*Codorniz*
Esperaba que Q se levantara y saliera de la ducha, habían pasado demasiadas cosas entre nosotros, y yo estaba en carne viva. Q evitó mirarme mientras se levantaba, pero no se movió para irse.
Se inclinó hacia abajo, tiró de mí desde el suelo, antes de quitarse los pantalones y la chaqueta, y tirarlos a la bañera. El material mojado sonó fuertemente, seguido por su blazer. Se quitó la camisa, que cubría suficiente las caderas, pero no el grosor y la enorme erección que tenía entre las piernas. Tenía pelo ahí abajo al igual que en la cabeza. La sombra sutil de la masculinidad sin ninguna naturaleza salvaje.
Mi cuerpo se estremeció. Le gritaba al hombre y al dinamismo. Yo era una chica con un pasado incesante, de ninguna manera suficiente para él, pero decidida a intentarlo.
Él me tomó esta noche con una mezcla de compasión e ira, pero quería más. Quería lo que me prometió cuando llegué por primera vez. El acto de tomarlo de mi, aunque mi cuerpo estuviera dispuesto a renunciar a todas sus partes.
Me mordí el labio, recordando cuando Q me puso sobre la mesa de billar. En ese momento había estado más caliente de lo que podría haber imaginado. El odio hacia él añadía otra dimensión a una experiencia ya abrumadora. Ahora, no lo odiaba, pero todavía tenía ganas de luchar.
Necesitaba que Q me tomara una y otra vez. Lo necesitaba para que me controlara y así la bestia no ganaría al hacerme temer el sexo. Pertenecía a Q, sin embargo, nunca se había pasado la raya de torturador a violador.
Me acurruqué en la toalla, muy confundida.
Q salió del baño, dejando huellas mojadas. El frío abrazo del rechazo me hizo temblar. ¿Eso era todo? Consiguió lo que quería, y ya me dejaba valerme por mí misma. ¿Qué pasó con la promesa de que nunca me iba a dejar sola?
No podía dejar que Q me echara fuera. Sin él, no pertenecía a nadie. No tenía padres, no tenía a Brax. Mi antigua vida había terminado.
Q me había condenado a una existencia gris y monótona, eclipsada con el color techno.
El cuarto de baño se cernió sobre mí, chorreando negrura y recuerdos llenos de terror. Sin Q, mi piel me picaba con el terror de que los demonios y los monstruos que se deslizaban desde las sombras.
Sabía que tenía que lidiar con mis problemas, para encontrar mi fuerza. No podía usar a Q como un vendaje para olvidar, pero todavía no era lo suficientemente fuerte.
Escuché sonidos de cajones, y Q entró con los brazos llenos de ropa. Los colocó en un sitio seco y me quitó la toalla. Me puse de pie, desnuda, emocionada cuando su cuerpo se tensó, con los ojos pegados a mi figura expuesta.
“Levanta los brazos,” ordenó con una gran camiseta blanca en sus manos. Obedecí y deslizó la camiseta por encima de mi cabeza. Su barba me raspó la mejilla mientras se inclinaba para bajarme la camiseta.
“Levanta.” Se arrodilló con unas bragas blancas, levantando una ceja. Agarré su hombro húmedo para mantener el equilibrio, dejándolo deslizar las bragas por mis piernas. La forma sensual, sus dedos besando mi piel, hizo que mis ojos se cerraran automáticamente.
Me ajustó el elástico alrededor de mis caderas con una pequeña sonrisa.
Este hombre había matado por mí, me había follado, le pertenecía, y me estaba vistiendo. No tenía sentido.
Q se inclinó hacia delante y enganchó los dedos en mis pesadas trozos de cabello, tirando los rizos húmedos debajo de mi camiseta. Sus dedos me causaban un remolino de lujuria. Yo era insaciable.
Sus fosas nasales se movieron. El baño paso de humeante a provocador. Se puso rígido y distante; su rostro oculto tras una máscara de inagotable control.
‘Hola, tesoro.’
La voz de la bestia me recorrió el cerebro. Mi garganta se secó con pánico cuando la violación me recorrió rápidamente. Mi alma se heló, reviviendo lo que había pasado. Empecé a temblar y me lamente.
Q arremetió, agarrándome la barbilla. “¿Qué estás haciendo? Te dije que lo olvidaras. Sólo me tienes que recordar a mí esta noche.”
Miré al suelo, asintiendo con la cabeza rápidamente, deseando poder obedecer, pero mis pensamientos se deslizaron al borde de la conciencia: la bestia con su horrible aliento y dedos; el conductor con sus mentiras y tirones de pelo.
Con Q aquí, él me ayudaba a olvidar, pero en cuanto se iba, volvía a ser un dueño frío, en lugar del amante, yo había fracasado.
Arrancando sus ojos de los míos, abrió un cajón y saco un tubo de árnica. “Siéntate,” ordenó, señalando un banco mullido que había detrás de la puerta. Me senté, jadeando cuando Q se arrodilló delante de mí. “Esto te ayudará.”
Con dedos suaves, me masajeó el ungüento en las marcas de latigazos en mis muslos. La presión era a la vez dolorosa y deliciosa. Ecos de memorias trataron de aprisionarme, pero las caricias de Q no me dejarían revivir mis pesadillas. No mientras descansaba entre mis piernas, acariciándome. Su aroma de cítricos me mantuvo conectada a la tierra, recordando que podría tener defectos, pero se preocupaba por sus posesiones. Él cuidaría de mí todo el tiempo que él quisiera.
“¿Qué quisiste decir cuando dijiste que estabas asustado sobre lo lejos que podías llegar, cuando yo estaba encadenada en la habitación de los gorriones?” Las palabras cayeron, poniendo una mano horrorizada sobre mi boca. Oh, dios mío, ¿qué me hizo decir una cosa así?
Q se congeló y su retroceso emocional repentino me congeló a mí también. “No estoy de humor para contestar preguntas, esclave.”
Con una mirada penetrante, y volvió a frotar el bálsamo curativo, para cercenar efectivamente cualquier conversación. Pero un núcleo de fuerza me llenaba y tenía que saber. Necesitaba saber más sobre este enigmático hombre. ¿Quién era él?
“¿Qué significa lo que dijeron esos hombres esta noche? ¿Sólo cogiendo lo que habían tomado en el pasado? ¿Traficas con mujeres, Q? ¿Es por eso que tienes tanto miedo a hacer conmigo lo que has hecho con las demás?”
Yo nunca pensé que vería a Q horrorizado, pero se retorció y se puso de pie, tirando el tubo de árnica en el lavamanos. Fue de un lado a otro, con un estrepito ruido se detuvo en el desagüe.
Q enseñó los dientes, deslizando las manos despiadadas por su rostro. “No me hables de eso. No es tu maldito asunto. Merde, ne me demande plus ça.” No me preguntes de nuevo.
Me estremecí, golpeada por su ira.
Me agarró, arrastrándome a pararme sobre mis pies. Me revolví en sus manos, tratando de liberarme.
Q me miró a los ojos y toda la conexión que se habíamos construido desapareció. Solo molestia, frustración y odio. “¿Cuál es tu nombre?” Su voz me raspó la piel, evocando calor y anhelo.
La antigua Tess podía estar muerta, pero la nueva Tess no quería compartir el secreto tampoco. No podía recordar exactamente por qué, pero era fundamental mantenerlo.
“Ami,” susurré. Un juego de la palabra amiga en francés. Si Suzette quería llamarme amiga, ¿quién era yo para discutir? Podría acostumbrarme. Tess sería olvidada. Ese pensamiento me entristeció, pero no podía darle mi nombre a Q. Le había dado todo lo demás... esa pequeña parte era mía.
Q gruñó, caminando hacia delante. “Incluso ahora, no te rompes. Después de todo, eres lo suficientemente fuerte como para desafiarme.” Se detuvo bruscamente, en plena ebullición, “¡Dime! Dámelo, esclave. ¡Dame tu nombre!” Su pecho se hinchó de rabia cuando los ojos me miraron con sumisión.
Bajé la cabeza. Le daría cualquier cosa por salvarme, pero no eso. Mi nombre pertenecía a mi pasado. Mi pasado le pertenecía a Brax. Q era algo completamente distinto. Él era mi nuevo todo.
“Ami,” repetí.
“Tú no eres mi amiga,” espetó. “Deja de mentir.”
Negué con la cabeza. Sabía eso. No quería ser su amiga. Quería ser su todo, también. Quería lo que ofrecían sus caricias, en el trasfondo de la necesidad. Quería que fuera honesto, al igual que nuestros cuerpos eran honestos. Yo no era la única que mentía.
Q camino contra mi, crepitando el olor de los cítricos y la lujuria.
“Una última vez, esclave. ¿Cuál. Es. Tu. Nombre?”
Me dolía el estómago por mentir bajo la fuerza de sus demandas, pero no me atrevía a decir la verdad. “Katrina.”
“Mentira.”
“Sophie.”
“Mentira.”
“Crystal.”
“¡Maldita sea, para!” Explotó Q. Una mano arremetió, y me cogió el pelo con los dedos, estirándome el cuello hacia atrás. Me perdí en su mirada de color verde. “Comment tu t’appelles? ¿Cómo te llamas?”
“Esclave.”
Sus ojos cerraron de golpe, impidiéndome ver las emociones conflictivas como dardos en sus profundidades: la ira, remordimiento, necesidad tangible.
Cuando los abrió, no había más que oscuridad. Él asintió con la cabeza. “Algún día sabré quién eres. Es una promesa. Y mis promesas son la ley.”
Por alguna razón, mi corazón se agitó. Él me hizo una promesa de que iba a seguir intentándolo, y tendría que llegar a conocerme. Tal vez podría hacer que me viera no como un objeto o una posesión, sino como una persona, una mujer que había atrapado sólo para él, no solo siendo mi amo. Cada pequeña cosa loca por él tejía una jaula más irrompible de su mansión y guardias. ¿Qué haría si supiera eso? ¿Me echaría porque había empezado el viaje de darle a Q el mayor sentido a todo, o iba a ponerse de rodillas y aplastarse en agradecimiento por haberle dado algo tan precioso?
Yo no lo sabía y quería saberlo. Todo.
‘¡No! No puede ser verdad. ¡No puede!
Brax golpeaba violentamente en la cama, pateando, moviéndose, envuelto en una pesadilla. La pesadilla número cuatro, sólo esta semana, y yo estaba cansada. Tan cansada.
“Brax, despierta.” Le agarré el hombro sudoroso, sacudiéndolo.
Él no respondió, tenía el rostro retorcido por el dolor. Sabía lo que sufría, me contaba sus sueños, y en todos ellos aparecía el accidente de coche que mató a sus padres.
Todas las noches lo sostenía, le daba consuelo, y cada mañana me despertaba cansada y agotada. Pero lo tranquilizaba porque me necesitaba, y porque tenía que estar allí para él, sentí que le pertenecía.
Brax se movió salvajemente, un golpe aterrizando en mi mandíbula. “Oh, joder, Brax. ¡Despierta!” Le pellizqué la nariz, cortándole el oxígeno para que despertara, pero las sombras en la parte inferior de la cama se hacían más oscuras, cambiaban, y eran cada vez más grandes.
Mi corazón se paró cuando la bestia y el conductor me miraron de reojo por encima, lamiéndose los labios, sus erecciones sobresaliendo del pantalón, brillando con maldad.
Habían venido a terminar lo que empezaron. Me iban a matar.
“¡Brax! ¡Ayuda!” Le di una bofetada, pero nunca despertó.
La bestia se rio. “Él no es lo suficientemente fuerte para ti, tesoro. Te voy a follar muy duro, tanto que te gustaría estar muerta.” Se movió rápido, agarrándome los tobillos debajo de las sábanas, arrastrándome hasta el final de la cama.
Grité.
No, esto no podía estar sucediendo. “¡Brax!”
Se quedó allí, envuelto en su propia miseria, sin darse cuenta de la mía. El conductor se rio, arrancándome los pantalones de la pijama, arrojándolos a un lado.
Mi cuerpo se sentía agobiado, moviéndose como si estuviera drogado. “Para. ¡Maldita sea, para!”
Sólo se rieron.
Deseaba que estuviera muerta, las lágrimas caían. Otra sombra se cristalizó detrás de la bestia y del conductor, convirtiéndose en un cuervo aleteando y con necesidad de muerte. Pero en lugar de infundir miedo, la esperanza estelar llegó a través de mí.
Amo.
Q estaba de pie, mirándome con rabia desenfrenada y poder trascendente. El tiempo se detuvo mientras sacaba una pistola de plata y disparaba a la bestia, y luego al conductor con delicadeza afilada. Una lluvia roja me salpicó, pero no me importaba. Me arrastré hasta el sombrío Q, pasando sobre cadáveres, centrada sólo en mi dueño.
“Me has salvado.”
Su sonrisa me envió una melodía de sentimientos a través de mí. “Eres mía. Es un honor protegerte.” Me cogió y empezó a darme besos helados. “Je reviendrai toujours pour toi.” Siempre vendré a por ti...
Me desperté en una habitación de lujo. El colchón me acunaba como nubes esponjosas, y las plantillas de carruseles me hacían sentir joven y fantasiosa. No como una esclava que había sido follada por dos hombres diferentes anoche, después me había puesto en la cama como una niña traviesa, porque no le diría a Q mi nombre.
Escuché un golpe y me revolví, haciendo una mueca ante los latigazos de las piernas. Comprobé anoche lo desgarrada y magullada que estaba, pero Q y su atención me distrajeron de las lesiones. Se veían diez veces mejor, pero no podía esperar a que se fueran. Cada roncha me recordaba a la bestia y al conductor, Q asesinándolos, cada pequeña cosa desagradable de haber escapado.
Sin embargo, Q estaba en lo cierto. Al haberme follado, había eclipsado completamente a la bestia. El miedo y los recuerdos atroces estaban allí, pero cada vez que venían los recuerdos a mí, Q estaba allí. Tocándome, besándome y ordenándome que sólo pensara en él. Él había detenido mi tristeza y dolor, tiñéndolo con lujuria y aceptación.
Q les robó su poder, liberándome al follarme.
Escuché de nuevo el golpe y la puerta se abrió, sin esperar mi respuesta.
Suzette venía con una bandeja de desayuno llena de croissants calientes y mermelada casera. Ella sonrió y la colocó en mi regazo. “Bonjour, Ami.”
Me asombré de que ella estuviera feliz. Sus ojos brillaban y la piel oscura brillaba positivamente.
Entrecerré los ojos, la intuición femenina me dijo por qué no podía dejar de sonreír. “Sabes lo que pasó anoche, ¿no?” Era extraño estar tan unidas, pero ella no podía ocultarlo. Ella había estado esperando este día durante más tiempo de lo que quería contemplar.
Ella asintió con la cabeza, encaramada en el extremo de la cama. “Sí, pero sobre todo me alegro de verte de una sola pieza.” Miró al suelo, arrancándose el delantal. “Huir fue tan estúpido. Yo podría haberte advertido sobre algunos de los lugareños de por aquí. Franco no es un guardia para mantenerte aquí. Es un guardia para protegernos de ellos.”
Me detuve antes de morder un croissant. “¿Qué quieres decir?”
Ella suspiró y miró hacia la puerta, como si esperara que Q llegara de un momento a otro. Antes de que pudiera hablar, le pregunté, “¿Fuiste una esclava de Q, también, Suzette?”
Ella se quedó paralizada.
No esperaba que me respondiera, pero mis ojos se abrieron como platos cuando me dijo, “Q me dejo en libertad cuando me vendieron a él. Siempre le querré por eso.” Se mordió el labio, antes de añadir, “Q nunca me tomó, no por mi falta de intentos. Cuando llegué, estaba rota irreparablemente. Me habían hecho cosas que ni siquiera podía imaginar, y mucho menos hablar sobre ello, pero Q... Q me devolvió a la vida.”
Empujé la bandeja lejos de mí, olvidando el desayuno. ¿Por fin podía aprender algo acerca de mi misterioso propietario? “¿Cómo hizo Q para traerte de vuelta a la vida?”
Miró hacia arriba, con los ojos brillando por las lágrimas y los recuerdos. “Me dio la libertad. Me dio todo lo que necesitaba para ponerme bien de nuevo. Durante un año, se inclinó y se arrastró conmigo, hasta que finalmente logró que me pusiera de pie. Pero tardé más de un año, para hablar cuando quería, no sólo cuando me hicieran una pregunta. Lentamente rompió mi quebrantamiento.”
Me agarró la mano, apretándome los dedos con fuerza. “No lo entiendes, Ami. Y no lo harás hasta que te lo diga el mismo, pero es el mejor hombre que conozco. De todos nosotros, él es que está en ruinas. Nunca he sido capaz de ayudarlo. Durante cinco años, he trabajado para él, nunca me he dejado su lado, pero nada de lo que he hecho ha funcionado.”
Mi corazón se aceleró. Suzette confirmó mis pensamientos de la noche anterior. Q podría ser un dominante, pero sufría más que nadie. ¿Con qué? Tal vez estaba terriblemente desfigurado. ¿Por eso se negaba a quitarse la camisa? Nunca lo había visto desnudo o había tocado su piel.
“Dime, Suzette. Dime por qué está más roto que tú o que yo.”
Ella bajó la cabeza. “No puedo contar esa historia, Ami. Vas a tener que ganarte su confianza y mostrar que te preocupas por aprender sobre él.”
“¿Y si no quiero aprender?”
Suzette se puso de pie, intentando superar la tristeza infinita. “Entonces no te lo mereces.”
Esa noche, Q vino por mí.
Me pasé el día entero con Suzette y la señora Sucre, luchando contra dos emociones diferentes. En un momento, mi cuerpo se calentaba y licuaba, recordando la fuerza de Q, su lujuria en la ducha. Al siguiente, me congelaba y me tragaba las náuseas mientras recordaba a la bestia aplastándome.
Los dos extremos nunca terminaban, y para cuando terminamos la cena en la cocina, mis ojos estaban cargados y mi cuerpo aletargado. Necesitaba el sueño y la esperanza de que no sería perseguida por las pesadillas.
Me acosté en la cama, mirando el dosel de plata que había arriba. No había aclarado con nadie si podía permanecer en la habitación del carrusel, pero Franco me había visto y me había dado una ligera inclinación de cabeza. Esperaba que me hubiera dado el visto bueno y eso significaba que podía permanecer ahí, y no desterrarme a la celda de una habitación de servicio.
La puerta crujió, y eso me aceleró el corazón. No necesita preguntar quién era. Todo mi cuerpo sabía la respuesta, mi amo.
Q estaba ahí, su silueta orgullosa y sigilosa. Me retorcí bajo las sábanas. ¿Qué estaba haciendo allí a las dos de la mañana un día entre semana? Sabía que trabajaba muy duro. Esperaba que estuviera en la cama. En cuanto pensé que Q se iba a meter en la cama se me secó la boca. ¿Dónde dormía? ¿Cómo era su habitación?
Por otra parte, asumí que Q trabajaba duro. No sabía nada de él, y después de los comentarios de la bestia sobre la familia de Q, no quería saberlo. Si me enteraba de la verdad, y era desastrosamente horrible, tendría que correr de nuevo.
Y no quería irme. El mundo era peligroso; prefería vivir con el diablo que conocía.
Contuve la respiración cuando Q se fue acercando. Parecía que con cada paso, desprendía una energía hacía él hasta que la melancolía brillo. Una imagen de Q desnudo y dormido en la cama me asaltó. Mi boca se hizo agua al pensar en verlo tan vulnerable.
Se detuvo a un lado de la cama. No podía ver sus facciones en la oscuridad, pero su respiración era fuerte.
Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca desaliñada. Nunca lo había visto tan... ordinario. Vestía trajes como un uniforme para la sumisión. Funcionaba. Eso lo convertía en un arma afilada, sin piedad; la hembra que había en mí se lamió los labios en un borde peligroso. Pero Q con vaqueros y camiseta mostraba otro lado. Una pista del hombre que había detrás de los trajes, un hombre con demasiados pensamientos y nadie con quien hablar.
No dijo una palabra, pero simplemente colocó dos artículos a los pies de la cama. Hizo una pausa, acosando en la oscuridad.
Me quedé inmóvil, esperando a ver lo que iba a hacer. No lo iba a dejar salir por la puerta sin conseguir lo que quería. Quería hablar con él, desentrañar sus secretos. Necesitaba saber si él me necesitaba tanto, que había venido a despertarme en medio de la noche.
Esperando en la oscuridad, ansiaba una orden para servir.
Me lamí los labios cuando se pasó una mano por la cabeza, deliberando.
Finalmente, dio un paso hacia la puerta, se detuvo y se giro. Respirando, ordenó, “Despierta, esclave.”
Su voz me acarició la piel; me avergoncé a mí misma. No podía evitarlo, mi sentido del oído le pertenecía.
Él se rio entre dientes. “A menos que estés despierta ya.”
Maldita sea.
Se acercó un poco más, se inclinó y encendió la luz, atrayendo un resplandor suave, un oasis de iluminación. “Bonsoir.” Sus labios temblaron un poco mientras me miraba desde arriba. Me puse muy caliente bajo las sábanas. Yo llevaba una gran camiseta y unos pantalones cortos, pero de alguna manera eran insustanciales cuando Q me miraba. Como si yo fuera un pastelito relleno de chocolate, y él necesitara desesperadamente una dosis de azúcar.
“Hola,” murmuré, amando la emoción de la lujuria y el miedo. El conocimiento que le daría lo que quería y ya no iba a sufrir por la culpa. Era libre de mis sentimientos de Brax, lo dejé ir. Dolía si me acordaba de sus peculiaridades y amabilidad, pero no había ningún punto con torturarme a mi misma. Le pertenecía a Q, eso era todo lo que necesitaba saber para recordar.
“Tengo regalos para ti.” Q se sentó en el borde de la cama. Su peso caliente presionó con fuerza contra mi muslo debajo de las sábanas. Me estremecí.
Agarró las sábanas, buscando a tientas debajo de la colcha. Grité cuando su mano encontró mi tobillo, tirando de mi pierna fuera de la cama.
No podía hablar mientras descansaba mi pierna sobre sus muslos. “Algo falta.”
Sus caricias resonaron directamente entre mis piernas. Yo temblaba cuando se inclinó y me dio un beso posesivo en la espinilla. Buscando detrás de él, sacó un brazalete negro, colgando.
Tragué saliva. Otro rastreador GPS.
“Esto salvo la vida, esclave, sin embargo, te lo cortaste para escapar. Si lo hubieras tirado por la ventana mientras ibas en el coche, en lugar de dejarlo allí, nunca te habría encontrado a tiempo.” Su voz era amenazante, con un tiro de terror en mi corazón.
Oh, dios mío, tenía razón. Si yo no hubiera pensado en que estaría libre y bajo custodia policial, ahora mismo estaría enterrada debajo de unas patatas... o deseando estarlo.
Con un movimiento rápido, me senté en posición vertical, le quité el rastreador, y lo aseguré alrededor de mi tobillo. El chasquido del plástico hizo eco en todo el espacio silencioso; mi corazón me dio un vuelco. Me lo había puesto yo misma. Voluntariamente admitía que no volvería a irme de nuevo.
Q contuvo el aliento, capturando mi muñeca cuando iba a alejarme. Trazó el código de barras que tenía tatuado en mi piel. Su rostro brilló con el odio y la ira, pero su ira no estaba dirigida a mí. Mi corazón se calentó, sabiendo que odiaba a las personas que me habían robado.
Sus dedos se volvieron duros, sus ojos capturaron los míos. “¿Qué tan malo fue cuando te tomaron?”
Esperé a que la ira y el terror aparecieran, pero no sentí nada. No sé si me bloqué, o si la violación había embotado mis sentidos.
Me encogí de hombros, tratando de tirar mi brazo hacia atrás. “Fue la peor semana de mi vida, hasta ayer por la noche.”
“¿Peor que yo?” murmuró. Su voz tenía filo, casi como si su pregunta significara mucho más de lo que preguntaba.
Quería darle algo, después de todo lo que había hecho por mí anoche, asentí. “Mucho peor.”
Sacudió la cabeza con los ojos desenfocados. Los recuerdos se arremolinaron en nuestras profundidades y yo quería perseguirlo a donde fuera que había ido. Quería conocerlo. ¿Alguna vez me dejaría acercarme? ¿Estaría permitido que una esclava ayudara a un propietario, mientras usaba su cuerpo? No conocía las reglas.
Q finalmente me soltó, presentando otro paquete. “Esto es para ti.” Su mandíbula se apretó mientras estiraba las manos, aceptando el largo bloc de dibujo y los lápices de carbón vegetal. Lo abrí y dejé de respirar. En el interior había un papel gráfico arquitectónico, el tipo exacto que usaba en mi curso universitario, brillaba fresco y nuevo.
Mis ojos se abrieron como platos. “Recuerdas lo que te dije... el primer desayuno cuando me besaste.”
Él se enderezó, la tensión ondulaba en su cuerpo. “Me acuerdo de todo, esclave. Recuerdo cómo hueles, cómo sabes. Recuerdo cómo te sientes por dentro y lo aterrada que estabas cuando te encontré en la residencia de Lefebvre. También sé las cosas que no me has dicho. Te gusta secretamente lo que te hago. Crees que lo escondes pero conozco la oscuridad que hay en tus ojos. Me alimenta, me llama.”
Levanto las mantas, sacándolas de encima mío, exponiendo mi cuerpo. “¿Por qué crees que no puedo dejarte sola?”
No podía apartar la mirada de sus ojos; su intensidad me atrapaba, ardiendo de deseo y necesidad. Cuando no respondí, me ordenó, “Sal de la cama.”
Por un momento, quería desobedecer, para ver lo que iba a hacer, pero una parte pequeña tenía mucho miedo de él. Me apresuré a salir del nido cálido. Balanceé mis piernas sobre el borde y me levanté.
Inmediatamente, me agarró las caderas, y me posicionó frente a él. La respiración se volvió áspera mientras corría su mirada sobre el conjunto para nada sexy.
Frunció el ceño, los pensamientos corrían por su cara. Se apartó, acercándose a la cómoda. Abrió un cajón, el busco a tientas en el interior antes de sacar una tanga de lencería. Tragué saliva cuando regresó, balanceando unas bragas en su dedo medio.
“Párate cerca del poste de la cama.” Su voz era baja, gritando intenciones en cada sílaba.
No me moví, luchando para ordenar a mis piernas que trabajaran.
Apretando los dientes, me agarró el brazo y tiró de mí hacia abajo de la cama para ponerse delante de un lacado y blanco poste de la cama. “Pon tus brazos sobre la cabeza.”
Él estaba tan cerca; una pesada nube de sándalo y especias me abofeteó, y mis rodillas se convirtieron en agua. Me estiré, arqueando la espalda contra la columna, lo que obligó deliberadamente a mis senos a tocar su pecho. Se sobresaltó, levantando una ceja, antes de alcanzar y asegurar mis muñecas con la tanga. El material de encaje en mi piel quemaba un poco mi piel, pero no era tan malo como estar encadenada en la otra sala de los gorriones. Al menos tenía los pies en la alfombra, y los invitados no veían mi sufrimiento.
Q inclinó la cabeza, apoyando su longitud contra la mía. Sus caderas presionaron duro, dominando.
Incliné mi barbilla, posicionando los labios para que me besara. Él nunca cerró los ojos y el iris de color verde pálido me hizo sentir como si hubiera entrado en una madera cañada donde los hombres hadas eran traviesos y se aprovechaban de hermosas doncellas.
Tragué saliva cuando vino en una fracción a besarme. Pero, con una sonrisa torcida, se retiró. “¿Quieres que te bese, esclave? No es así como funciona esto.”
Metió la mano en su bolsillo trasero, sacó unas tijeras de plata. El miedo se amplió en mis ojos. ¿Qué demonios?
“Tú no llegas a escoger lo que te hago. Y como quieres que bese, no lo haré.”
Gemí, y entonces estremecí, deseando poder dar una palmada sobre mi boca traidora. Dios, Tess, una manera de sonar desesperada. No quería estar atada y ser maltratada. Entonces, ¿por qué lo ansias? Mierda, yo estaba enferma. La violación debía haberme hecho algo, me había convertido en una puta peligrosa. Pero eso era una mentira. La única cosa que había ocurrido era Q. Él controlaba mi cuerpo como un titiritero, yo no tenía la voluntad de desobedecer, no podía desobedecer.
Tal vez debería tratar de encontrar el centro de calma de el día en que chupe a Q. La zona segura podría protegerme de los pensamientos más perturbadores. Salvar mi cordura, detenerme de saltar voluntariamente a un reino de esclavitud.
Cerré los ojos, tratando difícilmente de saltar en el espacio de seguridad. El miedo me hinchaba. Si no detenía mis deseos ahora, podría deslizarme por una pendiente resbaladiza, sin encontrar el camino de vuelta a la normalidad.
Tú nunca fuiste normal. Apreté los labios, sintiéndome perdida y confundida. ¿Cómo iba a querer dos cosas al mismo tiempo? Violencia, libertad... se burlaba con tentación agonizante.
Q me cogió la barbilla con el pulgar y el índice, hipnotizándome con su mirada. “No. Quédate conmigo.”
¿Cómo me sintió balanceándome? Negué con la cabeza, quitando sus dedos. “¿Qué me delato?”
Q rodo sus hombros como si quisiera mandarse a sí mismo, con su energía hasta los talones “Te lo dije, lo siento.” Los músculos tonificados destacaban debajo de su camiseta blanca; no podía apartar la mirada de la protuberancia de sus jeans.
“Ahora, quédate quieta.” Su rostro permaneció estoico y frío a medida que avanzaba con las tijeras, corriendo el beso frío de metal a lo largo de mi cuello, sumergiéndolo por mi garganta. Su respiración se aceleró cuando la hoja pasaba sobre mi cuello.
Con un cuidado perfecto, me cortó la camiseta por el centro. Cada tijeretazo me desabrochó, hilo por hilo, hasta que estuve segura de que él me abrió el pecho, revelando un corazón muy rápido y todos mis secretos.
Todo lo que él hacía simbolizaba tanto. Q disfrutaba jugando conmigo con las palabras no dichas, todo en él era un misterio.
Él será tan arrogante cuando yo descubra quién es. Haría uso de esos secretos para jugar con él al mismo juego, un círculo enfermo con viajes mentales y luchas de poder. Mi núcleo se encogió ante la idea de ir de cabeza a cabeza con Q en una batalla de voluntades. No pensé que iba a ganar, pero no me importaba. Quería que él ganara. Podía permitir que me diera órdenes, como yo quería que lo hiciera.
Tragó saliva cuando me cortó el borde, extendiéndolo de par en par, mostrando los pechos desnudos y mi estómago respirando rápidamente. Con un control perfecto, corrió el puntito de la hoja por mi labio inferior, por mi cuello, entre mi escote, de la parte superior de mis pantalones cortos de algodón.
Se me puso la piel de gallina mientras él me presionaba muy suavemente. La hoja frunció mi piel, pero no me perforó. El delicado equilibrio de confianza y temor de el hizo que mi corazón estuviera fuera de control.
Q parecía perdido en la contemplación, torciendo las tijeras en un círculo alrededor de mi ombligo. Él me dijo que no me fuera, que permaneciera en lugar de desaparecer en mi mente, pero él se fue. Su rostro se ensombreció con pensamientos y recuerdos. Cosas que no eran agradables, cosas que hacían que su cuerpo temblara. Daría cualquier cosa por seguirlo, para ver si vivía en la oscuridad o en la luz.
Yo había probado los límites de las restricciones. Él me había atado las bragas muy bien. Yo me retorcía debajo de la hoja; sus ojos golpearon los míos. Él parpadeó y proyectando sombras.
Palmeando las tijeras en su mano, se inclinó más cerca, envolviendo los dedos alrededor de mis muñecas mientras el botón de sus vaqueros me mordía el vientre. Su pecho vestido probaba mis pezones, haciendo que se endurecieran en una protuberancia dolorosa. “No tienes ni idea de lo mucho que quiero follarte.”
Oh, dios. Su voz activaba cada parte de mí. Yo jadeaba sin aliento. “¿Entonces por qué no? ¿O disfrutas torturándome primero?”
Él se echó hacia atrás, con la mandíbula apretada. “¿Crees que esto es una tortura? Yo podría hacerte algo mucho peor, esclave.” Él frotó su ingle contra la mía, presionando mi culo con fuerza contra el poste de la cama con su erección. “Quiero hacerte algo mucho peor.”
Su acento se espesó y murmuró, “Je veux te faire crier.” Quiero hacerte gritar.
Él no lo dijo de una manera perversa, juguetona; lo dijo con pasión catastrófica, no podía ver nada aparte de látigos, dolor y sangre.
Eso era todo.
Mi lujuria cambió al miedo y gemí de nuevo, pero esta vez, era una súplica. “Por favor... no tienes que hacerme gritar. Puedes tomarme. Soy tuya.”
Se rio oscuramente. “No lo entiendes, no es así, esclave. Tu permiso me apaga. Necesito tomarlo de ti para sentir algo. Si piensas que no soy como esos hombres que te violaron, te equivocas. Hay algo roto en mí, y necesito tu dolor para venirme.” Me retorció un pezón con dedos furiosos. Grité.
El dolor pasó al placer, al calentamiento, haciéndome mojar. Si Q necesitaba mi dolor para disfrutar del sexo, yo también podía haber pasado toda mi vida, sin saber que la clave del placer era el dolor.
Q, en su brutalidad, me mostró algo del tabú... me mostró que me gustaba ser dominada, y no sólo el juego de roles. No, necesitaba una cosa real.
Una luz brilló a través de mi cerebro con la realización. Yo no soy una chica dulce e inocente que quiere algodón de azúcar y sonetos. Soy un luchadora, una puta, una mujer que necesitaba aprender sobre su propio cuerpo.
Mientras permanecía atada a una cama con mi dueño mirando de reojo con el pecado en sus ojos y la promesa de dolor en los labios, yo había cambiado de nuevo. Las crisálidas que quien había sido se habían roto, dejándome libre. Nuevas alas recién encontradas se desplegaron, convirtiéndome en algo mas que solo Tess. Me convertí en algo retorcido, una pertenencia atesorada, revelando mi propia propiedad. Alguien que quería que Q la hiriera.
El fuego me ardía en el vientre, le mostré los dientes, gruñendo. “No voy a dejar que me folles.”
Todo exploto.
Q. Yo. El tiempo.
El mundo se tambaleó mientras Q trataba de leerme. Nos mirábamos el uno al otro, revelando la misma locura, reconociendo lo mismo en el otro. El vínculo entre nosotros resplandeció, alcanzando unos grilletes brillantes que nos unían. Disfruté de las ataduras, aceptando mi verdadera identidad antes de que Q se diera cuenta de lo que le ofrecía.
Poco a poco, Q se movió, todo su cuerpo depredador, suave, como un tiburón. “¿No vas a dejar que te folle, esclave?” El placer brillaba en su mirada, grabado con la lujuria ardiente. “Ya te he follado. ¿Qué te hace pensar que quiero de nuevo?”
Empujé las caderas hacia delante, chocando con un núcleo sobrecalentado contra su tensa erección. En el momento en que me convertí en una víctima no dispuesta, Q rabió con dureza. Su erección era dura e inflexible.
“No me importa si lo haces o no. No lo harás porque yo te dije que no tienes permit...”
Él me asfixió con su cuerpo; el poste se clavó en mi espalda mientras su boca capturaba la mía. Su lengua se clavó entre mis labios.
Gemí, me derretí, queriendo desesperadamente devolverle el beso. Pero eso no estaba permitido en el papel en el que jugaba. El papel que necesitaba jugar.
Sus labios marcados, destrozando otro gemido de mi parte, en lugar de una maldición. Su lengua poseía mis sentidos, obligándome a batirme en duelo, para parar, para degustar y saborear. ¿Le estaba devolviendo el beso? No, no lo estaba. Yo estaba luchando por respirar, en todos los sentidos.
Me resistí, rompí el beso, respirando entrecortadamente.
Él giro las tijeras de nuevo hacía mi, las manos mortalmente quietas mientras me cortaba un poco de los pantalones cortos. Él murmuró, “¿Quieres que pare?”
Dios, no. Nunca.
“Sí, bastardo. No voy a dejar que hagas esto. Estás enfermo. Equivocado. Déjame ir.”
Su cuerpo temblaba con una emoción indescifrable; manteniendo el contacto visual, cortó de nuevo.
Me retorcí cuando el metal siguió más y más, rozando mi núcleo. “No tienes permiso. Para.”
Los ojos afilándome con desafío, y él deliberadamente cortaba más lentamente, arrastrando el suspenso, seguía cortando, un corte a la vez.
En el momento que corto la entrepierna, los pantalones cayeron al suelo, formando un charco de desgracia. Si Q me tocara, explotaría. Mis bragas húmedas se aferraban a cada parte de mí. Pretendiendo que luchaba contra el estímulo de lujuria de un incendio forestal.
No era extraño que el misionero no funcionara para mí. Necesitaba tijeras y amenazas para emborracharse con necesidad.
Q cayo en sus rodillas, envolviendo los brazos fuertemente alrededor de mis muslos, arrastrándome hacia él. Grité mientras su boca se conectaba a través de mi ropa interior, su aliento caliente irradiaba una bomba entre mis piernas. Me mordisqueó el clítoris hinchado a través del material, arrastrando más respiraciones erráticas a través mis pulmones.
Quería abrir las piernas, para engancharlas encima del hombro de Q y montar su boca, pero no era el personaje de esclava indispuesta. En cambio, me retorcí, tratando de huir de su inquisitiva e impresionante lengua.
Él retumbó en su pecho; vibraba contra mis piernas. Con una mano me agarró el tobillo, atrayendo atención a propósito sobre la tobillera GPS. Sus caricias silenciosas lo decían todo. Eres mía. Te puedo seguir. No puedes escapar.
Eso era una bandera roja para mi cerebro, sabiendo que yo podía ser salvaje y sin sentido porque él quería. Yo podía gritar y retorcerme, y sólo lo excitaría. Brax correría si alguna vez gritaba en la cama.
Q me lamió, presionando con una punta afilada, lamiendo el húmedo algodón. No pude evitar que mi aliento se volviera suave, ligero y necesario.
“¿No quieres esto?” Q murmuró de nuevo, poniéndose en pie lentamente, arrastrando un dedo en mi cara interna del muslo, justo a mi boca. Con un toque de sus labios, él forzó un dedo en mi boca.
El instinto primario me consumía, pero me obligué a ir en contra de mi instinto y en su lugar, lo mordí.
Dio un tirón, alejando su dedo.
Sonreí oscuramente. “Si vuelves a ponerme algo en la boca, te juro por dios que te voy a arrancar de un mordisco.” Mi boca se llenó de saliva, la anticipación me dio hambre.
Desde que pertenecía a Q, descubrí cosas que nunca había sido lo suficientemente fuerte para darme cuenta. Esta nueva y oscura parte quería probar su sangre. Para volverse real y ruda y deliciosamente incorrecta.
Q se acercó más, sus vaqueros me raspaban la piel sensible. Una banda de liberación brillo por el contacto. Estaba tan cerca. Nunca había estado tan cerca. Dios, Tess, él apenas te ha tocado.
Eran los juegos de la mente, que mi cerebro los hizo crudos, maravillosos.
Sus ojos brillaban con la necesidad y mordió mi labio inferior, arrastrando la suave carne entre los dientes: una advertencia que me mordería de nuevo.
Me estremecí cuando me dejó ir. Yo esperaba que me cortara las bragas, pero hizo una pausa, girando las tijeras hacía si mismo.
Arqueando su cuello, cortó la camiseta comenzando desde arriba hacia el centro de esta, igual que la mía, una vez a la mitad, se encogió de hombros y su camiseta se unió a mi ropa en el suelo.
Mi mundo giró y lo único que podía pensar era en gorriones.
Q me miró, desafiándome a juzgarle, y lo hice. Todo su torso y el lado derecho estaba cubierto de pájaros revoloteando. El pánico en los ojos de un gorrión se cerró sobre mi garganta mientras volaban frenéticamente hacia las nubes de la tormenta. Las nubes se agitaban, tragándose a las aves de la mala suerte, sofocando a la muerte.
A mi corazón le dolía ver el intrincado tatuaje de Q. Merodeaba una maldad, una tristeza, recordándome el mural en la pared de la sala del pedestal. Quería correr los dedos a lo largo de las plumas perfectamente llenas de tinta. Quería lamer sus pezones donde un pájaro volaba libre, la alegría en sus ojos denotaba esperanza.
Tal y como estaba diseñado, no lo entendía. Lo miré a los ojos. Mantuve el contacto durante un momento, antes de mirar por encima de mi cabeza. Sus manos se cerraron y él contuvo el aliento, destacando los músculos del estómago perfectamente esculpidos.
Él vibró con tensión. Mi corazón se agitó como pequeñas alas de gorrión y le di mi último sentido a Q. Mi sentido de la vista. De pie tan erguido, distante, llenó mi visión con todo lo que siempre quise. Él era dueño de todo, de mis instintos y de mi corazón.
“Dime. Cuéntame la historia de los pájaros.”
Apretó la mandíbula. “No es una historia que necesites saber.”
“Pero significa mucho para ti. Veo un tema recurrente, Q... Quiero entenderlo.”
Su rostro se ensombreció. “No tienes derecho a llamarme Q cuando estás atada a la cama. Soy tu maître y me llamarás como tal.”
La ira por haber obtenido una negación me hizo argumentativa. “Voy a pelear contra ti. Tendrás que envolverte en las zarzas, igual que los gorriones de tu pecho, si quieres follar conmigo, maître.”
Mi burla funcionó; me agarró la barbilla con sus fuertes dedos. “Crees que eres feroz con tus amenazas. Mi trabajo no es envolverte en grilletes, esclave. Mi trabajo consiste en desencadenarte. Y por mucho que lo niegues, estoy haciendo muy bien mi trabajo.”
Pasó su nariz contra la mía y murmuró, “Así que cállate, deja de mirarme como si fuera un código a descifrar, y déjame follarte como quiero.”
Dando un paso atrás, atacó sus vaqueros. En lugar de quitárselos, se los cortó. Los corto a través de la banda de la cintura, deslizándose por sus piernas. Cada tijeretazo revelaba unos muslos duros con pequeños rizos, unos músculos firmes y unos pies descalzos y perfectos. “Vamos a ver cómo te aferras a tus amenazas cuando tome tu cuerpo.”
Oh, dios. Mis entrañas estaban líquidas, calientes. La vergüenza por estar caliente pintó mis mejillas de rojo. No podía controlar mi reacción. Q era mi maestro en todos los sentidos.
Q salió de sus jeans en ruinas, cerrando la pequeña distancia entre nosotros. No podía apartar la mirada de su tatuaje. Me identificaba con él en cierto modo, sabía lo que representaba, pero la conclusión seguía a un salto de distancia.
Rodando sus caderas contra las mías, con solo los boxérs, murmuró, “Dime otra vez que no quieres esto, esclave.”
¿Cómo iba a mentirle cuando mi cuerpo gritaba la verdad? Mi mente estaba llena de lujuria, nebulosa, pero tenía un papel que desempeñar. Q quería que luchara... entonces lucharía.
Me incliné hacia delante, sacando los dientes con un trozo de mi cabello respirando en su nariz. “Vete al infierno.”
Su erección saltó de sus boxérs, hirviéndome. De la nada, su palma conectó con mi mejilla, enviándome espamos de calor.
Me quedé sin aliento, mirando con ojos llorosos. “¿Tu, hijo de puta, golpeas a una mujer cuando te dice que no? Eres un pervertido.”
Él frunció los labios. “Dime algo que no sepa.”
Tomando su oferta, le susurré, “Piensas que eres un monstruo. No lo eres.”
Me agarró del cabello, torciéndome el cuello. La agonía estalló y gemí con miedo real. “¿Un hombre amable hace esto?”
Cuando no respondí, me torció aún más hasta que grité. “¡No! Sólo un monstruo hace esto.”
Intranquilo, cogió las tijeras, cortando rápidamente mi ropa interior y sus boxérs. Todo cayó al suelo en pedazos. Q probaba el peso de las tijeras en su mano, antes de trazar mi estómago desnudo con la cuchilla. “¿Un hombre amable hace esto?” Con un movimiento de su muñeca, me rozó. La sangre brotó con el pequeño corte. Me estremecí, con ganas de poner mi mano sobre la herida, para ocultarla, para curarla.
Lágrimas reales gotearon. Era una idiota al pensar que había algo que rescatar en este hombre.
“No, sólo un monstruo haría esto.” Mi voz apenas era audible.
Q se burló. “Ahora sabes la verdad.” Se inclinó y lamió la sangre de mi estómago. Al lamerme, mi núcleo se apretó, reaccionando a la sensibilidad después de infligir dolor. Su saliva me cortó el sangrado y se enderezó, lamiéndose los labios.
Toda apretada, mi boca se abrió, desesperada por probar su sangre. Saborearla era lo justo. Él me había cortado, una deuda debía ser pagada.
Q entrecerró los ojos, nuestras almas gritaban la una a la otra, sin obstáculos por las palabras humanas.
Quiero hacerte daño.
Quiero ser tu dueño.
Quiero devorarte.
Quiero hacerte mía.
Yo ya soy tuya.
¿Quién había pensado eso? ¿Él o yo? ¿Sus ojos decían la verdad antes de que lo reconociéramos nuestras mentes?
Q levanto el brazo, y con un movimiento rápido, cortó por debajo de su pezón donde volaba el gorrión libremente. Una gota de color carmesí cayó. Observé con necesidad agobiante.
Saborear. Tenía que saborear.
Era más alto, así que colocó su pecho contra mi boca. Robé con avidez la gotita, gemí cuando el sabor metálico empañó todo mi ser. Una vez que lo limpié, se alejó murmurando, “Los monstruos se encuentran unos a otros en la oscuridad.”
No podía leer su tono, y no me gustaba la implicación. ¿Yo era un monstruo? En comparación con Brax definitivamente, pero Q... había límites que él había cruzado que yo nunca podría. ¿Nos habíamos encontrado el uno al otro en la oscuridad? Puede que yo tuviera deseos oscuros, pero también me encantaba la luz. Necesitaba ternura contra el dolor y degradación. ¿Eso era una opción?
Q envolvió una mano alrededor de su erección, acariciándola, mirándome fijamente a los ojos. Con la otra mano, encontró mi centro, metiendo un dedo profundamente en mi interior.
Aunque mi cuerpo se onduló, nunca dejé de ser un personaje. Q no podía saber lo mucho que quería esto. Tenía que luchar, quería luchar.
De alguna manera me salió el papel de una actriz, y cayó una lágrima. “No quiero esto.”
Quitando los dedos de su erección, capturó una lágrima con la punta del dedo. La miró y la indecisión abrasó su mirada. La noche lo reclamaba. Lamió la lágrima salada. “Vas a llorar más antes de que haya terminado contigo.”
Comencé a hacer un archivo sobre que encendía a mis maestro. Las lágrimas eran una cosa, la lucha otra. ¿Cuál era su última perdición? No podría parar hasta que lo averiguara.
Seguí derramando lágrimas, obligándome a mí misma a encontrar un subespacio para odiarlo, al igual que cuando llegué. Antes de que él me salvará, antes de que matará por mí. Q no quería una esclava sumisa. Amaba que no estuviera rota.
Otro enigma se puso en su lugar. ¿Era eso lo que quería decir Suzette cuando dijo que Q no la había tocado porque estaba arruinada? Él me había tocado, porque había luchado, porque era fuerte. No podía follar a una herida... pero él quería... ¿qué quería? ¿Domarme? ¿Detenerme? Algo en él quería ser acusado de ser un violador, de estar enfermo y ser retorcido, porque así es cómo él honestamente se veía a sí mismo.
Q movió la lengua sobre mi mejilla, capturando las lágrimas. Di un grito ahogado y me retorcí, mordiendo mis labios mientas nuestros cuerpos desnudos se deslizaban uno contra el otro. Mis pezones se pusieron duros, brotando por la emoción.
Su cabeza se inclinó, frente a frente. Lo respiré, pegado a mí, asegurándose de que ninguna parte lo alcanzaba. Eso arruinaría el juego. No podía olvidar, no quería esto.
“Ah, esclave. Tu m’excites comme c’est pas croyable.” Me excitas más de lo que crees.
Sus dedos se dispararon entre mis piernas, hundiéndose profundamente. Mis rodillas temblaban cuando su mano me sacudía con fuerza.
Gemí, mi cuerpo hinchado reaccionó, fusionándose, necesitándolo. Estaba hambrienta por lo que fuera que Q me daba. Lo necesitaba tanto, pero de igual manera, quería pelear. El acto de decir que No, me hacía cosas extrañas, me convertía de sexualmente mediocre a tener las rodillas temblorosas y ser carnal. Me convertía en una mujer muy sexual impulsada por el hambre; donde solo Q podía rascarme el picor erótico.
Q murmuró en francés, dialectos tragados por la noche, en una silenciosa habitación. Yo jadeaba, pero sonaba silenciosa, como un sueño.
Su dedo fue lo último al ser poseída. Con mi núcleo palpitando, el tomo un suspiro mientras yo empujaba, necesitando más.
No podía evitarlo. Gemí.
Apretó su erección contra mi cadera, manchándome con pre-semen reluciente. Su erección estaba caliente, dura y tentadora. Su respiración se igualaba con la mía en rugosidad. “No me puedes mentir. No ahora. No cuando tu cuerpo resuena con la verdad.” Movió los dedos, acariciando partes internas de mí, palpitando con la necesidad de una liberación.
Tenía razón, no podía mentir y grité con más fuerza.
Quería gritar: fóllame, soy tuya. En su lugar, le dije, “Saca tus dedos de mí.”
“Shh, ma belle. Tu quieres esto.” Su voz me recorrió con sensualidad.
Me pregunté también lo mucho que él actuaba. ¿Se había domado a sí mismo por mi? ¿Sería mucho más oscuro?
Q me acarició con más fuerza, retirando la humedad de entre mis piernas. Me dolían los pechos, la boca vacía, necesitando besos, pero mi corazón ardía, pensé que podría desintegrarme en fragmentos ardientes.
Q se detuvo de repente, retirándose. “Soy el único que puede darte lo que realmente deseas.” Sus dedos se clavaron en mi mejilla, extendiendo mi esencia. “Pero me niego a aceptarlo.” Se colocó entre mis piernas, colocando su erección donde más le quería. Me frotó con la punta, y se ganó un grito.
Me sacudí, implorándole que me follara. Temblaba con tan extrema necesidad, que lleve a mis dientes en el borde del acantilado.
“Dámelo, o te convertirás en nada.”
Mis ojos se estrecharon. “Te voy a dar todo lo que me pidas. No me queda nada por dar.”
Tirando hacia atrás, me miró fijamente, sin restricciones, con los ojos ardiendo con lujuria. Se alejó, arrastrando una mano por su cabello corto.
Mis caderas se movieron hacia él por voluntad propia, buscándolo, queriéndolo. Mortificada, me presioné contra el poste, con la esperanza de que no me hubiera visto.
Pero lo hizo y sus labios se arquearon. “Siempre mintiendo.”
No dije nada.
Q se paseo. “Te voy a follar con todo lo que desees, si me das lo que quiero.”
La anticipación deliciosa me llenó, pero fruncí el ceño. “¿Qué deseas?”
“Quiero ser dueño de toda tu, esclave. Incluyendo tu nombre.”
Mi corazón se aceleró. La verdad resonó en sus palabras. Nos negaría el placer a los dos porque quería saber mi verdadero nombre. No tenía que fingir la respuesta: “Estarás muerto antes de que eso suceda.” Estaba furiosa con él.
Él se rio entre dientes, sonaba positivamente ligero, comparado con toda la tensión que había a nuestro alrededor. “Nadie va a estar muerto, pero yo podría morir por el placer por tenerte.”
No hice caso de la emoción, y permanecí metida en el personaje. “Bastardo.”
Su estado de ánimo cambió a dominación. “No tienes ni idea.” Se rio, pero contenía dolor.
Mi respiración se cortó. Intenté hablar en mi rústico francés. “Je ne suis pas à toi.” (Yo no soy tuya).
Apretando los dientes, se estiró, deshaciendo las ataduras. Puso mi cuerpo más o menos lejos de los pies de la cama, y me tiró al colchón. “Atrévete a decirlo de nuevo, esclave.” Se plegó sobre mí como una capa viviente, presionando hacia abajo, casi asfixiándome con las mantas. Mi estómago se retorció y se me escapó un pequeño maullido. La acción prepotente de la mentira sobre mí, emocionada y aterrorizada.
Sus labios hicieron un sendero de besos a lo largo de la parte posterior de mi cuello, todos sus dedos me hacían cosquillas en el interior del muslo, moviéndose más alto, más arriba.
Cada milímetro me hervía la sangre. No entendía como una sola caricia me hacía temblar de deseo. ¿Era la dominación de Q? ¿El saber que no podía detenerlo? No podía ser. La violación me había curado de esa ridícula fantasía.
En algún lugar de mi mente, sabía que Q no significaba ningún daño. Él quería que yo fuera suya; y no había nada malo con él, de todos modos, él me había elegido.
“Abre las piernas,” me exigió.
Al instante, obedecí. Sus dedos encontraron mi entrada, acariciándome. El aliento de Q se aceleró mientras me metía dos dedos, extendiéndose, pero no era suficiente. Necesitaba más. Se acercaba un orgasmo, al borde de la liberación. Tan cerca, tan rápido. Lo quería desesperadamente.
Q pareció sentir mi urgencia y paró. Arrodillándose detrás, las manos se cerraron alrededor de mis tobillos posesivamente, extendiendo mi postura aún más.
Grité cuando su lengua me lamió la pierna, moviéndose con deliciosa y húmeda presión, en dirección al único lugar que me dolía.
Cuando su lengua me encontró, chupando mi clítoris con delicadeza como un amante experimentado, mis caderas se resistieron a su boca. Nunca había estado tan necesitada, tan poseída por el anhelo. Nunca querría volver a pensar. Esta era la verdadera libertad, aquí, con mi maestro de rodillas entre mis piernas.
Metió un largo dedo, empujándolo profundamente mientras su lengua me lamía, conjurando espasmos brillantes, disparando en mi vientre. Monté su dedo, en busca de fricción.
Lo necesitaba dentro de mí. Necesitaba que me reclamara.
Se puso de pie, agarrándome del cuello, arqueándolo para besarlo. Su barbilla brillaba con mi humedad, llenándome con mi sabor.
Me mordió el labio, colocándose detrás de mí. “Soy dueño de todo lo que eres, esclave.”
No estaba preparada para la repentina, impactante y fuerte invasión de su enorme erección. Lloré mientras se estiraba ampliamente, sin darme tiempo para adaptarme. Mi estómago se anudo en un complejo cosmos, reuniéndose para poder liberarme.
Gemí mientras él empujaba con fuerza, tomándome por detrás, se extendida sobre la cama. Yo temblaba con éxtasis como nunca había sentido antes.
Q me mordió el hombro, dedos clavándose profundamente en mis caderas, dándome sacudidas hacia atrás, empuje tras empuje.
Cada retiro y penetración, me empapaba más, gimiendo, gimiendo, gritando más de lo que había gritado en mi vida.
“Putain de merde,” gruñó, follándome duro, mis rodillas golpeaban contra el suave edredón.
Su voz era todo lo que necesitaba para liberar la galaxia que había en mi interior. Grité, literalmente grité, y me corrí más fuerte de lo que me había corrido nunca antes.
Los juegos mentales de Q, la conexión que sentí después de toda una vida a la deriva, todo estalló, mi cuerpo giró en un manojo de nervios hipersensible.
La dominación sexual de Q me iluminó. Mi barrera de niña buena se eliminó permanentemente, y me deleité con las bofetadas de Q contra mí, buscando su propio placer.
El fuerte picor de sus bolas abofeteando mi clítoris mientras él me follaba con más fuerza. Mis manos agarrando las sábanas.
Q me tomo el cabello en un puño, arqueando mi espalda, al mismo tiempo, me dio una palmada en el culo. “Joder, quiero hacerte sangrar.” Me golpeó otra vez y otra vez. Cada huella de su mano caliente, se mezclaba con placer, dolor y tortura erótica.
La agonía añadió otro umbral de las terminaciones nerviosas maltratadas. “Oh, dios,” gemí, estremeciéndome con la feroz presión, corriendo por mis piernas, en mi centro.
Otra vez no. De seguro no. Nunca había tenido orgasmos múltiples.
Q maldijo, golpeándome más fuerte, llovieron lágrimas mientras jadeaba. Duele. Se siente muy bien. Para. Golpea más fuerte. No. Más.
Me rompí en millones de pedazos, corriéndome en la polla de Q por segunda vez.
“Joder,” gimió con fuerza salvaje, resistiendo con fuerza salvaje, sacudiéndome el alma. Me dio una palmada en el culo tan fuerte, me mordí el labio, sacando sangre.
Un dolor punzante dentro mientras Q explotaba dentro de mí. Sentía todo, disfrutaba de la posesión de una parte de él. Se entregó a mí.
Su liquido era mío, al igual que yo era suya.
Mi culo me picaba y mi cuerpo estaba tan flojo como una muñeca de trapo.
Q se retiro, respirando con dificultad. Rodé dolorosamente sobre mi espalda, viéndolo caminar hacía el baño. Él regresó, envolviendo una toalla alrededor de sus caderas.
Me senté, estremeciéndome con su abuso, tanto externo como interno. Mi cuerpo languideció con la dicha saciada.
Su apariencia desapareció, y apareció el enfado. Él ni siquiera me miraba a los ojos.
¿Había sido tan terrible? Yo no tenía experiencia, pero Brax siempre parecía disfrutar del sexo conmigo. El rechazo me apuñaló como una daga; esperé una señal suya para mostrarme que estaba satisfecho, pero nunca me miro.
Su semen corría por mi muslo, había una mancha en las sábanas. Las lágrimas me pinchaban. Debía de haber hecho algo mal, muy mal. Tenía que arreglarlo. Si no satisfacía a Q, él me mandaría de nuevo con hombres como la bestia y el conductor. Retiraría su protección. Su consuelo.
No sabía qué hacer.
Me deslicé fuera de la cama, y me arrastré hasta Q. Nunca me pidió ser nada más que humana, pero tal vez secretamente quería que fuera menos.
Agarré la toalla, mirándolo a los torturados ojos color verde pálido. No se veía como un hombre que había tenido sexo explosivo. Parecía que quería suicidarse, o frotar su pene con jabón abrasivo. Un hombre que pesaba diez toneladas.
Mi garganta se atasco con necesidad y fracaso. “Lo siento. Puedo hacerlo mejor. Lo prometo. Por favor, dame otra oportunidad.”
La vieja Tess se sentó con horror. Estaba rogándole a un hombre que ni siquiera me quería, un hombre que me mantenía como unos calcetines no deseados, para follarme de nuevo.
Le rogaba como si él pudiera terminar con mi vida.
Porque podría hacerlo.
Yo ya no confiaba en el mundo. Confiaba en Q. Era todo lo que tenía. No podría hacer frente si me despreciaba por algo que hice mal.
Q dio un paso atrás, sus músculos hacían parecer que los gorriones se movían y se agitaban. “Esclave, para esto. Ve a limpiarte y acuéstate.”
Sus órdenes me abofetearon en la cara. ¿Quería que me limpiara para que ninguna parte de él permaneciera en mi?
¿Cómo podía pedir eso? Estábamos unidos. Si me duchaba, nuestro vínculo se iría. Sería nada de nuevo.
Oh, dios, estaba jodida. En ruinas. Rota.
Q miró hacia abajo, su quijada con la barba varios días. “No volveré a tocarte hasta que me digas tu nombre.”
Luego se fue.
Igual que siempre.
***
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