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martes, 1 de diciembre de 2020

QUINTESSENTIALLY - CAPÍTULO 15



Te metiste en la oscuridad, liberaste a mi monstruo, haciéndolo gritar, sangrar, llamándome, pero nunca dijiste basta, no huiste...


Suzette se retorcía las manos mientras el médico administraba el anestésico.

Franco esperaba en la puerta, viéndome hacerme pedazos. No podía ver bien, mi corazón era un puto conejo en mi pecho, y mi cuerpo se sentía como si nunca se fuera a calmar.

Sostenía la mano de Tess mientras ella caía en la inconsciencia, y quería tirar el corazón del cabecilla al fuego y ver cómo se quemaba.

— Aléjate de mi paciente. Quiero que esta habitación sea para mí mientras trabajo, — dijo el doctor, empujándome hacia un lado.

— De ninguna maldita manera. Yo me quedo aquí. — Me crucé de brazos, desafiándolo a discutir conmigo. La rabia interior estaba dispuesta a aplastarlo si intentaba separarme de Tess de nuevo. Nos fruncimos el ceño el uno al otro antes de que sus ojos se fijaran en mis ropas ensangrentadas.

— No es higiénico para ti estar cerca mientras yo opero. Ve a ducharte y vuelve. Tu criada puede quedarse a vigilar. —

Suzette parpadeó, saliendo de su conmoción por el estado de Tess. No la culpaba por tener el aspecto de un fantasma, Tess ya no era reconocible. Su cabello dorado estaba húmedo contra la almohada. Su clavícula perforaba su piel por el hambre, y sus hermosos pómulos amoratados parecían demasiado marcados por su belleza. La sábana envuelta alrededor de su dedo roto era una costra de sangre seca, y eso era sin ver todas las contusiones.

Tropecé fuera de la cama, con la cabeza entre las manos.

— Arréglala, maldita sea. Sólo arréglala. —

No podía estar allí mientras el médico despojaba a Tess de la ropa e inspeccionaba sus heridas. Sólo la idea de que otro hombre la tocara, me hervía la sangre. Hice lo más sensato. Lo único que podía hacer.

Señalando con el dedo a Franco, le pedí, — Vigílalo. —

Franco asintió, dando un paso más adentro de mi habitación. Sin mirar atrás, me dirigí al baño y cerré la puerta. En cuanto no pude ver a Tess, la ansiedad torció mi columna vertebral. Deseé volver allí y asegurarme de que ella estaba exactamente allí, tendida como un puto cadáver en mi cama.

Mi habitación en la torre, donde Tess y yo nos habíamos entregado al juego de la sangre y látigos, parecía una broma ahora. Ya no me daba placer o satisfacción; todo lo que veía era 

Puede que nunca vuelva tener de nuevo a mi fuerte esclave. Nunca podré encadenarla y golpearla porque ambos dejamos de pertenecemos.

Puede que la haya encontrado, pero eso no significaba absolutamente nada.

— ¡Mierda! — Rugí, golpeando la pared de azulejos. Al instante, mis nudillos gritaron y agité la mano para liberar el dolor. El médico tenía razón. No debería estar alrededor de Tess cuando estaba cubierto de pies a cabeza con la sangre de otro hombre. Su sistema inmunológico ya estaba luchado contra demasiado.

Arrojé mi ropa para quemarla luego, entré en la ducha y procedí a fregar cada pulgada como si pudiera borrar los últimos diecisiete días de mi existencia. Que todo desapareciera y pretender que Tess había estado a mi lado todo el tiempo, siempre segura, nadie haciéndole daño, sólo yo.

Una vez que estuve limpio, repetí el proceso hasta que me quemó la piel y el baño lloraba con vapor. Los puntos de sutura del brazo me irritaban, pero sorprendentemente no me dolían. La cicatriz sería un recordatorio constante de lo que había hecho para traer a Tess de vuelta. La portaría con orgullo.

Para cuando entré en la habitación de nuevo, vestido con vaqueros y una camiseta negra, el doctor había limpiado a Tess con la ayuda de Suzette y envuelto su pecho con vendas.

Él me vio mirando. — Tiene dos costillas rotas por toser. Está muy deshidratada y necesita antibióticos para detener la neumonía. —

Neumonía.

Esos putos bastados violadores.

No podía estar quieto. Apreté los dientes, arrastrando mis manos por mi cabello mientras paseaba.

— Ella debería estar en un hospital, pero debido a que no lo permitirás, traeré a algunas enfermeras aquí y le administrarán todos los cuidados. —

Estaba malditamente en lo cierto, no permitiría que fuera al hospital. Ella necesitaba curarse aquí. Donde yo tenía un sistema de seguridad superior y una tripulación de hombres dispuestos a matar y a hacer preguntas luego. Ella no volvería a salir de mi vista.

— ¿Cuánto tiempo tardará en estar bien otra vez? —

El médico me miró con fastidio como si fuera un maldito perro infectado con rabia husmeando su cena.

— El tiempo lo cura todo. Tienes que ser paciente. —

Me detuve, mirándolo. — No me des respuestas de mierda. ¿Cuánto tiempo? —

Él volvió a mirar a Tess, aplicandole bálsamos antisépticos en los cortes superficiales y contusiones por todo el cuerpo. —Tomará el tiempo que tenga que tomar. Tienes que ser amable con ella hasta entonces. Sin prisas. Ella estará frágil mientras las drogas vayan dejando su sistema. Ella necesita a alguien fuerte y sereno, no… — Se detuvo y miró hacia arriba, señalándome con el tubo de antiséptico. — No a un animal salvaje que quiere rasgar su garganta. —

 

Suzette se movió, ira irradiando de su pequeña cara. —Mi amo la encontró y la trajo de vuelta. No digas que él… —

Levanté la mano. Suzette era dulce pero yo no necesitaba que interfeririera. — Yo nunca le he hecho maldito daño, doctor. Solo haz lo que tenga que hacer. —

Suzette me miró con lágrimas en los ojos. No podía mirarla ahora. No mientras mi cordura pendía de un hilo con tanta delicadeza. Si alguien me mostraba piedad o compasión, lo más probable es que haría una de dos cosas: golpearlos o estallar en malditas lágrimas.

Y no iba a llorar.

Nunca.

Nadie dijo una palabra mientras el médico puso una vía intravenosa y comenzó a ponerle antibióticos a Tess. — Sin tener los resultados del análisis de sangre, no sabré qué drogas le hicieron tomar, pero he añadido algunas cosas para contrarrestar los efectos de la abstinencia. Ella todavía se sentirá bastante débil, pero debe ser soportable. —

¿Soportable? No quería que Tess soportara esto. Quería que estuviera reparada y volver a estar completa como era antes. Quería que ella descansara en paz, no soportara a través de la agonía.

— Dale algo más fuerte. —

El médico negó con la cabeza. — La evaluaré una vez que ella se despierte. No me digas cómo hacer mi trabajo y no preguntaré cómo llegaste a pintarte a ti mismo con la sangre de otra persona.— Sus ojos se endurecieron; tuvimos un concurso de miradas.

Suzette se aclaró la garganta, rompiendo el silencio.

Me acerqué a la ventana, mirando fuera. Tenía que hacer algo, cualquier cosa para detenerme a mí mismo de volverme loco.

El médico tomó su tiempo para realizar el examen completo, y luego dirigió su atención a la reparación del dedo de Tess. Se encogió una vez que lo desenvolvió.

— ¿Quién diablos eran esas personas? — Susurró.

Mi pecho se hinchó de orgullo. Él utilizó eran. Tiempo pasado. Incluso el brillante médico sabía que los bastardos ya no estaban vivos.

Eso era correcto. Gané el partido. Los empapé en gasolina. Les robé las vidas y los quemé en una vieja fábrica de pescado en Río.

El recuerdo del fuego ardiente ayudó a purgar mi mente un poco de lo que había hecho. Casi como si se pusiera un punto gigante en el final de una frase oscura e inquietante. ¿Qué pasaría si vivía conmigo para siempre, pero el fuego hacía que todo desapareciera?

El médico enjuagó la mano de Tess en un líquido esterilizante naranja y Suzette se puso un pañuelo en la boca, con náuseas de la horrible visión. Ella se puso en posición vertical. — Yo, eh... ahora vuelvo. —

Franco se hizo a un lado de la puerta, dejando pasar a Suzette. Le hice señas para que él se fuera también. Él asintió con la cabeza y desapareció.

Me quedé justo donde estaba mientras el médico le realineaba el hueso y le añadía unas cuantas puntadas donde se había perforado la piel. Una vez finalizado, untó más líquido naranja por todas partes y lo envolvió con una férula y una gasa.

— ¿Será capaz de usarlo? — Mi voz era tranquila pero quería golpear la pared.

El aplastante peso de la culpa me robó el oxígeno de los pulmones. Yo le había hecho esto a Tess. Dejé que se la llevaran. Dejé que la siguieran con su chip en el cuello.

¿Cómo iba a vivir con esa culpa abrumadora?

Tess se había enamorado del hombre equivocado, un hombre inútil que nunca se perdonaría a sí mismo.

El doctor asintió. — Con el tiempo, sí. No hay que esperar un milagro durante la noche, pero el cuerpo humano tiene una capacidad asombrosa para juntarse y superarse de lesiones que parecen irreparables. —

Exploté. — Con el tiempo. ¡Con el tiempo! Eso es todo lo que puedes decir. — Lancé mis manos, mirando a la cortina que ocultaba la cruz donde había azotado a Tess.

Normalmente mi polla su hubiera endurecido. Habría temblado e hinchado con el recuerdo de haberle hecho daño, pero nada. Nada, porque la mujer fuerte que me ponía tan jodidamente caliente simplemente por responder se había ido. Ella había sido reemplazada por alguien incapaz de recibir más violencia.

Había perdido el combate y me habían dado un maldito pájaro roto y, sinceramente, no sabía lo que eso significaba para mí.

La bestia dentro de mí lloraba fuertemente, cavando una fosa para acurrucarse porque volvería a ser libre.

Sí, había rehabilitado cientos de mujeres, había pagado por su sanación, las había convencido para que vivieran de nuevo, pero nunca me había parado junto a su cama y las había cuidado. No estaba en mí hacer algo tan débil. La enfermedad y la fragilidad eran cosas que no iban conmigo, y sin embargo, no podía dejar que Tess se curara por sí misma. Estaría con ella en cada paso del camino.

Pero verla tan débil, mi lujuria moriría, mi necesidad de lastimarla se marchitaría. Me distanciaría para protegerla de todo porque ella ya no podía soportar lo que yo necesitaba.

Tenía a Tess de vuelta, pero eso no era suficiente.

El médico se puso de pie, quitándose los guantes ensangrentados, y me dio una sonrisa triste. — Ella va a sobrevivir. Ahora que está caliente y en un ambiente sano, su cuerpo sanará. —

Él recogió sus cosas y se dirigió a la puerta. — Volveré a ver cómo está en un par de horas. —

Nunca le quité los ojos de encima a  Tess. — Te olvidaste de una cosa. —

 Levantó una ceja, mirando a su paciente inconsciente. —¿Qué?—

Señalé a su cuello. — Quítaselo. —

Sus grandes ojos se encontraron con los míos. — ¿Disculpa? —

Probablemente pensaba que me había vuelto loco. Estoy seguro de que sonaba como tal.

— Ella tiene un rastreador en el cuello. Así es como la encontraron. Quiero quitárselo. En este maldito instante. —

— Con el fin de hacer eso, tendré que hacer una incisión. No estoy seguro que debamos hacerlo, dado el estado de su cuerpo.—

Negué con la cabeza. — No me estás escuchando. Ahora, doctor. No voy a pedirlo de nuevo. — Dejé que alfo de mi ira se mostrara. Yo estaba listo para someterlo a punta de pistola, si era eso lo que hacía falta. Ya la había perdido una vez por ser tan estúpido. No lo haría de nuevo.

Él tragó saliva. — Bien. Pero te quiero fuera de aquí. —

— Eso no va a suceder. — Dándole un premio de consolación, me dirigí hacia el otro extremo de la sala y me senté en un lado. — Me sentaré aquí y no diré una palabra, pero no la voy a dejar.—

El hombre suspiró, regresando a la cama. — Te aseguras de no tener un buen ambiente laboral. — Él cogió su bolsa de trucos y colocó un paño médico verde en el cuello de Tess antes de colocar un bisturí esterilizado empaquetado en la parte superior.

Sacando unos guantes nuevos y abriendo el bisturí, el médico alejó el cabello de Tess, listo para comenzar.

Ella no se movió, sumida en el sueño, y tardó una eternidad en arrastrar la hoja afilada por el cuello de Tess.

Agarré los apoyabrazos hasta que uno de los postes de madera de cuero se rompió y arranqué el material de sus costuras.

Sangre.

Su sangre.

Mi boca se hizo agua al gusto, a continuación, una oleada de náuseas me llenó. Eres un jodido enfermo. Nunca vas a probar su sangre otra vez porque el trabajo de tu vida va a ser mantenerla a salvo de más dolor.

Protegería a Tess de mí. Cuidaría de ella, la acariciaría, pero nunca la amaría de la forma que yo necesitaba. Nunca más volvería a hacerle daño.

El delgado hilo de color rojo mientras el médico insertaba un par de pinzas en el cuello me envió tambaleándome de nuevo al almacén.

— ¡Para! —

— Nunca, — gruñí, blandiendo mi hoja más profundamente. El cuchillo se hundió a través de sus costillas y corté a través del cartílago, sudando con esfuerzo. Gritó más fuerte con cada rebanada.

Corté un agujero en el pecho y lamí mis labios en el momento de su muerte.

La sensación de su cavidad húmeda y caliente mientras sacaba su corazón, recordé algo monstruoso. Su corazón se enfrió mientras descansaba en mi palma.

Mi primer y único pensamiento era: Tengo que darle esto a Tess.

— ¿Qué quieres que haga con él? — Preguntó el médico, haciendo sonar el pequeño rastreador en una bandeja quirúrgica mientras caía, destrozando mi ensoñación.

Poniéndome en pie, me precipite hacia él y cogí la bandeja. Le di la vuelta, dejando que el dispositivo arruina vidas aterrizará en mi palma abierta. Las rayas de sangre caliente manchaban mis manos limpias.

El médico frunció los labios con disgusto, pero no dijo nada.

No podía esperar otro momento. Caminando hacia la puerta, me encontré con Franco en el pasillo. El pobre hombre parecía que lo hubieran molido a palos. Tenía los ojos hundidos, el rostro demacrado y un borde áspero que petrificaba si no hubiera sabido lo que le había hecho al violador anoche.

Yo había visto los restos. Me había acercado y había visto dedos desmembrados, los dedos de los pies y la polla mientras yo sostenía un corazón sangrando en mis manos. Éramos una pieza desagradable, pero matar juntos nos había concedido un tipo de paz que no íbamos a conseguir si el pervertido hubiera sido condenado a la cárcel. Les dimos justicia. Los terminamos.

— ¿Ella está bien? — Preguntó, mirando mi mano cerrada.

— Sí, el médico está cosiéndola ahora. Necesito que te quedes con ella hasta que yo vuelva. ‘Vous ça va?' ¿Estás bien? — No podía recordar la última vez que alguno de nosotros había dormido. No pasaría mucho tiempo hasta que todos nos estrelláramos y nos incendiáramos.

— No. Lo entiendo. — Él me pasó, golpeándome el hombro. — Es un placer trabajar para ti, Mercer. —

— Lo mismo digo. — Le di una sonrisa tensa y me dirigí escaleras abajo.

Me las arreglé para mantener la calma durante todo el camino a través de la casa. Me las arreglé para sonreír a algunas de las chicas que había rescatado de Río mientras Suzette y la señora Sucre disponían personal temporal para asegurarse de que todas tuvieran habitaciones y todo lo que necesitaran.

Seguí caminando a paso normal por la puerta delantera y lejos de la casa, pero en el momento en que estuve fuera de la vista de alguien, corrí.

Malditamente corrí a través de los jardines, en dirección a una de las muchas dependencias en la parte trasera de la propiedad. Los pájaros volaban, graznando con indignación y el césped recién cortado me llenaba la nariz con frescura.

Patiné hasta detenerme frente a uno de los muchos establos que se habían convertido en garajes con coches de valor incalculable de mi padre, le di un puñetazo al teclado y entré en el mundo silencioso de las máquinas.

Odiaba estos coches y nunca los usaba. Tampoco quería venderlos, como si encerrarlos en un garaje en mi mente fuera la forma de encerrar a mi padre también. Además, cuando me enfadaba, me gustaba sacar mi rabia con el revestimiento de madera virgen y tapicería inmaculada.

Fui hacia la parte atrás del garaje, hacia el taller de herramientas donde cualquier constructor hubiera llegado con los pantalones llenos de herramientas.

Agachándome, coloqué el rastreador manchado de sangre en el suelo de hormigón y caminé hacia el estante donde estaban todos los martillos colgados. Escogí el peor, el más pesado y volví hacia la pesadilla electrónica que estaba en el suelo.

Balanceé con toda la rabia atrapada dentro y levanté el martillo con ira.

Exploto en un billón de pequeñísimos fragmentos. Se convirtió en un polvo microscópico, pero no confiaba en que estuviera realmente muerto.

Lo golpeé una y otra y otra vez. Lo golpee hasta que me dolió la espalda y el sudor se derramó debajo de mi camisa.

Todo lo que podía ver era a Tess atada a la cama en Río. Su sudor, la piel enfermiza. Sus huesos sobresaliendo y las pupilas dilatadas. Su agonía causada por este pedazo de mierda tecnológica.

Vous avez tout pris de moi! ¡Tomaste todo de mí!

Golpeé y golpeé. Gruñendo con esfuerzo y maldiciendo.

No fue hasta que vi un cráter del tamaño de un bolo en el hormigón cuando finalmente reconocí que ya no estaba en funcionamiento.

Respirando con dificultad, dejé caer el martillo y lo dejé reposar donde había aterrizado. Las últimas dos semanas y media llegaron a mi con prisa y tropecé contra la pared. Mi cabeza nadó por el cansancio; mis huesos gritaban por una cama.

Puedes descansar. Tess está segura.

La última maldita vez pensaba que estaba a salvo y no lo estaba.

Te has chocado contra esa pared. Tienes que descansar.

Dejé que mi cuerpo se cayera al suelo y me incliné sobre las rodillas dobladas.

Por primera vez en mi vida, dejé que la debilidad me consumiera y lloré. Lloré por lo que había perdido cuando Tess fue robada. Lloré por mí mismo por lo que me habían robado.

Porque una cosa era segura.

Tess había cambiado.

Y temía que nunca la tendría de vuelta.


***


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