sus zapatos aparecieron en mi línea de visión. Su voz hizo un eco oscuro y espeso. —No sabes lo que estás ofreciendo.—
Levanté la cabeza, envolviendo con audacia una mano alrededor de su tobillo. —Te estoy ofreciendo mi dolor. Mi sangre. Mi placer. Te estoy ofreciendo el derecho a azotarme y follarme. A degradarme y hacerme daño. Estoy ofreciéndote que luches por tus necesidades con las mías. Estoy dispuesta a unirme contigo en la oscuridad y encontrar el placer en el dolor insoportable. Estoy dispuesta a ser tu monstruo, Q.—
Le pasé las uñas por el pantalón, mi voz dolorida con la verdad. —Somos iguales.—
Con un gruñido, quitó su pie, caminando hacia la biblioteca. Lo miré, sorprendida. Maldita sea, esto era un trabajo duro.
Me levanté y lo seguí, cerrando la enorme puerta de cristal detrás de nosotros, encendiendo el interruptor de la luz. Descendió la privacidad y la tensión se enroscó entre nosotros, explotando en el reino del miedo con necesidad. Lo podía ver: cintas termales de lujuria color carmesí, brillando con estrellas de mísera e intoxicación.
Q se inclinó sobre su escritorio, pellizcándose el puente de la nariz. El cuarto oscuro susurraba pecado, absorbiendo la maldad. Los libros llenos de historias eróticas me miraban desde los estantes libres de polvo, y me animaban a terminar lo que había empezado.
Me giré hacía Q. Él también tendría que ayudar. Le debía una disculpa, una explicación. Él me debía su corazón.
Q se giró lejos, caminando, pasándose la mano por el cabello corto. Sus ojos parpadeaban hacia mí y yo trataba de leer los sentimientos ardientes de su mirada.
—No puedes obligarme a irme, no cuando yo vine por mi propia voluntad. Esta puede ser tu casa, Q, pero no tienes la fuerza suficiente para echarme dos veces.— Yo tenía la esperanza por Dios que estuviera en lo cierto.
Él gruñó bajo su respiración, rondando, sin detenerse nunca.
De pie en el centro de la habitación, lo observaba. Dejando que expulsara el exceso de angustia. Mientras él paseaba, le hablé.
—Esa noche, antes de que me echaras, fue la mejor noche de mi vida. Las marcas que me hiciste me duraron una semana entera. Cada vez que me miraba al espejo, o me tocaba un moretón en la ducha, te necesitaba más. Tú visitabas mis sueños. Me despertaba húmeda y con el corazón vacío.—
Mi piel se calentaba, recordando cuántos sueños húmedos había disfrutado bajo sus brutales exigencias. Me encantaba cómo sus uñas me dejaban cicatrices débiles en mi culo.
—Destellos de recuerdos me perseguían en el supermercado, en la universidad. Nunca podría escapar de ti.—
Él dejó de caminar, su hermoso rostro, anguloso y congelado con necesidad.
Me acerque de puntillas, murmurando, —Ardía por tu dominación. Latía por ti para que me follaras. Te extrañaba. Echaba de menos al hombre que había conocido, pero que nunca volvería a ver.— Levanté mi muñeca.
Sus ojos brillaron mientras él miraba hacia abajo, rápidos como un rayo. —Merde.—
Ahogué un gemido cuando sus dedos besaron el aleteo de aves en su prisión de código de barras, susurrando sobre el número cincuenta y ocho.
—¿Por qué?— Su voz estaba torturada, vacilante y ronca.
—Porque me hiciste libre.—
Sus ojos estaban fijos en los míos, enojado. —Estás loca. Te lavé el cerebro. Después de todo lo que hice... todo lo que pasaste porque te mantuve cautiva. ¿Cómo puedes decir tales mentiras?—
Ahuequé su mejilla, haciendo una mueca cuando saltaron chispas. No lo podía tocar sin dolor. Parecía lógico.
—No es una mentira. Tú me mostraste quién soy realmente.— Mi corazón se calentaba como el acero y el hierro. —Soy lo suficientemente fuerte como para luchar contra ti. Quiero dártelo todo, pero sólo si me das lo que quiero a cambio.—
—De verdad que estás loca. Te hice daño, deberías correr y nunca volver.— Sus dedos se entrelazaban alrededor de mi muñeca, tirándome más cerca. —No soy algo que se pueda domesticar. No soy un hombre que recita poemas y te trata bien. No. Soy. Ese. Humano.—
Tragué saliva, golpeada por la paciencia y la rabia de Q. —¿Te he pedido poemas y sutilezas? ¡No! Si hubiera querido eso, me hubiera quedado con Brax.—
Q se congeló y se le dilataron las fosas nasales. La dureza se grabó alrededor de las líneas de su boca. —No me vuelvas a mencionar ese nombre de nuevo.— Esa voz me puso la piel de gallina por toda mi columna vertebral.
Estoy perdiendo. Él no está viendo.
Le di una bofetada.
Mi palma lo golpeó satisfactoriamente contra su barba de cinco días. Se echó hacia atrás en estado de shock, y se agachó como un cazador, asesino, monstruo. —Vas demasiado lejos. Vete antes de que lo lamentes.—
Quería patalear con mis pies como un niño. Formar una terrible rabieta para hacerle abrir los ojos. Forzando las palabras entre los dientes, le dije, —Te quiero. Quiero tus complejidades, tus sombras. Quiero tus látigos, cadenas y brutalidad. ¡Escúchame! Estoy dispuesta a darte una esclava que nunca se romperá, si me das lo que quiero a cambio.—
Q ladeó la cabeza, finalmente brillaba alguna pizca de comprensión sorprendida. —Y, ¿qué es lo que necesitas a cambio?— murmuró, tan cerca que respiraba con su pregunta.
Mi cuerpo pasó de fuerte y desafiante a delicado. —Necesito que te preocupes por mi. Prométeme que compartirás tu vida y que no me echarás. Quiero saber quién es Quincy. Quiero pertenecerle a Q. Quiero que seas sincero contigo mismo y aceptes que significo algo para ti también. ¿Te parece bien, Q? ¿Cuidar de mí por completo para que pueda darte lo que necesitas?—
Dejó caer la cabeza, de repente empezó a acariciar mi cuello. Ocultando sus pensamientos y sentimientos en mis rizos rubios. —Estás pidiendo un imposible. Me estás pidiendo un te amo.—
Mi corazón se apretó con el dolor de su voz. Sus ojos brillaban con agonía mientras se alejaba. —No puedo. No sé cómo. Las cosas que te hice fueron dóciles comprado a lo que realmente quiero. No puedo detenerlo. No puedo controlarlo.— Me empujó lejos, metiéndose las manos en los bolsillos.
Alejándose más, hizo una barricada a una conexión adicional. —¿Quién quiere herir a alguien si se supone que están enamorados? ¿Quién quiere verlos retorcerse de dolor y completamente sometidos? Nadie cuerdo. Estoy jodido, esclave. No puedo darte lo que quieres.—
Esclave.
Mi cuerpo se estremeció. El rostro de Q se apretó con necesidad, dándose cuenta de lo que había dicho.
—¿Has llamado a cualquier otra chica esclave?—
Note que había llamado a la chica en el vestíbulo Sephena, un nombre, no un titulo.
Sus ojos brillaron, sacudiendo la cabeza.
Di un paso adelante, atrapándolo en la chimenea. —Cualquier cosa que piensas de ti mismo, te importa. Me diste el bloc de dibujo. Me diste lo que necesitaba después de que fuera violada. Eres una buena persona, Q. El héroe de tantas mujeres. Quiero hacerte feliz.—
Q contuvo el aliento pesado, mirándome con ojos ilegibles cuando llegué arriba, ahuecando su garganta. Se paro más alto mientras apretaba, quemando con el poder con el pensamiento que el me dejaría dominarlo. Dije lo que había venido a decir, lo que necesitaba escuchar para estar satisfecha.
Presionando contra su laringe, le susurré, —¿Te dolió, enviarme lejos?—
Cuando él no respondió, me incliné, apretando mis dedos. Tragó debajo de mi tacto, meneando la manzana de Adán con la masculinidad.
Miró, librando una batalla interna. Sabía que él quería hacer caso omiso, y podría hacerlo, no había nada que pudiera hacer para detenerlo, pero se dejó ser dominado, sólo por un momento. Finalmente, algo se desbloqueó en sus ojos; la pasión del corazón demoledor ardía. Él asintió con la cabeza. —Sí.—
Apenas podía respirar.
—¿Si, te dolió?—
Rodando sus hombros, rompiendo mi agarre. Se alzo sobre mí, recopilando las sombras de la habitación, crepitando con energía.
—Sí, malditamente dolió. No he dormido bien en semanas. No puedo ir a mi habitación porque me pongo tan duro. Me he corrido dos veces al día recordando cómo te retorcías bajo el látigo. Cómo se sonrojaba tu piel y se ponía roja.—
Se detuvo, respirando fuerte. Su cuerpo le suplicaba al mío y yo luchaba por mantenerme congelada.
Arrastrando las manos sobre su cabeza, se obligó a sí mismo a continuar como si la confesión fuera lo más difícil que nunca había tenido que hacer. —Eres todo lo que he estado buscando y eso me aterra. ¡Tu quieres que te lastime! Eres una maldita loca por burlarte de mí de esa manera.— Con una rapidez impresionante, me besó con fuerza. —Estoy aterrorizado de que terminaré matándote.—
Nos miramos a los ojos, superados por la verdad. Mi sangre emocionada al pensar en sus profundos deseos.
Con las manos temblorosas, desabroché su camisa, empujando a un lado su chaqueta. Cada botón, soplaba con más fuerza, hasta su pecho estaba tenso y jadeaba. Mi propia respiración lo igualó.
—Basta, Tess.—
Tragué saliva.
—No me matarás. No irías tan lejos.— Tracé los gorriones entintados en su piel, siguiendo las costillas, y los planos duros de sus músculos deliciosos. —Sé que no te gusta lo que le pasa a las mujeres que salvas. Tú no vas a convertirme en una sombra rota de mí misma. Tu ferocidad me alimenta.— Me agaché para morder su pezón, mordiendo fuerte para extraer la sangre. —Lo que sea que me des, Puedo tomarlo... siempre y cuando sepa cómo te sientes.—
Mis dedos grabaron zarzas y alambres de púas alrededor de su costado, tirando de él hacia mí. Q rotundamente se negó a venir. Tensé los músculos de la espalda cuando negó mi solicitud.
Gemí, amando su fuerza. Su control. Pero yo lo quería cerca. Mirándolo penetrantemente, me presioné contra él desde los pies hasta el pecho.
Q apretó los dientes, los ojos cada vez más pesados con lujuria. Se quedó inmóvil, sin decir una palabra. Su poder, su rabia, llenó la biblioteca, amenazante.
—Cuéntame...— murmuré. —Háblame...—
Q inspiró otro suspiro tembloroso mientras me ponía de puntillas, lamiendo su labio inferior.
Se suavizó. Las crestas del músculo en la base de su espalda temblaron, inclinándose hacia mí. —Nunca tendré suficiente,— susurró. —C'était l’erreur le plus grosse de ma vie, de te renvoyer à lui— ‘Fue el mayor error de mi vida enviarte de vuelta a él.’
Felicidad efervescente. Completa y sublime alegría.
—¿Estás dispuesto a conservarme? ¿Enviar al diablo a la policía?— Le lamí la comisura de los labios, capturando su suspiro irregular.
—No hubo acuerdo con la policía. Me felicitaron por salvar a una esclava tan fuerte.—
El tiempo se congeló. ¿Qué?
Me aparté, gimoteando cuando Q espetó, —No puede provocarme y esperar a salir de sin pagar.—
Sus brazos se apretaron alrededor de mí, arrancándome desde el suelo como si no pesara nada. Q me llevó al escritorio, deslizando el contenido fuera en un veloz movimiento. Los lápices cayeron, los papeles revolotearon, y un portátil se estrelló contra el suelo.
Prácticamente me tiró encima, presionó sus caderas violentamente contra las mías.
El humo y las palabras se desintegraron en cenizas, pero se aferraron a la lucidez.
Me arqueé, arañando sus antebrazos. —Para... ¿Qué quieres decir?— Mi cuerpo alejó el control, pero tenía que entender. ¿Qué demonios quiso decir?
Q gimió, empujando su dura polla. De forma automática envolví mis piernas a su alrededor, emocionada, llena de lava y necesidad.
—La policía sabe lo que hago. Una vez que las chicas están... mejor... ellos encuentran a sus seres queridos y las devuelven.— Sus ojos se cerraron mientras él empujaba de nuevo, el cuerpo temblando de deseo. Rio oscuramente, inclinándose sobre mí. —Han estado entrometiéndose en mi vida amorosa desde que tenía dieciséis años. Ellos pensaban que tú eras diferente. Dando a entender que yo te había tocado, más que ayudado.— Sus ojos me quemaban con jade caliente. —Me asustó como la mierda. Vieron la verdad y sabía que tenía que deshacerme de ti antes de que yo te matara, o peor... que te convirtieras en lo que otros amos enfermos hacen a sus esclavas.—
Dejó de empujar, el repentino silencio me estremeció.
—¿No lo ves? Me preocupaba demasiado para hacer lo que quería. Hice una promesa. No voy a romper jamás ese voto de nuevo.—
Mi mundo cambió, pasó de redondo a plano. Pasó de blanco y negro a color, la noche se convirtió en día.
Finalmente.
El rompecabezas de Q Mercer tenía sentido, había puesto la pieza final. Quería abrazarlo, morderlo, abofetearlo y follarlo hasta la muerte. Él me había dejado porque se preocupaba por mí. A pesar de que había jurado que nunca lo haría.
Me reí. Hombres. Gloriosos y estúpidos hombres.
Mi hombre.
Mío.
Se quedó mirándome fijamente a los ojos, sin moverse aparte de un pequeño pulso de sus caderas, apenas detectable. Me sacudí, gimiendo mientras la unión de su bragueta hacia burlas a través mi vestido.
—Rompe tu promesa. Ahora. Conmigo.—
Q negó con la cabeza, mientras presionaba las caderas más fuerte. —No puedo dejarme libre.—
Él gimió cuando me enderecé y lo besé. Envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, tiré mi ser entero en el beso.
Luchó por una milésima de segundo, antes de besarme de vuelta, hundiendo la lengua profunda y violenta, tomando completa posesión. Mi cerebro estaba confuso, respiraciones atrapadas, y yo ya no pensaba. Sólo sentía.
Me mordisqueó el labio, peleando su lengua contra la mía. Luchamos nuestra batalla sin palabras, corazones corriendo al mismo ritmo.
Rompió el beso. En lugar de lujuria y necesidad desenfrenada, él estaba... triste, a distancia.
Abrí mis piernas aún más. De ninguna manera iba a dejarlo pensar más en esto. Siseó cuando arqueé la espalda, ronroneando contra su rigidez. —Te necesito, necesito que me lastimes.—
Algo oscuro espesó el aire, y escondí mi sonrisa. Quincy estaba perdiendo ante Q. Negros deseos desgarrando lentamente una jaula en la que se encerraba a sí mismo. Estoy ganando.
—¿Me necesitas? ¿O me deseas?— gruñó, frunciendo la boca mientras empujaba duro.
Yo temblaba y me retorcía, tentando, colgando a la pequeña esclava sin sentido delante de un diabólico maestro. Jadeé, —¿Hay alguna diferencia?—
En mi mente, no la había. Ambos eran importantes. La vida y la muerte importaban con la forma en que mi cuerpo se calentaba y era convocado por una liberación.
Me agarró el pezón a través de la seda del vestido, retorciéndolo, arrastrando otro grito de mi garganta.
—¿Me necesitas como un hombre, o como tu amo?— dijo las palabras en trozos, una vena en su cuello se destacó cuando bajó la cremallera de sus pantalones, liberando su tensa erección. —¿Es esto lo que estás pidiendo, esclave?—
Asentí con la cabeza, incapaz de apartar la mirada de su enorme y deliciosa dura erección.
—Sí. Dios, sí.—
Sus dedos me subieron el vestido hasta los muslos, e hizo a un lado mis bragas. Su dedo desapareció en mi interior sin juegos previos, pero estaba empapada para él. Me incliné alrededor de su toque, gimiendo con gratitud. Había pasado tanto tiempo desde que sentí tal rapsodia.
Untó la humedad por encima de mi clítoris. Mis piernas apretadas con más fuerza, retorciéndose por el filo del fuerte de placer. —Q... Amo.—
Nunca rompiendo el contacto visual, recorrió los dedos alrededor de mi ave tatuada en la muñeca, bloqueándome en su dominio. Su toque rezumaba con destreza sexual, doblando mi voluntad con nada más que la presión.
—¿Prometes decirme si voy demasiado lejos? ¿Prometes que nunca me dejarás quitarte tu espíritu, tu lucha, tu fuerza? Tienes que prometer que siempre te mantendrás fuerte.— Su dedo se extendió más profundamente, acariciando mi punto G.
Mi mente se disparó en blanco. ¿Quería que lo prometiera? Bien. Podía prometerlo. Había venido aquí para dárselo todo. Si lo necesitaba con sangre, lo firmaría. Firmaría cualquier contrato, si significaba que Q se entregaría por completo.
Su dedo empujó, presionando increíblemente más profundo, arrastrando necesidades oscuras a la superficie; me apreté, hambrienta, desesperada por más. —Respóndeme, esclave,— dijo con voz áspera.
Miré profundamente en sus ojos, encarcelándonos a ambos. Sus iris estaban oscuros y heridos, sus párpados estaban pesados con la lujuria. —Prometo que lucharé hasta la muerte antes de dejar que me rompas.—
Q retiró sus dedos, llegando más allá de mi cabeza para tomar un abrecartas. El fuerte destello de la hoja hizo que mi corazón volara salvajemente.
—Soy un hombre de negocios, Tess. No tomo las promesas a la ligera.—
Me deslicé hacia arriba, empujando mi vestido para cubrirme. Mi cuerpo vibraba por su toque, pero vi lo importante que era para él. Me dolía el pecho. Q iba a aceptar conservarme. Iba a permitirme compartir su mundo. Esperé con gruesa anticipación. Haría cualquier cosa para darle a su mente un descanso.
—¿Me estás pidiendo que te trate como a una esclava, pero también que comparta mi vida contigo?— Su rostro estaba cerrado, convirtiéndose perfectamente en Q de nuevo. —¿Permitirme controlarte, pero también ser una igual?—
Asentí. —Exactamente.—
Sus ojos brillaron y sus dedos se apretaron alrededor del abrecartas. —Casi fui a robarte de nuevo, ¿sabes?—
Mi corazón dio una patada olímpica. Luché contra una suave sonrisa.
—¿Lo hiciste? ¿Por qué?—
Resopló, sonriendo con ironía. —Sabes por qué. Ha sido un infierno total y absoluto. J'étais malheureux sans toi.— ‘He sido miserable sin ti’.
Suspirando profundamente, añadió, —La otra chica, Sephena, llegó de algún sádico malparido en Teherán una semana después de que te fueras. Todo lo que podía hacer era pensar que en ti. Tú lanzándote a través de la puerta de mi casa, muy orgullosa.—
Ahuecó mi mandíbula con dedos furiosos. —Franco la cargo porque ella se desmayo del temor a un nuevo amo, completamente diferente a tu ferocidad.—
Inclinó la cabeza, mirando lo que tenía en la mano. Determinación y aceptación asentadas en su mirada. —Nunca debes dejarme que te rompa completamente. Necesito tu fuego, tu temperamento, tu voluntad inquebrantable.—
Me deslicé fuera de la mesa, de pie sobre el arrugado papeleo, sin duda sobre una negociación de otro edificio. —Ya te he dado mi promesa, y no tienes que robarme. Regresé.—
Tragó saliva, y su rostro se aclaró desde la confusión hasta los deseos misteriosos. Brillaba con vívida emoción. Se paro más alto, y la luz templaba su oscuridad cuando finalmente entendió lo que le ofrecía. Finalmente entendió que yo era lo suficientemente poderosa como para hacer frente a la bestia que vivía en él y atraparlo. Dejaría que me lastimara, pero nunca arruinarme.
—Voy a tratar de darte lo que quieres a cambio de dos cosas.— Tiró de un mechón rubio, trayéndome hacia adelante para plantar un beso muy duro en mis labios.
—Sólo tienes que pedirlo.—
Murmuró contra mi boca, —Quiero que trabajes para mí. Sé que terminaste tus exámenes. Estás cualificada.—
Miré hacia arriba con la boca abierta. Dos cosas me hicieron abrir la boca. Uno, él confiaba en mí para trabajar en su compañía multimillonaria, y dos: él me había espiado. Mi alma voló. No me había dejado ir después de todo. Estoy contenta de que me acosara y espiara. ¡Por supuesto que sí!, estaba extasiadamente feliz.
—¿Y lo otro?—
—Otros dos, en realidad.— Se enderezó, aceptándose. Su rostro tronó con temperamento, rodando con nubes pesadas. —Si alguna vez vuelves a dormir con otro hombre, juro por Dios, que no seré responsable de lo que haga. Fuiste a casa de ese chico, Brax. Compartiste su cama durante un mes. Esa fue la peor tortura, y me niego a hacerlo de nuevo.— Respiró con fuerza, sacudiendo la cabeza, con los ojos atormentados.
Me lancé contra él, besándolo, subiendo sobre él. Me aplastó, sus dientes me golpearon los labios como si quisiera reemplazar todos mis pensamientos. No necesitaba intentarlo. Lo hacía sin esfuerzo. Cuando pude respirar de nuevo, le dije, —Eso va para ti también. No hay otras mujeres. Soy la única que latigarás y follarás.—
Le mostré mi tatuaje, y le dije, —Esta pequeño ave pertenece en tu jaula. A nadie más.—
Gimió, apoyándome contra el escritorio de nuevo, balanceándose. Me eché hacia atrás hasta que mis hombros tocaron la dura madera prensada. Le agarré la corbata y lo obligué a doblarse más, calentándome. Su pecho desnudo se asomaba entre la camisa desabrochada y corrí mis dedos hasta su espalda, silbando cuando se sacudió contra mí. Sin importar que yo estuviera lasciva, descarada, ardiendo y todo tipo de cosas calientes. No importaban esas cosas. Había pasado tanto tiempo. Le necesitaba tanto.
Q asintió.
—Suena como un trato justo.—
Le di una palmada ligera. —¿Y tu última condición?— Jadeé mientras sus labios bajaron por el lado de mi cuello, desapareciendo entre el valle de mis pechos.
Q mordió mi pezón a través de mi vestido y abruptos relámpagos estallaron a través de mi vientre. —Quiero cometer un asesinato.—
Mi corazón dejó de latir.
—Voy a matar a los bastardos que te lastimaron. Voy a asegurarme personalmente que toda su operación se queme hasta los cimientos.—
Me aparté, mirándolo a los ojos furiosos. Yo no podía respirar. Quiere la misma venganza que yo quiero. Ni siquiera tuve que pedirlo. Veía más profundamente de lo que alguna vez se daría cuenta. Sin embargo, nuestra relación no convencional, resonaba con rectitud. Q me hablaba en un nivel mucho más profundo que el de un hombre y una mujer.
Yo creía plenamente que había sido hecha para él y él había sido hecho para mí. Dos mitades de la misma maldita cosa. Dos almas con los mismos deseos retorcidos, incapaces de ser totalmente libres hasta que encontraran al otro.
Lancé mis brazos alrededor de él, respiré profundamente su aroma embriagador de cítricos y algo más oscuro, algo que tiraba de la energía de mi cuerpo. Trascendiendo mi alma de mi caparazón mortal, listo para ser reclamado y tomado.
—Tú eres el único, Q Mercer. Siempre fuiste el único.—
Q se sonrojó. La primera vez que había visto la timidez de un hombre tan fuerte y audaz. Un color rosa tintó sus pómulos perfectamente esculpidos, derritiéndome en un charco. ¿Me acostumbraré alguna vez a lo mucho que él significa para mí? ¿Alguna vez quiero hacerlo? Quería vivir mi vida en el séptimo cielo. Constantemente con asombro. Constantemente necesitada.
Q apretó los dientes, pasando el abrecartas a través de una palma carnosa. Brotó una pequeña línea de sangre. Con su otra mano, agarró la mía, cerré los ojos mientras cortaba mi piel de la misma manera.
El ardor no era nada. Le daba la bienvenida. Sabía lo que Q quería hacer. Tenía completa y absolutamente sentido. Cualquier otra persona no vería lo mucho que yo necesitaba mezclar nuestras esencias, nuestras vidas, pero él lo hacía.
Este era un contrato entre dos monstruos luchando en la oscuridad. Nuestra sangre era la tinta básica para un contrato de dolor y un sinfín de placer.
Estrechamos las manos. Sonetos y truenos y cada elemento en el universo atravesó de él a mí. Me estremecí cuando Q gruñó, —Prometo protegerte, arrasarte, cazar a los que te hagan sufrir, y darte la vida que te mereces. Mi fortuna es tuya. Mis secretos son tuyos. Y yo te daré los cadáveres de los hombres que te lastimaron.—
Mi cuerpo vibraba con el pacto que estábamos haciendo.
—Prometo luchar contra ti cada hora de cada día— Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel.
—Bienvenida a mi mundo, esclave. Lucharé por mis deseos cada segundo.—
Desenganchando nuestro agarre, untó nuestra sangre combinada en mi tatuaje. —Eres la primer ave que liberé y volvió. La única ave.—
Las lágrimas me inundaron la visión cuando acaricié su mejilla.
—Siempre estuve corriendo a ti. Solo que no lo sabía. Mi libertad esta en tu cautiverio Q. Puedo volar cuando estoy contigo.—
Se lamió los labios, había adoración y asombro en su mirada. —Je suis à toi.— ‘Yo soy tuyo’.
Negué con la cabeza.
—Nous sommes les uns des autres.— ‘Somos el uno del otro.’
***
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