*Fringílido*
Me mordí el labio mientras bajábamos las escaleras y entramos en una habitación completamente nueva. Olía a sexo, dinero y poder. La esencia por excelencia de Q, el olor de su lujuria y oscuridad impregnaba el aire.
Unas cabinas de color carmesí estaban rodeadas de un pequeño pedestal, redondo y alto, para una estatua o figura. Unas correas de cuero colgaban del techo. Unas pesadas cortinas bloqueaban los grandes ventanales, y la espesa moqueta negra silenciaba cualquier ruido.
La habitación era una tumba decadente.
El guardia me dejó ir, sólo para dejarme atrapada por Q. ¿De dónde diablos había salido este hombre? Nunca me acostumbraría a cómo se movía en silencio.
Mi piel quemaba cuando me tocaba; un hambre bestial se dispersaba por todo mi cuerpo. Q contuvo el aliento. No era la única a la que le afectaba esta loca necesidad. Maldije a mi cuerpo por responder. Necesitaba seriamente ayuda. No tendría que ponerme un hombre que me hacía la vida imposible cuando me tocaba. No debería tener una mezcla de odio y necesidad. Debería odiarlo.
Me tiró contra su pecho. “Esclave...” Pasó la nariz por mi mejilla, por mi cuello y por mi clavícula. Su aliento caliente me aceleraba el corazón. Quería correr los dedos por su pelo, presionar las caderas contra él, pero me tragué los impulsos diabólicos. Realmente eso no era lo que quería hacer. Quería cortarle el cuello para poder correr a casa con Brax.
Sus dientes afilados me pellizcaron la garganta, robándome el equilibrio.
Había pasado una semana desde que me había tocado, pero podría haber sido un minuto o un milenio y hubiera estallado igual. Lo odiaba. Volvió todo en mi contra y me dolía, mucho.
Me echó hacia atrás, sus labios estaban en mi cuello y sus manos en mi cintura, nos estabilizó cuando me choqué con el pedestal y tropecé. Cogiendo mi mano, me ayudó a pararme en la plataforma. Miró hacia arriba, la cara a la altura de mi pecho, la lujuria brillaba en sus ojos verdes.
Inesperadamente, envolvió los brazos alrededor de mí, arrastrando mis pechos contra su rostro. Me mantuvo prisionera, me lamió a través de los orificios del vestido, dejándome un sendero húmedo y abrasador.
“Para,” le gemí, maldiciendo mi estómago tembloroso y la fusión de mi núcleo.
Para mi sorpresa, él obedeció y se acercó, subiéndose conmigo. Con una leve sonrisa, me ató las muñecas a las correas de cuero.
No podía apartar la mirada mientras me alzaba el brazo derecho y envolvía el brazalete de cuero alrededor de mi muñeca. Las hebillas se tensaron y contuve el aliento. Esto me recordaba mucho a México, el tatuaje, la inspección, la inyección. El miedo me consumía y lo aparté. Me dolía el hombro mientras trataba de liberarme. Empujé a Q con pánico, tirando de las correas, mis dedos torpes intentaban deshacer la hebilla.
Q se rio suavemente, frotándose el labio inferior con el pulgar. “Te contaré un secreto, esclave. También es mi primera vez.” Dejó caer la mano, ahuecando su erección a través de los pantalones. “Y eso me pone mucho, porque veo que luchas.”
Las dos cosas que más quería en el mundo eran: que Q muriera miserablemente, y que me follara. Que me hubiera inmovilizado me recordaba todas mis estúpidas fantasías, no podía detenerlo. La humedad recubría mis muslos internos cuando Q se acerco.
“Joder, tu me rends fou.”
Joder, me pones caliente. Su voz vibraba, me dolía, lo anhelaba.
Mi corazón se rompió un poco más. Era dueño de mi sentido del oído y del olfato. No podía ignorar la voz de barítono sexy o la imperiosa necesidad de obedecer.
Q movió mi brazo izquierdo y lo aseguró. Mis pulmones se quedaron sin aire cuando dio un paso atrás, dejándome esposada con los brazos en el aire. Mi caja torácica subía y bajaba con pánico, haciéndome daño. “No puedes hacer esto.”
Ladeó la cabeza. “Lo acabo de hacer.”
“Sabes lo que quiero decir.” Me tragué el miedo, y añadí descaradamente, “Tú no quieres hacer esto. No quieres abusar de mí. Puedo sentirlo.”
Se quedó inmóvil, tenía las fosas nasales dilatadas. Nos quedamos mirándonos en silencio, antes de cogerme del pelo. “Tú no sabes nada, esclave. Quiero esto. He querido esto durante mucho tiempo, y tú estás equivocada al decir que esto duele.” Su pecho se movió dentro de su inmaculado traje cuando se inclinó y me besó la oreja. Susurró, "No tengo miedo de hacerte daño. Tengo miedo de lo lejos que estoy dispuesto a ir."
Si no estuviera sujeta por las muñecas, hubiera colapsado.
“Maître, vos invités sont arrivés,”[1] dijo Suzette. Los invitados estaban aquí.
Mis ojos se abrieron frenéticamente hacia ella, pidiéndole ayuda. Ella estaba en la puerta con una mezcla de emociones. La que más destacaba era la necesidad. Su lengua bailaba entre sus labios, dejando caer su mirada.
Q se movió hacia una esquina de la habitación. “Tira de la cuerda, Suzette.”
La necesidad de su rostro desapareció, dejando el shock en su lugar. “¿Estás seguro, maître?”
Él gruñó con advertencia y ella obedeció. Envolvió las manos alrededor de una gruesa cuerda roja, y tiró una sola vez.
Grité cuando mis hombros se pusieron en posición vertical y el peso se transfirió de mis pies hasta las muñecas. Estaba de puntillas, pero a duras penas. Pase a estar bien encadenada y sostenida por la gravedad.
Q se bajó y me inspeccionó. Mis pechos sobresalían con orgullo con los brazos por encima de los oídos, el vestido exponía todas mis partes.
“Vete,” le ordenó a Suzette sin mirarla.
No podía respirar.
Suzette salió de la habitación rápidamente, y toda esperanza de escapar se fue con ella. Q se quedó abajo, mirando hacia arriba. Lentamente, se metió un dedo en la boca y lo chupó. Sus ojos brillaban con tanta oscuridad que cada vez que se hiciera de noche me acordaría de él. Su lengua lo lamió con una embriagante gracia.
Mis labios se separaron, hipnotizados. De alguna manera, me centré en él para disipar el pánico, un recordatorio de que Q podía ser malo, pero definitivamente no era lo peor.
Fue casi un alivio cuando me agarró la cadera, sosteniéndome firme. Sus dedos se clavaron en mi piel. Lentamente, metió un dedo a través de la tela del vestido y encontró la humedad en mi muslo.
Me miró a los ojos. “Sigues sorprendiéndome. Después de todo no necesitaba lamerme el dedo.”
Mis mejillas se sonrojaron mientras subía por mi pierna y acariciando mi entrada. Su dedo se deslizó en mi humedad, y un gruñido retumbó en su pecho. Me acercó más a él, y como un péndulo, fui hacia donde él quería. Presionando su cara en mi pecho, su dedo se introdujo más, haciendo que se me doblaran las rodillas. Me balancee ligeramente.
Me soltó la cadera, y me agarró de la espalda baja, asegurándome firmemente. “Ah, esclave. Sigues mintiendo, pero tu cuerpo dice la verdad.”
Quería maldecir. Yo no tenía el control, pero él era experto y como un instrumento involuntario, me hacía volver a la vida.
“Mercer, parece que has empezado sin nosotros,” dijo una voz masculina. Seguida por otra, “Parece como si no pudiera contenerse. Mira a ese bocado delicioso.”
El disgusto y la inquietud me invadieron. Había cuatro hombres, mirando con avidez cómo Q me tocaba. Me acarició más rápido y con más fuerza, y traté de apretar las piernas para detenerlo. No me tocaba suavemente, y no podía concentrarme en sus caricias y en los hombres a la vez.
Mis ojos pesados se cerraron por su propio acuerdo cuando Q doblo su dedo, estimulando mi punto G. Salté por la presión interna que construía un crescendo. Oh, Dios. No podía tener un orgasmo. No así. No con hombres viéndome, escuchándome, deseándome.
Mis músculos internos se apretaron con avidez alrededor de su dedo, Q se alejó, dejándome jadeando y con las mejillas rojas. Me tambaleé y balanceé de puntillas para no girarme.
Q retrocedió, y se puso frente a mí. Mientras caminaba, se metió el dedo en la boca y lo chupó. Chupó la humedad que brillaba en su dedo, chupó mi sabor, mi esencia.
Quería llorar.
Mi cuerpo latía, palpitaba, y resistí el impulso de frotar mis muslos, para intentar encontrar alivio. Además, me miraba con suficiencia. Sabía que me había hecho daño, y me había dejado así. Francés hijo de puta.
Cuando llegó a donde estaban los hombres, le estrechó las manos. Intercambiaron bromas en inglés, sin apartar los ojos de mí. Me convertí en el centro de atención. El objeto para mirar desde lejos, pero para no ser reconocida.
“No sabía que habías tomado el negocio familiar, Mercer,” dijo un hombre, frotándose el bigote canoso mientras me follaba con la mirada.
Esperaba que Q se riera, para mezclarse con esos hombres, ya que pensaba que serían sus amigos, pero me asusté cuando le enterró el dedo en el pecho a aquel hombre. “Ni se te ocurra volver a decir eso. Es completamente diferente.”
El hombre se quedó inmóvil, una batalla de testosterona tuvo lugar entre ellos, antes de que él desviara la mirada, encogiéndose de hombros. “Lo que tú digas.”
Había otro hombre, vestido con unos vaqueros caros y una camisa negra, que parecía de la edad de Q. Su rostro me recordaba a una estrella de cine de 1920. El pelo peinado hacia atrás, la piel tan suave que parecía de porcelana. “Q.…” empezó a decir, mirándome boquiabierto con miedo es sus ojos.
Estaba sorprendido mientras me miraba, podía ver el miedo en sus ojos.
¿Miedo? Mi terror se elevó a un nivel superior. ¿Por qué me tenía miedo? Mi mente empezó a imaginarse pesadillas sobre lo que me iba a hacer Q, si me iba a hacer daño, preferiría estar muerta.
Q le miró y lanzó un brazo sobre los hombros del hombre. Se alejaron de los demás, y Q le habló con urgencia al oído. No podía oír ni una palabra, pero Q seguía mirándome mientras el hombre de 1920 asentía como si Q tuviera un argumento válido. Por último, el miedo desapareció de sus ojos, mirándome con gran interés.
Q señaló con la cabeza con reconocimiento mientras el hombre le daba una palmada en la espalda, y volvió a tratar con los otros invitados.
El hombre de 1920 se alejó de Q, y empezó a acercarse.
Mi respiración se aceleró cuando se detuvo, mirándome con ojos de color zafiro. Con una mano firme, me tocó el muslo, añadiendo presión, por lo que me tambaleé. “Así que tú eres la que finalmente lo ha roto.”
Dio la vuelta, pasó los dedos por mi culo e hizo un círculo completo sobre mi otro muslo. Cuando se puso en frente de mí de nuevo, tomó un pezón y tiró de él.
Temblé, arremetiendo con pie. Lo levanté precariamente cuando el hombre se echó a reír. Me agarró de la cintura, y me ayudó a mantener el equilibrio sobre los dedos de los pies de nuevo. Fruncí el ceño. ¿Qué demonios estaba pasando?
El hombre de 1920 ladeó la cabeza, asintiendo. “Puedo ver porqué.” Con el críptico comentario, se dirigió de nuevo al grupo.
Pasaron diez minutos mientras palabras egoístas llenaban la tumba. Cada sílaba brillaba sobre mi carne, especialmente el tono profundo de Q. Temía el futuro.
¿Cómo podría dejar que mi cuerpo reaccionara a su voz y a su olor? Dos sentidos que le pertenecían... y me dejaba cuatro: vista, tacto, gusto e instinto. Una cosa que me prometí es que nunca iba a poseer mis instintos, no quería que poseyera algo tan poderoso.
Suzette, junto con las otras dos sirvientas con uniforme blanco y negro con volantes, entraron en la habitación y colocaron bandejas de comida para chuparse los dedos en la mesa lateral. La mayoría era comida para picar, galletas con salmón y crème fraîche, aceitunas rellenas, gambas envueltas en jamón, y una fuente de pasta de azúcar con una cascada de chocolate.
Me empezó a dar hambre mientras miraba esos manjares que podían sumergir en el chocolate: piña, fresas, malvaviscos y muchos más. No había tomado nada azucarado desde que llegué a la mansión tortuosa de Q. Suzette no me lo permitía.
El personal comía alimentos desabridos, y francamente depresivos, teniendo en cuenta que estábamos en el corazón de un país que se enorgullecía de quesos, pan y vinos.
Los hombres dejaron de hablar y se sirvieron la comida. Cuando estaban los platos llenos, se sentaron en una de las cabinas de color carmesí, a mis pies.
Q se metió en la cabina, desabrochándose la chaqueta de color plata para sentarse cómodamente. Sus labios se abrieron para comerse una aceituna rellena. La mordió, y los movimientos de la mandíbula y los músculos del cuello hicieron que mi estómago se apretara.
Aparté la vista y me puse a inspeccionar a los hombres. Uno tenía una nariz muy grande y el pelo negro parecido a la lana. El traje no le quedaba bien y había una mancha oscura en la solapa.
En comparación con Q, parecía que viniera para una cena gratuita y para ver un espectáculo. ¿De donde lo conocía Q? Incluso con sus deseos eróticos y oscuros, era muchísimo mejor que estos hombres.
El otro hombre no me quitaba los ojos de encima. Su mirada era como una daga, me perforaba, por lo que me daba miedo. Era grande y ancho, más alto que Q, aproximadamente del tamaño de un jugador de baloncesto profesional. Tenía el pelo rubio y corto, mostrando un cuero cabelludo rosa, y tenía una fea cicatriz detrás de la oreja derecha.
No vestía traje. En cambio, llevaba una sudadera muy fea de color blanco, con el número diecinueve en los hombros y en la espalda. Todo en él no tenía sentido. No encajaba en el mundo de Q. De hecho, el único que lo hacía era el hombre de 1920. Algo conectaba a ese hombre y a Q: Amistad.
Mientras los hombres comían, mis manos se pusieron heladas cuando la sangre dejó de llegarme a los brazos. Me dolían las muñecas y el tatuaje me picaba mucho. Traté de inclinar la cabeza, para pararme mejor para y darle a mis hombros un descanso, pero no pude conseguirlo. Gemí por la molestia.
Q no me miró, mantuvo su atención en el señor de la nariz grande y siguió comiendo. Eso me dejó extrañamente a solas con el hombre de la sudadera blanca. Le preguntó a Q en inglés, “Te gusta nuestro regalo, ¿verdad?” Él inclinó la cabeza, pasando sus horribles los ojos de arriba abajo sobre todo mi cuerpo envuelto en oro.
Mis orejas se abrieron. Su acento era ruso, no francés. Mi mente se puso en marcha para resolverlo todo.
Q dejó de comer, y se limpió la boca con una servilleta. Sus movimientos eran suaves y controlados en comparación con el leñador ruso. Los ojos de Q humeaban con tolerancia apenas contenida.
“Oui. Muy satisfactorio.” Él me lanzó una mirada fugaz, antes de añadir. “¿Dónde la has comprado?”
El ruso hinchó el pecho con orgullo. ¿Por qué le importaba eso? Me compró como un soborno para que Q hiciera algo. Pero, ¿qué?
“No voy a compartir el nombre de mi contacto. Pero le pedí una chica blanca. Sé que tienes preferencias.”
Miré a Q, pero su postura no había cambiado. Tomó un sorbo de una copa de vino. “Bien. Considera nuestro trato completo.”
El ruso frunció el ceño. “¿Cómo voy a saber que vas a mantener tu promesa?”
Q se desplazó ligeramente, y mi piel se erizó. Q parecía absorber las sombras de la habitación, la autoridad giraba en torno a él. “¿Dudas de mi ética de trabajo?”
El ruso apretó la mandíbula, mirando de Q a mí. “¿Cuándo vamos a ver los contratos?”
Q jugaba con sus mancuernillas, tomándose su tiempo.
“Tres meses. Ese es el tiempo que llevan estas cosas. Pero tienes mi palabra y eso es ley.”
El leñador ruso bufó, encogiendo los hombros. No parecía contento con el arreglo, pero dudaba que hubiera algo que pudiera hacer. Claramente Q tenía el control, igual que conmigo.
Quería poner los ojos en blanco. No quería volverme loca, y era asó como me sentía colgada allí.
Después de una pausa, el ruso caminó hacia el fondant de chocolate. Q observaba con los ojos entrecerrados, antes de pasar a hablar con el hombre de nariz grande y el hombre del bigote gris. El hombre de 1920 me miró inquisitivamente. Los pensamientos se reflejaban en su mirada, pero su rostro permanecía sin emociones.
Mi corazón se aceleró mientras miraba al ruso. Su postura me asustaba. Le echó una mirada a Q mientras él esperaba a que el chocolate se derramase en una jarra. Sus ojos estaban ensombrecidos por los celos y un hambre voraz por el poder.
Me volví hacía Q. ¿El ruso no era su amigo, sino su enemigo? ¿Qué estás pensando, Tess? No es tu problema. ¿Qué te importa?
Por mucho que no quisiera admitirlo, me importaba. No por la seguridad de Q, sino por la mía propia. Si Q se juntaba con hombres como el ruso, mi jaula de oro se convertiría rápidamente en un calabozo frío y humedo.
Mi cuerpo se balanceaba, y apreté los abdominales para quedarme frente al leñador ruso. Se movía lentamente, como si pensara en algo que no fuera coger comida.
Mi piel se puso de gallina mientras mis instintos me daban patadas. Los mismos instintos que me gritaban que no entrara en el café de México. No me gustaba esto. ¿Qué no me gustaba? Estoy casi desnuda, colgando de un techo mientras cinco hombres comen a mi alrededor.
Odiaba todo el escenario, pero algo en el hombre de la sudadera blanca no me daba buena espina.
El ruso se movió de repente, acarreando un plato lleno de bombones y una pequeña jarra rebosante de chocolate derretido. Volvió a la mesa, pero en el último segundo cambió de opinión, y me miró.
Traté de retorcer las correas de cuero, pero no sirvió de nada. Miré a Q, implorándole que me prestara atención y detuviera esto, pero su cabeza se inclinó en una profunda conversación con el hombre del bigote gris.
El ruso se detuvo en la parte inferior del pedestal, y me sorprendió que se pusiera delante de mí. De cerca vi que su piel estaba llena de acné y brillaba con grasa. Su pelo era grueso y olía demasiado a producto para el pelo. Se movió, sonriendo con unos dientes de oro.
"Privet, krasivaya devushka.[2]" Me acarició la rodilla a través del vestido. “Significa, hola, chica bonita.” Su voz retumbó, enviando miedo a través de todo mi cuerpo. Cuando me tocó, me quemaba la piel, y si la piel pudiera vomitar, lo haría.
De nuevo miré a Q, no podía creer que hubiera dejado que el hombre me tocara. No parecía darse cuenta, ni se preocupaba. Su cuerpo se retorció, con las manos firmemente sobre la mesa mientras hablaba con el hombre de la nariz grande y asentía.
Me cogió con una calentura desenfrenada. No era la lujuria sensual de Q, era una necesidad salvaje de rutina. Para causar dolor. No tenía ninguna duda de que él disfrutaría de mis gritos.
Con una sonrisa sádica, el ruso alcanzó la jarra de chocolate derretido, y con un brillo en los ojos, echó un poco sobre mi muslo. El chocolate estaba demasiado caliente y siseé entre dientes.
Q se movió, pero no se dio la vuelta para mirar. Quería gritar, pero no sabía si eso me iba a dar más problemas. Tal vez por no mirar, Q le daba permiso al ruso para hacer lo que quisiera.
El ruso sonrió y colocó el plato de malvaviscos en el suelo, pero mantuvo la pequeña jarra de chocolate.
Oh, mierda.
“No. Déjame malditamente sola,” le ordene, con voz temblorosa.
Los pálidos ojos verdes de Q se posaron en mí y se me erizó la piel con alivio. Él no dejaría que ese hombre se burlara de mí.
Mi boca se abrió cuando pasó algo caliente entre Q y yo, luego se dio la vuelta.
Mi corazón se paró, la traición me rodeaba. El me ignoro solo con un giro de su poderoso cuerpo.
Las lágrimas empezaron a caer cuando el ruso se rio entre dientes, y con sus dedos gordos capturó mi muslo. Me sostuvo y su gran lengua húmeda lamió el chocolate de mi piel, arrastrando la saliva sobre la carne y el vestido.
Me estremecí de repulsión, tratando de zafarme de él, pero me agarró más fuerte. “No luches, guapa.” Echó más chocolate sobre mi pie. Con una bruta sonrisa, lo chupó. Traté de pegarle una patada, pero necesitaba los pies en el suelo para mantenerme estable. No quería girar fuera de control como lo hice con el hombre de 1920. Por lo menos, él había sido amable y me había reconfortado. Probablemente este hombre haría que girara, desorientándome, y poniéndome enferma.
El ruso se puso de pie, y me echó chocolate sobre el estómago. Se escurrió hacia el bajo vientre, peligrosamente bajo, demasiado cerca de mi núcleo.
“No lo suficientemente bajo, ¿eh, perra?” gruñó mientras me capturaba con sus grandes brazos, tirando de mí hacia su boca. Me retorcía mientras me lamía el chocolate, dejando un rastro viscoso y frío. Se movió, agachando la cabeza; y su lengua capturó mi clítoris. Todo mi cuerpo quería desintegrarse de la vergüenza y la grosería de ser tocada por una gárgola.
“Eres un maldito bastardo. No vas a salirte con la tuya.” Me vinieron imágenes del ruso sin cabeza, y también que podía arrojarlo al fuego para evitar su contacto. Toda la humedad que Q me transmitía desapareció, dejándome seca, poco dispuesta, completamente enferma del estómago.
Abrí los ojos como platos. Mi cuerpo reaccionaba a Q, pero se apagaba cuando otro me tocaba. Si Q me estuviera lamiendo, me hubiera estremecido con tortura erótica, odiándolo, aunque en el fondo me encantase. Pero rechazaba al gigante ruso. La sola idea de que él estuviera cerca de cualquier parte de mi cuerpo me daba arcadas.
La revelación de que mi cuerpo reaccionaba a Q, a pesar de todo, trajo medidas iguales de tormento y de paz. Mi cuerpo quería a Q, pero al mismo tiempo, no quería a nadie más. ¿Me había entrenado tan bien, sin que me hubiera dado cuenta? ¿O le había dado mi sentido del tacto por propia voluntad? Por favor, no dejes que también posea eso.
Odiaba al ruso con un fuego que nunca se apagaría, mientras que mi odio por Q hervía a fuego lento, y lo suficientemente caliente como para derretir mi cuerpo. Podría querer matar a Q por arruinar mi vida, pero no lo odiaba lo suficiente como para matarme a mí misma, por lo que nunca me tendría completamente.
Los dedos gordos del ruso se apretaban entre mis muslos y su pesada respiración olía a ajo. Me empujó, perdí el equilibrio y me balanceé. Se subió conmigo, capturó mi cuerpo oscilante cuando me estrellé contra él. Deliberadamente me puso mirando a Q, poniéndose entre nosotros.
Enfrentando la otra pared, mis ojos se abrieron con el fantástico mural que había pintado en tonos marrones, negros y sombras. Una nube de gorriones decoraba la pared. Casi podía sentir el viento de las alas revoloteando mientras volaban de las garras de una nube negra de tormenta. Sentí libertad al ver un trozo de cielo azul por el techo. La pintura hizo que mi corazón llorara, necesitando la misma libertad. No podía contar cuántos pajaritos había, pero cada uno era único, viniendo a la vida con perfección.
La mano del ruso me agarró del pecho, retorciéndolo dolorosamente. Su boca se cerró sobre mi oreja.
Abrí la boca para gritar, para exigir a Q que me reclamara, pero una mano obscena me tapó la boca. Bloqueando mi nariz y mi boca, al igual que lo hizo el hombre de la chaqueta de cuero.
Mis pulmones y yo luchamos. Se rio entre dientes mientras mis débiles intentos hicieron que una repulsiva y dura erección se pusiera entre mis nalgas. Mis ojos se abrieron hacia los gorriones. Deseé tener alas y volar. Traté de perderme en la pintura, deseando que mi mente se alejara.
Hurgando entre nosotros, se retiró un poco, llevando algo hacia mi estómago. Algo frío mordió mi carne. Di un grito ahogado, asustando a mi corazón.
“Silencio, putita. Esto es entre nosotros. Sabes que me has costado mucho dinero. Creo que es justo.” Una mano grasienta me rasgó el vestido y me llenó de oscuro pavor. Puse los ojos en blanco, tratando de ver a hacia abajo. ¿Qué era eso frío que estaba cortando el vestido?
Con otro tirón, el vestido se rompió y la tensión alrededor de mi culo se suavizó, pero me quedé boquiabierta.
Me lamió la oreja, mostrando un cuchillo de caza. Gemí. La hoja estaba manchada de óxido y dañada, pero estaba afilada. “No te retuerzas, pequeño pececillo. No voy a cortarte.” La hoja del metal descansaba en su palma callosa y levantó el mango de madera.
Oh, mierda.
Mis instintos gritaban. ¡Me va a violar con el mango de un cuchillo!
Gemí tan fuerte como pude, utilizando todo el oxígeno que tenía para pedir ayuda. Estaba a punto de desmayarme cuando Q ordenó con voz controlada y enojada, “Víctor, suelta mi regalo.”
Las palabras sonaron con poder y me deshice con alivio. Q no permitiría que nada malo me sucediera. Lo sabía. Confiaba en él para mantenerme para sus propios placeres retorcidos.
“Es sólo un abrazo, señor M. La dejaré en un momento.” Él miró por encima del hombro, sin duda, sonriéndole a Q. Empujé las caderas hacia atrás, tratando de darle una patada, pero no se movía.
Había tensión, estaba esperando a que Q exigiera que me dejara, que él me había tocado lo suficiente, pero no pasó nada más.
Reinó el silencio; mi corazón murió cuando el ruso se rio silenciosamente en mi oído.
“Calculo que tengo unos treinta segundos antes de tener que parar...”
No tuve tiempo para respirar. Empujó una gran bota contra el rastreador GPS de mi tobillo, forzándome a abrir las piernas. Capturó mi peso por completo, y colocó la culata del mango del cuchillo contra mi entrada.
Luché, me retorcí, pero yo era una mosca en un matamoscas pegajoso... intrascendente.
“Me gustaría que esto fuera mi polla, pero esto funcionara,” murmuró. Me mordió la garganta y me tapó la boca. Abrí la boca detrás de la palma carnosa y grité. Mis pulmones gritaron, pero no salió ningún sonido. Lo metió dentro de mí, quemándome con astillas y violación. Mi sequedad me condenó a sentir cada arista de la madera, cada roce de la terrible dureza.
Mis ojos vidriosos con su gris, traté de desmayarme, pero la rabia me corría por la sangre. Luché con todas mis fuerzas.
El ruso gruñó cuando me puse salvaje. Giré y me retorcí. Le di una patada.
No me importaba si me mataba para liberarme, pero no podía dejar que hiciera esto. Me dolía. ¡Me dolía! Q no me salvo. Él dejo que el bastardo metiera un cuchillo muy dentro de mí.
Sonó un disparo, entonces caí, caí, yendo a un terrible destino con mis brazos torturados por haber estado sostenida por las esposas. Mi cabeza colgaba de mis hombros, tratando respirar.
El ruso gritó, cayendo del pedestal, llevándose el cuchillo violador con él. Se agarró un muslo, donde un río de color rojo florecía contra el color blanco de su sudadera.
“¡Joder!” gritó.
Q rabió, tenía la cara blanca de la rabia. “Saca tu mierda, fuera de mi casa.” Su brazo estaba extendido, con una pequeña pistola de plata.
La cabeza me daba vueltas. Q tenía un arma. Le había disparado.
El resto de los invitados saltaron de sus asientos, corriendo hacia la salida. Todo el mundo, excepto el hombre de 1920, que se quedó detrás de Q, con el cuerpo tenso y las manos cerradas
Q gritó, “¡Franco! Escolta a nuestros huéspedes. Se van.”
Mágicamente apareció el guardia de ojos verdes y empujó fuera a todo el mundo, antes de regresar y levantar al ruso maldiciendo a sus pies. Una vez que se habían ido, el hombre de 1920 puso una mano sobre el hombro de Q.
Q inmediatamente, saltó y giró, agitando la pistola. “Putain[3]. ¡Para! Sé lo que estoy haciendo, Frederick. Vete.”
El chico frunció el ceño, claramente no le creía, pero después de un momento, asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta.
Se asentó el silencio, que lo rompían las pesadas respiraciones de Q y mías. Levanté los brazos, las lágrimas me nublaban la visión. No tenía fuerza para moverme. Pero nada de eso estaba cerca del dolor que sentía en mi interior. Parecía que me habían partido en dos, reviviendo la primera embestida, la agonía se hacía añicos, una y otra vez.
¿Cómo pudo permitir Q que esto sucediera? Maldita sea, yo era suya, y él no me protegió. Dejó que otro hombre me hiciera daño.
Me astilló, quería meterme de nuevo en el vacío silencioso que me salvó la última vez, pero mi mente no volaría lejos. Mi mente estaba rota.
Debí haber perdido el conocimiento. Mi mejilla flotaba contra un hombro cálido y unos brazos fuertes me arropaban. El aroma de cítricos y madera de sándalo me rodeaba, enviando a mi sangre una mezcla de nostalgia y pánico.
“Je suis vraiment désolé,” Lo siento mucho, susurró una voz torturada. Sentía besos sobre el pelo, sin detenerse nunca. Flotaba por la casa en sus brazos. “Yo te protegeré. Voy a hacer las cosas bien.”
Su voz me confundió. Transmitía dolor y pesar, un gran remordimiento, cargada de presión.
¿Por qué lo sentía? Él le permitió a ese hombre hacer lo que quisiera. Sucedió por su culpa y me negaba a escuchar sus palabras. Mi propio dolor me mantenía ocupada. Sus disculpas no valían una mierda.
Traté de reunir la energía suficiente para golpearlo, gritarle, decirle que me había hecho mucho más daño que nadie en la vida, y eso era mucho, ya que crecí como una leprosa en mi propia familia.
Pero finalmente mi mente decidió que ya había tenido suficiente y se quedó en blanco.
[1] “Maître, tus invitados han llegado”. Traducción de la versión original.
[2] “Hola hermosa”. Traducción de la versión original
[3] “Demonios”
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