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viernes, 21 de agosto de 2020

LAGRIMAS DE TESS - CAPITULO 15


*Garza*

Sus ojos se abrieron como platos, miró a todo el establecimiento como si uno de sus clientes pudiera iluminarla. Sin duda, esta chica australiana y loca no podía estar diciendo la verdad.

Mi pecho se movía con pánico. ¿Y si no me creía?

Miré a mi alrededor, mirando por encima del hombro a los clientes. Me miraban boquiabiertos como si fuera un chimpancé que había escapado del zoo. El pequeño café era acogedor con todo rojo, y sobresaturación de figuritas de gallos y carteles, pero me hacía sentir hostil. Como si en cualquier momento, los gallos cobraran vida y me picotearían los ojos por interrumpir un almuerzo tranquilo.

Le abrí un corazón a una extraña y lo único que hacía ella era observarme.

“¿Me prestas tu teléfono?” Dije con voz vacilante, y las lágrimas amenazaron con salir. Al estar tan cerca de la libertad me estaba poniendo nerviosa.Asintió vacilante, sin entenderme muy bien. Me fijé en el teléfono que había detrás del mostrador y lo cogí, inclinándome sobre un plato de panecillos y magdalenas.

Me temblaban las manos, la aprensión me hacía cosquillas en la espalda. Los dedos se cernían sobre los botones de llamada de emergencia, pero no podía marcar. Necesitaba escuchar otra vez primero.Apreté el número que me sabía de memoria y las lágrimas brotaron cuando empezó a sonar. Sonó y sonó durante una eternidad. Por favor, cógelo. Por favor, que esté vivo.

La mujer frunció el ceño y desapareció en la parte trasera del restaurante, reapareciendo y arrastrando al anciano chef. Ambos llevaban uniformes amarillos con mandiles blancos, y la misma expresión extraña en la mirada.

Daba saltos mientras esperaba a que el teléfono conectase. Mi tiempo se estaba acabando.

Hola, has llamado a Brax Cliffingstone. No puedo coger el teléfono. Deja tus datos y me pondré en contacto contigo. O, si se trata de vida o muerte, por favor ponte en contacto con mi novia, Tess, ella te ayudará. Su número es: 044­873­4937. ¡Gracias!

Beep.

Algo se rompió en mi pecho. No había escuchado mi nombre en mucho tiempo. Al escuchar la voz de Brax dejé de luchar, y me encogí como la niña dócil que había sido antes de México, antes de Q, antes de que supiera lo que era capaz de hacer.

Me derrumbé, sollozando. La voz de Brax resonó alrededor de mi corazón, vibrando con anhelo. ¿Por qué no lo había cogido? ¿Estaba muerto, o simplemente ocupado? Tantas preguntas y no obtendría respuestas de una maquina.

Sorbí las lágrimas, y dije, “Brax, soy yo. Estoy, estoy viva. Me vendieron a un hombre llamado Q. No estoy herida y voy de camino a casa. Si recibes este mensaje, estaré en la Embajada de Australia, espero que resuelvan el problema del pasaporte y esas cosas.”Respiré profundamente. Quería decirle lo mucho que había cambiado, lo mucho que había vivido, pero nunca sería capaz de decirle lo que me había hecho Q. Él sabría que Q me habría encendido. Quemé ese puente cuando le presenté a Brax mi vibrador, pidiendo más.

Me picaba la urgencia; tenía que colgar el teléfono, el tiempo se acababa. Podría encontrarme a mí misma cuando estuviera de nuevo en casa.“Brax, si, si no consigo llegar a casa, prométeme que encontrarás a un hombre llamado Q Mercer en una pequeña región de Francia. Tiene una casa grande y criados. Díselo a la policía. Te amo.”

Las lágrimas volvieron a caer cuando terminé la llamada, y al instante marqué otro número.El chef, cubierto de manchas de salsa y harina, me quitó el teléfono de las manos.

“¡Hey!” Le dije mirándolo.

Sacudió la cabeza con enfado. “No difundas mentiras. No creo...” Sus ojos se fijaron en algo detrás de mí. La puerta se abrió de golpe, la campanilla sonó como una advertencia.

Giré con terror.

Dios mío. Franco estaba en la puerta, con los ojos desorbitados. Se quedó inmóvil durante un segundo antes de lanzarse a la acción. Sacó las manos de la chaqueta y hurgó en el bolsillo interior. ¿Qué estaba buscando? ¿Una pistola?

No era mi intención averiguarlo.

Corrí.

Empujé a un hombre y a una mujer, me metí por la cocina y le di gracias a dios porque hubiese una salida allí. La puerta estaba abierta y la cerré con el hombro.

La calle de atrás era la salvación, y corrí con todas mis fuerzas. Me dolía el tobillo mientras volaba sobre los adoquines irregulares, lanzándome por otro callejón. Fui en zig zag, tratando de perderme, esperando que Franco perdiera el sentido de la orientación.

Un gruñido y un grito borraron la esperanza y corrí más rápido. No podía volver. No podía. Q me castigaría y no sabía cuánto más podría soportar mi mente. Nunca tendría otra oportunidad para escapar.

Cambiando de rumbo, fui a la calle principal, y vi todo el tráfico. La gente se dispersó cuando aparecí corriendo, jadeando y con los ojos desorbitados.

Los coches empezaron a pitar cuando pasé por en medio de la carretera. Trataba de encontrar a alguien, algo, para salvarme. No me atrevía a mirar hacia atrás para ver si Franco estaba cerca, todo mi cuerpo se sentía perseguido. En cualquier momento, una bala atravesaría mi cerebro, me tiraría al suelo como la fugitiva rabiosa que era.

Luché contra esos pensamientos inútiles, y puse toda mi concentración en la búsqueda de algo que me salvara.

Un coche paró en seco, y no me dio por milímetros. El corazón se me subió a la garganta mientras el guardabarros susurraba contra mis rodillas. Mierda, ¿estaba dispuesta a sacrificarme por sobrevivir?

“¡Putain de merde!” ¿Qué demonios? Un hombre joven con el pelo rojizo abrió la puerta del coche, agitando una mano enfadada. “¡Podría haberte matado!”

Me aferré a sus ojos, suplicando a mis instintos si era de fiar. ¿Podría salvarme? Corrí hacia el lado del conductor, y me apoderé de la puerta con los dedos blancos. “Por favor. Lléveme a la policía. Me han secuestrado.”

Miré detrás de mí, esperando ver a Franco acercándose. Era un objetivo expuesto, de pie en medio de una carretera bloqueada.

El chico me miró de arriba a abajo, tenía las fosas nasales dilatadas, y se pasaba una mano nerviosa por el pelo. Sus ojos marrones brillaban con confusión, y sufrí una punzada de miedo. No me iba a ayudar.

Retrocedí, preparando los músculos para echar a correr de nuevo.

Justo cuando me iba, gritó, “¡Espera! Te llevo. Te llevo.” Salió del coche y me abrió la puerta del pasajero.

Vacilé, mirando el coche pequeño. ¿Iba a saltar de la sartén al fuego?

¿Quién más tienes para salvarte?

“¡Esclave!”

Mi corazón estaba aterrado y me subí en el coche. “Entra. ¡Entra!” No podía respirar mientras Franco se abría paso a través de los peatones persistentes, mientras sus ojos estaban fijos en mí.

El chico entró en acción y corrió hacia el asiento del conductor. Puso el coche en marcha, y avanzamos con un rugido. Franco golpeó el techo del vehículo.

Observé al chico, a mi salvador. Su boca se había convertido en una línea blanca, y conducía muy rápido. Quería abrazarle, aplastarlo en agradecimiento.

Retorciéndome en el asiento, miré por la ventana trasera. Franco saltaba en medio de la calle, tirándose del pelo negro. Gritaba algo y levantaba las manos, antes de correr hacia donde había estacionado.

Respirando con dificultad, me giré para mirar al frente, tratando de calmarme. Lo había hecho. Era libre.

No dijimos ni una palabra en el camino mientras pasábamos de una perfecta carta postal a las lindas carreteras del país

El silencio era el tercer pasajero. Miré por la ventana, con la tensión anudada en el estómago. Quería bailar de lo feliz que era, pero aún no era libre. Necesitaba permanecer cautelosa. Fruncí el ceño. Después de tres semanas de tortura, ¿sería tan fácil? El malestar me pinchó y me mordí el labio. Sin duda, no podría ser tan sencillo.

¡El GPS! Con las prisas, me había olvidado del maldito rastreador de Q. ¡Mierda! Levanté la pierna y puse el talón en el asiento. Mis dedos subieron el pantalón. Tiré con fuerza, tratando de quitármelo, pero sólo apreté, cortando el suministro de sangre que llegaba a mi pie.

Bufé con rabia. ¿Cómo diablos iba a deshacerme de él?

El chico me miró con las cejas levantadas. “¿Qué estás haciendo?” Volvió a mirar a la carretera antes de mirarme de nuevo. “¿Qué es eso?”

Hicimos contacto visual. Su rostro parecía lo suficientemente amable, no guapo, pero no feo. Tendría treinta y pico años y tenía unas arrugas prematuras alrededor de los ojos.Decidí que parecía digno de confianza, y le dije, “Necesito un cuchillo o unas tijeras. ¿Tienes algo como eso?” Le dije sin dejar de tirar de la tobillera. Si pudiera levantar la pierna hasta mi boca, podría morderlo. La imagen me dio ganas de reír. Me había escapado sólo para masticar mi propia pierna como una rata hambrienta.

Esperaba que dijera que no. Quiero decir, todo parecía demasiado perfecto. ¿Quién podía decir que un caballero de brillante armadura casi te atropella, y luego te lleva lejos en un Volvo de mierda?

Mi mente se puso a pensar en Franco. ¿Había llamado Q? ¿Habría formado un grupo de búsqueda por mí? Q no me dejaría escapar tan fácilmente. Me iba cazar, pero no iba a dejar que me capturara.

Con ese pensamiento noté que la sangre me bombeaba más rápido; deseaba que el conductor fuera más rápido. Quería que fuera como en la Fórmula Uno, no como una abuela sedada.

El chico se movió, y su pie presionó el acelerador mientras buscaba en un bolsillo. Frunció el ceño, y movió su culo para coger algo.

Observé con una expresión de incredulidad, tratando de averiguar lo que estaba haciendo. Después de unos momentos difíciles, sonrió, sacando la mano.

Con un gesto, me pasó una navaja suiza en miniatura.

Mis ojos se abrieron como platos, y la acepté con manos temblorosas. “Gracias,” susurré con asombro. A partir de ahora, me gustaría llevar una navaja suiza, nunca se sabía cuando te podría venir bien. Apuesto a que no se despertó esta mañana esperando que una fugitiva la usaría para quitarse un rastreador de su cuerpo.

Tome la caja roja y saque una cuchilla en forma de sierra. Sople el flequillo rubio sobre mis ojos, cortando el grueso plástico. Me costó una gran cantidad de energía, y mi piel estaba fría y húmeda cuando se rompió y se cayó.

En cuanto cayó al suelo, sentí un gran alivio. La pesadilla estaba terminando, estaba un paso más cerca de Brax.

El chico me observó más de cerca. Su intensa mirada se dirigió al cuchillo cuando se lo devolví. Mantuve mi cara en blanco cuando la cogió y se la volvió a meter en el bolsillo.

¿Tal vez yo la debería haberla guardado? No estás pensando con claridad, Tess. No confíes en nadie.

Me dio una media sonrisa, y la luz regresó a sus ojos. Los dedos se apretaron en el volante. “¿Qué ha pasado?”

Me las arreglé para decir tres palabras. “Q Mercer pasó.” Entonces el cansancio sofocado y la idea de revivirlo eran demasiado. No podía hablar de ello; jamás estaría lista para hablar, y eso estaba bien para mí. Se convertiría en un momento tácito en el tiempo y se desvanecería en el olvido.

Abrazándome, mi pecho estaba obstruido por la emoción. Tan cerca... tan cerca. La adrenalina me abandonó. “Sólo tengo que ir a la policía.”

Él asintió con la cabeza. El sol de la tarde cayó a través del parabrisas, destacando el rojo de su pelo. “Pas de problème.”[1]

Le di una sonrisa acuosa y me acomodé, mirando hacia el futuro.

 

El sonido de los neumáticos en la grava me despertó, el pánico se encendió como un viejo enemigo. Grava, por favor, que no estemos de vuelta en casa de Q.

Me levante rápidamente parpadeando mirando por la ventana. La adrenalina y la calidez de nerviosismo hizo que me viniera el aliento rápidamente. Me había acostumbrado tanto a desbordarme con terror, que me preguntaba si alguna vez me sentiría segura de nuevo.

Estaba oscuro; sin población, sin localidad, nada en la oscuridad que se avecinaba. Miré al hombre que supuestamente me había salvado, tratando de averiguar que sucedía.

Sonrío y frenó hasta detenerse. Miré por la ventana de nuevo, incrédula. ¿Dónde estaban las brillantes luces de una estación de policía? ¿Los sonidos reconfortantes de la gente?

Los frenos chirriaron y él sonrió en las sombras. “Ven conmigo.”

“Pero esto no es una estación de policía.”El se rio entre dientes. "No. No vamos a la policía. Pero ahora estás en casa, de todas formas.”

Mi mundo se estrelló hasta detenerse, y lo miré boquiabierta. No podía decirlo en serio. No podía estar pasando. Simplemente no podía. ¿No había tenido suficiente con México y con Q?

La ira broto y todo lo que vi era rojo. No dejaría que esto sucediera. Abrí la puerta y caí del coche.

“¡Hey, arrêtez!” [2] El hombre se quitó el cinturón de seguridad, pero era demasiado tarde. Salí corriendo.

Gritó obscenidades, las maldiciones me lamían los talones, corriendo más rápido. Giré la cabeza, buscando la soledad, un lugar para correr. Pero por todas partes, había colinas y tierras de cultivo. Ni siquiera sabía dónde me había llevado. Podría correr millas y millas, y nunca encontrar ayuda.

Me dolía el corazón, obligando a mi cuerpo a seguir adelante. Pasé una fila de pinos altísimos y abrí la boca.

Una extensa finca descansaba bajo la luna. Con ventanas en arco y apariencia de la Toscana, pero mis instintos golpearon un incorrecto sentimiento en mi pecho. Maldad. La casa olía a maldad.

Fui a la derecha, y corrí tan lejos de la finca como pude. Llegué a una valla de madera y salté. En cuanto mis pies volvieron a tocar el suelo, me impulsé hacia delante. El dolor de las contusiones y las rodillas eran intrascendentes, correr era primordial.

Me encontré en la oscuridad, la única luz provenía de la luna de color plata. Me tropecé con una fila de patatas. Miré a mi alrededor, hectáreas y hectáreas de patatas, todas descansaban en mantas sucias.

¡Sigue corriendo!

Se escuchaba mi respiración en la noche silenciosa, me quemaban las piernas, pero no dejé de correr. Salté sobre las hileras de patatas como una gacela perseguida por un león.

Un poco más lejos, y estaría escondida en la noche. Podría encontrar ayuda en otra parte. Pero mientras corría, mi fe en la humanidad tuvo una muerte ardiente. Toda mi vida había creído en la bondad de la gente. Nunca viendo la oscuridad dentro de mí. Pero ahora, los odiaba a todos, sospechaba de todos. Otra parte de mí se rompió: la capacidad de confiar.

Vi una forma borrosa por el rabillo del ojo y grité. Una forma dura se estrelló contra mí, aplastándome contra el suelo. El olor de la tierra me agredió y estallé de dolor.

La respiración pesada llenaba mi oído mientras luchaba. Rodamos sobre la tierra; traté de morder, pero no había nada para mis dientes.

No era rival para la nueva bestia. Una roca en la noche, era más del doble de grande que Q y el miedo me golpeo mientras unas manos me agarraban, severa y furiosamente.

Me cogió de los pies, y los ojos negros le relucían. “Hola, tesoro.”

Le di una patada y gruñó. “Déjame ir.”

Echó la cabeza hacia atrás, riendo. Tenía el cabello marrón y un rostro arrugado, tendría unos cincuenta años. Pero su edad no se mostraba en su cuerpo que estaba lleno de músculos. Sin esfuerzo, me arrastró por el campo como si fuera una pulga. Dejé de luchar; había perdido esta batalla, pero me gustaría guardar la fuerza para luchar de nuevo.

El conductor esperó, encorvado sobre la valla de madera. Me miró de reojo cuando la bestia me cogió, y me ayudó a saltar. El conductor me atrapó, corriendo las manos asquerosamente sobre mi caja torácica, moviéndolas por los lados de mis pechos. “Gracias por tratar de correr. Siempre nos gusta una buena persecución.”

Miré hacia abajo, mirando la ropa manchada de tierra. Recé para poder meterme en una nube de indiferencia, pero a medida que me iban arrastrando hacia la casa inspirada en la Toscana, luchaba y la nube nunca llego. Mi mente estaba dándole vueltas a lo que iba a pasar después.

La bestia empujó por la puerta, y salté cuando la cerró de golpe. Tenía la garganta seca, y me percaté de todas las cerraduras que tenía la puerta. Parecía un búnker. Alguien que no confiaba. En un cerrojo pero que tenía barras y cadenas. ¿Qué diablos me iban a hacer aquí?

No respondas a eso.

Traté de no entrar en pánico, pero se me aceleró la respiración.

La bestia se acercó rápido, sus dedos me estaban haciendo hematomas mientras me empujaba a través de la casa. Las habitaciones eran elegantes y mostraban la riqueza, pero había telarañas  sobre los candelabros y polvo sobre los muebles sin usar. ¿Qué coño era este lugar?

“¿Por qué estas haciendo esto?” Le pregunté mientras abría una habitación y me empujaba. Abrí la boca con asombro.

El salón de baile de la casa en ruinas se había convertido en una sádica y divertida habitación. Rosas y ángeles colgaban del techo, látigos, restricciones y tantos juguetes que podría haber sido un sex shop. Había unos espejos muy grandes en las paredes.

De inmediato quité la mirada del espejo. No podía soportar la visión de ser atrapada por dos hombres. ¡Mi vida había caído en las garras del diablo y me había hecho esto yo sola! Salí corriendo de Q. Había sido tan estúpida. ¡Tan jodidamente estúpida!

La bestia me agarró la barbilla, haciéndome mirarle a los ojos negros. “Estoy haciendo esto porque es hora de que el bastardo de Mercer me de un poco de sexo. ¿Pensó que podría parar de cultivar mujeres? Lástima, que cuenta con clientes, y los clientes tienen necesidades.”

Mi mundo se desmoronó. Esto no puede ser verdad. Q era muchas cosas, pero no podía verlo compartiendo las mujeres, comerciando con ellas, alquilándolas. Pero una parte aterrorizada de mí se preguntaba si así era que había hecho su fortuna. ¿A dónde iba durante el día? ¿Había otras chicas, escondidas en la casa, siendo utilizadas, abusadas?

Negué con la cabeza. Q se odiaba a sí mismo por lo que me había hecho el leñador ruso. Tenía remordimiento. No podía tener esa clase de emociones y ser un traficante. ¡No tenía sentido!

El conductor habló. “Es hijo de puta de Mercer tiene mucho por lo que responder, y vamos a tomar eso de ti.” Él se lamió los labios. “En el momento en que dijiste que habías corrido de él, ¡no podía creer mi puta suerte! Él nos mintió y ahora eres tú la que va a pagar por ello.”

Gemí cuando la bestia me agarró la parte posterior del cuello, empujándome hacia el colchón que había en el suelo. Me caí, y tosí mientras una nube de polvo me envolvía. Me escocían los ojos, pero me negué a dejar caer la humedad.

Los hombres se rieron y se pegaron puñetazos en los hombros, como si estuvieran a punto de tener suerte en una cita. El mundo estaba infestado de maldad. Los odiaba. ¡Odiaba, odiaba, odiaba!

Miré hacia arriba. “No soy un objeto para que tomes venganza conmigo. Si tienes problemas con Q, ¡resuélvelo con él!”

La bestia se rio, golpeándose los muslos carnosos. “Oh, tesoro. Tú eres la venganza perfecta.” Se quitó la chaqueta marrón y la dejó en el suelo. “Sin embargo, tengo curiosidad. ¿Cuántas chicas tiene ahora?”

Mantuve los labios cerrados. Q me había engañado haciéndome creer que era su única esclava, su único juguete. Una vez más, los celos se apoderaron de mi corazón. Q me hizo creer en una mentira. No se preocupaba por mí. No tenía emociones, y su objetivo era traficar con mujeres. Era peor que los hombres que me secuestraron, ellos al menos eran sinceros. Q era un camaleón, muy inteligente ocultando la verdad.

El conductor fue hacia uno de los estantes eligió un látigo. Se me aceleró el corazón mientras se golpeaba con fuerza la mano, probando la picazón. Cogió un par de paquetes de un cuenco lleno de polvo y le tiró uno a la bestia.

El hombre asintió con la cabeza. “Merci.” Sus ojos se posaron en mí y la oscuridad se hizo cargo. Yo no sería capaz de razonar con ningún alma. Sabía con una certeza mortal que me matarían después. Me hubiera gustado que me mataran ahora, antes de que me arruinaran.

El conductor se puso detrás de mí y me hizo girar el cuello, odiaba que estuviera ahí.

El aire se espesó y los tres nos congelamos, atrapados en una pequeña ventana de normalidad, entonces mi vida terminó por tercera vez.

La bestia se arrojó sobre el colchón; me aplastó y expulsé el aliento. Grité cuando las manos del conductor me cogieron del pelo, tirando tanto que no tuve más remedio que acostarme sobre el colchón. Siempre me había gustado tener el pelo largo, pero ahora me hubiera gustado estar calva. Mi cuerpo estaba encadenado; no podía liberarme. “Obedece, puta.”

La bestia no perdió el tiempo trepando a la parte superior, todo su cuerpo me hacía vomitar. Su aliento apestaba a cigarrillos y a acidez, y me cogió las piernas como si fueran cerillas. Parecía un ñu gigante, a punto de montarme hasta la muerte.

Mi pecho se levantó y cayó; parpadeé mientras veía manchas negras e hiperventilaba. “¡Para!”

Los hombres se rieron. “Sigue rogando, tesoro. Nos gusta cuando lloras.”

Oh, dios. Oh, dios. Esto iba a realmente suceder. No había humanidad en sus ojos. No había nadie para salvarme. Ni Brax, ni Q.

Sólo yo y dos hijos de puta en una casa vacía.

Gemí, apretando los ojos cerrados cuando la bestia me desabrochó los pantalones vaqueros y me los quitó. Hizo lo mismo con las bragas mientras yo le arañaba las muñecas al conductor, tratando de hacer que me soltara el cabello.

El conductor gruñó y quitó una mano para abofetearme. El sonido rebotó por toda la habitación. Me volvió a abofetear, y las lágrimas empezaron a salir. Luego se agachó, metió una mano dentro de mi camiseta y me pellizcó tan fuerte los pechos que vi las estrellas.

Quería permanecer callada, para no darles el placer. Pero sollocé, “Por favor. Sólo quiero ir a casa. ¡Se suponía que me iban a ayudar!”

El conductor se rio entre dientes, retorciéndome más el pelo. “Oh, nosotros te vamos a ayudar muy bien.”

Cometí el error de mirarlo a los ojos. No había nada más que lujuria animal y disfrute en mi dolor. ¿Qué les había hecho Q a estos hombres para que estuvieran felices destruyendo a una mujer? ¿Por qué debía pagar por sus pecados?

El conductor me puso una mano en la garganta y me apretó, ahogándome.

Tess, desaparece. Encuentra ese lugar. ¡Date prisa!

La bestia se escupió en los dedos, y los metió entre mis piernas. Frunció el ceño y murmuró, “Está seca como una puta cáscara.”

Mi mente explotó con pensamientos sobre Brax. Siempre estaba seca para Brax. Pero Q... Q siempre me ponía húmeda. Se hizo amigo de mi cuerpo, a pesar de mi odio. Me había roto a mí misma, no necesitaba unos hombres que me torturaran. Lo había hecho todas las noches desde que había llegado a la pubertad.

Estaba aterrorizada cuando la bestia forzó sus dedos con saliva dentro de mi. Me raspaba. Mi sequedad me concedió dolor... agonía.

Si alguien me daba a elegir entre una pistola o esto, preferiría la pistola.

¿Cómo pensaba que quería ser dominada? La ingenua fantasía de violación no era divertida. No era ni sexy ni caliente. Este era un caso de violación, y quería hacer algo más que tomar mi cuerpo. Sería lo que finalmente me rompería en pedazos, irreparables pedazos.

Los dedos de la bestia empujaron más fuerte, y sus uñas sucias rasparon el interior de mi núcleo. Eché la cabeza hacia un lado, haciendo caso omiso de la rasgadura del pelo.

El desgarro hizo eco y mi respiración se aceleró; un lamento bajo sonaba en mi pecho.

El conductor me abofeteó. “Cállate. Te gustará, puta. Entonces será mi turno.”

Abrí los ojos. Gran error.

La bestia se estaba poniendo un condón. El olor a látex llenó el aire, dándome arcadas. Traté de cerrar las piernas, para bloquear juntas mis rodillas.

El conductor se rio, y pasó el látigo por encima de mi cabeza hacia él. “Utiliza este. Haz que esté lista.”

Los labios de la bestia se estiraron con una sonrisa cruel. “Ah, tesoro. Estás lista ahora.” Levantó el brazo y golpeó.

El cuero me golpeó el muslo desnudo, e inmediatamente me empezó a salir sangre. Me mordí el labio, tratando de fingir que estaba muerta.

La bestia me volvió a golpear una y otra vez. Cada golpe erosiono partes de mi: mis esperanzas, mis pensamientos estúpidos de escapar, mi amor por Brax, mi odio por Q. Todo se torció en un caldero de emociones sucias, arrastrándome muy profundamente en la oscuridad. La lucha me enorgullecía, pero se desintegró en pedazos y me marchitó. Cada latido me despojaba más y más, me encontraba perdida. Ya no sabía quién era Tess, no quería saber.

El látigo se detuvo y la bestia me volvió a abrir las piernas. Se escupió en los dedos, y los frotó en mi entrada.

“Por favor...” Gemía. “No.”

La bestia se rio, colocándose entre mis piernas. “¿Eso es una súplica, tesoro? ¿Me quieres?”

El conductor jadeó fuertemente en mi oído, tirándome del pelo con excitación. “Creo que te lo está pidiendo. Mejor dale lo que ella quiere.”

Por favor, olvido tómame. No iba a sobrevivir. Mi mente temblaba como el cristal fracturado.

La bestia gruño, empujándome con su erección. Mi cuerpo se rebeló, mi estómago gruñó, y las lágrimas ofuscaban mis mejillas. No, no, no.

La bestia gruñó, forzando su camino. Mi carne lo rechazaba, ardiendo con la violación.

Sus caderas empujando, enterrándose profundamente. Dejó caer la cabeza mientras se estremecía, sonriéndole al conductor. “Está jodidamente apretada. Vas a disfrutar de ella.”

El conductor gruñó. “Date prisa.” Me metió sus horribles dedos en la boca, degusté acidez y metal.

Mientras el conductor me follaba la boca con los dedos, la bestia me empujaba sus caderas con violencia. La respiración pesada encima de mi cara, horrible, rancia.

Traté de echar todo lo que fuera. Quería morderle los dedos al conductor, quería pelear. Me habían reducido a un pedazo de carne.

Me pitaban los oídos. Los espejos reflejaban el culo desnudo de la bestia mientras me cogía. Mis ojos estaban afligidos, y el conductor tenía una mirada maníaca en su rostro.

Una fuerte explosión se oyó desde algún lugar de la casa; la bestia vaciló. Apreté los ojos cerrándolos. No quería ver si llegaban más hombres, si iba a estar sometida al purgatorio sin fin. Nunca querría abrir los ojos de nuevos.

Otra explosión, y el aire se quedó vacío. La polla de la bestia desapareció y su peso se fue volando. Mi cabello se sacudió y el conductor fue lanzado hacia atrás y gritó.

Los gruñidos y los gritos se amplificaban por la habitación y abrí los ojos.

Tres hombres en trajes golpearon a la bestia mientras se acurrucaba como una bola, llevaba los pantalones vaqueros por los tobillos y tenía los brazos sobre la cabeza. Le daban golpe tras golpe, y me estremecí cuando uno le pateó la mandíbula fuertemente, su cabeza cayó hacia atrás, y unos dientes salieron volando.

Mis manos se cerraron, amando la venganza, la bestia estaba sufriendo el dolor.

Encadenaron al conductor sobre el estante de látigos y esposas. Más guardias lo golpearon; su cabeza cayó sobre los hombros, y tenía sangre en su sien.

Mi corazón saltó libre en mi azotado y herido cuerpo cuando Q entró en la habitación. Se movía con gracia enojada, tenía las manos cerradas y los labios fruncidos. Pero sus ojos, nunca había visto tanta rabia contenida.

“Putos bastardos,” dijo Q, sacó una pistola de la espalda, y se acercó a donde yacía la bestia gimiendo en el suelo. “Has malditamente tocado a mi chica, ¿crees que vas a sobrevivir?”

La bestia lo miró, sus ojos imploraban misericordia. “Nosotros sólo tomamos lo que solíamos obtener de tu familia. Nada más.” La sangre y la saliva volaron de su boca destrozada.

Q cerró los ojos, el cuerpo le temblaba. Cuando miró a la bestia, su cara reflejaba muchas cosas. “Considera este el pago por el pasado y por el presente.” Apretó el gatillo y la bestia ya no existía. La parte posterior de la cabeza le explotó con una niebla roja y me acurruqué en el colchón.

Q se volvió hacia mí con una calma aterradora. “Ah, esclave.” Se acercó más y guardó el arma. “Esto no tenía que suceder.”

En ese momento, en mi estado frágil y roto, mis sentimientos por Q cambiaron. Se transformó de monstruo a salvador. Hizo lo que Brax no había hecho en México: me encontró y mató por mí. Me libró del horror y me protegió de los bastardos que me hacían hecho daño.

Q ya no era el diablo. Era mi dueño y le pertenecía.



[1] No hay problema.

[2] ¡Oye, para!”



***

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