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lunes, 30 de noviembre de 2020

TWICE A WISH - CAPÍTULO 21



Estaba parado a la vista de las diosas y el personal, agarrando a una chica que me había roto.

Ella había sido la primera y la única en descifrarme.

La primera en pintarse a sí misma con una luz que aseguraba que nunca más la volvería a ver como una humana. 

‘Preferiría ser un animal para ti que un ser humano.’

‘Porque te gustan todos los animales.’

‘Y tal vez... podrías aprender a que yo te gustara.’

Cristo.

Tres frases extrañas y simples, pero... una vez más, cambiaban todo.

Ella cambiaba todo.

Ella me cambiaba a mi.

Su voz atravesó las paredes alrededor de mi corazón, rompió las islas y océanos restantes que me mantenían alejado de mi propia especie y no me daba espacio para esconderme más. 

Entonces... había mentido.

La había agarrado firmemente y le había dicho que nunca me agradaría, pero le había dicho la verdad cuando le dije que no tendría más remedio que inclinarme a sus pies.

Me inclinaría allí y en ese entonces.

Mis rodillas habían amenazado con doblarse. Mis labios gruñían para estrellarse contra los de ella. Había usado sus dos nombres: su nombre legal para convencerla de mi rota verdad y su nombre de diosa para recordarle su lugar.

Admitiría que ella significaba algo, mientras la degradaba de mujer a juguete.

Ella no se había movido en mi agarre. Sus labios separados, sus ojos grises como lunas, su rostro enrojecido con un corazón acelerado.

Todo lo que necesitaría era un beso.

Un solo beso.

Justo ahí.

En las orillas de mi intocable mundo.

Y todo terminaría.

La reclamaría. La llevaría de vuelta a mi villa. La probaría. La tocaría. Hablaría con ella.

Confiaría en ella.

Y eso... eso era demasiado, demasiado peligroso.

Solo habían pasado unos segundos entre su petición y mi confesión, pero sentía como si el sol hubiera girado a nuestro alrededor y regresado. Honestamente, no sabía cómo dejarla ir, como separarme de esta chica y dejarla atrás.

Entonces... debería haber estado agradecido por el invitado que lo había hecho por mí.

— Ah, ha vuelto, señor. — El tono acentuado de Arbi se abrió paso a través de la tensa conciencia entre la chica cautiva en mis manos y mi propio corazón ridículamente desobediente. Un hombre estaba de pie junto a él con los pantalones cortos perfectamente planchados y el polo costoso típico de un turista.

Un nuevo huésped.

Mierda.

Tragué y dejé caer mis manos.

Eleanor se tambaleó.

Le di la espalda, metiendo las manos en los bolsillos de mis pantalones. Arbi asintió respetuosamente incluso aunque sus ojos tenían preguntas. Preguntas a las que nunca obtendría respuestas, ya que no era asunto suyo.

Mi mirada saltó sobre el resto de la costa, esperando que ninguna diosa me hubiera espiado, que nadie más hubiera visto mi ruina.

Solo una mujer estaba de pie en pleno crepúsculo.

Jealousy.

En el momento en que mis ojos se engancharon con los suyos, ella se inclinó y se lanzó hacia las sombras. Ella ya sabía que algo andaba mal. ¿Cómo podría no hacerlo después de que prácticamente había salido corriendo y cayendo al suelo desde el baño después de besar a Jinx?

— Señor... este es el señor Roy Slater. — Arbi le hizo un gesto al hombre que bebía una piña colada que le habría preparado uno de mis empleados.

Roy sonrió, revelando dientes blancos y rectos. — Encantado de conocerlo, señor Sinclair. — Extendió su mano, moviendo ansiosamente mi palma cuando le di la bienvenida con cortesía.

Jinx dio un paso adelante, saliendo de mi sombra y yendo directamente a mi lado, con su esbelta y estoica figura en la arena. Una pequeña brisa marina agitó mi camisa alrededor de sus muslos, amenazando con revelar su desnudez ante este nuevo huésped.

No sabía por qué eso me molestaba. Por qué que otro hombre apreciará a las chicas que ofrecía en alquiler me hacía querer mudarme de piel y convertirme en un lobo asesino.

— Bienvenido, señor Slater. — Tragué, haciendo todo lo posible para erradicar el hilo de violencia en mi voz. — Confío en que su viaje no haya sido demasiado largo. —

Slater asintió y tomó un sorbo de su cóctel. — Los vuelos fueron monótonos, pero qué lugar tienes aquí. Completamente compensa el jetlag y la comida de miera del avión. —

Forcé una sonrisa. Normalmente, estaría aquí para la llegada de cada huésped. No se les permitía ni un momento más en mi isla si no eran examinados y aprobados. ¿Cuánto tiempo había estado aquí? ¿Vigilado por Arbi?

Arbi sintió mi pregunta y dijo, — El señor Slater sólo aterrizó quince minutos antes que usted, señor. Le advertí que lo recibiría personalmente. — Arbi sonrió y se inclinó. — Los dejo a ustedes dos caballeros. Discúlpenme mientras me aseguro de que la villa del señor Slater esté lista para él. —

Mantuve mi espalda erguida mientras Arbi se iba y miraba a este nuevo huesped.

Delgado, de estatura media, cabello castaño, cincuenta y tantos, pero obviamente se cuidaba a sí mismo. Su expediente de llegada decía que había sido cirujano dental con su propia consulta hasta que su hijo había asumido el cargo. Luego había usado sus ahorros para comprar cincuenta por ciento de acciones en una nueva empresa que había revolucionado los implantes dentales y los injertos óseos para problemas graves de la mandíbula. Había comprado las acciones en centavos; ahora valían cuarenta dólares cada una. Ese tipo de riqueza instantánea se le había subido a la cabeza y había comenzado a buscar formas de gastarlo en cosas legales y ahora, ilegales.

Slater se movió un poco bajo mi intensa mirada. — ¿Todo bien?— Él rio tímidamente. — ¿Tengo espuma de coco en la barbilla? — Se frotó la cara.

Torcí mis labios en una sonrisa. — Me disculpo. Solo es parte del proceso de llegada. — Entrecerré los ojos, incapaz de decidir si era un pagano bien disimulado o un hombre respetuoso que solo quería entregarse a una fantasía sexual.

Su expediente decía que tenía una relación cercana con su hijo y su nuera recién casada. Que les había regalado los fondos para construir una casa, crear sus propios ahorros y declarado que estaba ansioso por convertirse en abuelo.

Sus ojos no revelaban nada sobre un sucio bastardo dentro de él.

A regañadientes, admití que podía quedarse.

Casi de inmediato, quise revocar esa aceptación cuando su mirada avellana dejó la mía y se aferró a Eleanor a mi lado.

El deseo encendió instantáneamente su rostro. Sus manos se aferraron con fuerza alrededor de su maldito cóctel. Su cuerpo se enderezó y se puso rígido al mismo tiempo.

Me tomó todo lo que tenía para no agarrar a Jinx y empujarla detrás de mi espalda, lejos de su mirada codiciosa. Quería arrancar la ropa de mi cuerpo y cubrirla para ocultar su belleza de esta sanguijuela.

Ya sabía que la solicitaría.

¿Qué hombre de sangre caliente no lo haría? Incluso con la piel rosada, el cabello salvaje y el cuerpo envuelto en una arrugada camisa?

No era la ropa ni el maquillaje lo que la hacía deslumbrante, era su esencia misma. El poder y la fuerza, la indiferencia y la impenetrable nobleza.

Sin mirarla, le ordené, — Vete. Vuelve a tu villa. —

— Pero, yo… — Su mirada calentó mi piel. — Yo no ... —

— Dije… — Me giré, inmovilizándola con toda mi frustración y furia. — …vete. Me ocuparé de tu insubordinación más tarde.—

Mordiéndose el labio, miró entre el huésped y yo. Por el momento más largo, ella lucía como si fuera a desobedecer. Finalmente, asintió y, con pasos elegantes y piernas largas, pasó por alto al huésped y luego corrió hacia la playa.

Slater no podía apartar los ojos de ella, bebiendo cada uno de sus movimientos.

La brisa atrapó la parte de atrás de mi camiseta, revelando su culo tonificado y sus largos muslos.

Mis puños se curvaron cuando el huésped a mi lado contuvo el aliento.

No hablamos hasta que Eleanor desapareció por un camino arenoso. Luché contra las ganas de golpear un puñetazo en los globos oculares al ver una fracción de su desnudez.

Frotándose la boca, se volvió hacia mí lleno de seriedad.

— Reservé este viaje porque estaba seguro había creado algo de otro mundo. Ya estoy completamente impresionado con la privacidad y la calidad de su alojamiento, pero estoy absolutamente impresionado por la hermosura de sus mujeres. — Se puso en modo de negocios, preparándose para una negociación. — Me gustaría solicitar a esa criatura. Me gustaría mucho disfrutar su... eh, compañía en mi fantasía mañana por la noche. —

A todas mis locas piezas les salieron colmillos y se prepararon para arrancarle la yugular. Pero la última pieza en su sano juicio me suplicaba que fuera inteligente.

Eleanor me había roto con una simple petición. Si podía hacer eso en dos cortas semanas, ¿qué más podría hacerme? Teníamos cuatro años juntos. Cuatro años en los que seriamente dudaba que ambos sobreviviéramos.

La diferencia entre los hombres que se sentían atraídos por las mujeres y yo era... que yo no quería esta atracción. No quería la debilidad, el sentimiento de deuda, la conexión. Quería seguir siendo libre.

Ella ya había probado que podía atarme en malditos nudos.

Casi me la follo en Serigala. Hubiera estado dentro de ella y probablemente me hubiera ahogado en ella si no hubiera sido por...

Skittles.

La pequeña cacatúa que había nacido de un desafortunado huevo. Un firme recordatorio de por qué no quería a los humanos y por qué nunca confiaría en uno. Amigo, familia o enemigo. Todos eran jodidamente iguales.

Skittles casi había empujado mi corazón hacía la maldición de Eleanor. Pero... debido a su afecto elegido, también me había salvado de la peor decisión de mi vida.

Tenía que mantener mi distancia.

Me negaba malditamente a hacer cualquier otra cosa.

Y qué mejor manera de mantener mi distancia que recordarnos a mí y a Eleanor que nuestro vínculo había comenzado con un contrato y terminaría con un contrato.

Cuando no respondí en acuerdo, Slater hizo lo que todos los hombres hacían cuando se enfrentaban a algo que querían desesperadamente y no podía aceptar perder. — Pagaré cualquier extra que se requiera. Estoy feliz de negociar con cualquier trato que quiera para asegurar una noche con esa chica. —

Mi garganta se cerró mientras cerraba mis puños.

Eleanor debía estar en Euphoria.

Había pasado una semana desde su primera experiencia. Ella era una mercancía que tenía que trabajar para merecer su lugar.

Ella había huido de mí.

Ella me había destruido.

Ella debía retribución por ambos imperdonables pecados.

Inhalando fuertemente, extendí mi mano. — Doscientos mil más y ella es tuya. — Una cifra a la que cualquier persona racional se resistiría.

El sexo más caro sobre la faz de la tierra.

Pero Roy Slater ni siquiera dudó.

Su palma se deslizó en la mía.

Las estrechamos.

Estaba hecho.

No sabía quién estaría más arruinado.

Eleanor.

O yo.


***


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