No podía seguirle el paso.
Hace dos segundos, Sully tenía su lengua entre mis piernas, su toque dentro de mí y un orgasmo abrasador — invocado puramente por la emoción y la conexión, en lugar de ese maldito elixir — había rebotado a través de mí.
Ahora, un extraño se paraba frente a mí. Un hombre de rostro ilegible, ojos azul oscuro y un humor cada vez más negro.
Moviendo el carrito para que se detuviera a mi lado, abrió las cajas que había usado durante mi primera preparación para Euphoria.
Mi corazón se partió cuando vertió aceite en sus manos y lo esparció por mi cuerpo. Clínico y enojado, sin demorarse en las partes de mí que palpitaban por su atención.
Una vez que el aceite brilló, insertó los auriculares, los lentes de los ojos, el aroma astringente debajo de mi nariz, y me hizo tragar con lo que fuera esa magia que cambiaba mi sentido del gusto. Sus manos estaban heladas mientras agarraba mis dedos y colocaba las almohadillas sensoriales en cada uno. Sus fosas nasales se ensancharon mientras se aseguraba de que el arnés que otro miembro de su personal me había puesto estuviera bien asegurado.
Parte de mí se llenó de lágrimas. La otra parte gruñó de ira.
¿Cómo se atreve a besarme? ¿Cómo se atreve a llevarme al orgasmo? ¿Cómo se atreve a arrastrar sentimientos que no quería enfrentar a la superficie y luego presenciar esos sentimientos balanceándose como un bote volcado en mis ojos, agitando una bandera blanca en señal de rendición, rogándole que me salvara?
Por un segundo, pensé que me abrazaría y me liberaría de mi posición de puta. Envisione una conversación que desanudaba la cuerda retorcida, tensora y electrizante entre nosotros. Había visto un barco reflejado en su mirada, lleno de sentimientos similares. Pero a diferencia del mío que ofrecía la rendición, el suyo era un barco pirata listo para saquear.
Pasando una mano por su cabello, se negó a mirarme, dio un paso atrás y abrió una aplicación en su teléfono.
Me había preparado tan rápido que no podía ver muy bien a través de los lentes. Mi visión aún no los había aceptado. Mis oídos se rebelaban contra el mundo silencioso detrás de los tapones. Mis dedos ansiaban sentir la verdad, no las mentiras.
No quería entrar en Euphoria así.
No quería entrar en absoluto.
No quería que otro hombre me tocara después de que Sully me había hecho venirme.
Me hacía sentir sucia y sin valor. Una moneda que pasaba del bolsillo de un multimillonario a otro. Inútil y no deseada.
Con la aplicación abierta, Sully colocó su teléfono en el carrito, luego tragó saliva y tiró el temido frasco de su bolsillo.
Me encogí, luchando contra el aprisionamiento del arnés.
— Sully... por favor. No lo hagas. — Busqué su mirada azul marino en busca de cualquier signo de lo que había mostrado antes. Cualquier indicio de que podría no ser la única que se ahogaba en semejantes horrores. Pero sus ojos estaban cerrados, impenetrables, decididos.
Dando un paso hacía mí, sacó el tapón y ahuecó la parte de atrás de mi cabeza.
Sin decir palabra, acercó el vial a mis labios.
Los cerré con fuerza y negué con la cabeza, suplicando en silencio que se detuviera.
Su pecho se agitó mientras sus dedos se clavaban en la parte posterior de mi cabeza. Apretó un puñado de cabello y con un
tirón sádico, echó mi cabeza hacia atrás, encendiendo el dolor en mi cuero cabelludo.
Con mis labios abiertos en un grito silencioso, vertió el elixir en mi lengua.
Esta vez no fui lo suficientemente rápida para escupir.
Su gran mano me tapó la boca, pellizcando mi nariz al mismo tiempo.
Nuestras miradas se encontraron de nuevo, pero a diferencia de la última vez, nuestros roles estaban muy claros. Sin conjeturas turbias o tentativas esperando que esto significara más. Solo claridad tiránica de que yo era suya para usar, alquilar, abusar.
Tragué.
Tragué el elixir, mi estúpida esperanza, mi eterno optimismo y, sobre todo, tragué cualquier afecto rebelde hasta que ya no pude sentir sus alas batiendo en mi vientre.
Quería que muriera.
Para siempre.
Con un ruido torturado en su pecho, pasó su pulgar por la costura de mis labios, recogiendo lo que fuera que persistiera. Con una oscuridad grabada sus ojos, se puso el pulgar en la boca como si probara el residuo del elixir con el que me había alimentado.
Sus ojos se cerraron de golpe.
Mi corazón se aceleró.
Tal vez, él no lo haría. Tal vez me conservaría...
Arrancó el teléfono del carrito.
Y antes de que pudiera hablar, presionó el botón.
El mundo se puso blanco.
Mi sistema fue sobrecargado.
Cambie el mundo real por ilusión.
***
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