Espero mucho ver el rubor en tu piel cremosa, tu bienestar y marcarla deprisa…
Contuve un gemido cuando doblé la esquina de mi oficina y me encontré a Frederick encorvado contra el marco de la puerta. Con los brazos cruzados, el cabello oscuro peinado hacia atrás con gel, y luciendo una chaqueta de tweed con pantalones, parecía un cartero de la Casa de Campo.
Todavía no sé cómo habíamos terminado siendo amigos. Éramos compañeros de habitación en el internado, y cuando volví a terminar los exámenes después de asesinar a mi padre, él sabía que algo importante había sucedido en mi vida. No porque yo estuviera melancólico y enérgico, sino porque, por primera vez, lucía una sonrisa y un aire de alivio. Finalmente, había hecho un favor al mundo matando a mi padre y quería compartir mi buena fortuna.
Nunca le dije lo que había sucedido exactamente, pero de alguna manera, él me había hecho tropezar lo suficiente como para dejar pasar mi historia. Para conocer más de mis secretos y confiar en alguien. En el momento en que me vio, sus labios se torcieron en una sonrisa. Se pasó una mano por el cabello brillante.
Ceñudo, me abrí paso a la sala de juntas, mirando su sonrisa despreocupada.
— ¿Quoi? ‘¿Qué?’ — Pregunté cuando alzo un brazo para evitar que entrará.
Sólo conocía a cinco personas en todo el edificio. Y yo confiaba en esas cinco personas. Frederick era uno de ellos, pero también era el único que me volvía loco con sus travesuras.
— Bonjour. — Él chasqueó los dientes. — Me preguntaba cuándo serñiamos bendecidos con tu famosa presencia de nuevo. —
Le golpeé el brazo y me dirigí hacia la gran mesa ovalada. Escogí el asiento principal y me senté con las manos juntas sobre la mesa. — Ve al punto, Frederick. —
— Bueno, asumí que con un pedazo de culo caliente en casa te tomaría mas que cuatro días antes de volver a este caos. —
Mi temperamento explotó. — No. Le. Faltes. Al. Respeto. — Apreté los ojos. No era la primera vez que me arrepentía de haber encadenado a Tess al techo para venir a esta improvisada reunión de negocios. Odiaba que Frederick la viera así.
Yo había sido un maldito bastardo, pero tenía mis razones. Razones que no se sumaban por la forma en que Frederick Roux presumía ante mi.
Se dejó caer en una silla junto a mí, con las manos hacia arriba. — Hey. Sólo estaba declarando un hecho. — Se arrastró hacia delante con entusiasmo. — Así que... finalmente estás dejando que una mujer te dome, ¿eh? —
— Ella no me ha domado, ella… — Me detuve a mitad de la frase, tragándome el pensamiento que estaba a punto de decir. Ella no me domaba, me había puesto en libertad. Definitivamente no era apropiado para mi terrible reputación.
Aproveché la enorme pila de papeles que había solicitado para ponerme al día y fingí ignorarlo. No podía hacer frente a su mierda ahora.
Dejar a Tess había sido lo más difícil que había hecho desde que hice un juramento de nunca convertirme en mi padre. Había dejado mi capacidad de respirar arriba con ella. Sólo el conocimiento de que estaba completamente segura y era intocable me permitió un poco de alivio para empezar a trabajar.
¿Por qué había tenido ese ataque de pánico? Era tan fuerte. No tenía sentido que ella dejara que los recuerdos fueran mas fuertes que ella. Había visto a suficientes mujeres perdiendo toda su vida por revivir lo que había pasado. El interruptor que las enviaba en espiral a la depresión y destrucción nunca se apagaba.
No dejaría que eso le sucediera a Tess.
— Deja de regodearte. Puedo sentir tu petulancia desde aquí, — Me quejé cuando Frederick se negó mirar a otro lado.
— Hey, hombre, me puedo permitir regodearme cuando mi amigo por fin llega al trabajo bien follado y un tinte más feliz que cualquier otro día de su pequeña y triste vida. —
Dejé caer el papel y envié mi mano hacia él. A medio tocarlo, pero perdiendo el golpe al mismo tiempo.
Se agachó, riendo. — Estoy contento por ti. — Echandose hacia delante, me dio una palmada en la espalda, sonriendo.
— Bienvenido a la convivencia en pareja. Ya no eres un soltero que tiene que coger su billetera para conseguir a alguna chica.—
— Por el amor de Dios, baja la voz. — Mis ojos se dirigieron hacia la puerta. En cualquier momento tendriamos compañía y la gente no necesitaba saber lo que hacía con el dinero en efectivo de mi cartera.
Frederick asintió. — Pararé ahora. Sólo estoy feliz por ti, eso es todo. —
Calentándome un poco, me recosté en la silla. — ¿Qué te hace estar tan seguro de que me quedaré con ella? La envié de vuelta la primera vez. Podría hacerlo de nuevo. —
Resopló y encubrió una carcajada. — ¿En serio, Mercer? Eras un puto desastre el día que la enviaste de vuelta. ¿O has olvidado que te encontré casi comatoso, acostado en tu mesa de billar, murmurando acerca de Dios sabe qué? —
Era lamentable que él me hubiera encontrado. Había planeado emborracharme. Necesitaba algo para adormecer el dolor.
Se agachó para oler mi hombro. Me las arreglé para cubrirme, no era difícil, pero sí lo suficiente. — Además, hueles a sexo. Apestas, amigo mío, y ese pequeño resplandor que tienes me dice que te la vas a quedar y que finalmente vas a dejar de golpearte a ti mismo en las pelotas por ansiar lo que necesitas. —
— Deja de molestar, Roux. Lo entiendo. Estás feliz por mí. — Entrecerré los ojos, recopilando los documentos una vez más.
Él sonrió y su mirada azul, tan brillante que siempre me preguntaba si era falsa, brillaba. — Tienes una arruga. —
Hice una pausa, frotándome la frente. Excelente. Una maldita arruga. Era lógico, supongo. Me sentía viejo. Desde que Franco había forzado a Tess a que se inclinara a mis pies, yo había envejecido cada día, desgastando al monstruo que tenía dentro, maldiciendo mis impulsos de que me acabaría matando un día.
O matando a la persona por la cual me preocupaba.
El pensamiento se detuvo en mi corazón y fulminé a Frederick. — ¿Esta es otra de tus putas analogías? —
Él asintió con la cabeza, riendo. — Quería ver si te importaba. Apuesto a que te importa si te digo que hay una corbata y un lazo que supongo que son unas bragas que salen de tu bolsillo. —
¡Merde!
Me apresuré a moverme en la silla y meterme la ropa interior de Tess de nuevo en el bolsillo. No pude evitar mi satisfecha sonrisa por la visión de Tess en sus manos y rodillas mientras yo la follaba. Maldita sea, quería hacerlo de nuevo.
Quería follarla y herirla en esta mesa de reuniones.
Por mucho que Frederick me volviera loco, me gustaba que no me tuviera miedo. Sabía hasta dónde podía presionar. Susurrando en voz baja, le dije con buen humor, — Va te faire foutre ‘Vete a la mierda’. Deja de ser un idiota. —
Frederick se rio entre dientes. — Es justo. — Sus ojos se dirigieron a la puerta, mirando a ver si todavía teníamos privacidad. Mis pelos de punta se dispararon cuando él se movió hacia delante, inclinando la cabeza. — He oído lo de la mafia rusa. El hombre al que disparaste por tocar a tu esclava, esta buscando sangre. —
Mis manos se convirtieron en puños y me disparé hacia delante. — Ella no es mi maldita esclava. Su nombre es Tess y ahora es una parte de mi vida. Nunca discutas cómo llegó a ser de esa manera. ¿Lo entiendes? —
Frederick asintió, sin rechazar mi temperamento. Tenía la disposición de un piloto imperturbable. Siempre sin problemas, siempre en calma. Deseaba poder robar algo de su serenidad; tal vez entonces podría detener el remolino de sentimientos que había dentro de mí.
— Tienes mi palabra. ¿Pero puedo hacerte una pregunta? Hiciste el trabajo de tu vida salvando a tantas mujeres de las situaciones en las que pones a Tess. ¿Por qué la ataste para que fuera follada por los ojos de ellos si lo odias? —
Confiaba en Frederick para ver a través del engaño. Sí, esa noche había sido el cincuenta por ciento egoísta. Quería hacer algo tan horrible como mi padre. No podía evitarlo. Sólo una vez le di a la bestia algo que deploraba. Me había puesto duro al ver a Tess luchar y ponerla en esa situación que jodiera su mente. Pero también sabia que el Red Wolverine no estaba feliz conmigo.
Demasiadas veces había aceptado sus sobornos, accedido a un permiso inmobiliario, o proveer mi nombre como garantía colateral contra una empresa de la mafia, todo para tener en mis manos las mujeres con las que comerciaban.
Mi reputación estaba enferma y empañada en el bajo mundo, exactamente como yo quería. No sabían usar el dinero negro para combatir la suciedad; cada centavo era para salvar esclavas. Pero Tess. Mierda, quería follarla esta noche. Quería cortarle el vestido y follarla de tantas putas maneras.
Y con la oscuridad corriendo gruesa por mis venas, sabía que iba a ser una buena oportunidad para mostrar a los secuaces del Red Wolverine que estaba disfrutando de mis sobornos.
Los susurros habían comenzado. Los chismes sobre que liberaba los sobornos que aceptaba. Que las soltaba y nunca las tocaba. Había que hacer algo.
No podía dejar que se fugara la información. Significaría que todas las chicas que había salvado serían redondeadas, seguidas como alimañas y serían vendidas de nuevo a la pesadilla. Así que, les di un espectáculo. Puse a Tess en el escenario y malditamente olvidé que era un teatro para calmar los chismes y detener que una de las más grandes mafias dedicadas al tráfico sospechara de mi. Me permití ponerme dolorosamente duro, entretenido con visiones de follar a Tess como la esclava que era, y permitiendo que otros hombres babearan por lo que era mío.
Ella era demasiado perfecta. Increíblemente sexy colgando del techo, tentándome como la manzana había tentado a Eva.
Durante toda la cena no pude concentrarme mientras Tess colgaba como una muñeca de oro encarcelada, completamente desamparada, totalmente indefensa, completamente a mi merced.
Frederick me golpeó el hombro. — Deja de apretar la mesa, Q. Tu temperamento se está saliendo de control. —
Mierda. Puse las manos en mi regazo, crujiendo el cuello de la tensión abrumadora en la espalda.
— Lo hice para proteger a otras mujeres. He sacrificado la dignidad de Tess y me la he follado con el fin de montar un espectáculo para los hijos de puta con los que hacemos negocios.— Lo miré. — ¿Contento? —
Él asintió con la cabeza como si tuviera mucho sentido. — Lo pensé mucho. Si no estuvieras emocionalmente involucrado, no hubieras arruinado el show disparando en la pierna al mismo hijo de puta al que tratabas de impresionar. —
Solté un bufido, recordando lo satisfactorio que había sido apretar el gatillo y causar daño corporal. Él se había atrevido a poner las manos sobre Tess, a herirla, a torturándola. Lo mataría la próxima vez que lo viera.
Entonces mi corazón murió con repulsión negra recordando cómo Tess se había desmayado por el dolor y el shock. Esa noche sería recordada como una de las mejores y peores de mi vida.
Estrechando los recuerdos, le pregunté, — ¿Has oído algo? ¿Supiste algo a través de los papeles de ese hijo de puta? — Quería confirmar los permisos de construcción que había solicitado tan pronto como fuera posible. Después de todo, la aprobación de su solicitud representaba la libertad de Tess. Su vida por un pedazo de hormigón y vidrio en el corazón de Moscú. Un frente de lavados de dinero, armas y mujeres.
— Sí. Los permisos han sido aprobados gracias a algunas palmas cuidadosamente engrasadas. Pero no creo que ese sea el final. El hombre al que disparaste no era sólo su secuaz. Era el hijo de Wolverine. —
Mis ojos se ampliaron y me ahogué en mi propia saliva.
— Merde. — Para mi puta suerte. Puse a Tess en peligro para proteger a la verdad y voy y le disparo al niño de oro de la puta mafia.
El idiota y ridículo rubio me vino a la mente. Me había encantado cuando su sangre se había filtrado a través de sus pantalones. Le había enseñado una lección y Franco le había dado un poco de algo extra para patear su culo fuera de mi casa.
¿Qué demonios significaba eso? ¿Red Wolverine vendría detrás de mí por herir a su única descendencia? Necesitaba adelantarme si tenía alguna idea sobre salvajes represalias.
Frederick interrumpió mis planes. — Quiero conocerla, Mercer.—
Mis ojos se dispararon hacia los suyos. — ¿Crees que quiero que hables con ella? ¿Para decirle que se aleje de mí? — Él nunca lo haría, pero mi risa tenía demasiado dolor y la cruda verdad para ser ignorada.
Je suis un faible idiot. ‘Soy un débil idiota’.
Frederick se rio, disipando la incomodidad. —No voy a revelar tus secretos. Pero quiero hablar con ella. Quiero asegurarme de que sea digna de mi amigo. —
Puse los ojos en blanco, ignorando su cursi comentario. Maldito idiota.
La puerta se abrió y pasaron los gerentes que habían estado esperando.
Frederick cambió de feliz a estricto, frente a sus subordinados con un puño de hierro. La jerarquía en la habitación me incluía como el gran hijo de puta y Frederick como mi mano derecha. Él era el vínculo entre mis órdenes y asegurarse de que los demás hacían lo que se les decía.
Me senté en silencio mientras Katya, una mujer ferozmente inteligente de piernas largas y con las pelotas más grandes que la mayoría de los hombres, se acercaba. Sus talentos yacían en la gestión de proyectos y en la obtención de nuevos contactos. Kevin, estaba a cargo de la contabilidad y Samuel, con sus rastas y ropa desaliñada, trabajaba principalmente con el personal de comercio y práctica en los negocios, y por último pero no menos importante estaba Sandra, la severa mujer de cabello gris, que estaba a cargo de recursos humanos.
Sonrieron y murmuraron saludos, pero nadie se atrevía a hablar conmigo fuera de un nivel de negocio. Y eso me gustaba.
Una vez que todos estuvieron sentados, aplaudí una vez y dije, — Ahora que estamos todos aquí, vamos a empezar. —
*****
Dos horas del comienzo del reporte, un dolor se formó sin descanso detrás de mis ojos. El dolor de cabeza con el que había luchado desde que bajé del helicóptero me molestaba más y más fuerte.
Logística y figuras pululaban en mi cabeza hasta que no pude oír nada más que un zumbido suave. Luchaba a través de él.
Resulta que tenía dos debilidades: el control y las putas migrañas.
Me serví un poco de agua, esperando que fuera simplemente deshidratación. Forzándome a centrarme, cuando todo lo que quería hacer era volver con Tess y acurrucarme para descansar.
Diez minutos más tarde, los números de una nueva adquisición en Hong Kong rebotaron en la página y se deslizaron sobre la mesa. Mi visión tomó un fuerte alucinógeno. Una señal segura de que había dejado el reino del dolor de cabeza y me estrellaba directamente hacia una migraña.
— Sí, pero si compramos el edificio de al lado. Podríamos consolidar los lotes y asegurar el permiso de un hotel de treinta pisos, — dijo Frederick a Katya, masticando el extremo de un bolígrafo.
Negué con la cabeza, tratando de disipar el espesor abrumador que se hacía cargo de mi cerebro. Mierda, esto no podría venir en un peor día. Con el estrés del ataque de pánico de Tess y escuchar el nombre de Red Wolverine, no estaba feliz y no tenía tiempo para estar malditamente enfermo.
Katya dijo algo y toda la mesa se volvió para mirarme.
No podía mover la lengua para formar una oración apropiada. Merde, nunca me había puesto tan mal así de rápido. Normalmente se apoderaba de mí, robándome un poco de mis sentidos, dándome tiempo para salir del infierno y esconder mi cuerpo débil.
— Mercer. ¿Estás bien? — Frederick me dio unas palmaditas en la mano. Mis ojos se dispararon hacia él, pero tuve que entrecerrar los ojos contra el dolor que me impedía centrarme.
No puedo hacer esto.
La única manera de romper esto era una habitación oscura y los dedos celestiales de Tess para darme un masaje y alejar la agonía.
Tess.
Todo lo que quería hacer era estar con ella. La necesitaba. Ella me ayudaría a curarme, tal como ella podía curarme todo.
La bestia dentro de mí gimió, acordando que en esta circunstancia, no quería hacerle daño. Quería que fuera gentil y me cuidara.
Sacudiendo la cabeza, me tragué las náuseas y me levanté. Me obligué a actuar de manera fría y totalmente en control, le dije, — Suena como que está todo bajo control. Si me disculpan, tengo otros asuntos que atender. —
Frederick frunció el ceño, pero asintió con la cabeza. — No hay problema. Te mantendré al día con lo que decidimos para el proyecto de desarrollo de Hong Kong y Londres. —
Asentí con aprobación, que envió a mi mundo un episodio de turbulencias. Odiaba cuando estaba así de mal. Odiaba ser tan débil.
Manteniendo mis labios firmemente juntos, por si acaso mi café de por la mañana decidía reaparecer, me dirigí con firmeza fuera de la habitación.
En cuanto la puerta se cerró detrás de mí, me apoyé en la pared y respiré hondo. Sentía como si no existiera oxígeno en el interior de este maldito edificio. Busqué mi cuello, tratando de quitarme el botón superior de la camisa.
La puerta se abrió y me giré dolorosamente para ver la cara de quien fuera.
Frederick me miraba con preocupación. — ¿Otra? Eso es una al mes desde hace un tiempo, hombre. Me prometiste que irías al médico. —
No tenía fuerzas para decirle que había ido al médico. Y para admitir que tenía un problema era malditamente importante. Pero en el papel no había nada malo en mi.
Al parecer, los dolores de cabeza estaban relacionados con el estrés.
En mi bruma dolorosa, murmuré algo incoherente y me dirigí al viaje de maratón para volver a mi oficina privada.
No pienses. Sólo llega con Tess.
Frederick me siguió hasta el ascensor y saqué mi identificación para activar el ascensor privado. Era el único ascensor que llegaba a la azotea. No quería que nadie más fuera allí sin mi permiso.
El zumbido de la llegada de la maquina se corto mientras se abrían las puertas. El brazo de Frederick estaba fuera, bloqueando mi camino.
Fragmentos calientes y ardientes se asomaban por mi cerebro, robándome los colores de la visión. — Fuera de mi camino, Roux.—
Levantó el brazo y me dejó entrar, pero saltó una milésima de segundo después. Me miró. Hice una mueca y me volví hacia él, pero mi percepción estaba muy lejos y me giré hacia la pared de espejos.
— Sí, estás teniendo un ataque completo, hombre. No es bueno.—
La agonía estalló en mis nudillos y gruñí, curando mi mano.
— Gracias por el consejo. ¿Me vas a cobrar por eso? —
Él sonrió. — No. Cortesia de la casa. — Apretó el botón superior y viajamos en silencio antes de decir, — No te molestes en perder el aliento para mandarme a la mierda. Me quedaré hasta que tomes algunos analgésicos y esa mujer tuya te tenga en el sofá y estes descansando. —
No quería discutir. Sonaba malditamente perfecto. Pero odiaba que me dijeran lo que tenía que hacer. La última vez que obedecí tenía ocho años y mi padre mató a una esclava por escaparse para buscar comida para sus hambrientas compañeros de cama.
Al carajo esa mierda. Nunca quería seguir órdenes de nuevo.
Frederick me miró, pero no le hice caso, centrándome en apretar los puños con tanta fuerza que mis dedos amenazaban con romperse. La posibilidad de una fractura impidió que la niebla del dolor me devorara por completo.
Di un paso atrás y me deslicé en un charco de agua. Me imaginé que mi cerebro me estaba jugando trucos. Lo descarté, pero luego me congelé. Podía olerlo.
Agua.
Orquídeas.
Tess.
Mi cuerpo se bloqueó mientras el pánico me cargaba los miembros. ¿Por qué demonios había estado en el ascensor? ¿Sin mí? Ella no sería capaz de volver sin mi tarjeta de acceso.
Frederick levantó una ceja, notando mis músculos temblorosos. — ¿Qué demonios, Q? — Él se inclino hacia delante, pero también resbaló.
Sus ojos miraron el suelo, extendiendo la mano para agarrarse la barra lateral y evitar golpearse contra el suelo. — Uh. Esto es extraño. No debe haber una fuga aquí. —
Mis instintos volvieron a la vida, tratando de decirme algo, algo que debería haber notado al segundo en el que había entrado en el ascensor.
La bestia dentro de mí olfateó y aulló. Algo estaba seria y jodidamente mal.
La conclusión corría a alta velocidad fuera de mi alcance. Me di una bofetada a mí mismo en la cabeza, tratando de que mi cerebro se ordenara. La migraña se acurrucó alrededor de mis neuronas, haciéndome tonto como un pedazo de hormigón.
Inhalé profundamente, tratando de calmar mi pulso. El aroma de Tess golpeó mi cabeza, haciendo que mi corazón se golpeara fuertemente y mi polla se retorciera.
Y ahí es cuando jodidamente me golpeó.
Todo mi cuerpo se sentía como si unos cuchillos se arrastraran por mi piel, desollándome vivo. El mundo se paró en seco.
— Mierda. — ¡Tess!
— ¿Qué es? ¿Qué pasa? — Preguntó Frederick, los ojos iban volando por el ascensor, en busca de alguna amenaza invisible.
La oleada de pánico alejó la migraña y bajó por mi espalda. La rabia le siguió, llenándome como un cañón. ¡Esos hijos de puta se atrevieron a tocarla! Mi cuerpo en espiral colisiono con la necesidad de atacar, de encender el animal y destrozar a cualquier persona que tocara a mi mujer.
Inspiré de nuevo, oliendo el horrible hedor de cigarrillos y la grasa en mis pulmones.
Necesidad y olor corporal.
Hombres.
Algo malicioso se envolvió alrededor de mi estómago, arrastrando las imágenes de cada hijo de puta con el que había tratado en la industria del tráfico. No entendía cómo reconocía el olor, pero lo hacía.
La maldad había estado en este ascensor. Con Tess.
Necesitaba salir de esta caja de metal que viajaba de una forma demasiado lenta. Necesitaba escalar el edificio como King Kong y aplastar hasta el último idiota.
Gruñendo, golpeé la pared de espejos con tanta fuerza que se hizo añicos. Las grietas irradiaban mi puño, astillado en pequeños pedazos y tintineando en el suelo.
— Mercer, qué… —
Las puertas del ascensor se abrieron y corrí.
Me choqué con la puerta de metal, me tropecé y caí de rodillas. El sol era como una daga, una puta bazuca para mi cabeza con su brillo. Mi visión se volvió completamente blanca mientras luchaba por mantenerme lúcido.
Apretando los dientes, obligué a mi cuerpo que me obedeciera, y pesadamente, corrí a través del campo minado de la luz solar. Las aves graznaron, interrumpiéndome.
Con el corazón en la garganta, irrumpí en mi oficina.
— ¡Mercer! ¡Dime qué diablos está pasando! Me estás asustando.— Frederic me persiguió. No desperdicie mi respiración en contestar. No podía permitirme el lujo de desperdiciar cualquier parte de mi cuerpo que fallaba rápidamente.
Tenía que saber que Tess estaba aquí. Segura. Protegida.
Todo está en mi mente. Es un sueño horrible. Mi cerebro me está jugando una mala pasada. No es real.
Pero el hedor era peor que aquí, la alfombra estaba mojada con grandes charcos. Mierda.
La energía de la oficina ya no estaba tranquila, estaba contaminada. Frágil y tensa, que acechaba con un trasfondo desagradable: algo negro y terriblemente frío, mal y podrido.
La migraña latía alrededor de mi cráneo, apretando mis pensamientos en un tornillo sin fin. Sentí la muerte y la infelicidad. La fuerza y la pureza de Tess no estaban en ninguna parte. Algún abismo que había estado lleno hasta ahora, estaba vacío y oscuro.
No seas una maldita reina del drama.
Pisé fuerte al miedo, aplastándolo. El hedor de cigarrillos impregnaba el salón, guiándome por el pasillo y el dormitorio de repuesto.
Seguí el olor, pero retrasé mis pasos para desbloquear mi pistola HK P2000 del aparador. Frederick patinó en la oficina, embobado como un maníaco. Teniendo en cuenta que se suponía que era la calma de nuestro dúo, parecía conectado y listo para matar.
— ¿Crees que debo coger esto? — Miró el arma en mi mano temblorosa. Mi visión vaciló. A todo color un momento y al siguiente blanco y negro. Tenía razón, pero a la mierda mi cabeza. Yo estaba a cargo de la seguridad de Tess y haría uso de la maldita pistola.
Ignorándolo, me agaché y me moví en silencio por el pasillo. Nunca había estado tan agradecido por ser completamente silencioso sobre mis pies.
El impulso por disparar a los bastardos que se habían atrevido a tomar lo que era mío, me consumió. La bestia dentro de mí rugió y rabió, listo para fusionarse con la furia.
Levanté mi brazo ancho, el dedo presionaba el gatillo cuando entré en el dormitorio.
Nada.
La cama estaba intacta, la habitación estaba perfecta, como la dejé.
Frederick cayó hacia atrás, manteniéndose cerca de mí con las piernas flexionadas, listo para pelear en cualquier momento. Si tenía que tener a alguien para cubrirme la espalda, era él. Parecía un cobarde, pero luchaba contra lo mejor de ellos.
Frederick era mi compañero de ala, mi confidente, y aliado, pero no tenía la misma oscuridad en su alma, o las líneas borrosas de lo correcto e incorrecto.
— Tess, où es tu? ‘¿dónde estás?’ — Susurré gruñendo, avanzando poco a poco hacia el vestidor.
Una sola percha vacía yacía en el suelo.
Mi corazón explotó a través de las costillas; mi dolor de cabeza me robó la visión, y me dejó completamente ciego por un segundo.
Me agarré a la plataforma que sostenía mis zapatos, tratando de estabilizarme a mí mismo y dejé mi ritmo cardíaco en sumisión.
Frederick no dijo una palabra mientras yo sufría y parpadeaba, persuadiendo a mi vista para que volviera.
Finalmente, una lucha de imágenes volvió a mí y le hice señas mientras me movía hacia el cuarto de baño.
En la alfombra, a la cabeza, como un camino siniestro, había gotas de agua. La alfombra había pasado de un color beige a un marrón más oscuro. Empezaba como un goteo, hasta que las salpicaduras crecían y empapaban la alfombra de la puerta del baño.
Tragué saliva porque las náuseas estaban volviendo con violencia, di un codazo para abrir la puerta con el dedo del pie y agité la pistola en cada esquina.
Sólo una vez que supe que la habitación estaba vacía, me dejé llevar al escenario de mi peor pesadilla.
— Q, no te muevas. Llamaré a la policía. —
Estaba de pie en un charco, mirando a la bañera llena de agua y no Tess. El toallero colgaba de la pared y la ropa de Tess de esta mañana estaba en una silla.
La migraña se hinchó hasta alcanzar proporciones épicas. Me tropecé contra la pared, sacudiendo la oscuridad, el manto de la inconsciencia. No dejaría que una debilidad me impidiera comprender.
Golpeándome a mí mismo, me las arreglé para alejar el estupor el tiempo suficiente para seguir adelante y sumergí los dedos en el agua.
Tibia.
Tess había tomado un baño, como le dije y mientras estaba en una reunión, ella había sufrido una maldita pesadilla.
Mis ojos rotos se encontraron con Frederick. — ¿Cómo llegaron hasta aquí, Roux? ¿Qué pasó con las malditas cámaras de seguridad y los guardias? — Mi corazón latía densamente, enviando más presión a mi cráneo.
Me tambaleé, pero me enderecé antes de que Frederick me pudiera ayudar. No quería su ayuda. ¡No era un inválido! Era un bastardo y un idiota por pensar que Tess estaba a salvo.
¿Cómo diablos hicieron los hijos de puta para encontrarme? ¿Cómo se las arreglaron para capturar a Tess justo delante de mis narices?
Me dejé caer contra la pared mientras la migraña tomaba el control. Los azulejos de espejo reflejaban a un hombre con los demonios gruñéndole en los talones y su mundo explosionando a su alrededor.
— No lo sé. Pero lo averiguaré. La vamos a traer de vuelta, hombre, — dijo Frederick, en voz baja. Salió del baño, dejándome con imágenes horribles: imágenes de Tess golpeada, violada y vendida. Arruinada y rota. Muerta.
No podía dejar que eso sucediera. Sin tener en cuenta el hecho de que apenas podía ver, me tambaleé fuera del baño y choqué con Frederick, que se había agachado para recoger un trozo de papel del suelo.
Traté de leer los garabatos, pero la escritura se convirtió en insectos, corriendo lejos de la comprensión.
— Q. Realmente necesitas recostarte. Vas a tener un derrame si sigues como vas. —
Gruñí, — No me digas que me calme, maldita sea. Se han llevado a una mujer que se suponía que estaba bajo mi protección. ¡Una mujer que ha vivido tanto, y yo le he fallado! Así que no me digas que me malditamente me calme hasta que la encuentre y haga que los cabrones paguen. —
Empujando la nota de nuevo bajo su nariz, le exigí, — Lee. —
Frederick cogió el papel, tragando saliva.
— El trato esta anulado, Mercer. —
Mi corazón se apoderó de mi, y la habitación se deformó, apretándose sobre mí, aplastándome.
Algo se estrelló en el interior, desgarrando cada bloqueo que había creado. Los últimos días que había intentado desesperadamente domarme. Lavarme el cerebro para ser un mejor hombre para Tess, pero con esas tres palabras, le resté importancia a la falsedad de lo que yo nunca podría ser. Gruñí y salió el genio psicótico y furioso.
La bestia saltó libre y respiré con fuerza. Esto era lo que yo era. Un hombre que anhelaba sangre. Un hombre que se echaba a reír cuando rompía un hueso y no se inmutaba cuando le disparaba una bala a un violador.
Frederick continuó. No quería oír más.
— ‘He cogido de nuevo lo que era mío y vendido para un mejor trato. Vete a la mierda.
Gerald Dubolazov.’ —
¿Gerald? En mi momento de debilidad de la migraña, no podía recordar quien era la cucaracha.
Frederick alisó el papel arrugado, murmurando, — El sello es el de Red Wolverine. —
Me giré y golpeé la pared con tanta fuerza que el puño que desapareció a través de los paneles de yeso. Me hubiera gustado que fuera la cabeza de alguien.
Ese hijo de puta ruso de mierda. Dubolazov. El hombre que prácticamente poseía toda Rusia. El presidente ruso pensaba que él gobernaba, la mafia pensaba que ellos lo controlaban, pero estaban en los bolsillos de un hombre: Gerald Dubolazov, el rey de todo lo sucio y malo.
— ¡Merde! —
Volví al cuarto de baño, en busca de pistas. Cualquier cosa que pudiera arrojar luz sobre cómo encontraron a Tess y a dónde se la habían llevado. La ventana del tiempo para recuperarla era terriblemente pequeña.
Hebras rubias cubrían el suelo y apreté la mandíbula. Sólo la idea de alguien haciéndole daño a Tess me hizo ver litros de sangre y acres de puta carnicería.
En mi mente el sonido de un enorme y siniestro reloj comenzó a sonar. Tic, tic, tictac de los segundos, marcando los momentos de vida de Tess que pendía de un hilo. Tenía que encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.
Algo crujió bajo mi zapato y me incliné para investigar. En cuanto puse los ojos sobre él, mi migraña dejó el reino de lo insoportable para amplificarse.
Me caí de lado mientras Frederick aparecía por encima de mi hombro. — No me jodas, esto no es bueno. —
Él podía decir eso de nuevo.
La evidencia de lo que le había sucedido a Tess enfureció a la bestia, arañando mi mente. Me olvidé de todo, pero tenía la necesidad de hundir mis manos en el pecho de los secuestradores y rasgar sus putos corazones.
Quiero sangre. Quiero cadáveres. Quiero bailar en tumbas sin nombre por esto. No descansaría hasta que cada persona involucrada muriera lentamente y sus huesos se quebrarán.
Mi mano se apretó alrededor del objeto de mi ira e hice un juramento. Encontraría a Tess, la salvaría y mataría hasta el último hijo de puta que se la había llevado.
El tintineo suave de cristales rotos sonó por encima de mi respiración agitada. La jeringuilla rota rodó en la palma de mi mano y una sola gota de sangre cayó en un charco de agua.
La misma jeringuilla que había drogado a Tess y se la había llevado lejos de mí.
Mi esclave, tan fuerte, feroz, salvaje, sexual, se había ido.
Su jaula ya no me pertenecía.
Su jaula era de ellos.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario