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martes, 10 de noviembre de 2020

QUINTESSENTIALLY - CAPÍTULO 11



Tú me llamas amo pero yo soy el esclavo, esclavo para infligir el dolor que me encanta…


El tiempo era mi enemigo.

Quería romper todos los relojes, desmantelar cada tic. Cada segundo era un momento incesante en el que iba perdiendo a Tess, cada minuto era una eternidad en la que la echaba de menos.

Tenía odio dentro de mí y la imperecedera necesidad de encontrarla. No podía comer. No podía dormir. Todo lo hacía se sentía como una traición.

Cada día que pasaba era pasado, mi temperamento se deshilachaba más hasta que perdí de vista al empresario sin preocupaciones que era dueño del mundo y me transformaba más cerca de la bestia que realmente era.

Nadie quería estar cerca de mí. Maldecía, gritaba y me enfurecía. Cada día, caía más en el infierno y no me importaba. Le había dado la bienvenida a la sensación de adormecimiento, al vacío, porque me lo merecía.

No soy lo suficientemente bueno.

No era ni siquiera lo suficientemente fuerte como para cazar a la mujer que amaba.

Soy un puto perdedor que merecía estar solo.

Quería destripar a Wolverine y leer sus intestinos como las cartas del tarot. Él tenía las respuestas, pero yo había sido demasiado estúpido para hacerlo hablar. Yo había sido demasiado apresurado y ahora él estaba malditamente muerto, junto con la posibilidad de encontrar alguna vez a Tess.

Estaba encorvado y asome la vista hacia la herida en mi brazo. El dolor sordo no era suficiente. Me merecía más. Me merecía ser electrocutado, ser mutilado por tigres rabiosos. Me merecía cada manera horrible de morir. Me merecía ser sacrificado por estar fallando a mi esclave.

Mis dedos arrancaron los puntos de sutura. Algunos estudiantes de medicina se ganaron un vuelo gratis en un G650 por curarme en nuestro camino fuera de Moscú. Habíamos logrado salir antes de que se corriera la voz, pero no tenía ninguna duda que había colgada una recompensa alrededor de mi cuello gracias a más de un puto traficante ahora mismo.

Sentado en algún escritorio, en alguna oficina, en alguna ciudad, en algún país, bajé la cabeza y envolví los dedos alrededor de mi cráneo. Apreté, más y más fuerte, infligiendo dolor, invitando a una migraña. Quería abrir una grieta en mi cerebro y detener todo el dolor emocional.

En algunos momentos no podía respirar por el pensamiento de lo que le estaba pasando a Tess. Quería sofocar todos los pensamientos de ella de mi cabeza hasta que no tuviera que soportar tal agonía.

Pero en los talones de autocompasión y soledad, salía la furiosa cólera. Temperamento lívido de que ella me había dejado. Odiaba que hiciera que me importara. La maldije por la forma en que ella me había convertido en esta criatura enredada y retorcida, y luego había desaparecido.

Seis días habían pasado.

Y luego, una semana y media.

Todos los bloques de veinticuatro horas estaban apilados uno encima del otro creando una montaña inamovible, bloqueándome de encontrar a la única persona que alguna vez me había preocupado. El tiempo me obstruía de encontrar a mi otra maldita mitad.

Viviría solo. Moriría solo. Estaría en el infierno solo porque Tess había sido robada y yo era demasiado inútil para salvarla.

Mierda. ¿Dónde diablos estás, Tess?

— Acabamos de tener una pista. Vamos a volar hacia Singapur, llegaremos en una hora, — dijo Frederick desde la puerta.

Miré hacia arriba, sin soltarme la cabeza.

Ni siquiera podía recordar en qué país estábamos. Habíamos estado en todas partes. Rusia, España, Arabia Saudí, Tailandia. Siguiendo rumores. Pistas de que alguien que conocía a alguien sabía dónde estaba Tess.

Había sido una maldita persecución. Todo eran mentiras. Todos ellos estaban ocultando la verdad.

La verdad se encontraría sólo encontrando la fuente. No sobornando a contactos o amenazando con pasarles sus nombres preciosos a las autoridades locales. Yo tenía el poder, pero no iba a rebuscar en la mierda cuando nadie sabía nada.

Maldita sea. ¡Eres un jodido imbécil, Mercer! ¡La verdad sólo se puede encontrar en la fuente! ¿Por qué no lo había visto?

Era como si alguien hubiera arrancado las cortinas, invitando al perforante sol a ahuyentar la oscuridad de una habitación en desuso.

Me puse de pie tan rápido que la silla cayó hacia atrás y chocó contra las baldosas. Ahora lo recordaba. Esta oficina pertenecía a Lee Choi. Un hombre al que había construido dos casinos en Macao a cambio de cuatro esclavas. Hong Kong era elegante y brillante, pero debajo de la superficie, al igual que en todas las ciudades cosmopolitas, acechaba un mundo peligrosamente enfermo y retorcido.

Lee Choi ya no paseaba en ese mundo.

Ahora Lee se pudría en posición fetal metido en su armario.

— No me importa una pista, — gruñí. — Yo sé a dónde tenemos que ir. —

Frederick frunció el ceño, cada vez más cerca. — Q, ¿cuándo fue la última vez que dormiste? Necesitas comer. Estás demacrado. No puedes vivir de la venganza y de casquillos de bala. —

El impulso de golpearlo se levantó, pero me fui para atrás. — No mas pistas potenciales. Son inútiles. —

Sacudió la cabeza. — Uno de los subordinados de Choi dio el nombre de un hombre que tiene un harén en Singapur. Él podría saber dónde está Tess. —

Me froté la cara, tratando de no quebrarme. — Es una pérdida de tiempo. No tendrá a Tess. Tenemos que ir a la fuente. —

— ¿La fuente? —

Me moví rápido, empujando a Frederick. Nadie en el círculo habitual hubiera comprado a Tess. Gerald no la habría vendido tan... amablemente. ¿Dónde estaba el retorno de la inversión si ella no fuera enviada a un jodido enfermo, sino alguien que en última instancia la mantendría con vida? No, la había enviado a alguien que la arruinaría. Que la rompería. Alguien que ganaría la justa recompensa por destruirla.

Mierda. ¿Por qué no se me ocurrió antes?

Tenía sentido. Mi instinto sabía que estaba en el camino correcto.

— Empaquen. Vamos a México. —


*****


Cuatro días.

Cuatro largos y putos días en los que habíamos patrullado el mundo manchado por el pecado de México. Cazando narcotraficantes y ladrones sin espinas, que acechaban en inmersiones y olfateaban alrededor de empresas ilegales. No importaba cuántos hubiera torturado Franco o cuantas palmas hubiera engrasado, no obtuvo ninguna información.

Nadie sabía quién había secuestrado a una chica rubia en una moto hace cuatro meses.

 

— Come esto, jefe. — Franco me puso debajo de mis narices un plato de fideos, oscureciendo el mapa de los barrios pobres de México que había estado estudiando durante las últimas tres horas.

Tess podría estar en cualquier lugar de esta sucia ciudad y podría caminar por al lado del edificio en el que ella estaba encarcelada y nunca lo sabría.

Por mucho que me estuviera muriendo de hambre, la idea de comer, de sobrevivir, cuando Tess incluso no podría estar viva, me comía el alma.

Le ignoré y empujé el plato.

Franco me agarró el hombro mientras Frederick venía de la barra con tres jarras de cerveza helada. — Necesitas tu fuerza. Para ella. Tu cerebro funciona mejor con combustible. — Frederick derramó cerveza en mi mapa, tomando asiento.s

Le fulminé, deslizando mi mano sobre el papel antes de que el líquido pudiera arruinarlo. Frederick asintió. — Estoy de acuerdo. Come y recargarte. No eres bueno para ella si te desmayas de hambre. —

El animal en mi interior no necesitaba tales pequeñas cosas como la nutrición. Sólo necesitaba sangre. Pero tú no eres un puto sobrehumano, así que come para coger energía.

Suspirando fuertemente, traté de regresar a la tierra de los hombres y me senté más alto. Reconociendo que tenían razón, cavé en los fideos y me obligué a tragar. Era un viajero del mundo. Había vivido en ciudades de todo el mundo, pero el hombre que era en el fondo era francés, y echaba de menos el pato de la señora Sucre y las baguettes caseras. Echaba de menos la simple perfección. Echaba de menos mi reglamentada vida. Echaba de menos a Tess con cada maldita parte de mí.

A la mitad de la comida, me di por vencido y gruñí, — Tiene que haber alguna otra manera. —

Yo estaba encorvado, con el ceño fruncido en las gotas de condensación en la jarra de cerveza. Frederick murmuró algo con la boca llena de comida y Franco arqueó una ceja. — ¿Cómo qué? Hemos intentado sobornar a los hombres que conocemos en el comercio sexual, hemos intentado golpear a los otros. Hemos peleado, hemos amenazado, hemos dado placer. O bien nadie sabe quién se la llevó o están demasiado aterrorizados para decirlo. —

Me froté la barbilla, dejando que mi cerebro buscara pistas, respuestas, conclusiones que podrían funcionar mejor que nuestros métodos actuales.

— Todos los mexicanos están vinculados de alguna manera. He leído que la ciudad es una de las más agradables en la tierra, — dijo Frederick, limpiándose la boca y bebiendo cerveza.

Sí, aparte de los malditos traficantes y violadores.

— Se dice que es una cuestión de orgullo tener la familia más grande posible. Estoy hablando de primos sobre primos y sobre primos. Necesitas ir a… —

— Primos. — Me levanté de golpe, sonriendo por primera vez en catorce días y miré a Frederick. — Eres un puto genio. —

Franco se puso de pie, mirando a su alrededor, al sucio bar lleno de gente, por lo que mi repentino movimiento no atrajo la atención no deseada. Mis músculos estaban duros como una ruca ante la idea de una pelea de bar. Ansiaba usar los puños, sacar el cuchillo y perderme en la ira.

Una vez que él considerara que no había llamado la antención, Franco dijo, — ¿Te importa compartirlo? —

No, no me importaba compartirlo ya que sería una maldita pérdida de tiempo.

En lugar de responder, me dirigí derecho hacia la barra y salté. Los hombres que cuidaban sus cervezas miraban con la boca abierta, sus manos protegiendo su precioso alcohol. — ¿Qué demonios estás haciendo ahí arriba? — Preguntó el camarero.

Le lancé un billete de cien euros. — Baja la música. —

El camarero se quejó, pero empujó el billete en su delantal sucio y se agachó detrás del mostrador para silenciar el volumen. En el repentino silencio, la gente dejó la frase a mitad. Todos los ojos estaban fijos en mí y esperé a que reinara el completo silencio.

En el momento en que tenía la atención de todos, dije claramente, — Pagaré a cualquier persona que conozca a una banda de hombres que secuestraron a una mujer en el centro de la ciudad hace cuatro meses. Ellos la toamron de una cafetería y pueden haber hecho otras operaciones alrededor de la ciudad. —

Mis manos se cerraron y me obligué a continuar con voz tranquila. — Pagaré treinta mil euros a quien me pueda dar un nombre. Totalmente anónimo. No necesito saber nada de ustedes. Proporciona información y el dinero es tuyo. —

Dando incentivos, saqué un par de cientos de euros del bolsillo de la chaqueta y los abaniqué en mi mano. — En agradecimiento por su atención, sus cenas y bebidas serán pagadas en mi nombre. —

Franco apareció a mis pies, mirando hacia arriba con la conciencia tensa. Sus ojos recorrían la habitación mientras su mano se cernía sobre la funda del pecho, dispuesto a sacar su pistola en un segundo. — Es hora de bajar. Estás exponiéndote como un pato en bandeja de plata allí arriba. —

Asentí con la cabeza y dije a la multitud, — Estoy sentado en la parte de atrás. Ven a buscarme si tienes un nombre. — Salté de la barra.

Los ojos de Franco se salían de su cabeza. — Qué demonios... Eras un blanco perfecto allí arriba. Cualquiera podría haberte hecho estallar. —

Rocé mi traje y le entregué el dinero al camarero, cuyos ojos se iluminaron como malditos fuegos artificiales. — Esto es para las cuentas de todos por esta noche, ¿entendido? —

Él asintió con la cabeza. Dudaba que fuera digno de confianza, pero realmente no me importaba.

— Alguien va a hablar, Franco. Siempre lo hacen cuando el dinero está involucrado. —

— ¿Y si simplemente te matan esperando encontrar más billetes de treinta en tus bolsillos? —

Sonreí, pasando junto a él para ir a sentarme. — Para eso estás tú aquí. Para mantenerme vivo por hacer estupideces como esa.—

Él resopló y la música aumentó.

Volví a mi asiento y me acomodé para que la presa viniera a mí.


***** 


Seis horas más tarde, el camarero intentó echarnos.

Nadie se aventuró cerca de nuestra mesa, y habíamos bebido tantas cervezas antes de que nuestra concentración vacilaba..

Pagamos para que el barman se quedara toda la noche. No quería moverme. En mi mente, la pepita de información que necesitaba estaba en camino a mí, anunciada por el por el encanto de treinta mil euros. Visualicé que la noticia se difundía de boca en boca, haciendo su camino a través de los ghettos y barrios impresionantes, pasando de primo a primo.

Finalmente alguien lo sabría. Finalmente alguien vendría a mí. Me negaba a pensar lo contrario.

La mañana se asomaba por las ventanas sucias, mi culo estaba plano de estar sentado y dándole la espalda a un sangriento asesinato. Pero había llegado un nuevo día.

El día en que encontraría a Tess. El día en que traería el infierno a los hombres que pensaban que podrían robar lo que era mío.

En lugar de estar desolado y ser incompetente, me sentía con ganas y seguía la pista. Esto esta bien. Por primera vez en varios días, estaba un paso más cerca de encontrar a Tess y dejar detrás de nosotros toda esta infernal pesadilla.


******


A las diez de la mañana, el personal de cocina llegó para prepararse para la hora del almuerzo. A las once, las puertas se abrieron y algunos apostadores madrugadores entraban en alguna mesa del pub.

Teniendo en cuenta que no había pegado ojo en más de cincuenta horas, me aceleraba con la energía acumulada. Mis ojos no se apartaban de la puerta y cada persona que atravesaba aceleraba mi corazón.

Esto era.

Iba a funcionar.

En cualquier segundo.

En cualquier segundo se convirtió en otra maldita hora y mi corazón se convirtió en una carrera furiosa. Tenía que funcionar. Era la última oportunidad.

¿Qué demonios iba a hacer? ¿Irme a casa y vivir mi vida como si Tess nunca hubiera existido? ¿Fingir que no me había hecho mejor persona o me había enseñado a ser feliz?

Mi mente se volvió hacia el interior, a lo que significaría mi futuro. Yo nunca volvería. Nunca volvería a casa sin Tess a mi lado. Dejaría a Q Mercer detrás y...

— Mierda, Q. — Murmuró Frederick, con los ojos pegados a mi espalda. — Malditamente funcionó. No me lo creo. —

Me giré y me encontré cara a cara con una niña sucia que supuse que tendría unos diez u once años. La niña tenía el cabello enmarañado en rastas hasta la cintura y su piel podría haber sido clara e inocente, pero estaba cubierta de barro y una cicatriz desagradable en una mejilla.

No sabía cuándo se había colado sin que me diera cuenta, pero al instante lo supe. Esta era la chica que me llevaría a Tess.

Mis manos se movieron para agarrarla y sacudirla, para exigir saber lo que sabía. Pero me cogí los dedos y los puse debajo de la mesa.

Tomé todos los controles concebibles en mi cuerpo para sonreír suavemente y me incliné a su nivel. Mi voz era ronca e inusual, pero mantuve mi tono uniforme. — Hola. ¿Has venido a verme?—

Miró hacia Franco, que se cernía amenazador, y Frederick, que tenía una suave sonrisa en los labios. No nos habíamos afeitado en días, y nuestros ojos estaban enrojecidos y demasiados intensos por el dolor y la ansiedad.

La pobre niña estaría petrificada, pero no tenía tiempo para calmarla.

— No te haremos daño. Cuéntanos lo que sabes y me aseguraré de que tú y tu familia estén muy bien durante mucho tiempo. —

Ella se mordió el labio, arrastrando los pies descalzos por el suelo cubierto de cerveza pegajosa. — Conozco a quién quieres. Mi mamá solía limpiar encima del almacén antes de mudarnos, y yo solía colarme para coger comida cuando los guardias no estaban mirando. —

Mi estómago se retorció en nudos. Un almacén. ¿Cuántas malditas chicas vendían? Quería hacer tantas preguntas; quería salvar a cada mujer.

Tragué saliva, empujando las preguntas desde mi cabeza. Sólo una pregunta importaba aquí. Podría volver por el resto. Tess era mía. Ella me necesitaba y yo estaría ahí para ella antes de que el día terminara.

— El hombre me da miedo, pero me daba dulces si dejaba que mi mamá trabajara en paz y me sentaba en una esquina. Pero tocaba a otras chicas de mi edad. Trató de tocarme una vez, pero mi mamá lo detuvo. —

Sus grandes ojos negros se encontraron con los míos, tan inocentes, pero no ingenuos. Ella sabía lo que estaba haciendo al decirme el nombre de este hombre. Ella sabía que él no era apto para vivir. Incluso en su joven corazón, ella olía la maldad.

— Dime su nombre. — Me incliné hacia delante, incapaz de contener más mi urgencia, que se irradiaba por mis poros, agrupándose por mis músculos. — Dímelo y me aseguraré de que nunca tengas que volver a verlo. —

Ella bajó los ojos y tragó saliva. Pasaron los segundos, mientras que ella se movía. Finalmente, sus ojos parpadearon alrededor de la barra. Poniendo su pequeña mano alrededor de mi oído, sus labios rozaron mi carne mientras susurraba, — Su nombre es Smith y él ya no esta en la ciudad. —

¿Smith?

¿Maldito Smith? El nombre más común del mundo entero. ¿Con cuántos callejones sin salida me iba a topar?

La rabia y la satisfacción eran dos partes iguales. Tenía el nombre del hijo de puta, pero no estaba más cerca de encontrarlo. — Eso está muy bien, cariño. — Sonreí, erizado de la tensión. — ¿Sabes dónde vive ahora? —

Ella sacudió la cabeza con rastas, murmurando, — Sin embargo, sé dónde trabaja. —

Intenté mantener la paciencia, asintiendo con la cabeza lentamente. — Fantástico. ¿Puedes decírmelo? Te pagaré más para que tu madre no tenga que volver a trabajar. —

Sus ojos se abrieron y una vez más me lo dijo al oído. — Escuché a mi mamá decir que se trasladó a un lugar llamado Río. Pero no sé dónde está. —

Río. 

El maldito Río.

Tess estaba en Brasil.

No me podá contener a mi mismo. Cogí a la niña y la apreté antes de pasarsela a Franco. — Págale a la chica y asegúrate de que la llevas donde quiera. Cómprale una casa, no me importa, sólo págale. —

La chica chilló cuando Franco la levantó en brazos y salió del bar, en dirección a la luz del sol brillante.

Por fin el sol no se estaba burlando de mí. No estaba diciendo que iba a seguir la vida sin la mujer de mis sueños; estaba diciendo que iba a hacer la caza final. La batalla final para liberarla.

Caminando con la puerta con Frederick en mis talones, murmuré, — Debes irte, Roux. No tienes que ser parte de esto.—

Planeaba tener grandes cantidades de sangre en mis manos esta noche. Bailaría en el infierno por lo le iba a hacer al hijo de puta de Smith.

Frederick murmuró, — No voy a ninguna parte. Quiero ver cómo despedazas a ese maldito bastardo miembro por miembro. —

Mi alma ardía con el deseo de matar. No existía nada de mi humanidad, esta noche era todo acerca de la muerte.

Estoy viniendo por ti, bastardo.

Y me asegurare que malditamente lloré antes de terminarlo.


***


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