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martes, 24 de noviembre de 2020

QUINTESSENTIALLY - CAPÍTULO 13



Tú eres mi obsesión, yo soy tu posesión. Eres dueño de la parte más profunda de mí...


Las palabras perdieron todo su significado.

Me convertí en un ser de sufrimiento.

Tess quería morir. Mi Tess. La mujer que hacía que mi corazón palpitara con fuerza había recurrido a la última opción disponible.

Ella quiere morir.

Ella me quiere dejarme de forma permanente.

Lo que ella había vivido había sido demasiado. Atrás había quedado la mujer fuerte que yo conocía, reemplazada por una sombra, un holograma dañado de lo que solía ser.

Mis brazos le apretaban tan fuerte que me preocupaba que pudiera partirla por la mitad. Todo mi cuerpo sufrió el horror nervioso de la idea de que, a pesar de que la abrazaba, la había perdido.

Había llegado demasiado tarde.

La imagen de ese hijo de puta desnudo follándose a la chica rubia que estaba al lado de Tess me violaba la mente.

Mi corazón combustiono con horror cuando vi cómo se parecían Tess y la rubia. Su color de cabello era tan parecido que rompía mi alma en pedazos al pensar que podía haber sido demasiado tarde. Demasiado tarde para detener que Tess fuera violada. Demasiado tarde para que evitar que sufriera esa tragedia de nuevo.

Pero lo había comprobado. Cuando Tess se había desmayado, le envolví el dedo roto con algunas sábanas, asegurándome de que no la habían utilizado. Me mataba invadir su privacidad, pero necesitaba saber.

Tenía que saber. No podía vivir conmigo mismo si ella hubiera sido violada de nuevo. No después de Lefebvre. Ninguna persona debe pasar por tantas cosas como Tess.

Quería aullar a la luna sangrienta y derramar mi cuerpo a favor de algo vicioso con garras y colmillos sin conciencia. Quería ser el diablo.

Mi mente se desmembraba desde el pensamiento racional. No podía pensar con claridad. Dudaba que alguna vez volviera a estar cuerdo. El hecho de que Tess no estuviera sangrando entre las piernas me ayudaba a permanecer humano durante un poco más de tiempo.

Tess no pesaba nada en mis brazos mientras la llevaba de vuelta por donde habíamos venido. Había perdido tanto peso que parecía un fantasma. Una delicada rubia que tenía tantos moretones negros sobre ella que parecía un maldito dominó.

Mi cuerpo no paraba de temblar mientras cada emoción me sobrepasaba. Quería matar. Matar, matar y matar.

Tess estaba destrozada, su rostro se arrugaba ante cualquier alucinación que sufría. Las marcas de sus brazos contaban una historia vivida de lo que ella había soportado.

Seguí rogando una y otra vez. Su mente no esta rota. Su mente no esta rota. Una vez que estuviera desintoxicada, estaría bien. Tenía que creer eso.

Mis dientes resonaban con fuerza al recordar lo que ella había dicho. Malditamente había hablado con Brax. Él vivía en su mente, susurrándole, ofreciéndole todo tipo de confort. ¿Por qué no soñaba conmigo? Daría cualquier cosa para que ella pensara en mí. Para que encontrará consuelo en mi memoria.

Nunca fuiste reconfortante. Fuiste su maestro, el que jugó con su mente. ¿Cómo podía pensar en ti con cariño?

No podía contestar y eso me mataba una y otra vez.

Llegando al pasillo, giré a la izquierda, en dirección al gran suelo de fábrica por donde nos habíamos escabullido.

Encontramos el antiguo almacén de procesamiento de pescado después de sobornar al jefe de policía. Se negó durante un tiempo, pero luego descubrimos a través de otros medios que Smith pagó a funcionarios del aeropuerto para transportar su carga.

Admito que me volví un loco al pensar que Tess había sido alejada de mí otra vez. Agarré al jefe de la policía por el cuello y saqué la verdad a través de mi cuchillo, a la vez que Franco vigilaba para que no fuéramos molestados.

Frente a la pérdida de su vida, el hijo de puta derramó sus entrañas. Conocía a Smith. Sabía lo suficiente como para hacer que me dieran ganas de exterminarlo, también. Sin embargo, una vez que él chilló, nos fuimos. Alguien más lo mataría. Tenía otros hombres a los que quería desangrar.

Mi piel no se detuvo de arrastrarse mientras entrabamos en el recinto, moviéndonos en las sombras y en el silencio. Cuando encontré a Tess, mi corazón estalló espontáneamente en pedazos.

Nunca me había sentido así antes. Tan débil. Tan asustado. Tan indefenso.

La tensión alrededor de mi garganta me apretó más fuerte mientras miraba a la mujer inconsciente en mis brazos. La sangre manaba a través de la sabana alrededor de su dedo y yo nunca sería capaz de borrar la imagen de su hueso visible a través de su piel.

Su mandíbula estaba hinchada y sombreada, mientras que otros abusos marcaban su perfecta piel. Cada marca perforaba un agujero en mi alma.

Si nunca hubiera ido a trabajar. Si hubiera sido lo suficientemente fuerte como para ser abierto y decirle a Tess que me preocupaba profundamente por ella. Ser lo suficientemente valiente para compartir todos los secretos y jurar cada promesa.

Si tan sólo le hubiera pedido una prueba de que se había quitado el maldito rastreador.

Gracias a mí, Red Wolverine vio a través de mis actos y se vengó con Tess. Se las arregló para cortarme las pelotas y me enterró vivo tomando la única cosa con la que no podía vivir.

Había causado esto por ser egoísta. La quería demasiado como para dejarla ir, pero al mismo tiempo ella vivía en constante peligro gracias a mí. Y sólo empeoraría. La palabra de que mataba a hijos de puta que comerciaban con mujeres había sido expuesta. Las amenazas de muerte estaban llegando y sabía que tenía que matarlos, antes de que ellos me mataran.

Acuné a Tess más cerca, deseando que mi calor le quitara su helaje. Apareció Franco, caminando hacia mí, llevando a la otra chica rubia que tenía manchas de sangre en el interior de sus muslos. Estaba blanca como un cadáver y sus ojos tenían una expresión que conocía demasiado bien: la expresión de no retorno. Una cáscara vacía donde un alma había volado libre para escapar de la realidad.

Muchas esclavas habían llegado a mí con esa mirada. Ellas eran las más difíciles de arreglar. Meterlas de nuevo en sus cuerpos y no dejarlas en la nada, mientras perdían las ganas de vivir.

Franco apretó la mandíbula y no dijo una palabra.

Abracé a Tess cada vez más fuerte y me dirigí hacia la parte posterior del almacén. Todo el lugar estaba negro de suciedad y apestaba. Sin ser utilizado durante años, le habían encontrado un nuevo propósito: el tráfico humano.

Normalmente, si hubiera encontrado un lugar como este, me hubiera enviado a Franco y algunos de sus mejores hombres. Los hubiera dejado infiltrarse y ensuciarse las manos. Mi perfil como CEO era demasiado conocido para arriesgarme a convertirse en un justiciero.

Pero eso había terminado. Podía disfrutar de un poco de ‘matar al maldito violador’.

Esta vez me destrozaría a cada hijo de puta en pedazos. Bailaría en los charcos de su sangre mientras quemaba todo el lugar. Q Mercer ya no existía. No me preocupaba por mi empresa ni por mi imagen.

Ahora lo único que me importaba era destrozar a cada hijo de puta que hería mujeres. Quien le había hecho daño a mi mujer.

Atrás había quedado mi acto. Esta sería la primera vez que me dejaría totalmente ir a mí mismo, y no quería testigos. Planeaba saborear la matanza. Dejándolo todo fuera, burlándome de mi presa hasta que suplicara. Y luego, cuando ya no pudiera hablar de tal agonía, los eliminaría sin piedad.

— Frederick ha tomado el equipo Alfa para reunir a los bastardos restantes mientras el escuadrón Beta ha encontrado más de veinte chicas en numerosas salas. —

Tess tosió, silbando fuertemente en mis brazos. Mi corazón dio un vuelvo al oír el sonido. No era bueno. Ella estaba enferma. Su palidez y fiebre me asustaban.

Franco murmuró, — Ella va a estar bien. Sólo tenemos que llevarla a casa. —

Casa.

Un lugar donde solía ser libre, pero ya no.

En cuanto Tess entró en mi vida me poseyó. Nunca volvería a ser libre. Nunca querría ser libre otra vez. Si Tess pensaba que dejaría que matándose a sí misma, me odiaría por toda la eternidad por mantenerla viva.

Sonaron pasos detrás de nosotros. Franco y yo nos volvimos para hacer frente a la multitud de personas que llegaban desde el pasillo. El piso cavernoso de la fábrica con maquinaria vieja y oxidada, y cintas transportadoras decrépitas dio la bienvenida a ambos, traficantes y esclavas.

Frederick guiaba el camino de las mujeres desnutridas y sucias. Ellas parpadearon cuando llegaron más cerca de mí.

Franco murmuró a la chica en sus brazos, — ¿Puedes estar de pie por ti misma? —

La chica tomó un tiempo para responder, e incluso entonces fue un gesto vacío. Franco la puso sobre sus pies, asegurándose de que la manta la cubría.

Las chicas se detuvieron, agarrándose de las manos, mirando frenéticamente alrededor de la habitación.

Ahora que sus brazos estaban libres, Franco se dirigió hacia su equipo que tenía armas apuntadas a la decena de traficantes que se trasladaban hacia delante en una mezcla de odio y culpabilidad.

Cuando el hijo de puta que había violado a la chica rubia pasó por delante, Franco le dio una palmada en la cabeza. Nunca había visto una mirada tan negra de la rabia en los ojos de Franco. Siempre había sido tan bueno en ocultarlo, pero supuse que esta noche era la primera vez para todos nosotros. Mataría y le encantaría, y yo se lo permitiría. Había suficiente para que los dos pudiéramos saciar nuestra hambre asesina.

Se permitía la violencia cuando esos hijos de puta existían.

— ¿Dónde los quieres? — Preguntó Franco, con la ira brillando en sus ojos.

Moví a Tess en mis brazos, poniéndola más alta mientras ansiaba ir y terminar lo que había prometido.

Examinando el mejor lugar para una masacre, señalé con la barbilla. — Ponlos allí. — Justo en el medio de la planta de producción, con la cinta transportadora a la espalda y las ventanas pintadas de spray en la parte delantera. Nadie lo iba a ver y, a las dos de la mañana, dudaba de que nadie lo oyera. Pero sólo quería estar seguro.

— Amordázalos. A todos ellos. —

Franco sonrió con fuerza. — No hay problema. —

Me quedé congelado, con una Tess intermitente e inconsciente mientras Franco los ponía todos de rodillas y dirigía a su equipo para ponerles material de embalaje en la boca antes de sellarlas con cinta adhesiva.

— Lleva a las mujeres fuera, — le ordené a uno de los hombres de Franco. Ellas no deberían tener que ver esto.

El hombre asintió con la cabeza y les indicó a las mujeres que salieran. Ellas se alejaron, mirando por encima de sus hombros, mirando a sus secuestradores por última vez.

Una vez que se fueron, el violador desnudo trató de levantarse y luchar. — No vas a salirte con la tuya. Alguien va a venir a rajar tu garganta mientras duermes. Ellos pusieron una recompensa sobre tu cabeza. —

Franco lo empujó hacia atrás, casi forzando el puño dentro de su boca mientras se lo metía como un relleno de pavo de Navidad. — Estamos contando con ello, gilipollas. Podemos matar a más de los tuyos. —

El hombre de la camisa azul y pantalones vaqueros, obviamente el puto cabecilla, dijo en voz baja, — Estás cometiendo un gran error, mi amigo. Simplemente coge a tu chica y vete, pero deja al resto. Fingiré que esto nunca sucedió y no le diré a Wolverine nada. —

Mis manos se apretaron alrededor de Tess. Este era el hijo de puta que había ordenado cada cosa diabólica que le habían hecho a mi mujer. Yo temblaba con ferocidad, obligándome a no romper la frágil forma de Tess.

— Tú no eres mi puto amigo y me llevaré a mi chica y me iré, pero no te voy a dejar con vida. — Me acerqué un par de pasos más. — El Wolverine ya está muerto. Igual que tú. —

Una mujer gimió; mi corazón se endureció. Su largo cabello negro estaba enredado, con las mejillas estiradas con la cinta adhesiva sobre su boca. ¿Una mujer involucrada con el tráfico de mujeres? No podía pensar en nada más traidor. Ella sería la primera en morir.

Algunos hombres lloraban, algunos gemían, pero caían en oídos sordos.

Ninguno de mi equipo contenía ninguna compasión. Estábamos allí para hacerle un favor a la raza humana borrando tal maldad.

Mi mandíbula estaba apretada. Ya era hora de ensuciarse. Hora de mancharme las manos de sangre en honor de la mujer que me poseía.

Me acerqué a Frederick. Él me guiñó el ojo mientras sus ojos se posaban en Tess.

Su cabeza colgaba como una muñeca en mi hombro. No podía soportar la idea de dejarla ir. Pero no tenía otra opción.

Frederick hizo contacto visual, pidiéndome en silencio tomarla.

Aparté la vista, con ganas de besar a Tess y hacer que desapareciera todo de su mente. Quería que se despertara en buen estado. Pero nunca iba a vivir conmigo mismo si no mataba a cada último bastardo. Tenía que renunciar a ella... por ahora.

Poco a poco, me incliné hacia él. Frederick se acercó, rozando mis brazos con los suyos mientras él se preparaba para tomar su peso.

— Espera, — le espeté.

Frederick no dijo nada, alejándose. Rodé mi cuello, centrándome en mí mismo.

Me aclaré la garganta, frente a los hombres y mujeres que se ganaban la vida robándole la vida a otros. La policía no los había castigado. Al karma no le había importado. ¿Pero a mí? Me importaba una tonelada de mierda, y estaba a punto de conseguir la justa recompensa.

— ¿Ves a esta mujer? — Sostuve a Tess en alto, levantando los brazos como si estuviera en una hoguera a punto de estallar en llamas. — Tú le hiciste esto a ella. — Mis ojos estaban vidriosos recordando el combate, la mujer increíble que me capturó el corazón, y no el pájaro que volaba en mis brazos. Mi voz salió más gruesa, maltratada por el odio. —Robaste todo de ella. Robaste toda su vida, no una sino dos malditas veces. No sé lo que pasa por tu cabeza. Ni quiero saberlo. Siempre me he considerado un hombre justo, aunque cada día lucho contra los deseos oscuros. Veo la satisfacción que te puede traer tal comercio. Veo la tentación por el dinero y la oscuridad llamada lujuria. Pero lo que no veo es cómo perdiste gran parte de tu humanidad y cediste. Me pones enfermo. Me das asco y te prometo que a nadie le importará cuando te pudras en una tumba sin nombre. —

La línea de una decena de hombres se retorció en sus rodillas, poniendo a prueba las cuerdas alrededor de sus muñecas. La mujer bajó la cabeza, pero siguió mirándome con el mal negro. Era una verdadera psicópata. No había sentimientos o sentido de lo correcto y lo incorrecto.

Le hice señas a Frederick para que tomará a Tess. Él se adelantó y abrió los brazos, facilitándolo. Mi cuerpo se rasgó en pedazos mientras el peso suave de Tess era transferido a sus brazos. Él la acunó con tal compasión que sufrí de calientes celos.

Lo agarré, apretando mis dedos alrededor del brazo de Tess.

Frederick se quedó inmóvil, mirándome con cuidado. — Ella es tuya, hombre, lo entiendo. Ella siempre será tuya. Sólo estoy manteniéndola a salvo por ti mientras vengas su honor. —

Eso relajó mi agarre y asentí.

Le tendí la mano a Franco, que estaba a mi derecha. — Dame los alicates, Franco. —

Frederick tomó aire y dio un paso a toda prisa hacia atrás, sosteniendo la cabeza de Tess en su hombro. Inmediatamente Franco obedeció, pasando por encima de las herramientas utilizadas para romper el dedo de mi mujer.

Caminé hacia delante hasta que me cerní sobre los traficantes. La mujer psicópata estaba endurecida, era demasiado estúpida como para tener miedo. — Corta sus cuerdas y levántala. —

Franco obedeció sin rechistar. Agarrando su largo cabello negro, la levantó. Sus fosas nasales se expandieron por encima de la mordaza y el primer signo de miedo brilló en su mirada.

Franco envolvió su gran brazo por los hombros, manteniéndola en su lugar.

Me acerqué más, tocando las pinzas en mis manos. — ¿Qué se siente al ser una traidora a tu propio sexo? ¿Lo disfrutas? —

Ella me miró, inclinando su barbilla en desafío.

Sonriendo con frialdad, me coloqué los alicates en el bolsillo y cogí el cuchillo de mi cintura, el que había utilizado para matar a Wolverine y su hijo. La empuñadura estaba justo en mis manos, instándome. Con la punta del cuchillo muy afilado, corté la cinta adhesiva. Ella se estremeció cuando la liberé y apareció una pequeña línea de color rojo.

Tenía que escuchar su razonamiento antes de que muriera. Tenía que entender lo que llevaba a la gente a este tipo de cosas.

Escupiendo el saco de arpillera, dijo entre dientes, — Vete a la mierda, imbécil. Veo lo que eres. Te crees que por ponerte un traje de fantasía eres diferente a nosotros. Estás mintiendo. Tú eres el que quiere hacer daño a las mujeresy venderlas. —

Esa no era la respuesta que quería.

Le golpeé. Su cabeza se fue hacia un lado y tropezó.

Frederick se trasladó más lejos, protegiendo a Tess en sus brazos.

— ¿Crees en la redención, puta? — Mi voz se separó, asesina, fría, precisa.

Ella frunció los labios, negándome una respuesta.

Me puse detrás de su oreja. Ella murmuró, — Sí. Voy a ser perdonada. —

Mis labios se curvaron en una mueca. Cogí su mano, tirando hacia delante. Ella luchó, pero no había ninguna diferencia. Franco me tendió la mano para coger mi cuchillo mientras yo cogía las pinzas de mi bolsillo. En un movimiento rápido, inserté su dedo en la desagradable herramienta.

Ella contuvo el aliento, retorciéndose en el agarre de Franco, pero no sirvió de nada.

Susurré, — Tomaré tu vida. Vas a morir y convertirte en nada. Ni siquiera una pizca de pensamiento o susurro de segunda oportunidad. Quiero que sepas que voy a tomar tu vida, te estoy enviando a las entrañas del inframundo. Te estoy envolviendo en maldiciones por lo que tu alma nunca volverá a levantarse. —

Mi mano retorció las pinzas y ella dejó escapar un grito impío. Su dedo se convirtió en hueso y Franco la alejó de él. Él me tiró el cuchillo y en un movimiento, le corté la yugular. Al igual que Wolverine.

Por una milésima de segundo su cuello quedó intacto, luego la carne se abrió en un tajo rojo y furioso, manchando mi pecho con la sangre de color rojo brillante. Caliente y picante, saliendo como si no pudiera soportar estar en su cuerpo por más tiempo.

Se llevó las manos a la garganta, ella se inclinó hacía un extremo horrible, tratando de detener la sangre. Ella gorgoteó en lugar de gritar.

El latido rápido del corazón aceleró la muerte mientras litros de color carmesí se desalojaban a través del corte.

Los traficantes atados y amordazados se congelaron, mirando horrorizados lo que había pasado. La comprensión de que no podrían alejarse de mí. Que les quedaban minutos de vida.

La mujer cayó de rodillas, antes de caer sobre su rostro mientras la última bomba de fuerza vital empapaba el hormigón.

Ella se retorció en sus ultimos momentos. Mi voz sonó fuerte y clara. — Su sangre se mezclará hoy. Todos ustedes. Han trabajado juntos, van a morir juntos. —

Miré a Franco, quien asintió con la cabeza.

— Caballeros, — él dijo a su equipo. Al instante, los mercenarios vestidos de negro rodearon el espacio y desenfundaron sus armas.

Sacudiendo la cabeza, le dije, — Demasiado impersonal. — Sosteniendo el cuchillo ensangrentado, agregué, — Sin armas de fuego. —

— Ya lo han oído. Bajen las armas. — Dijo Franco. El sonido de los cuchillos siendo liberados siseó por toda la habitación.

Señalé al puto cabecilla de la camisa azul. — No él. — Entonces miré al que estaba desnudo, que había violado a la chica rubia. — Él tampoco. Ambos son míos. —

Los mercenarios se movieron hacia delante, de pie detrás de cada víctima. Blair, uno de los hombres de confianza de Franco que parecía un dios noruego de la guerra, puso su cuchillo en la garganta de un traficante, su hombro estaba tenso y listo.

La oscuridad maulló en el interior, un enjambre espeso y rápido; me dejé consumir. Esto es por ti, Tess.

Nunca sentí la necesidad de ser tan bárbaro, pero la bestia llamaba los tiros. Y quería sangre. Quería una piscina olímpica llena de sangre.

— Unidos por la muerte, entrelazados en el purgatorio. No tengo ninguna misericordia por ustedes. — Mis ojos se encontraron con Franco. — Hazlo. —

Era un salón de exposiciones mórbidas que había ido terriblemente mal mientras los mercenarios cortaban el cuello de sus víctimas en un solo golpe. Oraciones cubiertas por sonido de sangre.

Brotaron cascadas rojas, salpicando húmedamente contra el hormigón. Uno a uno sus cuerpos temblaron y convulsionaron, enviando sangre al suelo.

Franco se acercó y murmuró en mi oído. — ¿Puedo tomar al violador? — Sus ojos brillaban y sentí una camaradería como nunca antes. De monstruo a monstruo.

Asentí.

La escena de la horripilante muerte se veía. El aire se llenó de metal y óxido. El dulce olor a muerte seguía poco después de que sus corazones dejaran de funcionar.

Mis ojos se dispararon hacia Tess todavía inconsciente en los brazos de Frederick. Su dedo apresuradamente envuelto yacía roto en la parte superior de la manta áspera y marrón. Su mejilla estaba presionada contra el polo negro de Frederick. En todo caso, se veía peor que antes: su piel pálida, cenicienta.

Necesitaba tocarla. Confirmar que aún estaba viva y que se quedaría así. Caminando a través de los charcos de sangre, me dirigí a Frederick y dejé un delicado beso en la frente de Tess.

Frederick la sostenía firmemente, mientras yo le acariciaba la mejilla y intentaba detener el martilleo de mi corazón contra las costillas. Sigue viva.

Sus ojos azules­grises se abrieron, sus pupilas demasiado dilatadas, tenía miedo de que las drogas pudieran matarla. Pero su mirada buscó la mía con inteligencia, luchando fuertemente por ser libre.

— Es… es… estás cubierto de sangre. — Ella se detuvo en seco, sibilando y chillando en una tos retorcida. Maldita sea, tenía que llevarla a un médico.

Verla tan enferma me perforó el intestino. Sonreí suavemente. 

— Esclave. Nos iremos pronto. Estoy extrayendo venganza y luego y nos vamos a casa. —

Frederick frunció el ceño. — ¿En serio, Q? ¿Llamándola esclava en un momento como este? — Su mirada de desaprobación me molestaba.

— Tu ne sais rien — ‘No sabes nada’. Traté de mantener la sensatez pero la ira me hizo murmurar, — No me juzgues. — Él no lo entendía. Esclave se había convertido en algo cariñoso. Dolor de ternura, que encapsulaba todo lo que había pasado entre nosotros.

Tess murmuró algo incoherente y rocé mis dedos por su mejilla febril. — Tess, ¿qué quieres que haga? ¿Qué sacrificio te dará cierre? — Bajé la cabeza contra la de ella. — Dime, esclave, y haré que suceda. Dime lo que va a poner fin a tus pesadillas y lo haré. — Durante un tiempo, ella no respondió. Entonces sus ojos se abrieron y su voz temblaba de rabia. — Ellos no tienen corazón. Quiero saber si es verdad. —

Frederick se tensó. — Q... no lo tomes literalmente. —

Qué cosa más estúpida. Por supuesto que lo iba a tomar literalmente. Todo lo que podía ver era la celebración de un corazón negro en mis manos mientras el cabecilla perecía.

Mis ojos estaban se entrecerraron mientras Tess se deslizaba de nuevo en la flacidez. Se veía tan inocente, tan rota en su sueño, pero una parte negra de mi reconoció la parte negra de ella. ¿Cómo era de oscura? ¿Realmente éramos tan parecidos?

Su única petición me decía más sobre Tess que cualquier pregunta que pudiera haber hecho. Ella quería sus corazones. Ella quería la parte más integral de la persona, el símbolo representaba la compasión y el amor. Ella quería que matara a los hombres que la habían herido.

Sería mi puto placer.

Me puse de pie recto, la boca se me hizo agua al conceder su petición.

Frederick retrocedió un poco, moviendo la cabeza. — Q. No lo hagas. Sólo hay que poner fin a esto y acabar de una vez. Ella no va a recordarlo. —

Gruñí. — El punto no es que ella no lo vaya a recordar. Es el hecho de que ella me lo pidió y se lo prometí. Juré que pondría los cadáveres de sus secuestradores a sus pies. Y quiero decir a entregarlos en pedazos. —

La solicitud de Tess hizo eco en mi cráneo: Un corazón por un corazón. Una vida por una vida. Un repiqueteo de vida por el última compás de la muerte.

Era lógico. Lo justo. Era tiempo para entregar el corazón del hombre que la había robado, para dejar el pasado atrás.

— Vete, Roux. No te quiero aquí. Lleva a Tess al avión y prepárate para partir. —

— No vas a ser capaz de huir de los recuerdos si haces esto, Mercer. Su muerte será lo suficientemente buena. —

— ¿Qué harías si Angelique te pidiera que cortaras el pene del hombre que la violó? —

Él bajó la cabeza antes de responder, — Lo haría y se la daría de comer.—

— Exactamente. Adiós, Frederick. —

Se dio la vuelta para salir y levanté la voz. — Todo el mundo fuera. Espérenos en el aeropuerto. — Los hombres limpiaron las hojas de los cuchillos y desaparecieron en silencio de la habitación.

Frederick se fue con Tess acunada en sus brazos. Una vez que se habían ido, me acerque de nuevo a Franco. Tenía al cabecilla y al violador con él, atados y amordazados, mirándome. Agarrando el hombro del cabecilla, le dije, — Haz lo que quieras con él. Pero no vengas a la parte posterior de la fabrica. Volveré cuando esté hecho.—

— Entendido. —

Nos fuimos por caminos separados y el cabecilla luchaba mientras lo empujé hacia la penumbra. No estaba lejos de la parte de atrás, pero estaba profundamente en las sombras. Perfecto.

Lo tiré a la cinta transportadora.

Se volvió hacia mí, con los ojos amplios, tratando de articular con la mordaza.

Le arranqué la cinta, levantando una ceja. — ¿Algunas últimas palabras antes de que te asesine? —

Escupiendo, se burló, — Así que tú eres el maestro que no se permite jugar. —

Mi mano se acurrucó más fuerte alrededor de la empuñadura del cuchillo; sudor y sangre resbalando. — Soy el hombre que distingue el bien del mal. —

Él se rio entre dientes. — No, tú vives en negación. Un día verás la verdad. Pero por ahora, podrás matar a otros que han cedido a las necesidades que tienes. — Se inclinó hacia delante, pero lo empujé hacia atrás.

Él sonrió. — Pasará. No puedes ignorar lo que verdaderamente eres para siempre. Un día, la decisión no será tuya nunca más y cuando eso suceda, operaciones como la nuestra serán tu gracia salvadora. —

Sus palabras dispararon una bala tras otra en mi corazón. No debía dejar que me afectara, pero lo hacía, porque estaba en lo cierto. Estaba en lo cierto y por eso había luchado tan fuerte. La idea de que estos lugares ofrecían mujeres serviles y quebradas seducidas a la negrura y me hizo temblar con enfermedad, pero también más fuerte de lo que nunca había sido.

Tess me enseñó que podía necesitar hacer daño a los demás, pero su fuerza me contenía.

Todos los días, me preocupaba que iba a ceder, que me rompería y me convertía en mi padre. Finalmente podría encajar. Pertenecer a estos bastardos sin alma y ya no luchar contra una guerra constante.

Pero tenía más fe en mí mismo ahora. Gracias a Tess. Ella había demostrado que debía haber algo bueno dentro de mí para merecer una criatura como ella.

Ella me había salvado de muchas maneras y ni siquiera me había dado cuenta hasta ahora.

Mi pecho se hinchó de orgullo. — Soy más fuerte de lo que nunca serás. Tengo una mujer que ve la luz en mi interior. Y nunca voy a dejar de tratar ser lo mejor que puedo ser para ella. —

— No es suficiente. Tarde o temprano te romperás. Vas a matarla y te convertirás en uno de nosotros. —

Yo temblaba de rabia. — El día que me rinda es el día que me mataré. — Lo dije como una amenaza, pero sonó como un juramento. Juré por mi alma poner fin a mi vida si alguna vez me volvía como estos hombres.

Los ojos del hombre se estrecharon y él presionó con más fuerza contra la cinta transportadora, en busca de una forma de escapar.

— Déjame ir y te daré todo lo que quieras. —

— No hay nada que quiera de ti. — Pasé la hoja a través de mis dedos y agregué, — Excepto tu corazón. —

Tragó saliva. Él sabía lo que venía y, finalmente, llegó a la conclusión que no sería rápido.

En cuanto el resplandor del horror llenó sus ojos, me lancé hacia él. Le di un puñetazo en la mandíbula, lo tiré sobre la cinta transportadora. Lo tiré encima de cajas llenas de pescado. Agarrando unos pocos, hice el breve trabajo de atar su cuerpo aturdido al cinturón.

Él tiró, poniendo a prueba la fuerza de mis nudos. — Espera. ¡Te daré cualquier cosa! —

Los gritos llenaron el almacén desde el otro extremo de la oscuridad. Franco había comenzado a trabajar con el violador y sus gritos aliviaron mi alma. Se merecía todo lo que Franco le daba y más.

Agarré el cuello de la camisa del tipo y con un corte rápido, la corté en dos con mi hoja. — Por favor. Te daré lo que sea. Lo que sea. ¿Quieres salvar a las mujeres? Bien, te daré todos los nombres y contactos de los hombres a los que les vendimos a lo largo del año. —

No mordí el anzuelo. Sabía que los hombres de Franco ya habrían asaltado las oficinas y encontrado hasta el último pedazo de información en este lugar olvidado por Dios.

Todo lo que necesitaba para futuras misiones de rescate ya era mío.

Escuché su mendicidad laberíntica mientras me encogía de hombros con mi chaqueta manchada de sangre y me quitaba los gemelos.

Cada movimiento era depredador y sin prisas, arrastrando los últimos minutos de su vida. Me subí las mangas, teniendo cuidado de no borrar demasiada sangre de mis manos en la camisa de color negro.

Otro grito resonó en las paredes y una risa despiadada le siguió. Mi corazón latía más lento. Mi mente se agudizó hasta que todo lo que vi era el hombre que estaba frente a mí.

No pensaba en Tess.

No pensaba en las repercusiones de tal brutal represalia. Todo en lo que pensaba era en sangre.

Miré hacia abajo y me dejé ser libre. Rompí a través de mis muros, abrí la jaula y gruñó como el animal rabioso que era. El falso yo dejó de existir. El verdadero yo estaba listo. El cabecilla tembló, su piel se puso blanca. — Me equivoqué cuando dije que eres como nosotros. No lo eres. —

Me reí, cogiendo la espada. Arrastré la punta hacia abajo del esternón, dando vueltas alrededor de la cosa que Tess me pidió que recuperara para ella. — No, no soy como tu. — Presioné la espada y el hombre gritó cuando le pinché la caja torácica pulgada a pulgada. Había formas más fáciles. Podría cortar el diafragma y llegar arriba de su corazón. Pero quería el trabajo duro de romper las costillas mientras iba hacia mi meta.

Él no iba a morir fácilmente. Quería que él estuviera vivo todo el tiempo que lo despedazaba.

Je suis pire.— ‘Yo soy peor’. 


***


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