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miércoles, 23 de diciembre de 2020

TWICE A WISH - CAPÍTULO 31



— Te daré un millón. —

— ¿Disculpa? — Levanté la vista de mi café matutino, sentado en la terraza con vistas a los huéspedes que se mezclaban abajo.

Roy Slater estaba parado frente a mi mesa en el lugar exacto donde Eleanor se había abalanzado sobre mí con todo su odio y disgusto reprimidos hace dos semanas. Solo había sido nuestra segunda reunión oficial, pero incluso entonces, sabía que ella era diferente... especial.

Que había conocido a mi conexión y que pagaría severamente por ello.

Colocando mi iPad junto a mi café que tenía una pantalla llena de texto médico sobre un nuevo medicamento para el Alzheimer que Peter Beck quería probar en una prueba de cincuenta conejillos de indias humanos dispuestos y pagados, estudié a Roy Slater.

Tenía previsto dejar mi isla mañana por la mañana. Todas sus facturas habían sido liquidadas. Su acuerdo de confidencialidad firmado bajo llave en mi caja fuerte con copias entregadas a mi abogado. Había venido al paraíso, se había acostado con una diosa y ahora volvería a su vida monótona y recordaría para siempre la experiencia que le había dado.

Quería malditamente matarlo.

Pero... no lo haría.

Porque eso sería malo para el negocio.

Se pasó una mano por el cabello, luciendo despeinado y apresurado. Una vista lejana del hombre que conocí en la playa, quien había negociado la compañía de Eleanor. — Un millón. —

Ladeé la cabeza, mis aviadores plateados protegían mis ojos del sol tropical. El sol había alcanzado unos poderosos treinta y ocho grados centígrados hoy, asegurándose que yo llevara un traje de lino color crema, en lugar de cachemir oscuro. Incluso con una camisa blanca y sin corbata, todavía luchaba contra la necesidad de mi cuerpo de sudar.

Después del trabajo, planeaba desaparecer en el mar por el resto de la tarde. Para permitir que el océano se llevara mi calor y mi constante hambre de Eleanor.

Todavía podía saborearla.

Su coño en mi lengua. Su liberación en mi boca.

Mierda.

Me había despertado con mi mano empuñando mi polla esta mañana y me había corrido por todo el estómago. Negarme a mi mismo mientras estaba despierto me aseguró empezar a soñar con ella por la noche. Incluso con la distancia entre nosotros, me estaba rompiendo. Cayendo de maneras que no podía permitir.

— ¿Un millón para qué exactamente? — Pregunté suavemente, alisando mi solapa. Un diamante Hawk brillaba en mis gemelos.

Entrecerré mis ojos. ¿Roy Slater le había comprado un diamante? ¿Jinx ganaría otra piedra preciosa? Si cada huésped se enamoraba de ella, tendría una fortuna cuando la dejara ir.

Maldita sea.

Ese pensamiento hizo otro agujero en mi pecho.

Mis manos ansiaban agarrar la cuchara de mi café para sacarle los ojos. Para borrar todos sus recuerdos de la chica que me pertenecía en todos los malditos sentidos.

— Por Jinx. — Tragó saliva. — Quiero... eh, comprarla. Hacer un intercambio. —

Me puse rígido en mi silla. — ¿Un intercambio? —

— Efectivo a cambio de tu diosa. — El asintió. — Te doy mi palabra de que la cuidaré. La respetaré. Nunca la compartiré, y se le dará una vida digna de cualquier princesa. — Su voz bajó con necesidad. — Quiero cuidar de ella. Amarla. —

¡Ay, Dios!

Los hombres eran tan malditamente predecibles.

Esta no era la primera vez que un huésped pedía llevarse a una chica a casa y estoy seguro de que no sería la última. Yo nunca decía que sí. Nunca. Nunca podría estar seguro del bienestar de la chica ni confiar en la palabra de un caballero que venía a mis costas.

Pero...

Desde que estuve junto a Eleanor mientras dormía, había hecho todo lo posible para solucionar mi problema. Quería que se fuera, pero no necesariamente sabía cómo. Si la dejaba ir... podría contarle a cualquiera sobre mi pequeña operación aquí. Si la mataba, me perseguiría por el resto de mis malditos días.

Pero... si la vendía...

Mi corazón se estrelló y chocó con mis costillas, pero tiré con fuerza de la correa, haciéndolo encogerse en la esquina.

Había que hacer algo.

No podía seguir así.

No podía seguir evitándola.

No podía fingir que ella no existía o ignorar que algo nos unía.

La única forma de librarme de su terrible maldición sería sacarla de mi isla.

Completamente.

Y una solución acababa de caer por casualidad en mi regazo.


***


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