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viernes, 31 de julio de 2020

LAGRIMAS DE TESS - CAPITULO 9



*Mirlo*
En el momento en que Q salió de la biblioteca, apareció una silueta. Salté agarrándome el corazón.
Imágenes de que me tiraban a un sótano para que viviera con las ratas, me llenaban de temor. Traté de mantener la calma, recordando que a Q no le gustaban las lesiones. Así que, dudaba que me hiciera dormir en un calabozo húmedo en el que podía enfermar. Después de todo, ¿si moría de neumonía donde estaba la diversión?
La chica, probablemente tendría veinticinco años, tenía el pelo recogido en una trenza, y me sonreía. “No era mi intención asustarte.” Su acento era suave y femenino; sus ojos color avellana brillaban sobre su piel oscura. ¿Por qué demonios trabajaba para un hombre como Q?
¿Sabía quién era yo? ¿Lo que era?

“Por favor, sígueme.” Hizo un gesto hacia la puerta. “¿Llevas alguna cosa contigo?” me preguntó mientras caminábamos torpemente una al lado de la otra.
Mis ojos se abrieron y resoplé. “No, no llevo nada conmigo.”
Era solo yo.
La idea bajó por el cuello. Tenía que dejar de pensar en eso. No era nada más que Tess. Tenía que sobrevivir.“Oh, bueno, eso está bien. Estoy segura de que el amo Mercer podrá comprarte ropa nueva.”
“¿Mercer?” Troté a su lado hasta el tramo de escaleras. La gruesa alfombra azul era como una nube entre los dedos de mis pies. Espera, Q me dijo que no hablara con el personal. Hice una pausa, midiendo si hablar con esta chica valía cualquier castigo. Junté mis manos.
Al diablo, por primera vez en una semana, alguien quería hablar conmigo en vez de darme órdenes.
“El propietario de la casa. Él es, - bueno, él es el amo.”
No me gustaba esa palabra. Quería palabras como justo y buen empleador. No una criada que se sonrojará y luego se callará.
Caminamos en silencio por el pasillo más largo que había visto en toda mi vida y subimos otra escalera dando vueltas antes de detenernos ante una puerta blanca.
“Esta es tu habitación. He puesto nueva ropa de cama y la he preparado para tu llegada.”¿Hace cuánto sabían que iba a venir? ¿Días? ¿Semanas? Sábanas nuevas y toallas para un soborno no deseado. ¿Quién le regalaba a alguien, una mujer robada, y para qué? Mi cabeza pensaba en el tráfico de drogas o en el armamento ilegal, algo completamente extravagante para justificar el tráfico de una chica como daño colateral.Q era un engañoso bastardo.
Me negaba fuertemente a usar su nombre. Q. Que ridículo título.
Abrí la puerta y la cerré de golpe. Me entraron ganas de reír. Como no, estaba rodeada de elegante riqueza, pero yo era una humilde esclava y no merecía espacio, ni luz, ni sutilezas.
Escueta y vacío, la habitación no hacía nada por parecer acogedora. Había una cama individual, un armario y varias áridas y desagradables estanterías, sin embargo, la ropa olía a limpio y el aire era fresco.
Era una celda, pero agradecía tener mi propia habitación con una cama higiénica. Después de una semana en la cárcel de los narcotraficantes mexicanos, esto era un hotel cinco estrellas.
Mi corazón se desplomó ante la idea de Brax. Él odiaría la idea de que viviera aquí. Incluso nuestro pequeño apartamento de un dormitorio, era de cómodo y tenía un buen diseño. Cada fin de semana, Brax tenía algún proyecto de bricolaje, siendo el ultimo un árbol de goma viejo que había convertido en una cama en forma de trineo. Esta pequeña habitación estaba dentro de una mansión, cuyo dueño quien no dudaría en utilizarme, sin embargo, también me quería.
El oxígeno se hizo pesado y dejé de intentar ser feroz. Las lágrimas empezaron a caer. Mi vida nunca sería la misma.
La criada chasqueó la lengua con preocupación, y me empujó hacia la cama. “Tranquila, cálmate. No llores. Tienes tu propio cuarto de baño, y podemos conseguir algunas cosas personales para decorar.” Su brazo caliente descendió tímidamente alrededor de mis hombros y me sacudió.
Ahora que estaba aquí había perdido la fuerza. Quería seguir siendo fuerte pero la piedad y la pérdida ganaban.
El simple contacto de una mujer buena me hizo desplomarme.
Lloré.
En mis manos, en una almohada, en mis sueños.
 

A la mañana siguiente, me dejaron sola, me duché y me vestí. Sin saber o sin preocuparme, me puse la ropa que habían comprado para mí. La rebelión mantenía el fuego ardiente en muy en mi interior.
Me quité los calcetines y me quedé descalza en la escalera acolchada. Podía suponer que me habían puesto en los cuartos del personal. El alboroto a las cinco de la mañana, con la gente duchándose y preparándose para empezar el día, me mantuvo despierta.
No es que hubiera podido dormir. Mi cabeza estaba nublada por todas las lágrimas derramadas y me desperté con un terrible dolor de cabeza, pero el llanto me purgó, dejándome extrañamente vacía y lista para enfrentarme a mi nuevo futuro.
Sin embargo, era una preocupación innecesaria. No tenía experiencia en la esclavitud y en ser una propiedad, pero me parecía sorprendente que Q me dejara libre sin supervisión. Probablemente era algún tipo de juego mental machista y de sensación de poder.
No podía derramar mi aprensión cuando entrará en el salón y siguiera los tintineos de los cubiertos. A pesar de la agitación, el aroma de café recién hecho me convenció a seguir adelante. Mi boca se hacía agua con la cafeína.
Rodeando la esquina, me detuve cuando vi la cocina. Los azulejos eran de color verde pálido, y actuaban como un espejo de color. Eran del mismo color que los ojos de Q.
Tenía que admitir que mi extraño propietario tenía gusto. Gabinetes blancos con manijas plateadas como la nieve fresca, gracias al sol que fluía desde la gran claraboya. Tres hornos de acero inoxidable, una enorme estufa y un refrigerador lo suficientemente grande como para meter una vaca. Había otra habitación con temperatura calculada y estanterías de madera, albergaba innumerables botellas de vino. No había duda de que estábamos cerca de un viñedo, lo más seguro, cerca de Francia.
La chica que había sido tan amable conmigo anoche, sonrió detrás de un mostrador. “Bonjour[1]. ¿Tienes hambre?”
No creía que pudiera comer con toda esa gente extraña, pero de todos modos asentí con la cabeza. Tenía que mantener la fuerza, y no podía recordar la última vez que había comido. No, espera, me acordaba, la noche que el hombre de la chaqueta de cuero trató de violarme.Maldito bastardo.
Mis labios se curvaron, pensando en lo rápido que me había convertido quien nunca maldecía, en una chica con una boca vulgar. En cierto modo, me daba fuerza, ser grosera e insensible.
Me rugió el estómago, tomando el control fuera de mis manos.
La criada se rio. “Supongo que eso responde a la pregunta, pero antes de que comas, el amo solicita tu presencia en el comedor.” Ladeó la cabeza hacia unas puertas corredizas de vidrio, allí había un comedor al estilo inglés.
Q estaba sentado a la cabecera de la mesa. Un periódico totalmente abierto le tapaba la cara.
Al verlo sentí púas en el estómago. La casa me arrulló a cierto sentido de aceptación, pero nunca me acostumbraría a ser la propiedad de alguien, a ser esclava de alguien.
No es que él me hubiera comprado, sólo me había aceptado como un soborno. Mi curiosidad aumentaba, queriendo saber por qué me había aceptado, pero aparté eso de mi mente. No me importaba, no iba a estar mucho más tiempo aquí. Muy pronto encontraría una forma de escaparme.
Negué con la cabeza, mirando hacia la criada. “No quiero verlo.”
La criada tenía las manos llenas de pasteles.“No tienes elección. Él manda, ve. Esa es la ley.”
“¿Ley?” Alcé una ceja. Al instante odié la palabra. Las leyes eran oficiales. Una palabra que implicaba seguridad, no unas simples reglas dictadas por un loco.
“La ley.” Una voz masculina vino detrás de mí. Su presencia envió escalofríos a mi espina dorsal. No me asusté. Puse mi orgullo en ella, y tenía que acostumbrarme a que él se movía en silencio. No quería que me asustara, me sorprendiera y se aprovechara de mí.
Manteniendo la cabeza alta y la espalda recta, me volví hacia la cara del amo.
“Yo no obedezco a tal ley.”
Q gruñó, frotándose la mano contra su mejilla sin afeitar. Su pelo castaño oscuro era brillante, casi como cabello animal en lugar de pelo. Su mirada verde invernal me heló hasta la médula. Vestido con una camisa de color plata y una corbata negra, parecía distinguido e inteligente.
Grité mientras me agarraba. “Yo ordeno y tú vienes, esa es la única ley que tienes que entender. Yo soy tu dueño, no puedes haberlo olvidado tan pronto, ¿verdad?”
Me llevó hacia el comedor y me tiró en una silla con respaldo alto que estaba justo al lado de una mesa para veinte personas, resopló con fuerza y se inclinó sobre mí. “Eres mía. Eres mía. Repítelo hasta que se te meta en la cabeza. No puedes desobedecer. A menos que...” Un destello de interés ardió en sus ojos. “A menos que quieras ser castigada.”
Mi corazón iba tan rápido como las alas de un colibrí. Negué fuertemente con la cabeza. Mi lengua se volvió inútil, era incapaz de hablar. Sacudí mi cabeza realmente fuerte. Nunca había estado tan subyugada por la pura voluntad de alguien, pero Q me aplastaba con su intensa actitud. ¿Cómo podía esperar desobedecer cuando sólo me amenazaba con palabras y me volvía horriblemente dócil?
¿Te has olvidado de cómo luchar tan pronto?” Dijo con su fuerte acento, sus dedos capturaron mi barbilla y me presionó dolorosamente. Un murmullo de descontento resonó en su pecho, y rápido como un rayo, me besó.
La fuerza del ataque estrelló mi cabeza contra el respaldo de la silla, y me hizo daño en las sienes. Sus labios me obligaron a abrir la boca y su lengua se movía en mi boca, robándome la voluntad, robándome mi lucha. Me lo robó todo con un solo beso.
Gruñendo, su lengua saqueó sin piedad la mía, fuera de control. Arrastró los dedos desde mi barbilla hasta mi garganta, haciendo círculos posesivamente; amenazándome con que podía matarme y nadie se enteraría. Yo era suya, para hacer conmigo lo que él quisiera.
Yo gemía y arañé su cara con mis uñas irregulares.
Se echó hacia atrás, respirando como un toro furioso. Sus labios brillaban por haber devastado mi boca, dejándome el sabor del café y algo más oscuro, una promesa de más.
Me miró, y se limpió la mejilla, cuando vio que tenía sangre se tensó.
Mi corazón se llenó de orgullo. Podía ser capaz de molestarme, pero no iba a salir ileso mientras lo hacía.
Cogió una servilleta de la mesa y se dio unas palmaditas en la mejilla. “Vas a obedecer. No me hagas que te trate como cualquier otro comprador lo haría.”
“De todos modos, ¿no es eso lo que quieres hacer? ¿Violarme y arruinarme?”
Lanzando la servilleta lejos, camino de vuelta hacia su silla en la cabeza de la mesa. El periódico desecho crujió mientras colocaba las manos delante de él. Cada movimiento era preciso, calculado, como si supiera todos los gestos de dominación.
Cuatro sillas nos separaban, dando una sensación de espacio. Respiré fácilmente, deseando que desapareciera el sabor de la oscuridad y del pecado. ¿Por qué tenía que besarme? Un beso significaba intimidad y romance, pero ese beso, ese reclamaba más que cualquier beso de Brax. Eso me hizo odiar a Q aún más.
Haciendo caso omiso de mi pregunta, me preguntó, “¿Cómo te llamas?”
Me crucé de brazos y le miré. Nunca.
Bien,” me gritó. “Te llamaré Dove[2], hasta que me contestes. Al igual que el gris azulado de tus ojos.”
Mi corazón se rompió en diminutas piezas irreemplazables. ¿Dove? La ira corrió por mis venas y me acordé de Brax. El muñeco de peluche que me compró cuando estaba en el hospital. Me había llamado muchas veces su pequeña paloma.
“¡No!” Le grité con violencia.Ni siquiera parpadeó con mi arrebato. Deliberadamente, se pasó un dedo por el labio inferior, mirándome fríamente. Su rostro se ensombreció con autoridad, y para mi absoluta vergüenza, mis pezones se endurecieron. Mi cuerpo recordó la forma en la que me besó, le respondí y no me reconocía. Me hizo sentir como si yo lo invitara a cumplir mis deseos más retorcidos.
Santo infierno, ¿Yo invitaba a esto por querer que fuera más severo que Brax? Como tenía una vida demasiado perfecta, ¿quería conceder mis deseos enfermos de la peor manera posible?
No podía respirar. Me quedé mirando el mantel que la criada acababa de poner delicadamente, y me puso delante un plato de huevos escalfados. Se inclinó un poco para Q, poniendo un plato igual delante de él.
A pesar de que mis extremidades estaban débiles por el hambre, empujé el plato. ¿Cómo iba a comer cuando estaba disgustada conmigo misma? Todo esto era por mi culpa. Yo era la responsable de mis jodidas perversiones.
“Maldita sea, come,” me ordenó Q con cara estoica.
Después de todo lo que había pasado, después de que me robara un beso, de los sangrientos mexicanos y de mi estúpida ingenuidad, no podía seguir y abrir la boca para comer. “Que te jodan.”
Abrió los ojos y apretó la mandíbula, pero no hizo nada más.
Cortó y masticó con cuidado. Cada bocado era controlado y preciso, como si mantuviera un estricto control sobre sí mismo en todo momento. ¿Contra qué luchaba? Porque sabía que estaba luchando, lo podía ver en sus ojos.
“Si no me dices tu nombre, dime algo más sobre ti.”
¿Por qué quería saberlo? Él ya me había dicho lo que le importaba.
Tragando, fui afuera, hacia la terraza y la enorme mesa de aves, gorriones y mirlos que estaban pululando ruidosamente. Los jardines bien cuidados, con setos perfectos y flores descubiertas, que brillaban con la escarcha como un encaje brillante.
Desde el caliente México al invierno en Francia, echaba de menos mi hogar.
Q puso el cuchillo y el tenedor en el plato, y colocó las manos en el regazo. Cometí el error de mirarlo y empezamos a competir con nuestras miradas. Grité en silencio mientras él me dominaba con palabras no verbales.
Rompió la competencia y murmuró: “Tienes dos opciones.”
Lo había escuchado, pero fingí la insolencia. Dos opciones. Intentaría tres. Aparte de esas dos, la tercera sería escapar. Me gustaría poder hacerlo. Me quitaría el tatuaje, me cortaría el GPS del tobillo y encontraría una manera de quitarme el chip del cuello. Podría haber traído esto sobre mí, pero me sacaría de esta situación.
Q continuó hablando con su acento profundo. “Uno, te violó, te hago daño, hago todo lo que esperas de mí, y te haría vivir una existencia miserable.”
Entrecerré los ojos, observándolo fijamente. Sus hombros se tensaron con la palabra violación, pero la emoción también calentaba su mirada. ¿Por qué las dos emociones iban juntas? Una caliente y con ganas, y la otra de rechazado y enfadado. Juntando mis dedos, los apreté. El miedo amenazó con cerrarme la garganta.
“O, háblame de ti, y si tienes una habilidad que necesite, te pondré a trabajar de otra manera.”
No pude aguantarme. “¿Otra manera?”
El arrepentimiento cruzó rápidamente su rostro, y me pregunté si me lo había imaginado. Asintió varias veces. “Otra manera.”
“¿Cómo cuál?”
“Háblame de ti.”
“Primero dímelo.”
Golpeó la mesa con las manos a cada lado del plato. “Maldita sea, chica, te estoy ofreciendo una opción. Pero eso no significa que pueda yo pueda retirar la oferta.” Respiró con fuerza y vi que estaba enfadado.
Me llamó chica, y, sin embargo, dudaba que él fuese mucho mayor. Treinta y pocos años, pero la edad no importaba cuando me gritaba. Él me asustaba más que el hombre de la chaqueta de cuero. Al menos con él sabía que podía luchar. Con Q, no tenía ni idea.
Tratando de concentrarme, respiré. Q me estaba ofreciendo una elección. Si quería escapar, tenía que esperar el momento. Si Q quería ponerme a trabajar, tendría más oportunidades que estar atada a una cama.
Le imité, colocando las manos sobre la mesa, fortaleciendo mi resolución. “¿Qué quieres saber?”
Sus hombros se relajaron un poco, pero la dureza de su mirada verde pálido no se fue. “¿De dónde eres?”
“Melbourne.”
“¿Hablas otro idioma aparte de inglés?”
Negué con la cabeza.
Bufó. “Eso es lo primero que debe cambiar. Me niego a hablar inglés durante mucho tiempo. Es un lenguaje aburrido. Aprenderás francés.” Ignorando el comentario, preguntó: “¿Tienes otro tipo de educación?”
Caminé por una tela de araña, una respuesta equivocada y pasaría directamente a la primera opción. “Todavía estoy en la universidad. Soy camarera y trabajo en una tienda pequeña.”
Resopló, inspeccionándose las perfectas uñas. “Nada importante. Tienes que tener talentos mejores, de lo contrario...”
Me apresuré a decir “Me estoy entrenando para trabajar en desarrollo inmobiliario. Casi he completado un grado de proyecto de gestión y la línea lateral en bocetos arquitectónicos.”
Hizo una pausa. El interés sustituyó la dureza en sus ojos por un momento, y luego cambió. “Continua.”
No había mucho más que decir. “Todavía tengo que hacer los exámenes finales, pero estudié cómo hacer presupuestos de construcción, como lidiar con los consejeros locales, permisos, requisitos comerciales... Soy la primera en la clase de aldeas eco­sostenibles a medio término.” Mentí, había quedado segunda, pero si me quería como propiedad, me gustaría ser lo mejor que pudiera tener.
Se echó hacia atrás, juntando los dedos de nuevo. Reconocí el movimiento rápido. Q tenía el poder y el innegable conocimiento del control perfecto.“¿Cómo te cogieron?”
El abrupto cambio en la conversación me sorprendió.Había empujado esos pensamientos a lo más profundo, y me había purgado a mí misma la noche anterior a través de un baño de lágrimas, pero el pánico subió y rugió, borrándolo todo, aparte de la agonía de ver a Brax sangrando y a los hombres dejándome inconsciente. Oh, Dios, ¿iba a ser libre algún día?
Q se movió, esperando. A él no le importaba, ni se interesaba sádicamente mientras luchaba con los recuerdos. ¿Por qué diablos sacó el tema? Bastardo.
Le respondí en tono monótono, fingiendo que no lo había vivido. Sorprendentemente, me ayudó a distanciarme y eso me llenó de orgullo. Había luchado y le había enseñado una lección o dos al hombre de la chaqueta de cuero. Celebré la pequeña victoria.“Me cogieron en México. Le hicieron daño a mi novio, me golpearon y me llevaron a alguna parte.”
“¿Te hicieron daño? ¿Aparte de tu tobillo?”
Si él clasificaba ser golpeada y tatuada, entonces sí.
Asentí con la cabeza.Él contuvo el aliento, frunciendo la frente. “¿Te violaron?”
El hombre de la chaqueta de cuero lo intentó, pero fracasó. Una fría sonrisa apareció en mis labios. “No, uno lo intentó, pero no lo logró.”
Su dura sonrisa igualó la mía y algo se unió entre nosotros. ¿Entendimiento? ¿Respeto? Algo de lo que dije cambió lo que Q pensaba de mí.
Mi pulso se aceleró. Tal vez, si hiciera que me viera como una mujer y no como una posesión, las cosas serían mejores, después de todo.
Sin importar cuales fueran sus sentimientos, si su respeto me concedía seguridad, iba a por ello.
Fuera lo que fuera que pasó entre nosotros desapareció cuando Q murmuró, “¿Cómo te llamas?” Mantuvo sus ojos ojeando el periódico en la mesa ¿No piensa que noté la pregunta casual
Apreté los labios, sin responder.
Después de un momento, miró hacia arriba. “Me dirás tu nombre.”
Mi respiración se volvió más rápida, lastimando mi costilla, pero permanecí en silencio. ¿Qué estás haciendo, Tess? ¿Otra paliza vale la pena sólo por mantener tu nombre en secreto? Sabía la respuesta: sí, valía la pena. Mi nombre era lo único que tenía. Era sagrado.
Me asusté cuando Q llamó, “¡Suzette!” Levantó la barbilla, mostrando un cuello elegante, áspero y suave a la vez. Sus músculos insinuaban un programa de ejercicio riguroso, sin embargo, su cuerpo no era voluminoso. En otra vida, habría babeado por él. Debería estar en la portada de una revista GQ. Mis ojos se estrecharon. ¿Por eso se hacía llamar Q? Qué presumido.
Apareció la criada. Su sonrisa suave y adoración por su dueño hacían que me doliera el corazón. ¿Cómo podía ser leal y le podía gustar este hombre?
“¿Oui, maître?”[3]
“Enfermer la dans la bibliothèque. Retirez le téléphone et l’ordinateur portble. Vous avez compris?”[4]
Parpadeé, deseando haberme quedado en francés en la escuela secundaria. Los engranajes oxidados se movieron, buscando las palabras en un idioma que conocía pero que no había utilizado en años. Algo sobre una biblioteca y un ordenador.
Mis ojos brillaron entre Q y Suzette.
Ella hizo una reverencia. “Oui, autre chose?”[5]
Mi mente se aceleró, intentando recordar. Le había preguntado si quería algo más. Nunca antes me había agradecido tanto por tener tan buena memoria, pero tenía ganas de llorar por el alivio de no estar completamente en la oscuridad.
Q se congeló, y Suzette lo miró. Su postura gritaba proteccionismo, entendimiento. Los ojos le instaron a hacer... ¿qué?
Se estuvieron mirando durante una eternidad, estaban participando en una conversación en silencio, dejándome como la tercera ruda. Finalmente, Q asintió suspirando, “¿Vous savez?” ¿Lo sabes?[6]
Ella se relajó, la cara llena de triste reconocimiento. “Elle est diférente.”[7] Ella se encogió de hombros. “Ne la punissez pas”[8]
Ella hablaba tan rápido, que sólo capté las palabras diferente y castigo. Mi estómago se apretó cuando Q me miró, vi una mezcla tortuosa de lujuria y odio en su cara.
Él asintió con la cabeza bruscamente, bajó la guardia; sus ojos brillaban con hambre. “Oui.” Su voz envió escalofríos a mi piel.
El instinto lo sabía antes que mi mente. Algo cambió en Q. Se había rendido a la batalla en la que luchaba. Mi corazón saltó de su prisión en las costillas, galopando en mi pecho. Él renunció a la lucha. La decisión brilló en su cuerpo resignado pero tenso. El terror exigió saber exactamente a lo que había cedido.
Suzette me miró con compasión y esperanza, antes de desaparecer del salón. Quería correr tras ella, y rogarle saber lo que estaba pasando.
Q se quedó, rozando su traje impecable y camisa de plata. Evitando mi mirada, me dijo, “Suzette tiene sus órdenes. Tienes que seguirlas. Y, ya que te niegas a decirme tu nombre, te llamaré 'esclave'[9] hasta que lo hagas. Si vas a aprender francés, esa será tu primera palabra.”
Ahora no era el momento para decirle que sabía lo suficiente como para entender.
Se levantó y empezó a rodear la mesa, pero cambió de opinión. Mi piel se calentaba a medida que se iba acercando, y respiré entrecortadamente mientras se apretaba contra mí. Su muslo duro me tocó el hombro. Balanceaba las caderas, deliberadamente me hice muy consciente de lo que había entre sus piernas.
Mi mente se rebeló ante una necesidad que todo lo abarcaba. Era tan duro y largo, rígido e implacable. La forma en la que se alzaba por encima de mí me daba miedo, y se mezclaba con una necesidad no deseada.
Me aparté, haciendo una mueca por el dolor de la costilla, pero ese dolor no podía detener el odio que sentía por mi cuerpo traidor. ¿Cómo podía siquiera pensar en el deseo? No podía pensar en eso. Mi cuerpo reaccionó. Hambriento de algo que necesitaba, junto con el acto de control, algo se disparó a pesar de mi terror y repulsión. Las lágrimas me ahogaron. ¿Cómo podía? Soy un monstruo retorcido y enfermo.
Q interrumpió mi confusión y mi odio. “¿Conoces esa palabra?”
No tenía ninguna pista, estaba demasiado involucrada superándome a mí misma por una traición tan horrible. ¡Lucha! Piensa en Brax. Mi corazón se detuvo. No, no pienses en Brax.
Q capturó mi barbilla, una llamarada de calor me apretó el estómago. “Esclave, respóndeme. ¿Conoces esa palabra?” Su boca estaba tan cerca; no podía apartar los ojos.
Le ordené a mi cerebro que trabajase, haciendo caso omiso de mi cuerpo pecador, sacudí la cabeza. Conocía esa palabra: esclava. Pero la ignorancia era un arma y no quería que conociera mi arsenal.
Pensé rápido, agradecida cuando los hilos de la lujuria ardieron con el odio. Sí, odio. Esa emoción sería mi salvación cuando Q quisiera poner mi cuerpo en mi contra.
Mi voz tembló. “Yo no soy tu esclave y tú no eres mi maître. Nunca vas a serlo.”
Sus pupilas se dilataron y una mano me agarró de la nada, envolviéndose alrededor de mi cuello. Estábamos nariz con nariz, el caro traje Gucci rozaba mi jersey. “Tú eres mi esclave, no es negociable y considera mi propuesta de las dos opciones revocada. Ya no puedo hacerlo.” Respiró con fuerza con el deseo desenmascarado. “Eres mía y escogí la opción uno.”
Jadeaba, me dolía. Cada célula de mi cuerpo estalló, chorreando pensamientos negros y peligrosos. Luché para recordar lo mucho que odiaba a Q, se arremolinaban muchísimos sentimientos, me sentí mareada, a toda velocidad hacia la oscuridad. En la oscuridad acechaba el calor, el miedo, la intoxicación.
Una lágrima rodó por mi mejilla; yo ya estaba arruinada.
Q gruñó. Mi cuerpo traidor se hinchó y se calentó mientras mi mente se rebelaba, vomitando obscenidades. ¿Cómo iba a permitir que mi cuerpo me traicionara tan completamente? ¿Por qué estoy tan jodida?
Q observó mi desmoronamiento con asombro. Abrió la boca, y sus ojos verdes ardieron.
Todo esto estaba mal. Tan, tan mal. Caí de cabeza en el duelo.
Q pasó su nariz por la mía, respirando profundamente. Algo duro me apretó el estómago. No me moví. No me podía mover.
“No quiero la opción uno,” susurré. Sabía lo que incluía: degradación, tortura sexual, todo tipo de cosas que uno podía hacer con una posesión no deseada. Jugar conmigo y finalmente tirarme a la basura.
Se me escapó otra lágrima rebelde, y lo odiaba. Mostraba lo débil que era, lo arruinada que me sentía.
Q se quedó inmóvil, mirando el rastro de la lágrima que iba bajando por mi mejilla, haciéndome cosquillas en la piel caliente. Sus ojos brillaron y por una milésima de segundo vi algo, compasión, remordimiento; pero luego recuperó el hambre y se agachó. Su lengua se deslizó sobre mi mejilla con suave ternura, capturando mi remordimiento salado, luego la pasó por encima de su labio inferior.
Tal vez porque el hombre de la chaqueta de cuero me lamió de la misma forma, o una vez más el instinto sabía algo que yo todavía tenía que entender, me relajé un poco. Q no me lamía con placer enfermizo, me lamía con amabilidad.
La jodida parte rota de mí reaccionó contra la posesividad insolente de Q. Quería creer que sería bueno y que no me haría daño. ¡Pero él me aceptó como un soborno! Nadie que tuviera alma haría eso. No podía permitirme el lujo de dejar que su acto me engañara.
Mis ojos se cerraron, protegiendo todas las facetas de mi alma. El diez por ciento quería entregarse a sus amenazas, quería que fuera rudo y que me utilizara.
Mientras el noventa por ciento quería clavarle un cuchillo de mantequilla una y otra vez, hasta que la sangre decorará el tapizado plateado y el lindo mantel.
Me soltó, arrastrando sus suaves dedos por mi pelo. Me tambaleé, rompiéndome fácilmente, completamente confundida.
 Sus ojos centellearon mientras susurraba “Hasta esta noche, esclave.


[1] Buenos Días en francés.
[2] Paloma. Dove como apodo original.
[3] “¿Sí, amo?” traducción hecha al contexto
[4] Enciérrala en la biblioteca. Retira el teléfono y el computador portátil. ¿Comprendiste?” traducción hecha al contexto
[5] “Si, ¿alguna otra cosa?” traducción hecha al contexto
[6] traducción hecha al contexto
[7] Ella es diferentetraducción hecha al contexto
[8] “No la castigues” traducción hecha al contexto
[9] Esclava en español. Esclave en el idioma original


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