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jueves, 5 de noviembre de 2020

QUINTESSENTIALLY - CAPÍTULO 10




Átame, pruebame, deja que tu placer me complazca. Lastímame, amame, pero por favor no nunca me dejes…

Mi empleo comenzó inmediatamente.

Atrapada en un mundo de drogas y niebla insípida, el hombre de blanco me sacó de la cama y miró al hombre de la chaqueta de cuero.

Grité cuando choqué con su piel crujiente y apestosa. Me encogí cuando el sonrió, sosteniéndome muy apretada contra él. — Hola de nuevo, puta. Es momento de divertirse. — Me dio la vuelta, atrapando mis muñecas.

Sus dedos sucios estaban alrededor de mi piel, echándome el brazo hacia atrás hasta que mi hombro bramó. Incluso el estupor de la niebla no me podía salvar del dolor de una extremidad dislocada.

— Qué dem… — murmuró.

— Déjala ir, Ignacio. Necesito que ella sea capaz de utilizar sus brazos. —

— Pero mira lo que hizo la pequeña perra. Esclava estúpida. — Pasó un dedo por encima de mi código de barras modificado, sin duda viendo el gorrión y el número cincuenta y ocho. Se rió y me sacudió, respirando con fuerza contra mi oído. — Puta idiota. Te enamoraste del bastardo que te compró. — Su carcajada se convirtió en una risa, sacudiendo nuestras formas. — Esto es demasiado bueno. He oído hablar de esclavas que le cogían cariño a sus amos, pero tú has llegado a otro nivel. —

Me agarró de la barbilla, clavando sus dedos en el hueco de mis mejillas. — Estabas allí como una jodida reina en esa bañera, pensando que habías aterrizado en tus pequeños pies. Bueno, ya la has vivido princesa, porque ahora te toca la vida de servitud.—

Su cabeza estaba inclinada hacia un lado y me besó en la mejilla con los labios secos. — Ahora bien, si te has enamorado de un bastardo, te puedes enamorar de otro. Tal vez quieras follar conmigo antes de que termine la semana, ¿eh? —

Me estremecí mientras me acariciaba el cabello, luego suspiré de alivio cuando el hombre de blanco me apartó del hombre de la chaqueta de cuero. — Vas a tener un montón de tiempo para follar a la pobre criatura. Pero primero quiero ver lo fuerte que es. —

Me tendió la mano como si me pidiera una cita; sus ojos azules brillaron cuando mire boquiabierta hacía su palma. No podía recordar lo que debía hacer. No podía recordar nada. La alquimia de los productos químicos en mi torrente sanguíneo me robaba lentamente todo lo que sabía.

— Ven, pequeña. No hay tiempo como el presente para comenzar tu iniciación. —

Traté de dar un paso atrás hacia la tarima. Le ordené a mis extremidades que se movieran, que funcionaran, pero nada me obedecía. Me quedé de pie balanceándome hasta que el hombre de blanco me agarró del codo y me guio hasta la sala.

Su ropa perfectamente planchada iba en contraste contra la mugre siniestra que veía por el pasillo con humedad por el que estábamos pasando. Quería gritar y darle un puñetazo en los ojos, pero lo único que podía hacer era seguirlo. La niebla encarcelaba mi mente, atrapándome en una especie de cautiverio, obedeciendo sin coacción, donde ni siquiera necesitaba cadenas para mantenerme aprisionada.

Habían tomado mi voluntad, y pronto, tomarían mi mente.

El hombre de blanco habló con el hombre de la chaqueta de cuero mientras nos deteniamos ante una puerta y me empujaban dentro. — No vayas demasiado lejos, Ignacio. Recuerda... poco es la clave. Se han vuelto más flexibles de esa forma. —

Tropecé como un zombi con muerte cerebral gritando en silencio para que mi cuerpo hiciera cualquier otra cosa que titubear. Todo era tan pesado y espeso y no podía responder.

Por favor. ¡Esta es tu última oportunidad! ¡Obedece!

Me las arreglé para contraerme lo suficiente hacia atrás, arrastrando los pies hacia la salida.

Pero todo lo que conseguí fue una mano entre los omóplatos y fui empujada hacia delante.

Parpadeé, mirando a mi alrededor. Las paredes de cemento, el suelo de cemento con humedad que subía por las esquinas y charcos descansando en las grietas. Tres sillas blancas, unas frente a las otras en un círculo.

El hombre de blanco me guio por los hombros para sentarme en una de las sillas. Crujió bajo mi peso y mi cabeza se dejó caer en mi barbilla. Estoy tan cansada. Tan confundida.

Estoy hambrienta. Estoy cansada. Estoy congelada. Yo sólo quiero ir a casa.¿Dónde estoy?

Me acarició la mejilla, diciendo, — Que te diviertas, pequeña. Feliz iniciación. —

Quería arrojarme por la puerta; mi corazón sangró cuando golpeó las manos aplaudiendo y miró detrás de mí. —Excelente. Las otras están aquí. Ya no estarás sola, pequeña. Te veo luego. —

Se deslizó por la puerta y la cerradura crujió en el lugar detrás donde dos chicas entrababan, seguidas del hombre de la cicatriz. Me dio una sonrisa sarcástica mientras sacudía a las chicas hacia delante y las empujaba en las sillas.

No podía comprender lo que veía.

Las dos chicas estaban desnudas. Ambas se estremecían y temblaban como si un terremoto hubiera reemplazado sus corazones. Sus ojos estaban llenos de horror y terror, pero era su cabello el que me aterrorizaba.

 

Rubio. Ambas. El mismo color miel que tenía yo.

Oh, dios.

Me revolví en la silla para ponerme de pie, pero los productos químicos bloqueaban la señal de mi cerebro y caí al suelo en su lugar. Mi mejilla estaba presionada contra el cemento viscoso y gemía mientras un destello de dolor se extendía a través de mí.

El hombre de la chaqueta de cuero se rio y vino a mi rescate. Cogiendo un trozo de mi cabello, me levantó y me tiró sobre la silla. — Puta torpe. —

Mis ojos escocían con agonía del agarre, pero me tragué la pesadez de las lágrimas. Tenía suficiente niebla sin añadir más lamentos a la mezcla.

Las chicas se sorbieron la nariz, tratando de permanecer en silencio, incluso mientras las lágrimas seguían cayendo sobre sus sucios rostros. Me negué a mirarlas. Odiaba ver las sombras de moretones en sus brazos y costillas. ¿Por qué estaban aquí?

Ellas están aquí para el almuerzo. Vamos a almorzar, luego nos vamos a echar una siesta y a soñar con cosas caprichosas.

Negué con la cabeza, alejando la drogadicta ensoñación.

El hombre de la chaqueta de cuero me dio una sonrisa sádica, doblándose para lamerme. Una vez más, arrastró su lengua por mi mejilla y mi cabello. — Tratando de descubrirlo, ¿no? No serás capaz de hacerlo. No con la mezcla en tu sangre. Vas a hacer lo que yo diga, cuando lo diga. ¿Entendido? —

Un pequeño flash de mi yo normal me arrancó desde el charco sucio que ahora era mi alma. Me esforcé a través de la debilidad, susurrando, — Eres un cabrón de mierda y te cortaré las pelotas antes de que mueras. —

Él se rió y chasqueó los dedos. — ¿Eso es un hecho?—

Un guardia que no conocía apareció a mi lado. Parecía un saco de patatas. Barriga grande, ropa abultada y una cara que solamente un ogro podría amar. Sonrió, retorciéndose los dedos en mi cara. — Hola. —

Debo ser agradable. Ser cortés. ¿Cuántas veces me habían dicho mis padres que sólo podían amar a una niña tranquila y educada?

— Hola, — repetí, deseando que mi cabeza no fuera tan pesada para que pudiera mantener contacto visual más tiempo.

El hombre de la chaqueta de cuero se adelantó, dirigiéndose detrás de las dos chicas y delante de mí. Apoyó una mano sobre sus hombros y gimió.

No. No las toques. Negué con la cabeza. ¿Por qué no las puede tocar?

— Ryan esta aquí para asegúrarse de que obedeces. — Apretando los dientes, sacudió las cabezas de las chicas cogiéndolas del cabello. — Él es la consecuencia por no escuchar. ¿Lo entiendes, puta? —

¿Debería asentir? No lo sé. No entiendo. Las drogas me atrapaban cada mes más entre su teleraña mientras más tiempo permanecá sentada aquí.

El hombre de la chaqueta de cuero empujó a una de las chicas hacia el suelo, levantando una ceja en mi dirección. — Recógela. Vamos. —

La voluntad de salvar a otra persona brillaba a través de la niebla y me caí de la silla arrastrándome hacia ella. La chica gimió cuando le toqué la muñeca y nuestros ojos se conectaron en un breve momento de lucidez. En su mirada verde vi todos mis sueños y esperanzas arrugadas y convertidas en polvo. Todas moriríamos aquí. Era sólo una cuestión de lo mucho que tendríamos que soportar antes de ser libres.

Gruñendo, traté de ayudarla a levantarse. Pero no era lo suficientemente fuerte.

Alguien me golpeó lejos de ella y me estrellé contra una silla. Ryan el ogro cogió a la rubia como si fuera un calcetín sucio y la arrojó al asiento.

Me puse en posición vertical, con la silla como soporte. Las drogas se arremolinaban. Estoy caliente. Estoy congelada. Una tos me paralizó y pasó un tiempo antes de que pudiera volver a respirar.

No podía entender lo que acababa de suceder.

El hombre de la chaqueta de cuero dijo, — Si no puedes hacer las cosas bien la primera vez, Ryan lo hará mejor que tú. — Él se acercó más, mirándome de reojo. — Él se asegurará de hacerlo diez veces mejor que tú. ¿Lo entiendes, puta? —

Gané suficiente control motor para cabecear. Sólo para tirarlo lejos de mi burbuja personal. — Muy bien, entonces, vamos a hacer que comience la fiesta. — Él asintió a Ryan. — Adelante.—

Todo explotó.

Las chicas gritaron mientras Ryan se lanzó hacia ellas. Arrastrándolas hacia el muro de hormigón, cubrió a una con su antebrazo mientras tenía a la otra estaba inmóvil a cause del hombre de la chaqueta de cuero.

Por primera vez, me di cuenta de que esposas de hierro colgaban de las cadenas de la pared. Oxidadas y antiguas, que parecía que pertenecían a una cámara de tortura medieval. El hombre de la chaqueta de cuero trabajó rápido y antes de que pudiera moverme, los brazos de la chica se extendían anchos y sus tobillos estaban atrapados.

Ella me miró y mi corazón murió por ella. ¡Qué demonios estaba pasando!

En cuanto la primera chica estuvo asegurada, el hombre de la chaqueta de cuero procedió a encadenar a otra. Él la golpeó cuando ella trató de apartarse. Ella gritó y le pegó, causando más abuso de lluvia sobre su piel.

Encontré mi voz en la niebla y grité, — ¡Para! —

Pero el hombre de la chaqueta de cuero sólo se rio. — Nosotros somos los que dan las ordenes. Sólo tienes que esperar tu turno.—

En cuanto las chicas estuvieron encadenadas a la pared, con los cuerpos apretados contra el hormigón helado, ambos hombres vinieron hacia mí, aplastándome entre ellos.

Las chicas me rogaban para que las ayudara. Quería hacerlo. Lo haría. ¿Pero cómo? Apenas podía funcionar, por no hablar de salvarnos.

 

Una chica chilló, — Por favor. No hagas esto. Déjanos ir. ¿Qué hemos hecho? ¡Sólo queremos irnos a casa! —

Mi propia desgracia desde la primera vez que había estado cautiva con el hombre de la chaqueta de cuero volvió a atormentarme. Nunca había rogado. Había luchado y caido en más dolor.

¿Por qué había luchado de nuevo? Porque esto no esta bien. ¡Nada de esto esta bien!

Estoy hambrienta. Estoy cansada. Estoy congelada. Sólo quiero irme a casa. ¿Dónde estoy?

El hombre de la chaqueta de cuero les rugió en español y empecé a temblar, incapaz de mirar, pero tampoco podía apartar la mirada. Quería grabarlas en mi memoria. Su supervivencia estaba sobre mis hombros. Me gustaría conseguir liberarlas.

El hombre de la chaqueta de cuero puso un brazo alrededor de mi cuello, poniendo la horrible lengua en mi oído. — ¿Estás lista para el primer día de entrenamiento, perra? —

Me retorcí, pero era demasiado tarde. Una aguja desapareció en mi brazo y otra ola caliente me consumió en el olvido y me sumí en lo más profundo. Fui cayendo abajo y abajo, girando más y más pesada hasta que existía en el fondo de un océano lleno de basura.

Sonidos gorjeaban. Los olores se retorcían. Mi visión se lanzaba de un lugar a otro, sin parar en alguna cosa, siempre en movimiento, por lo que enfermé a causa del vértigo. Pero era mi cerebro el que más me preocupaba. Mi inteligencia aguda y conciencia feroz ya no existían. Se había ido sofocando en nubes pequeñas, flotando inútilmente en mi cráneo.

El hombre de la chaqueta de cuero me empujó hacia delante y me tambaleé. — Golpéalas. —

Golpéalas. Golpéalas. Por supuesto, ¿por qué no lo había pensado? Golpearlas tenía sentido.

No, espera.

No lo tenía. ¿Qué? ¿Por qué iba a golpear a agluien? No quería infligir dolor.

¡No!

Tragué saliva espesa, lamiéndome los labios de gran tamaño.

—¿Por… por qué? —

Él frunció el ceño, rebotando en mi loca visión. — ¿Acabas de preguntas por qué, puta? — Él negó con la cabeza, mirando a Ryan. — Regla número uno. Nunca hagas preguntas. Ryan. Por favor muéstrale a esa perra lo que esperaba de ella. —

— Claro que sí, jefe. —

Vi a cámara lenta como un puñetazo de Ryan aterrizaba en el intestino de una chica. Ella se doblo hacía adelante, haciendo que se lastimara por las esposas. Ella gritó, llorando incontrolablemente.

¿Por qué hizo eso?

Porque ella ha sido traviesa. Un niño necesita disciplina. Sí. Un niño necesita disciplina. Yo debería saberlo. Hbaía sufrí suficientes bofetadas mientras crecía.

No. Esto es diferente. No lo olvides. Nunca olvides que esto está mal. Tan mal.

El hombre de la chaqueta de cuero me tiró hacia delante.

— Vamos a intentarlo de nuevo. Golpealas. —

— ¿Golpearlas? — Repetí. Mi voz sonaba muy, muy lejana, como si viviera en un túnel oscuro donde no existía la luz.

— Golpéalas o yo lo haré. — ordenó.

Me encogí de hombros. ¿Acaso me importaba? ¿Por qué me importaba?

¡Porque él va a matarlas! Por lo menos si tu lo haces, podrás ser tan suave como sea posible. Hazlo. Protégelas golpéandolas.

El pequeño núcleo de quien era yo se lamentaba por la injusticia. ¿Cómo podría parar esto?

El hombre de la chaqueta de cuero le dijo algo en español a Ryan el ogro. Parpadeé y me moví en el lugar.

— Es mi turno. — Ryan se movió a gran velocidad y la acción no se registró en mi lento cerebro hasta que el porrazo rompehuesos de su puño conectó con la otra rubia. Ella se dobló, vomitando al instante.

¡Mierda! Controlate.

Golpéalas. Golpéalas. ¡Para esto!

Una parte de mí estaba frenética remando contra la corriente de resaca de las drogas, dispersándose un poco para que pudiera ver trozos de la realidad. Oh, dios. Tenía que torturar a esas mujeres. Tenía abusar de las mujeres que se parecían a mí. Tenía que romperlas y hacer lo que me dijeran con el fin de salvarlas de un castigo peor.

Las manos volaron a mi boca, tratando de contener la bilis. Me tambaleé hacia atrás. — Están enfermos. ¡Déjenlas ir! — Mis ojos grandes volaron al hombre de la chaqueta de cuero con horror. — Por favor. Haz lo que quieras conmigo, ¡pero déjalas en paz! —

El hombre de la chaqueta de cuero sacudió la cabeza. — Maldita sea, eres fuerte. Ya deberías haber cedido ante la droga. — Se pasó las manos por el cabello grasiento, pensamientos corriendo en sus ojos. — Ryan. Dame el palo. —

Ryan le dio el bastón. Del mismo tipo que los policías utilizaban en los chicos malos y hombres como el hombre de la chaqueta de cuero. — Toma esto, puta. — Él me lo ofreció.

Gruñí como un gato salvaje, retrocediendo hacia la puerta. Probé la perillas, a sabiendas de que no se giraría.

Él no trató de detenerme, sólo me miró con la cabeza ladeada y una sonrisa torcida. — No voy a pedirlo otra vez, perra. Tómalo esto. — Agitó el palo en mi dirección y negué con la cabeza, sucumbiendo a las drogas de nuevo.

¿Por qué no quiero coger el palo?

No hay razón. Deja de pelear. Es un desperdicio de energía. Estás en lo correcto. Estoy hambrienta. Estoy congelada. Quiero irme a casa. ¿Dónde estoy?

Mi mente se volvió traidora, dejándome en la oscuridad por completo. Q había puesto mi cuerpo en mi contra, pero estos cabrones estaban haciéndolo con mi mente.

El hombre de la chaqueta de cuero asintió. — Hazlo a tu manera.— Le pasó el bastón al ogro. Él no dijo nada. El hombre lo aceptó y en una huelga feroz rompió la pierna de una chica rubia.

Su grito resonó en mis oídos y supe que nunca lo olvidaría. Nunca borraría el dolor y el horror de su voz.  Viviría el resto de mis días escuchando su grito. Podría haberlo evitado. ¡Podría haberlo detenido!

— ¡Para! — Lloré, las lágrimas caían por mis mejillas. — Para. Yo lo haré. Yo lo haré. Yo lo haré… — No podía dejar de repetir y repetir. El pensamiento corria alrededor y alrededor de mi cabeza. — ¡ Yo lo haré! —

El hombre de la chaqueta de cuero sonrió, viniendo hacia mí para meterme bajo de su brazo. — Bueno, perra. Ahora que ya lo hemos superado. Vamos a divertirnos un poco, ¿de acuerdo? —

La niebla me tragó más profundamente y esta vez no me resistí. Permití que las nubes me ahogaran. Dejé que la inexpresividad y la extraña suavidad calmante saqueara mi mente y evité decirme a mí misma lo que estaba a punto de hacer.

Agonizante centímetro a centímetro, dejé que el hombre de la chaqueta de cuero me guiara para estar delante de las dos mujeres sollozantes. Me acarició la cabeza, murmurando.

— Buena chica. Ahora, haz lo que te digo. —

Bajé la cabeza. Un brutal dolor de cabeza se había formado y daba la bienvenida al dolor.

Me merecía el dolor.

El dolor era terrible.

El dolor era horrible.

Siempre huiría de cualquier forma del dolor de ahora en adelante.

Oh, dios. Siempre huiría del dolor. Mi futuro con Q había desaparecido. Había desaparecido toda esperanza de encontrar la felicidad con él.

Las drogas me tragaron más profundamente. Tú nunca lo volverás a ver, así que no hay nada que lamentar. Iba a morir aquí. Y me pudriré en el infierno por lo que ellos me hacían hacer.

— Golpea a la rubia de la derecha. Sin titubear o Ryan tendrá su turno. —

No me moví; me quedé mirando a las dos mujeres. Nos quedamos atrapadas en nuestro propio pequeño capullo rubio.

Su color de cabello era simbólico. Al golpearlas, me golpeaba a mi misma. De buen grado ayudaba al hombre de la chaqueta de cuero a romperme. Y la realización no hizo más que enviarme a una espiral más profunda de locura.

Estoy congelada. Estoy hambrienta. Quiero irme a casa. ¿Dónde estoy?

Un enorme barril de tos surgió de mi garganta mientras me quedaba temblando de pies a cabeza. El hombre de la chaqueta de cuero me empujó la espalda y tropecé con la rubia de la izquierda. Caí contra ella y dimos un respingo. Tenía un piercing en el ombligo en forma de estrella y le colgaban diamantes. Sus ojos eran verdes, sus pechos suaves contra mi cuerpo.

Cayeron más lágrimas de mis ojos mientras me rendía ante todo. — Lo siento mucho. — Mis palabras estaban mal articuladas y eran gruesas.

El hombre de la chaqueta de cuero murmuró, — Odio romper esta fiesta de lesbianas, pero tienes cinco segundos, puta. —

Cinco segundos para golpear a esta mujer con el fin de salvarla de más dolor. Cinco segundos para concederle mi destrucción, la ruina de las dos.

Matala y acabar de una vez. Si ella te representa, mátate a ti misma. Es el único modo de ser libre.

La golpeé y le di una bofetada. Sus ojos estaban vidriosos y derramando lágrimas, pero se mordió el labio, y en un momento interminable y desgarrador, asintió. Asintió, aceptando lo que sucedería. Lo que haría con ella.

La otra rubia sollozó en voz baja, sus pechos pequeños subían y bajaban con respiraciones de pánico.

No importaba cuántas drogas me diera el hombre de la chaqueta de cuero, que nunca haría esto de buena gana. Nunca golpearía a otra o tomaría una vida.

El no me había dado otra opción. Si fuera más débil me habría dado por vencida y dejaría que Ryan tomara mi lugar. Su sangre estaría en sus manos, no en las mías. Pero no podía hacer eso. Sus vidas eran las mías y tenía que protegerlas.

El hombre de la chaqueta de cuero tiró de mis hombros, moviéndome hasta la rubia de pechos pequeños. No tenía un piercing en el ombligo, pero tenía un tatuaje pequeño de un colibrí en su cadera.

Un pájaro.

Estaba a punto de aplastar a un pájaro que Q haría todo lo posible por proteger. Estaba a punto de llegar a ser exactamente lo contrario del hombre que me amaba.

El hombre de la chaqueta de cuero me susurró al oído — Dale un puño. Estoy seguro de que hay más vómito en sus entrañas.—

Estuve de pie durante una eternidad, tratando de liberarme a mí misma y alejarme de la niebla de las drogas. Tiene que haber una forma de salir de esto. ¡Piensa!

Tengo frío... Tengo hambre...

El hombre de la chaqueta gruñó, — Cinco... cuatro... tres... dos…—

Las drogas me enturbiaban y le pegué un puñetazo a la chica en el estómago. A pesar de que los fármacos amortiguaban lo horrible de lo que estaba haciendo, me estaba destrozando por dentro.

Un torbellino de gorriones llenó mi cabeza y sus diminutas garras agarraron mi última cordura restante y me llevaron lejos, muy lejos. Al cielo, al infierno o al limbo, no me importaba. Todo lo que sabía era que nunca estaría entera de nuevo. Mi mente se había protegido durante el vuelo libre, alzándome de nuevo con Q, dejando que yo muriera.

 

Mis músculos se cerraron y no fue la chica que vomitó, fui yo. Vomité el almuerzo de pollo asado en los zapatos del hombre de la chaqueta de cuero y me desplomé en el desastre caliente.

Finalmente lo habían hecho. Habían encontrado mi debilidad.

Podían hacer lo que quisieran conmigo. Torturarme. Violarme. Y siempre tendría fuego interior y fuerza para seguir adelante. ¿Pero obligarme a hacerle daño y torturar alguien más? Esa era la receta para perder mi cordura.

La receta que realmente me rompería por siempre.


*****


Gemí, encogiéndome con un calambre en la espalda. Traté de moverme, pero me dolía cada parte de mi cuerpo.

Mis nudillos estaban rayados y magullados. Mis dientes me dolían al apretarlos. Mi cabeza me dolía como nunca y mi costado gritaba por la patada del hombre de la chaqueta de cuero me habñia dado por no obedecer.

Te estás convirtiendo en uno de ellos. Haces daño a los demás. Te estás convirtiendo en un demonio.

¡Lo hice para protegerlas! Les hice menos daño del que les hubiera hecho el ogro.

Sin excusas. Te estás rompiendo. Ellos están ganando.

Necesitas correr. Correr. Correr. Correr. Correr.

Me agarré la cabeza, tratando de detener el torbellino de palabras que me hacían enfermar. No me podía mover, y mucho menos salir corriendo. Eso era imposible.

Las horas pasaban y no podía dormir. Mi cerebro nunca me concedía paz, haciendo eco constantemente con maldiciones y culpa, diciéndome que tenía que correr aún cuando mi cuerpo no me obedecía. El grito de las chicas aún vivía en mis oídos, siempre sonando.

Cada vez que cerraba los ojos, aparecía Q.

— ¿Cómo pudiste, Tess? Te convertiste en uno de ellos. Pensé que eras mejor que eso. Pensé que eras pura. — Él bajó la cabeza, con los ojos brillando con remordimiento. — No hay nada que me guste de ti. Eres una traidora. Un monstruo. Voy a tener que matarte. —

Corrí hacia él, pero algo me detuvo. Algún muro de aire o prisión invisible. — ¡No! No soy así. No quería hacerlo. ¡Lo hice para salvarlas! —

Él se reía, lanzando una mirada de tal odio que me encogí al suelo de vergüenza. — Eres débil, Tess. Tan débil. Te subestimé. Vi a alguien feroz. Ahora todo lo que veo es a una chica en ruinas.—

— ¡Entonces, sálvame! Por favor. Necesito tu ayuda .— No podía dejar de llorar.

Q negó con la cabeza. Su poderoso cuerpo envuelto en un traje negro parecía en condiciones de asistir a un funeral. Mi funeral. Él me estaba diciendo adiós.

—¡Q!—

Se negó a hacer contacto visual. Dándome la espalda, caminó lentamente en la niebla arremolinada. — Adiós, Tess. —

Q me odiaba. Yo me odiaba. Me quería morir


*****

Pasó más tiempo.

La puerta de mi celda se abrió y la misma mujer que me había tatuado entró. Ella se movía con valentía, relajada y feliz. Ella sonreía con una jeringa sin tapar. — ¿Lista para otra dosis, cariño ? —

Me arrastré para sentarme verticalmente, maldiciendo mi cabeza pesada. — No... po... por favor, no más. — Mis palabras mal articuladas, tropezando y arrastrándose una sobre la otra.

Ella se sentó en el borde de la cama, tratando de alcanzar mi brazo.

Me sacudi, logrando evitar su agarre. — No. Dije que no quiero ma... más. —

Su sonrisa se deslizó sobre su rostro, sustituyéndola por la negra ira. — ¡Mateo! —

La puerta se abrió y entró el hombre de la cicatriz que llevaba un bate de béisbol. — No hagas que utilice esto. — Golpeó el bate en la mano, amenazándome. —Sé una buena empleada y deja que Sofía te de tu medicina, ¿de acuerdo? —

Su voz era tan suave en comparación con el hombre de la chaqueta de cuero. Siempre dando la impresión de civilidad, a la vez que era el peor de todos. Era un verdadero psicópata.

Mi garganta se cerró y me retorcí los dedos que no me respondían en mi regazo. — Por favor. Dinero. Joyas. Te lo daré... —

¿De qué estaba hablando yo? Estaba hambrienta. Pide algo de comida. Estoy congelada. Tal vez si tomaba la medicina me darían una manta.

Oh, me encantaba la idea. Una manta. Parecía que había pasado una eternidad desde que había estado caliente.

Tosí con fuerza, jadeando cuando mis pulmones luchaban por respirar.

Alguien me empujó hacia atrás hasta que me acosté y unos dedos suaves me tomaron el brazo, extendiéndolo. Un golpe suave en el hueco de mi brazo aceleró mi corazón. — ¡No! ¡Espera! —

Demasiado tarde.

La aguja perforó mi piel y la mujer presionó el émbolo. Al instante caliente, frío, hormigueo, ardor líquido entró en mi cuerpo y comenzó el viaje para envenenarme.

Con el compuesto de lo que fuera que me daban, no tenía ninguna posibilidad.

Mis ojos ya no trabajaban y flotaban en la oscuridad. La cabeza me pesaba como una bola de veinte toneladas.

Suspiré, escuchando el pesado glú­glú de los latidos de mi corazón. No había ningún otro ruido aparte de mi respiración superficial. La mujer y el hombre de la cicatriz se habían ido.

¿Cuánto tiempo hacía? No lo sabía.

¡Ahora es tu tiempo para correr! Levántate. ¡Hazlo! ¡Libertad!

No supe cómo me moví, pero un minuto me encorvaba en el camastro y al siguiente estaba acostada en el suelo.

Y ahí es donde me quedé durante horas. Pasé dios sabe cuánto tiempo en un circo horrible de alucinaciones monstruosas mientras me quedaba temblando en el suelo de cemento congelado.

Mis padres, que nunca me habían querido, hicieron acto de presencia.

— Mírate. — Mi madre puso su cabello a mi nivel, bajo su olor de polvo facial. — Siempre supimos que había algo mal contigo. ¿Pero ahora? Te repudiamos. ¿Tomando drogas, golpeando a las mujeres y disfrutando del sexo salvaje? Mira hasta dónde has caído, niña. Sólo el infierno es lo suficientemente bueno para ti. —

No me molesté en tomar represalias o que me importara.

Mi padre vestido con su traje de tweed me miró como si fuera una mierda en su zapato. — No estoy de acuerdo con tu madre. Golpea la mierda fuera de esas chicas. Eres una asesina. Abraza eso. Tú no eres uno de nosotros. Eres uno de ellos. —

La frialdad en mis huesos se sustituyó por un calor enfermizo. La habitación se transformo de concreto gris a brillante rojo, flotando con sangre.

Litros y litros de desprecio, de sangre de mis victimas manchaban mis manos.

¡No! No era mi intención hacerlo. No quería hacerlo. Perdoname. Por favor, perdóname.

El tiempo continuó sin mí mientras moría lentamente en el cemento y me convertía en una burbuja gelatinosa.


*****


El hombre de la chaqueta de cuero vino por mí un día. Había estado por mi cuenta durante tanto tiempo, mi mente anhelaba el contacto humano. Cualquier contacto humano.

Mi corazón saltó realmente cuando él vino a por mí.

— Es el momento de tu próxima sesión de entrenamiento, puta.— Me movío con el pie.

— Levántate. —

Ya no sabía cómo hablar, moverme o pretender ser humana. Tenía frío y hambre, y quería irme desesperadamente a casa.

Traté de evocar imágenes de Q. Recordar su casa y el cálido abrazo de Suzette. Pero me quedaba con las manos vacías. Todos esos recuerdos felices estaban en blanco.

Las lágrimas trataron de formarse en mis ojos, pero había pasado tanto tiempo desde que había bebido que no podía formar ni una gota.

Alguien me puso sobre mis pies. El hormigón congelado se reemplazó por el aire helado cuando el hombre de la chaqueta de cuero me cogió, sosteniéndome contra su repulsivo cuerpo. Mi cuerpo, tan, tan frío, que me acurruqué hacía él, a pesar de que mi cerebro estaba empañado con la droga y huía en repulsión.

El hombre de la chaqueta de cuero se rió entre dientes. 

— ¿Empiezo a gustarte? ¿Eh, puta? — Me lamió la mejilla, mientras caminábamos hacia la puerta. — Te gustaré aún más a partir de hoy. —

Mi corazón trató de correr, el terror trató de poner en marcha la adrenalina, pero mi lucha había sido robada. Se había ido. Desaparecida.

Un momento estábamos todavía en mi habitación. Al siguiente estábamos de camino por el pasillo.

Entonces estábamos en otra habitación.

Luego, en otro pasillo.

Los bloques del tiempo desaparecían, dejándome con imágenes fotográficas.

¿Cuánto tiempo iba a pasar antes de que perdiera mi mente por completo?

Un momento alguien me tiraba al suelo de la ducha y me rociaba con una manguera. Un segundo más tarde, estaba vestida con un vestido rojo, corto y sensual. Se suponía que debía ajustarse a mis curvas y quedarme sensual, sin embargo, no hacía ninguna de esas cosa, sólo amplificaba lo flaca y enfermiza que me sentía. Pero al menos, la tela estaba limpia. Después de descomponerme dentro de la camisa de Q durante días, esto era el paraíso. La soledad se envolvió alrededor de mi corazón mientras el hombre de la chaqueta de cuero cogió el material de mis manos y tiraba lo único que me quedaba de Q. La última conexión que alguna vez había tenido con el hombre al que pertenecía por completo.

— Dámela. — Me arrastré hacia delante, tratando de llegar al cubo de basura detrás del hombre de la chaqueta de cuero.

Me empujó al suelo, riendo. — No conseguiras nada de lo que quieres. A menos que quieras mi polla. —

Me acurruqué en las baldosas mojadas tratando de mantener mi mente en alguna otra dimensión. Una dimensión donde ya no tenía que temer cada vez que me despertara y sufrir cada vez que me fuera a dormir.

El tiempo parpadeaba y el baño ya no existía.

Algo almidonado era forzado en mi garganta, seguido de algo fresco, deliciosa agua.

De repente, estaba de pie sobre una chica con un garrote en mis manos.

El tiempo parpadeó de nuevo. Me desmayé.

Spray. Caliente, húmedo, spray metálico. Lo echaron sobre mi cara y al instante me atragante.

Oh, dios. ¡No!

Se me cayó el garrote, agarrándome el estómago mientras mis arcadas se convertían en tos. La sangre que había en mis labios entraba en mi boca y me arañaba frenéticamente la lengua.

No podía tener su sangre en la boca. ¡No podía!

Alguien me agarró, elevándome verticalmente. Seguí tosiendo y finalmente me rompí por completo. Las palabras colgaban de mi boca, interrumpidas por enormes ladridos. No tenía ningún sentido. No necesitaba tener sentido. Ellos lo entendían. Sabían que mi crisis marcaba el principio del fin.

Mi mente quería salir. Buscaba al final y el sabor de la sangre de una chica en mi boca era la gota que colmaba el vaso.

La herí. No sabía cómo. No lo recordaba. Pero había hecho algo horrible y ella sufría en mis manos.

¡No puedo vivir con eso! He intentado soltarme, retorcerme, morder, toser, gruñir.

— Joder, que alguien le de algo. La otra dosis no le está sirviendo.—

Giré y me resistí, sólo veía las paredes de compresión y me sentía asfixiada por la terrible tos que secuestraba todo mi cuerpo.

Alguien me agarró las piernas y le pegué una patada.

— ¡Ouch, puta! — Un puño me agarró de la cabeza, pero ya no estaba en mi cuerpo. Estaba en otro mundo donde cada uno de mis deseos era morir.

Una aguja me perforó la carne y me administró el hielo fantasmal que había llegado a conocer tan bien. Difundió su niebla blanca a través de mi sangre, robándome el cuerpo, matando mi mente.

Mi tos se detuvo y me quedé en los brazos de alguien.

— Esto está mejor. Deja de dar patadas. Ella las estará cortando como Picasso de nuevo en media hora. —

La imagen de mí cortando partes del cuerpo y organizándolos en una terrible obra de arte me mantuvo ocupada mientras flotaba y desaparecía.


*****

Cuando volví en si, estaba recostada sobre mi espalda, respirando con dificultad como un fumador de noventa años. Mis costillas chillaban con agonía y mis pulmones se sentían como si alguien los hubiera llenado con espuma de la charca.

Traté de moverme, para asegurarme de que no tenía sangre en la cara, pero mis brazos una vez más no eran los míos.

— Ella está viva. Tráiganla aquí. —

El tiempo se fracturó y de repente había pasado de esta recostada a estar de regreso sobre mis pies, balanceándome con un bastón en la mano.

Un avance rápido a través del tiempo y mis oídos empezaron a trabajar de nuevo; inmediatamente me habría gustado que no lo hubieran hecho.

Quejidos y gemidos llenaban la pequeña mazmorra.

La pequeña rubia con el colibrí tatuado en la cadera yacía a mis pies. Su rostro estaba negro y azul, distorsionado con la hinchazón. Sus ojos estaban mirándome mientras gritaba con absoluto horror.

Cerré las rodillas cuando vi los dientes sangrientos en el hormigón.

— ¡Lo siento! Lo siento mucho. Lo siento. ¡Lo siento! — No podía manejarlo. La vieja pasión en mí se levantó, dando un respiro contra las drogas, sólo para arrojarme contra la enfermedad.

Abrazando el garrote, me sacudí y sacudí. — Para. Hazlo parar. Por favor, dios, haz que pare. Q. Por favor. Lo siento. Te necesito. ¡Q! —

Algo se fisuró en mi interior más profundamente. Mi alma se dobló dentro de mí como una pieza andrajosa de origami, tomando todo lo bueno de mí, dejándome sin nada.

Mis recuerdos, mi felicidad, mi fuerza, y la pasión por Q, todos desaparecieron. Sólo así.

Oh, dios mío. Oh, dios mío.

Está sucediendo. Está pasando. He terminado. Yo, literalmente, había llegado al final de mi vida.

El tiempo se desvaneció y volví en si cuando el hombre de la chaqueta de cuero me empujó otra vez, extendiéndome sobre la parte superior de la rubia del colibrí. Ella no se movía, no hacía ni un sonido.

Se rio. — Estabas haciéndolo tan bien, puta. Siguiendo órdenes como una profesional. — Se puso en cuclillas frente a mí, agarrándome el cabello para mirarme a los ojos. — La has golpeado hasta que te dijimos que pararas. Balanceaste el bate como si estuvieras matando sabandijas. ¿Te acuerdas, puta? ¿Te acuerdas de lo que hiciste? ¿Eh? —

Vomité y me doblé hacia delante. La tos empezó con venganza. Tal vez podría asfixiarme si tosía, ahogarme de cualquier acumulación que existiera en mis pulmones.

Ryan el ogro me arrancó de la rubia colibrí y me arrastró lejos.

Traté de permanecer despierta y no dejar que las drogas me alejaran, pero el tiempo parpadeó y crujió. ¿Por qué estoy luchando? El olvido es mejor que la realidad. Con un suspiro, dejé las drogas que me consumieran.

Corredor.

Habitación.

Otro corredor.

Ryan me arrojó en un espacio diferente a las mazmorras y celdas abominables. Una ventana grande y mugrienta mostraba una magnífica secuencia a la luz del sol, destacando el mal y la oscuridad en la habitación.

Un puño en mis omóplatos me envió directamente al suelo.

Una llamarada de fuego rojo iluminó mi mandíbula y mis ojos se abrieron de golpe. Parpadeé cuando apareció el hombre de la chaqueta de cuero en mi cara. Su piel llena de grasa y cabello fibroso necesitaban desinfección; que apestaba como un contenedor de basura. — ¿Sabes por qué estás atada, puta? —

¿Estoy atada? Miré hacia abajo, notando las ataduras alrededor de las muñecas y miré que tenía las piernas encarceladas apretadas contra la silla. Otro fragmento robado de mi vida.

No le respondí. Ya no tenía la energía para preocuparme. Las drogas me alejaban del mundo exterior, convirtiéndome en introvertida hasta que ya no existiera.

Él susurró, — Vamos a hacer contigo lo que has hecho con las chicas en los últimos días. Pero vamos a mostrarte lo duro que queremos que sea la próxima vez. No hay golpes pequeños y tímidos. Esperamos una paliza... toma nota. —

No podía respirar.

¿Días? ¿He estado haciendo esto durante días?

Ryan murmuró algo en español, alzando el bastón de la mano y golpeándose la palma.

— ¿Lista para ver a un profesional en acción? —

No me dio ninguna preparación; me atacó.

Respiré cuando él me golpeó duramente en el estómago.

Me doblé, casi cayéndome de la silla de plástico. Los grilletes que estaban alrededor de mis muñecas eran lo único que me mantenían en pie.

El dolor resonó como una banda de música en mi estómago, pero le di la bienvenida. Este podría ser el final. Ellos podrían matarme.

Por favor, mátame.

El siguiente golpe fue en mi muslo, escuché un crujido fuerte y estaba segura de que mi pierna estaba rota. Le di la bienvenida al dolor, añadiéndolo a todo el resto. Añadiéndolo hasta que mi corazón se acelerara y bombeara, precipitándome más cerca de perder el conocimiento.

Alguien me golpeó alrededor de la oreja.

Entonces me golpeo el pecho.

Una patada aterrizó en mi tobillo. 

Un puño conectó con mi pómulo.

Me hacían daño más allá del dolor, catapultándome hacia la agonía, pero nunca fueron demasiado lejos. No podían matarme.

Cada castigo dolía más que el anterior y sollozaba libremente. Cada parte de mí lloraba por la libertad.

No puedo seguir con esto. Quiero salir. Quiero morir.

Por último, algo afilado me pinchó la piel, y otra dosis de medicina me envió haciendo volteretas hacia las pesadillas.


***


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