*Cisne*
Mi nueva vida comenzó.
Durante dos semanas, sólo vi a Q cuando regresaba a casa del trabajo, e incluso entonces, era sólo brevemente.
Con una ardiente e indescifrable expresión, Q me informó antes de desaparecer de las áreas de la casa que no se me permitía ir.
Momentos después, la música hizo erupción por los altavoces. Canciones con lamentos o maldiciones, letras llenas de rabia y amenazas, sacudían las ventanas.
Q tenía un gusto ecléctico en la música. Heavy metal gritado por los altavoces una noche y una letra que me abofeteaba con una necesidad debilitante.
Esta despierto y se niega a volver a la oscuridad cada momento, cada segundo, cada latido del corazón. Lucho contra el impulso de lastimar. Mi determinación se está debilitando, mi culpa disminuyendo, mi necesidad me abruma.
No soy responsable de lo que te pasa, me provocaste, me despertaste, mi lengua sufre por tu sangre, mi corazón late por el dolor. El miedo es mi tarjeta de visita y me refiero a ganar tu terror.
Q puso la canción dos veces, como si quisiera introducir el mensaje en mí: lo que sea que él hubiera hecho era manso en comparación con lo que quería, y cuanto más tiempo no le dijera mi nombre, más necesitaba herirme.
Retener mi nombre era mi única arma contra Q. Lo volvía loco, y me encantaba. Yo amaba el poder de sacar emociones de él.
Me acosté en la cama por la noche, jadeando, lista para que mi puerta se abriera de golpe y un Q iracundo me reclamara. Pero la terquedad era mi amiga, y yo no iba a derramar mi último secreto. O yo estaba loca por provocar a mi maestro, o me había vuelto loca con
el cautiverio. De cualquier manera no importaba, ya que me sentía viva cuando escuchaba las fuertes canciones. Estaba obsesionada con la forma en que mi cuerpo se estremecía y se tensaba, consumido por las alas agitadas de anticipación, completamente hechizada por Q.
Así que jugábamos nuestro juego, esperando a ver quien se rompería primero. Las noches pasaban con implacable necesidad, los días pasaban lentos y con insoportable impaciencia.
Durante catorce días, Q se mantuvo fiel a su promesa y nunca vino.
El invierno se descongeló, y la primavera salpicó el campo con tulipanes y narcisos.
Acepte que nunca sabría donde vivía. Suzette no lo decía cuando le preguntaba, y yo dudaba que Q alguna vez lo hiciera.
Nadie podría encontrar a Tess Snow otra vez. Ella ya no existía. Yo soy Ami, la Esclave.
Durante el día, trabajaba en mi francés con Suzette, por la noche esperaba a Q. Estaba mojada todo el tiempo, y cuando él no aparecía, los sueños me consumían. Pesadillas de que Q me tiraba lejos porque él no me podía soportar más tiempo. Recurrentes sueños del conductor y de la bestia, violándome, a punto de matarme, pero en vez de que Q me salvara, el de chaqueta de cuero me robaba de nuevo en México. Donde me hería, me rompía, y, finalmente, me vendía a otro. Brax jugaba en el centro de mis sueños, pero nunca me rescataba. Él incluso podía dormir en toda mi tortura, o simplemente miraba con desesperación.
Mi corazón punzaba. Mi subconsciente culpaba a Brax por todo lo que había pasado, pero al
mismo tiempo, era mi culpa por no insistir en dejar el café. Yo no podía esperar que Brax luchara y matara; no estaba en su naturaleza. Echaba de menos su gentileza, pero al mismo momento, me molestaba.
Yo siempre llevaba los pantalones en la relación, pero permanecía quejumbrosa, necesitada, y mansa porque no me daba el poder.
Q me golpeaba, me cogía y me había convirtió en una posesión, sin embargo de alguna manera desbloqueaba un poder dentro de mí que yo ni siquiera sabía que estaba allí.
Q tomó todo de mí, pero no lo hizo así tanto como robar, yo se lo di por voluntad propia. Al permitirle gobernar, él me daba algo tangible. Él me permitía ser yo. Ser real.
Yo ya no era ingenua y tímida. Había crecido de niña a mujer. Una mujer que quería un lugar
al lado del complejo, acribillado y problemático hombre.
Una mujer que no iba a parar hasta saber la verdad.
“Ami, ¿puedes hacer el soufflé de queso para la cena?” Me preguntó Suzette, chocando mi cadera con la de ella mientras pasaba. Estábamos en la cocina, envueltas en aromas de pan fresco y horneados.
Las puertas corredizas estaban abiertas y entraba una fresca brisa, dando la bienvenida a los sonidos de los pájaros y la primavera. Francia me había cambiado. Extrañaba el brillante sol australiano, pero me encantaba el fresco francés, con sobria elegancia.
Sonreí, asintiendo. “Puedo hacer eso. No tengo nada más que hacer.”
Suzette rio. “Siempre puedes ir a ponerte algo provocativo para sorprender a Q cuando llegue a casa. He estado esperando oírte de nuevo, pequeña blasfema. ¿Por qué no ha ido a verte?”
Suzette había comenzado a interesarse mucho en mi vida amorosa; cada día teníamos la misma conversación. El hecho de que maldijera un par de veces cuando Q me follaba significaba que tenía un nuevo apodo para mí: pequeña blasfema. Odiaba que nos escuchara.
La Sra. Sucre le dio un manotazo con un paño de cocina. “Suzette, deja de ser tan entrometida.” Ella añadió dirigiéndose a mi, “Ella no ha dejado de sonreír desde que dejaste entrar al maestro en tu cama.”
Me giré para mirar la grande cintura de la señora Sucre custodiando la olla de langosta que revolvía.
Soplé el cabello de mis ojos. “¿Dejarlo entrar a mi cama? Como si tuviera otra elección.” Volviéndome a Suzette, le dije, “Es Q quien no viene a mí, Suzette. Él no lo hará hasta que le diga a mi nombre.”
Ella resopló. “Q sigue siendo su maestro y tu sigues siendo su esclava. Dile lo que quiere saber. No debes tener secretos.”
Me sonrojé, mirando a la suave masa que amasaba. “Él puede ser capaz de darme órdenes, pero no tengo que compartir todos los detalles. Además, yo ya no soy esa persona. Soy Ami.” Le lancé una sonrisa, dejando caer mi voz. “Tú no sabes nada acerca de su tatuaje de gorriones, o ¿sí?”
No podía dejar de pensar en eso. Quería rastrearlo como un mapa, besar cada pluma, entender todas las razones.
Suzette se mordió el labio. “Um...”
La Sra. Sucre se dio la vuelta, secándose las manos en el delantal. “Suzette, no te atrevas. No es tu secreto para contarlo.”
La miré, deseando poder torturarlas para obtener respuestas. No estar con Q durante tanto tiempo me estaba desesperando.
Suzette se encogió de hombros y desapareció en la gran despensa.
Bufé y volví a amasar.
Esa noche, después de cenar, Q regresó a casa tarde y volvió a poner la música francesa. Las letras temblaban alrededor de la mansión, haciendo eco en mi sangre. La melodía triste dejó hilos enredados en todas partes, guiándome a través de la casa.
No sabía qué hora era, pero el personal se había retirado. Estaba demasiado nerviosa para dormir. Mi cuerpo estaba inquieto, necesitando algo que sólo Q me podría dar.
Un destello de vivos ojos verdes me sobresaltó mientras flotaba por un pasillo en el que nunca había estado antes. Franco frunció el ceño, pero no me detuvo. Desde la noche horrible en donde Q se había convertido en asesino, Franco me daba más libertad.
Sus ojos me seguían a donde fuera, pero no me detenía. Quizás Q le había dicho que me dejara vagar, o tal vez sentía que no iba a correr de nuevo. Estaba agradecida de que mi jaula se hubiera expandido.
Continué pasando a Franco, moviéndome más profundamente al ala oeste. Donde a menudo veía desaparecer a Q, ya era hora de averiguar por qué.
Abriendo las puertas dobles al final del corredor, llegué a una larga habitación con una alfombra persa, mirando los masivos lienzos de fotografías. No de la vida silvestre o los seres humanos, sino paisajes urbanos y edificios de gran altura. La dureza del concreto y metal parecían fuera de lugar, hasta que vi las fechas debajo de cada foto, una línea del tiempo de la compra y ubicación.
Estas no eran fotos de placer, eran documentación de propiedades. Santo infierno, ¿era Q dueño de todos ellos?
Mientras daba vueltas, vi innumerables instantáneas de impresionante arquitectura y extensos hoteles, complejos de apartamentos... tantos tipos de propiedades salpicando las paredes. Era dueño de un pequeño país si fuera cierto.
Necesitando saber más, seguí adelante. Todo sobre la casa hablaba de dinero, antigüedad y encanto, sin embargo, aún no podía ver a Q en los artefactos, estatuas, ni tampoco en las plantas exóticas alrededor de las habitaciones.
Q se mantenía encerrado. Esperaba explorar, quería encontrar respuestas, pero sólo encontré confusión.
La canción francesa me perseguía a cada paso, gemidos conmovedores y sonetos esperanzadores.
Nadie ve mi situación, cuando lo único que quiero hacer es luchar conmigo.
Me pintas en una luz que nunca puedo ser. Vengo encadenado a la oscuridad, consumido por la ira y el fuego. Estoy a punto de romperme, el impulso está temblando, violento.
Yo soy el diablo, y no hay esperanza.
La canción se redujo a silencio, dejándome con el corazón acelerado. Por instinto, abrí una puerta enorme y entré en el paraíso. Un invernadero, del tamaño de una casa de cuatro dormitorios, me daba la bienvenida con cristal abovedado y árboles como rascacielos de palmeras. Sonidos de un río gorgoteando y una cascada pequeña detrás del follaje exuberante. Las estrellas brillaban a través del techo de cristal interminable sin luna esta noche.
Mi cabeza ladeada, escuchando. ¿Qué es eso?
Píos, sonidos, chirridos y silbidos.
Batallé con las hojas hasta que me encontré cara a cara con un aviario de dos pisos.
Aves brillantes revoloteaban y cantaban, felices en su jaula. Muchos de ellos listos para la noche, cabezas metidas bajo las alas, sus pequeños pechos como torbellinos.
Miré más de cerca. En cambio de ver loros y periquitos, vi nubes de gorriones, codornices, reyezuelos, y mirlos, que cubrían el aviario. Criaturas aladas comunes, pero igual de complejas y perfectas.
Tenía que saber lo que significaban los pájaros.
Mi mente se lanzó de nuevo a la pintura del mural y los gorriones en el pecho de Q. El tatuaje más increíble que jamás había visto.
Se habrían necesitado incontables horas para hacer esa pieza, a diferencia de la mía que sólo tardó diez minutos. Frotando mi código de barras, me preguntaba si podría cambiarlo. No quería que me recordaran lo que pasó... era el pasado, y la esclavitud con Q no se podía comparar.
Una ola de culpabilidad burbujeaba mientras corría un pulgar sobre las líneas negras. No podía dejar de pensar en las otras mujeres, donde terminaron, a quienes pertenecían ahora; dolía demasiado.
Un gorrión cantó una nota, aterrizando en una rama cerca. Sus ojos negros e inteligentes me evaluaron, su pequeña cabeza ladeada.
¿Qué estás pensando pajarito? ¿Conoces a tu amo? ¿Me puedes decir quién es?
Se balanceaba en la rama, y luego se fue volando, dejando una ráfaga de plumas.
Los altavoces crujían mientras comenzaba una nueva canción.
Un profundo ritmo erótico, vibrando en el aire. El bajo era tan pesado, dejando estremecimiento con el sonido.
Me dolía el cuerpo, necesitando una liberación. Mi sentido del oído le pertenecía a Q. ¿Sabía que la canción me frustraba como el infierno, necesitándolo, queriéndolo?
Me negaba a llevarme a mí misma a un orgasmo, pero si no venía pronto, cazaría su culo y lo haría romper su estúpida promesa. Me gustaría ganar la competencia, sin revelar mi nombre.
Observando las aves, mis dedos se arrastraron hacia abajo a donde Q me había cortado con las tijeras. El corte se había ido, pero quería otro. Quería lo áspero y salvaje. Quería contusiones y cortes, amplificando la emoción de placer.
Quería que él me diera palmadas de nuevo.
“Esclave. Qu’est-ce que tu fais ici?” ¿Qué estás haciendo aquí?
La voz de Q vibró en todo el conservatorio.
Todo se apretó inmediatamente, revuelta, en respuesta. No podía ver a través del follaje espeso, y gire en un lento círculo, buscando.
“¿Cómo sabías dónde estaba?” Me asomé en la bruma de color verde oscuro, tratando de ver más allá.
Él se rio entre dientes; era baja, ronca. “Toda esta casa tiene cámaras. Nada sucede sin que yo lo sepa.”
Debería haberlo sabido. El señor Freak del Control Mercer mantenía el control sobre su imperio. ¿Mi habitación tenía cámaras? Quería preguntar si él veía mis pesadillas, si él contaba las horas que me quedaba levantaba para él, sólo que él nunca aparecía.
Q apareció, emergiendo desde detrás de una palmera. Llevaba un traje de lino blanco, sin arrugas estropeando su perfección. La camisa gris se parecía a un día de frío invierno, destacando sus ojos claros.
Él llevaba una carpeta de cuero negro en la mano, presionándola contra un muslo.
Mi culo picaba con una fantasía de ser golpeada con el archivo cargado como un fuego salvaje.
Suspiré, sonriendo ligeramente. Todo era exactamente como debía ser. Mi lugar en el mundo estaba al lado de Q. Lo había aceptado. Había pasado demasiado tiempo. Mi cuerpo se calentaba, fundiéndose, recordando sus demandas, la forma en que me golpeaba mientras se venía.
Él dijo que quería hacerme gritar. Después de dos semanas de soledad, se lo permitiría
con mucho gusto.
Q se acercó, con los hombros rígidos, los ojos tensos.
Fruncí el ceño por las líneas de tensión en su frente y su boca. Su mirada se encontró con la mía, pero en lugar del suave jade de costumbre, estaban descoloridos, aguados como cal, palpitantes de dolor. Hice una pausa. Yo conocía esa mirada, la había sufrido yo misma.
Q tenía migraña.
“No deberías estar aquí.” Él suspiró, arrastrando una mano por su corto cabello, su cara tensa y cansada.
Mi corazón se aceleró. Se veía humano. Destrozado. El cruel, y confuso amo estaba escondido debajo de un exceso de trabajo, un hombre herido.
La ternura surgió; quería cuidar de él, hacer desaparecer su estrés. No habría un enojado dominando esta noche pero no me importaba. Ver a Q de esta manera me dio otra pieza del rompecabezas. Me mostró lo profundo de mis propios sentimientos. Todas las emociones normales en lo que concernía a Q se habían ido: el miedo, la conciencia, el dolor... todo oculto bajo la necesidad de alivio.
Dejando a los pájaros ruidosos en el aviario, me acerqué y le di un beso muy suavemente en la esquina de su boca. “No estás bien.”
Sus fosas nasales se abrieron y él se echó hacia atrás. “Mi bienestar no es de tu incumbencia.”
Fruncí el ceño, cruzando los brazos. “Tu bienestar es mi incumbencia. Y te voy a decir por qué. Si te enfermas, ¿qué pasará conmigo? ¿Dónde voy a ir? ¿Con quién terminaré?”
Q se movió, sus ojos se dirigieron a la jaula de los pájaros. Sombras alrededor de él, y yo tratando de leer sus secretos. ¿Por qué no podía dejarme ver todos los lados de él? ¿Qué demonios estaba escondiendo?
“Estoy bien. Nada me va a pasar, ni a mi, ni a ti.” La ira ardía en sus ojos.
Le ofrecía comodidad, y él no la quería. Excedí el límite de esclava temerosa a una igual, y me molestaba que no me dejara.
Me di la vuelta, caminando por la puerta. Por mí, estaba bien. No significaba que tenía que quedarme alrededor y preocuparme. Si quería que me quedara en mi cajita de ser una posesión y no quería a una mujer que podría ayudarle. Genial. Que así sea.
“¡Espera!” Hizo una mueca, dejando caer la carpeta. Eché un vistazo a la salida. Debería irme. Yo ya no quería inmiscuirme en el espacio de Q, viendo que él no me quería.
Q gimió ligeramente, frotándose las sienes.
“No era mi intención herirte, no estoy acostumbrado a que las esclavas vaguen alrededor, hurgando en mis cosas.” Él sonrió ligeramente. “Eres inquisitiva, voy a reconocerte eso.”
Estaba ofendida y feliz al mismo tiempo. Mis pies giraron, y fui a pararme frente a
él. Tratando de parecer fría y no afectada por su dolor, me agaché para recoger el archivo, pasándoselo de él.
Él lo aceptó con un pequeño asentimiento.
“¿Tomaste algunos analgésicos? ¿Debería buscar algunos para ti?” Preguntaría a Suzette donde tenía las aspirinas. No es que eso ayudara, al menos, no para mí. La única cosa para romper una migraña era un masaje de cabeza con mentol y una siesta para disipar el dolor.
Q agitó la cabeza, haciéndome caminar hacía el frente. Obedecí, caminando a través del crecido conservatorio hasta que nos detuvimos en una pequeña zona al lado de un gran estanque, con una suave cascada.
Q gimió y se encorvo en uno de los sillones, suspirando fuertemente. Lanzó la carpeta a la mesa de café a juego, colocando sus piernas en la parte superior. Con otro suspiro, extendió su largo cuerpo, como si trabajar en los vacíos ayudara a quitar su dolor de cabeza.
Yo no sabía lo que quería, si debía salir o quedarme, pero una idea emprendedora apareció en mi cabeza. Q no estaba tan cerrado como normalmente estaba. Si me quedaba y le ofrecía ayuda, él podría derramar algo.
Sentándome en la silla al lado de la suya, vi cómo su frente se arrugaba con los ojos cerrados.
Nos quedamos en silencio, escuchando los suaves ruidos del agua. Q se movió, frotándose el cuello con fuertes dedos.
Me puse de pie, moviéndome detrás de su silla. No pensé cómo reaccionaría al tocarle sin permiso. No dejaría que mi mente vagara en retribución, sólo tenía la necesidad de ayudar. ¿De verdad quieres hacer esto? Si me importaba, abrir mi corazón a otro lado de Q, no podría escapar de los nuevos sentimientos por él. Si lo tocaba, era porque yo quería, no porque tenía que obedecer.
La dinámica de nuestra relación retorcida debía cambiar hacía cosas más suaves.
Sin su conocimiento, Q me daría lo que precisamente necesitaba para permitirle herir y abusar de mí con el sexo. Si él me daba lo blando, podría darle duro. Su inclinación hacía mí me dio la luz que necesitaba para mitigar la oscuridad que abrazaba.
Cada pensamiento trepó por el espacio, y yo pausadamente trataba de averiguarlo.
Q contuvo el aliento ásperamente, encorvándose más en la silla. Tomé mi decisión. Si me importaba, él podría abrirse. Me podría ver menos como una esclava y más como... Tess.
Oh, Dios mío. Quería decirle a Q mi nombre. Quería oírlo susurrarlo con amor. Oírle ordenarme con su sexy y controladora voz. Gritar mi nombre cuando él me cogiera bruscamente. Yo ya no quería estar sin identificación.
¿Qué me está pasando?
Mis manos bajaron a la cabeza de Q, los dedos escabulléndose por el casi cabellopiel. Gemí con lo suave que era. Me tambaleé, queriendo olerlo, drogándome con sus cítricos y aroma de sándalo.
Se quedó inmóvil, con las manos cubriendo las mías. “¿Que estás haciendo, esclave?”
Tess. Mi nombre es Tess.
Añadí presión, masajeando el cuero cabelludo con movimientos firmes. Se estremeció bajo mi tacto.
“Ayudo a acabar tu dolor de cabeza.” Deslizando mis dedos más abajo, ahuecando la base del cráneo, me incliné hacia delante y le rocé la oreja con los labios. “Si me dejas”
Q contuvo el aliento, el pecho luchando contra su traje. Mis rodillas bloqueadas mientras la lujuria se encendía caliente y retorcida en mi vientre.
Apretó mis manos, bordeando el dolor, antes de caer lejos, concediendo permiso.
La emoción por haberme permitido hacerlo me hizo marear. Apreté con más fuerza, haciendo remolinos con las yemas de mis dedos, añadiendo un toque con las uñas.
Q gimió, con los ojos cerrados a la deriva mientras corría mis dedos hacia abajo a la parte superior del cuello todo el tiempo presionando, persuadiendo, robando el dolor a través del tacto.
Corrí mis manos de la base del cráneo, por todo el camino hacia la parte delantera de su frente.
“Ouf, c’est une sensation incroyable.” Es una sensación increíble. Él gimió más fuerte a medida que rodeaba sus oídos, presionando los dedos contra sus sienes.
Las mariposas revoloteaban en mi estómago. Me preocupaba por mi amo, y a él le gustaba. ¿Me recompensará?
Sonreí suavemente. Q había ganado. Ganó la batalla de voluntades mediante la concesión de su vulnerabilidad. Le daría mi nombre, la próxima vez que lo pidiera, no porque me lo exigiera, sino porque quería.
Mi espalda dolía mientras lo masajeaba, presionando, amasando. Seguí adelante… tanto como él lo necesitara.
Finalmente, él cubrió mis manos otra vez, ordenando en voz baja, “Puedes sentarte ahora. El dolor se fue un poco. Merci.”
No quería parar; estar sobre él me daba un sentido de propiedad. Con una última caricia, obedecí y me senté en una silla.
Observó con los ojos entrecerrados. Las líneas en la frente habían disminuido, y la tensión alrededor de su boca era menos prominente ahora. Los ojos todavía estaban magullados, pero no eran de cristal ni estaban desenfocados.
Nos miramos, la lujuria hizo chispas, ambos incapaces de mirar al otro lado. Q era el nubarrón negro, chupándome hacia él como si fuera un gorrión volando rápidamente.
La diferencia entre su tatuaje, y ahora, era que yo quería dejar de volar y dejar que la nube me capturara.
“Gracias, esclave.” Él bajó los ojos, sentado recto en la silla.
Un escalofrío bailó en mi piel, y alcancé la carpeta, dándome algo que hacer.
Q observó con ojos ilegibles. Lo miraba a hurtadillas mientras yo jugueteaba con el archivo. Había cambiado nuestra relación al preocuparme. Era su esclava, no debería querer tener nada que ver con él, y mucho menos ser su enfermera. Pero el saber que mi amo, mi enojado, loco y lujurioso amo me dejaría cuidarlo, me puso húmeda y hormigueante.
Mi mente, trataba de averiguar mis sentimientos. ¿Por qué cuidar de Q me hacía poderosa y contenida y perdida, todo al mismo tiempo?
Q no dijo una palabra mientras abría la carpeta, mirando dentro.
Fruncí el ceño ante el texto francés garabateado. Podía entender el francés hablado con facilidad, pero no era muy buena con la lectura.
Q avanzó poco a poco, juntando las manos entre sus muslos abiertos. Al igual que lo había hecho cuando llegué por primera vez y él aseguró la tobillera de seguimiento en mí. Mi tobillo picaba, pensando en el dispositivo, divertido cómo me había acostumbrado a él. Era mi manta de seguridad, saber que Q siempre vendría por mí, al igual que me decía en mis sueños.
Señaló en la parte superior de la página, un logo destacado: una silueta de una ave en vuelo con un fondo de rascacielos “Moineau Holdings,” dijo Q.
Mi ritmo cardíaco se aceleró. Le miré a los ojos. “Sparrow Holdings”[1]
Él asintió con la cabeza, abriendo la boca para responder, luego se detuvo. Se aclaró la garganta. “Dijiste que sabías acerca de propiedades. Este es mi legado. He obtenido más de quinientas adquisiciones en menos de doce años.” Sus ojos brillaron. “Quede a cargo cuando tenía dieciséis años. Gobierna mi vida, pero estoy agradecido por lo que me da a cambio. Lo capaz que soy de hacer con el dinero.”
Nunca había hablado así. No me podía mover, en caso de que rompiera el hechizo y se callara.
El orgullo llenó su mirada; por primera vez, el aura de ira y auto desprecio se fue, asfixiada bajo un poder de un CEO que gobernaba un imperio. “Solía ser llamado Mercer Conglomerados cuando mi padre era el dueño.” El odio engrosado en su voz, curvó sus manos. “En el momento que murió, lo cambie. No sólo el nombre, sino la totalidad de la estructura de la empresa.”
El silencio cayó, y yo no quería hablar, moverme, o atraer cualquier atención a mí misma. Q me hablaba como si fuera algo más que un juguete sexual o una pertenencia. Él me permitió ver la pasión en su corazón por una empresa de la que no sabía nada. Él hizo alusión a una riqueza que no podía comprender, y una vida de servidumbre a una empresa donde había estado desde que se había hecho cargo un adolescente.
Q se erizo de cólera, cuando mencionó a su padre. La curiosidad me quemó, y me hubiera gustado saber lo que había sucedido. ¿Su padre le pegaba?
Enviando lejos los recuerdos, él hizo un gesto con la mano hacía la carpeta. “Léelo. Me gustaría saber tus pensamientos sobre esta adquisición en particular.”
“¿Qué?” Dije con tono incrédulo. Me quedé mirando la carpeta como si me robara el título de esclava y me arrojara a un titulo de empleada. Yo no quería ser la empleada de Q, lo quería como a un igual. Entonces respóndele... te lo está preguntando como a una mujer, te está observando.
Con el corazón acelerado, miré la página, siguiendo el logo de gorrión con un dedo tembloroso.
Q respiró con fuerza, frotándose la sien. “Te estoy preguntando lo que piensas, esclave. Estudiaste factibilidades de propiedad en la universidad, ¿no? A menos que mintieras sobre eso, también.”
Su indirecta de mentir sobre mi nombre me irritó. Estoy lista para decírtelo. Sólo pregunta.
El mal genio me llenó, golpeando lejos mis nervios. Q quería mi opinión, sin embargo, no estaba dispuesto a dame derechos como ser humano. Mis ojos brillaron.
“¿Me lo estás preguntando? A la esclava que nunca dejarás salir de la casa, o usar un teléfono, o usar internet. La chica que aceptaste como un soborno.” El horror estrangulo y finalmente sabía porque había sido un soborno.
Mis labios se curvaron mientras miraba de nuevo a la carpeta.
“Yo era un soborno para un contrato de construcción, ¿no es así?” Frenéticamente hojeaba las páginas, esperando respuestas. “El ruso me dio a ti a cambio de algo ilegal.” Mi tono ardiendo, medio justificado. “¿Qué accediste a hacer?”
No podía pensar con claridad; no era nada más que una transacción comercial, sin embargo, Q le había disparado al ruso por hacerme daño. ¿Donde están sus lealtades? ¿Conmigo, su esclave, o con las personas que le había hecho una fortuna?
Q se enderezó, retirando la conexión entre nosotros.
“Eso no es de tu incumbencia. Te estoy preguntando sobre esta fusión. No otra.”
Negué con la cabeza, incapaz de dejarlo ir. Finalmente tenía una respuesta, y el resto comenzaba a caer en su lugar. “¿Es por eso que tienes otras chicas? ¿Aceptas a las mujeres como sobornos para construir edificios y cosas en las que no deberías meterte por una ganancia?” Respire con fuerza; todo tenía sentido. “¿Qué pasó con las otras chicas?” Mis ojos volaron al aviario, escondido detrás de follaje. “¿Por qué estoy sólo yo en esta casa? ¿Me echaras cuando te canses de mí? ¿O esperarás a que llegue una mejor sustituta?”
Q me miró, brillando con ira.
Mis manos se cerraron, queriendo darle una bofetada.
“¡Dime la verdad! ¿Qué será de mí?”
El miedo al futuro, convirtiendo mis pulmones en silbidos inútiles. Pensaba que si Q llegaba a preocuparse por mí, me mantendría, y que nunca tendría que volver a entrar en el mundo.
Pero, una vez más, el tejía una mentira. Yo nunca sería capaz de permanecer aquí permanentemente, mientras que llegaran más chicas. Más contratos se firmarían.
Alguna otra esclava debería abrir las piernas para Q, para ser golpeada, follada y controlada.
La oscuridad tiñó mi visión como pánico apresurado. Si usara mi bienvenida, sería sacada del cuadro, o asesinada o vendida a otro.
Q se sentó, mortalmente quieto, mirándome quebrarme. Se pellizcó la parte de arriba de la nariz, tratando de encontrar alivio del dolor de cabeza. “Tienes la idea equivocada, esclave, y no estoy de humor para ponerte por el verdadero camino.”
Dios mío, estaba tan feliz de no haberle dicho mi nombre. Sería inútil para él. A él
no le importaba. Apuesto a que él llamaba a todos sus sobornos esclave, porque no las mantenía un largo tiempo suficiente para conocer sus verdaderas personalidades.
Mi corazón se rompió. Me puse de pie, sosteniendo mi mano. “Quiero que me devuelvas mi pulsera. Quiero que me dejes ir.”
Q se rio entre dientes, haciendo una mueca. “El brazalete es mío. Al igual que tú eres mía. Pensé que lo habías aceptado.”
“Nunca. Piensas que yo miento. Todo sobre ti son mentiras. No quiero un amo que no es sincero. Me merezco algo mejor.” El impulso de herir me hizo gritar. “¡Quiero un amo que me compre! No que me acepte porque no tiene otra opción.”
Sus ojos brillaron peligrosamente; gruñó. “Retráctate o voy a hacer tu cautiverio largo y lleno de dificultades.”
Quería reírme, o llorar, o ambas cosas. De alguna manera, la amenaza sonaba como una mentira. Si lo decía en serio, seguramente lo habría hecho lo terriblemente indecible para ahora. Durante dos semanas, no me había tocado, mientras le rogaba en mis sueños que me atara. Las canciones que él ponía sobre vivir con los demonios e impulsos incontrolables eran una mierda.
Era un hombre de corazón frío que bromeaba y engatusaba, mostrándome destellos de la mujer que podía convertirme, antes de abofetearme hasta la nada.
Yo estaba harta.
Q tensó la mandíbula, y se puso de pie en un movimiento fluido.
Él me abofeteó tan fuerte, que mi cuello crujió dando la vuelta. Las lágrimas brotaron mientras ahuecaba mi ardiente mejilla. El miedo ahuyentó mi lucha y me encogí.
El rostro de Q rabió con angustia e innegable hambre. Se frotó la palma de la mano, sonriendo sombríamente.
“No puedes hablar de esa manera y no ser castigada, esclave.” Agarrando la parte de atrás de mi cuello, me tiró hacia adelante. Su lengua capturó una salada lágrima. “La primera cosa sensata que te he visto hacer.” Su acento era bajo, exótico, convirtiendo su elogio en oscuro y sensual.
A pesar de mi dolor y rabia, su voz se envolvió alrededor de mi corazón. Luché contra las visiones de luchar contra el más fuerte, empujándolo al suelo, sentándome a horcajadas, rogándole cumplir la pecaminosa promesa que daba a entender.
Pero mi miedo al abandono gobernaba más fuertemente. Incliné la cabeza. “¿Y qué es eso?”
Q me dejó ir. “Reconóceme. Verme. Yo soy tu amo.”
Mi garganta se cerró, luchando contra la injusticia. Él era mi amo, pero ¿por cuánto tiempo? No tengo opción durante lo que dure mi cautiverio. Nunca la tuve. Nunca la tendría.
Él nunca me vería como Tess. Como una chica. Una mujer que se negaba a inclinarse ante nadie. Una mujer que era algo más que un maldito soborno.
Lo miré. “Mírame. Yo no soy tuya para que me atormentes.”
Nuestros ojos se encontraron, bloqueados en una batalla de voluntades. ¿Cuántas de estas peleas verbales debíamos tener? Mi respiración era fuerte mientras Q ardía con negro deseo. El aire crujía con impulsos monstruosos; hasta los pájaros callaban.
Mi cuerpo se calentaba, se mojaba, se derretía. No, no voy a traicionarme. No podía detener la seducción construyéndose entre mis piernas, o fantasías lanzándose en mi mente retorcida.
Había pasado mucho tiempo desde mi último orgasmo. Yo misma me había guardado para Q, ahora no quería que me visitara de nuevo.
El remordimiento y la culpa me chuparon dentro de un pozo. ¿Cómo podía creer que Q podría ser el único para mí? Él no hacía que mi alma cantara. La hacía llorar, y gritar, y destruirse en pedazos.
“Te odio.”
“No, no lo haces. Sólo que no quieres verlo.”
“¿Ver qué?” Le espeté.
Agarrando mi muñeca tatuada, me tiró contra él. Su cuerpo estaba lleno de calor infernal. “Tu eres mía. Puedo hacer lo que quiera contigo. Puedo vestirte. Follarte. Enviarte lejos. Prestarte a otros. Me perteneces. Y por fin te has dado cuenta de que no es romántico, ni es sexy, o divertido. Es algo que nadie debería querer o desear. Eres una prisionera.”
Me sacudió, el dolor de cabeza grabado en sus ojos con dolor. “Mi papel como tu maestro es corromperte hasta el punto de no tener sentimientos, ninguna emoción, ni esperanzas o sueños. Si te digo que folles a otro hombre, tú preguntas por cuánto tiempo. Si te digo que uses algo, tú no me cortas con un maldito desafío. Tu lo usas, y aprecias lo que te doy. Eres mía, esclave. Y no es un puto felices para siempre.”
Me soltó, empujándome hasta que tropecé. “¿Cómo se siente enfrentarse a la verdad?”
No podía respirar. Enfrentar la verdad me aterraba más que nada. En ese momento, me creí todo lo que Q me había dicho. Él podría ultrajarme hasta el punto de estar vacía. Tratándome felizmente como un zapato o una maleta.
Yo no era nada.
Q avanzó, haciendo una mueca de dolor. “De rodillas, esclave.” Presiono una mano fuerte en mi hombro.
Yo estaba demasiada aturdida para patear o correr. Tantas emociones en un corto periodo de tiempo. ¿Qué demonios había pasado? Antes, quería oírle llamarme Tess, al siguiente, quería que estuviera muerto. No podía mantener el ritmo.
Q me obligó a ponerme de rodillas. “Desabróchame los pantalones.”
Creía que nunca iba a encontrar entumecimiento de nuevo, pero mientras titubeaba con el cinturón de Q, la nube de indiferencia me arrastró. Mi corazón se aceleró cuando abrí la cremallera, tirando de su dura polla, pero mi mente se quedó en blanco.
Q se balanceó sobre sus pies, empuñando mi cabello para mantener el equilibrio. “Chúpame. Haz que mi dolor de cabeza desaparezca por otros medios.”
Miré hacia arriba, rodeando los dedos alrededor de su caliente circunferencia. Un pensamiento no interesante brilló en la inexpresividad. O era muy valiente, gritándome y esperando que yo le chupara y no lo mordiera, o simplemente era increíblemente estúpido. No me importaba, de todas formas, obedecí.
Bombeé una vez, arrastrando las rodillas hacia adelante para traer su punta a mis labios. Q exhaló pesadamente, empujando las caderas hacia delante.
Lamí su hendidura, degustando su salinidad. El sentido trató de dispararme de nuevo a la realidad. Podía mantenerlo contenido mientras chupaba. Yo podría morderlo y causar un dolor inmensurable. Podía hacer un trueque por mi libertad.
Abriendo ampliamente la boca lo metí profundamente hasta mi garganta.
Él gimió, tirando de mi cabello mientras apretaba su culo. Yo podría morderlo, pero no quería. Incluso ahora, mi cuerpo me traicionaba. Yo temblaba con lujuria, tiñendo una vacante de deseo.
Me retiré, empuñándolo, lamiendo.
“¡Oh, merde!”
Me congelé; Q se echó hacia atrás, sosteniendo su húmeda polla.
Suzette se quedó parada detrás, con la boca abierta.
“Lo siento! Yo eh...” Girando alrededor, murmuró, “No era mi intención interrumpir.”
Me sacudí sobre mis talones, manteniendo mi cabeza hacia abajo. Q estaba lívido, metiéndose dentro de sus pantalones. Hizo una mueca cuando la cremallera llegó excesivamente cerca de la piel sensible. “C’est quoi ce bordel?” ¿Qué carajo?
Ella se recuperó, mirando al techo, con los dedos revoloteando a los costados.
“Lo siento, pero hay algunos hombres que quieren verte, maître.”
Q respiró con fuerza, alisando su cabello y traje, mirándome tan intensamente que se sentía como otra bofetada. Mi mejilla escocía en respuesta. “Échalos. No estoy dispuesto a aceptar huéspedes tan tarde.”
Suzette miró sobre su hombro, el alivio en su rostro. Girando en todos los sentidos, ella me miró con su alma desnuda.
Los latidos del corazón galopaban fuera de control. Los instintos gritando dentro y quería bloquear mis oídos. Las amenazantes palmeras parecían unas pulgadas más cerca, ramificándose con fatalidad.
“No se van a ir, Q. Tienen una orden.”
Se dio la vuelta para mirarla. “¿Una orden?”
Golpeé una mano sobre mi boca. Mi mundo explosionó. La policía. Brax. Él escucho mi mensaje. ¡Estaba vivo! ¡Brax estaba vivo y había enviado a alguien para rescatarme!
Mi corazón se resistió; No podía pensar. No podía respirar. No podía hacer otra cosa que arrodillarme.
La desesperanza me apretó cuando Q se volvió hacia mí lentamente. Me marchite. Las consecuencias de haber huido, una vez más me arruinaban la vida.
La policía había ido por Q. Arruiné su vida, así como él arruinó la mía.
Eso no es cierto, y lo sabes. Él te devolvió tu vida. Él te presentó una nueva vida. Una vida mejor. Obligué a mi cerebro a estar tranquilo, arriesgando un vistazo a Suzette.
Sus ojos se llenaron de decepción y tristeza abrumadora. Me doblé más cerca del piso, odiando traicionarla.
Ella rompió el contacto visual, mirando a Q.
“La policía cree que has secuestrado a una chica llamada Tess Snow,” susurró Suzette, con la voz quebrada.
Ella dio dos pasos airados hacia mí, pero Q levantó su brazo, interponiéndose. “¿Cómo pudiste? Tú, tú...” Se interrumpió, torciendo la boca con pena. “Todos confiamos en ti.”
Mi vida estaba destrozada por cuarta y última vez.
Q se quedó inmóvil, todo rastro de dolor y emoción se había ido. “¿Ese es tu nombre? ¿Tess?”
Mi cuerpo se fisuró con anhelo. Él dijo mi nombre. Finalmente, después de casi dos meses de esclave.
Salió de su lengua con un hermoso toque francés; quería su lengua en mi. Quería olvidarlo todo, fingir que nunca habría dicho ese tipo de horribles cosas o que yo llevara su vida y su negocio a la ruina. Quería darle mi corazón y olvidar.
“Tess...” susurró Q, antes de mostrar los dientes. Las sombras lo escondieron y el aspecto de la traición me golpeó más que cualquier látigo. “Llamaste a la policía” Sus hombros se hundieron, y el dolor que escondía me agobió nuevamente.
Suzette se apoyó en él; él le dio la bienvenida, acercándola hacia sí mismo.
Mi cuerpo se rebeló mientras los celos brillaban fuertemente. ¿Cómo se atrevía a encontrar consuelo en su criada? Yo era su esclava.
Quería que encontrara consuelo conmigo, incluso aunque yo fuera la cruz de su ruina.
Él asintió con la cabeza. “Que así sea.”
[1] “Propiedades Gorrión”. Hace referencia al tema de los gorriones recurrente durante el libro y tiene que ver con la personalidad de Q.
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