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jueves, 15 de octubre de 2020

QUINTESSENTIALLY - CAPÍTULO 4



Sálvame, esclavízame, tú nunca me harás ceder.

Búrlate de mí, alardea de mí, mata lo que sea que me persigue...


Dos palabras.

Amor: La más espectacular, indescriptible, profunda, eufórica, incondicional aceptación de alguien.

Odio: Una aversión intensa, un nivel elevado de ira, una emoción no natural de carácter inexplicable.

Ambas palabras estaban definidas, pero si permanecía de esta manera por mucho más tiempo, perdería el significado por completo.

Amor y odio.

Amor y odio.

Yo amaba y odiaba a Q con una pasión que quemaba.

El amor era algo de lo que yo sólo había tenido atisbos: amor fraternal por Brax y mi amor por los amigos de la universidad. Nunca había sentido amor por un miembro de mi familia. Ni una vez había tenido en toda mi infancia un rasgo de amor con mi parentesco.

Había existido con un vacío en el amor hasta que Q había arrasado en mi camino con su ira y contrariedad.

Lo que yo sentía por Q superaba los reinos de amor en mi mente. Quería amarlo. Quería romper su cruel fachada y ayudarlo a aprender a amarme también. Quería amar su oscuridad, así como llevarle un poco de luz.

Me tragué la risa extraña que burbujeaba en mi pecho. Yo era una novata en el amor tratando de enseñar a un monstruo sin que no amaba.

Pero nada de eso importaba, porque se concentraba en torturarme. Dos veces casi había cedido a la gravedad alterna entre nosotros, y dos veces había dejado que una interrupción la detuviera.

¡Una interrupción no debería importar! Él debería haber exigido más tiempo, después de todo, era el jefe, y haber terminado lo que había empezados esta mañana.

Su castigo era el peor que podría haber imaginado y mi estómago gruñía por el hambre y la indigestión de estar tan estrechamente herida. No podía comer. No podía pensar. Apenas podía quedarme quieta o caminar en línea recta.

Mi cabeza me golpeaba con exceso de energía, mi cuerpo estaba punzante y palpitaba con la necesidad de liberarme. Mis manos me picaban al tocarme. Él había roto mi fuerza de voluntad.

— Ten cuidado. — Q tomó mi mano mientras subía los escalones del helicóptero y entraba en el primer helicóptero en el había estado en toda mi vida. Era una máquina negra y elegante, adornada con las iniciales de Q y una bandada de gorriones de color dorado. Era impresionante, pero el interior era incomparable.

Quede boquiabierta.

Todo sobre Q vibraba con riqueza. Él no era llamativo ni ostentoso. Estaba arraigado en sus poros, tanto como su embriagador aroma cítrico. Entonces, ¿por qué el interior de un helicóptero me impresionaba y me hacía supe consciente del balance bancario de Q? No lo sabía.

Q me empujó hacia delante, quitándome del camino.

Miré a mi alrededor con asombro  a las cuatro impecables sillas de cuero negro. Los apoyabrazos eran de color carmesí llenos de diales para masajes y quién sabe qué más.

— ¿Te gusta? — Q sonrió, tomando asiento en una de las grandes sillas. — Tuve la suerte de conseguir uno de los prototipos. Es un Bell 525 Implacable. — Acarició el cuero mientras su rostro se suavizaba. — Gasto la mayor parte de mi riqueza en otros hobbies… — Su voz se puso más dura cuando mencionó la industria del comercio sexual, — pero me gustan las cosas bonitas. Y me gusta la adquisición de cosas que otros no han poseído antes. —

El mensaje oculto que Q había insinuado, que él apreciaba lo que estaba intacto y puro, no me pasó desapercibido. Lástima que yo no huiera sido virgen para él. ¿Odiada que me hubieran usado antes? Detuve esa línea de pensamiento. Dolía demasiado.

Haciendo caso omiso de su mirada, me tambaleé hacia delante en mis tacones de aguja, los talones se me hundieron en la alfombra de lujo. No podía pensar en un nombre más acertado para un helicóptero: Implacable. Exactamente igual que su nuevo propietario: implacable para romperme, poseerme, torturarme.

Un televisor de pantalla plana adornaba una de las paredes junto a un panel completo de diales y gadgets que no me atrevía a tocar.

— Es encantador, — susurré.

Una fuerte risa masculina sonó alrededor de la cabina cerrada. — ¿Simplemente encantador? Joder, si no respetas este pájaro, te puedes coger un taxi a París. —

Q se rio entre dientes, mirando al hombre que había aparecido en la parte superior de la escalera. Estaba vestido con ropa de piloto, su pelo negro estaba cubierto con una boina y sus tenía los ojos marrones oscuros brillantes.

— Es bueno saber que la aprecias tanto como lo hago yo, señor Murphy. — La voz de Q hizo eco a través de mis huesos, activando el temblor de mi centro de nuevo.

Me mordí la lengua para detener el gemido y me obligué a sonreír.— Es una hermosa pieza de aviación. Tengo muchas ganas de volar con estilo. —

El señor Murphy inclinó la cabeza, tocando el borde de su gorra de piloto. — Ya lo creo, señora. — Me dedicó una sonrisa y volvió su atención a Q. — Si está listo para partir, le sugiero que nos vayamos ahora, señor. Los vientos son buenos y el tiempo de vuelo deben ser unos treinta y tres minutos. —

Q asintió, haciéndole señas para que se fuera. — Eres libre de despegar. — Me miró con sus ojos de color jade y se me puso la boca seca al instante. Su sabor se había quedado en mi lengua. No quería nada más que me usara de nuevo.

Sus labios temblaron y la cabina presurizada con cualquier pensamiento de Q me satisfacía.

— Por favor, no nos molestes, capitán. Tengo un montón de trabajo para ponerme al día. Confío en que me lleves a la oficina a tiempo, sin necesidad de comunicármelo. —

El capitán me lanzó una mirada rápida antes de asentir e irse hacia las escaleras. — No hay problema, señor. Como desee. —

— Oh, ¿señor Murphy? — Q se pasó un dedo por encima del labio inferior, pensando algo entretenido.

El capitán hizo una pausa, su cuerpo estaba tranquilo. — ¿Sí, señor? —

— Voy a cerrar la puerta de comunicación. — Su cabeza estaba inclinada. El lenguaje corporal proyectaba una simple advertencia. — No vamos a ser interrumpidos. ¿Entiendido? —

El capitán no me miró esta vez, por lo que me alegré. Mi corazón se aceleró a tropecientos latidos por minuto y no podía respirar por la necesidad.

Q no movió ni un músculo, encerrado complemente en su silla.

El capitán volvió a asentir. — No hay problema. Nos vemos en París. — Cerró la puerta y ese sonido me robó la capacidad de ponerme de pie. Me temblaban las rodillas enviandome chispas por toda la silla.

Encerrada dentro de un espacio pequeño con Q durante media hora.

Oh, dios. Voy a terminar follándome su pierna, o peor aún, sentándome en su cara. Comencé a hiperventilar. Yo no era lo suficientemente fuerte como para soportar su castigo. Me quebraría. No había duda. Yo me estaba desmoronando.

La silla me envolvía en un comodidad cinco estrellas, pero podía haber flotado niebla y nubes, aunque esto hubiera irritado mi piel, enviando fuego de mis extremidades. Al igual que la odiada falda estrecha y las medias sedosas. Cada contracción, cada movimiento, encendía las marcas del látigo en mis muslos, un enlace directo a la quemadura entre mis piernas.

Nunca me sentiría normal de nuevo. Había descendido al reino de la locura.

Locura.

Eso es lo que yo sentía por Q.

El amor y el odio entrelazados tan intrínsecamente, trenzados juntos en una sensación de vida que se consumía.

Q había creado una emoción completamente diferente de la cual nunca me escaparía: locura pura. Yo nunca sería libre de la locura de haber caído en las garras de una bestia.

Miré hacia abajo dejando caer mis ojos, dándome cuenta de que Q me estaba mirando.

— ¿Qué estás pensando? — Me preguntó, manteniendo la voz baja y persuasiva. En todo caso, era peor que su volumen normal. Me susurraba debajo de la ropa, lamiéndome alrededor de mis pezones.

Apreté los muslos, mirándome las manos que estaban en mi regazo. Las lágrimas me magullaban los ojos y la autocompasión me hacía temblar. Nunca había querido tanto un orgasmo en mi vida.

El sonido de la pesada maquinaria de arranque sacudió el helicóptero. Las palas del rotor tomaron velocidad en un momento.

— Tess… — Q se desplazó hacia delante en su silla, uniendo las manos entre sus muslos abiertos. La posición era muy parecida a cuando me puso el rastreador en mi tobillo cuando nos conocimos por primera vez. Incluso en esa primera reunión, había estado húmeda para él. Mi cuerpo no tenía auto­control hacia este hombre. Él me hacía débil. Me hacía dependiente.

— Nada. No estoy pensando en nada. — Mi estómago se precipitó a mis pies cuando despegamos con toda potencia. El helicóptero actuaba como si tuviera alas y no hojas de metal manteniéndolo en el aire.

Q no me quitaba los ojos de encima, congelado en esa posición; lo único que movía eran sus dedos. Estos estaban blancos de la presión.

Su proximidad me hacía temblar, dolía y gritaba por dentro. Mi cuerpo estaba hinchado y me conducía al punto de locura con la necesidad de liberación.

Estoy enferma. Debo estarlo. Ninguna persona podía hacer que otra estuviera quemándose con la lujuria. Tenía fiebre, mi mente se consumía con mi maldita obsesión hacía Q.

Q tomó aire antes de desbloquear las manos temblorosas y se reclinó en la silla. — ¿Te sientes bien, Tess? — Sus ojos me cautelosos, pero su cuerpo fermentado con presionada lujuria.

Respire con fuerza, retorciéndome en la silla, maldiciendo los azotes de mis muslos, maldiciendo a Q por dejarme así. — ¿En qué diablos piensas? —

Q no se movió durante un minuto entero. Un minuto tortuoso mientras nuestros ojos se encontraban, nuestra mente se conectaba y nuestros subconscientes se gritaban el uno al otro. Nuestras mentes se hacían el amor, asoladas, arruinadas, pero no se tocaban. Pero eso no era suficiente.

Eso aceleró mi corazón. Esto hacía que mi coño se humedeciera más. Presionaba mi mente hacía alguien que ya no reconocía, pero que no me daba lo que necesitaba.

— ¿Por qué le dijiste al capitán que no nos molestara? — Mi voz apenas era perceptible sobre las palas del rotor, pero Q me había oído.

Él se quedó quieto, con la tensión carnal creciendo. Me miraba desde abajo, dejándome atrapada, caminando directamente hacía cualquier red que el desprendía. — ¿Por qué lo crees, esclave? —

Esclave. La única palabra que estaba hipervinculada con mi centro.

Mis ojos se cerraron cuando una ola del orgasmo negado agarró mi cuerpo entero.

Oh, mierda. No me jodas, no podía hacerlo.

— Ya he terminado, — me atraganté, trenzada con anhelo y empañada con confusión. — ¡Me estoy volviendo loca! — Agarré un puñado de cabello y tiré, tratando de encontrar algo de alivio de la acumulación incesante.

Pero el dolor sólo amplificaba mi deseo, enviando otro latido pulsante a través de mi cuerpo.

Las hélices del helicóptero zumbaban y herían la cabina con tensión sexual. Q contuvo el aliento, luchando contra su traje. Estaba sentado tan quieto que parecía muy inafectado. No era justo. Él sí se había corrido. Se había corrido en mi garganta y sobre mis pechos. ¡Es mi turno, maldita sea!

Yo estaba demasiado consumida por la necesidad corporal.

Arrastrándome fuera del costoso cuero, caí sobre la alfombra y me arrastré.

Me arrastré en una maldita falda de diseño de dos mil euros, centrándome en la única persona que me podía curar.

El rostro de Q brillaba con la luz del sol de la mañana que entraba por la ventana. Sus labios se separaron, inspirando un aliento ruidoso. — Levántate, — gruñó.

Gemí y sacudí la cabeza, manteniendo los hombros encorvados mientras atravesaba la pequeña distancia. Cada latigazo cervical, cada moratón, cada célula de mi cuerpo palpitaba.

Se sentó erguido, usando los brazos para levantarse a sí mismo. Sus dedos se pusieron blancos alrededor del cuero, apretando con fuerza. — Detente. ¿Alguna vez te he pedido que te arrastres o seas menos que una mujer? —

Su rostro se puso negro por la furia mientras lentamente me detenía y me arrodillaba entre sus muslos abiertos. Su calor corporal asesinaba el resto de mi pensamiento coherente. ¿Quería poseerme? Él me poseía en este momento.

Alcé los ojos, temerosos de lo que vería en los suyos. Entonces salté cuando se agachó y me agarró mi tríceps.

— Mierda, — murmuró, sus dedos me apretaron fuerte. Pero no me importaba. No me importaba porque mi amo me estaba tocando y mi cuerpo estaba demasiado arrastrado por el placer para tener miedo de la ira de Q. Él se burlaba de mí, me usaba y me había negado el placer esta mañana. No se podía esperar que trabajará o funcionará como un ser humano sin que él me salvara de esta placentera agonía.

Elevándonos por encima de las granjas, de los pueblos pintorescos y de las casas de campo, le desnudé mi alma. — No tenía la intención quitarte el control. Quería darte placer. Quería mostrarte lo mucho que me importas, lo mucho que creo en ti.—

Q se sacudió, su rostro se ensombreció aún más; sus dedos se volvieron en garras, cortando el suministro de sangre alrededor de mis brazos. — Tomaste mi control. ¿Sabes lo que les pasa a las mujeres cuando lo pierdo? — Me sacudió. — Es lo único en lo que he sido capaz en confiar en toda mi vida, y, sin embargo, tu lo destruyes cuando tienes mis bolas en tus manos. — Ningún otro hombre tenía una voz como  la de Q. Oscura, peligrosa, atada con un acento francés melódico. Ser reprendida por él era perfección pura.

Se puso de pie de repente. Me tambaleé en su puño, mirándolo fijamente a los ojos turbulentos. — Pourquoi tu dois me pousser comme ça? ‘¿Por qué tienes que presionarme así?’ —

— Porque tengo que romperte para hacerte mío. — Mi voz era fuerte. Eso era cierto. Más de lo que yo sabía.

Sin importarme que Q hiciera mi castigo peor, me retorcí en su agarre hasta que sus dedos se aflojaron. En el momento en que mis brazos estuvieron libres, alcancé mi botón superior y lo deshice con dedos temblorosos.

Los ojos de Q cayeron hacia mi pecho, absorbido por mis bruscos dedos.

Mi cuerpo estaba pesado, derritiéndose, desatado por la cercanía, por la amenaza por ser tomado. Me gustaría hacer que Q me follara. Lo haría.

No trató de detenerme cuando me desabroché los botones restantes y me quité el material blando de la cintura. Me puse de pie frente a él, revelando el sujetador de encaje negro con pequeños diamantes en las correas.

Con mi incremento exorbitante del pulso, tracé una cruz sobre mi pecho, justo encima de mi corazón. — Te doy mi promesa de que te obedeceré. No voy a obligarte a que me des lo que no estás listo a darme. —

Q dejó de respirar; sus ojos clavados en mi piel expuesta. Se humedeció los labios, degustándome de pies a cabeza sin siquiera moverse. Miré hacia sus pantalones y una emoción embriagadora me calentó cuando vi el bulto duro contra el material.

El helicóptero se ladeó hacia la izquierda y eso nos hizo movernos. Su mirada conectó con la mía y vi el deseo a fuego lento en sus ojos que cambiaban de pálido a brillante, ardiente y abrasador.

Su mano salió disparada y capturó mi barbilla, sosteniéndome fuertemente. Su pecho bombeaba y se notaban las venas de su cuello. — Esclave… — Su voz me acarició realmente mi coño, ondulándose sobre mi piel.

Mi mente nadaba y me apresuré a terminar lo que quería decir. — Prometo obedecer, pero no prometo que no haré de tu vida un infierno. Juraste que me darías lo que necesitaba. Tú has roto tu juramento porque ahora te necesito. Te necesito tanto que no puedo pensar con claridad. Necesito tu lengua. Necesito tus dedos, tu polla, tu voz, tu olor. Te necesito todo sobre mí, en mí y a mi alrededor. — Jadeé cuando terminé.

Él no se movió, mirándome como si yo fuera un negocio sucio que se negaba a seguir su camino.

— ¿Te detuviste a pensar por un momento por qué le dije al capitán que nos diera intimidad? — Inclinando la cabeza, me besó la mordedura oculta que me había hecho antes. — Es porque sé el dolor que sientes. Yo también me siento torturado. Si no te follo antes de llegar a París, terminaríamos en las noticias nacionales por indecencia pública. Yo también he terminado, Tess. —

Pasó la nariz por mi cuello, en dirección a mi oído. Me estremecí cuando me mordisqueó el lóbulo. — Deja de suplicarme, voy a follarte. —

No fue Q el que se quebro esta vez. Fui yo.

Me lancé a sus brazos, trepando, arañando con urgencia. Mis labios descendieron sobre los de él, y por primera y probablemente única vez, inicié el sexo entre nosotros. Y por un momento precioso, él me dejó tomarlo de él.

En el momento en que mi lengua entró en su boca, él se rompió.

Mi estómago se dio la vuelta y me encontré sobre mi espalda en el piso alfombrado del helicóptero. Q acunaba mi cabeza para que no me golpeará contra el suelo, y de alguna manera mantenía el peso del movimiento al mínimo. Pero eso era el máximo de su caballerosidad.

En el momento que me tuvo debajo de él, me besó como un monstruo poseído. Su lengua me atravesó los labios y me robó hasta la última gota de oxígeno en el cuerpo. Mis ojos se cerraron de golpe y arañé su impecable traje.

Necesito esto. Necesito su piel.

Cada parte de mí hervía; la desesperación me hacía salvaje. Le agarré la corbata, tirando de él con mucha fuerza contra mí, me magullé los pechos y el cuello, estando a punto de estrangularlo con mucho dolor.

Q me mordió el labio, no salió sangre, pero era una advertencia de que se dejaría ir. Se echó hacia atrás sobre sus codos, presionando sus caderas más fuerte contra las mías. — Estás decidida a hacer que te lastime. Estoy tratando malditamente mucho de no hacerlo , pero no parece importante. Eres muy imprudente con tu vida, esclave, así que, ¿por qué debo contenerme? —

Mi sangre se emocionó, convocando cada receso oscuro a borbotones de deseo. — Si vas a lastimarme para que logre poseerte, entonces sí, soy imprudente, pero sólo porque te necesito como respirar el aire. —

— ¿Necesitas esto? — En sus ojos brillaban mientras rodaba sus caderas contra mis piernas. Era rehén de la falda apretada cuando lo único que quería era abrir mis muslos y darle la bienvenida.

Deseé que Q tuviera unas tijeras de plata para hacerme libre, cortar mi ropa interior de fantasía y cogerme como la esclava que quería ser para él.

— ¿Cuánto necesitas para ser follada, Tess? — Su cabeza bajó a lo largo de mi mejilla, respirándo sobre mi. —¿ Te vuelves loca pensando en cómo te voy a follar? —

Mi educación completa voló fuera de mi mente. La habilidad de hablar era imposible mientras las imágenes de Q chocando contra mí ocupaban mi mente.

Grité mientras me atrapaba el pezón, apenas cubierto, con sus dientes. Me incliné cuando su boca caliente se cerró sobre el lugar de alta sensibilidad y mi coño se apretó.

— Creo que me necesitas mucho. Creo que necesito mostrarte lo bien que mi erección se puede sentir. —

— Por favor. Dios, sí. Muéstramelo. Ahora. —

Se desplomó encima de mí, sus labios aplastando los míos. Abrí la mandíbula y me sometí a su exigente beso. Q jadeó, pasando sus manos por todo mi cuerpo. Su barba actuaba como papel partido con chispa. Nosotros detonamos. Si el helicóptero descendía a la tierra, no nos hubiéramos dado cuenta. Estábamos envueltos, consumidos el uno por el otro.

Q rompió el beso, levantándose lentamente.

Con la respiración entrecortada, ordenó, — Ponte a cuatro patas.—

Cuando no me moví lo suficientemente rápido, me agarró las caderas y me dio la vuelta, alzando mi culo hasta que quedé apoyada en mis manos y rodillas.

En el momento que estuve firme, unos dedos urgentes empujaron mi falda estrecha más arriba y escuché un crujido. 

— Quiero rasgarla en pedazos, pero no puedo mostrar al mundo lo que es mío. — Q dio un último empujón y la falda se subió a mis caderas.

En el momento en que mi culo se expuso, me pegó con fuerza, enviando sacudidas de dolor a través de mi cuerpo, pero yo ya existía en una meseta de dolor, y su palma hacía que floreciera en lo delicioso que venía.

Abrí los ojos mientras empujaba hacia atrás, implorando a Q que atacara de nuevo.

Vibrando con lujuria, se acercó y me lamió la mejilla del culo, calmando el dulce dolor.

Con un gruñido, me arrancó el tanga con los dedos. El material se apretó alrededor de mi coño, pellizcándome el clítoris, lo que me quemaba. Luego, con un movimiento de cabeza, Q cortó el encaje con los dientes y el tanga se rompió.

Se acercó la tela a la nariz y aspiró hondo. — Maldita sea, hueles increíble. — Con un brillo oscuro en sus ojos, apretó el trozo de ropa interior y se lo metió en el bolsillo. Me pilló mirando por encima del hombro y dijo, — Ahora te voy a tener siempre cerca, esclave. —

Mis mejillas se encendieron, pero mi corazón se agitó. Q quería una parte de mí con él en todo momento. Yo quería lo mismo. Quería llevar su olor. Para envolverme en todo lo suyo.

Q ladeó la cabeza y se abrió la bragueta. Nunca dejaba de hacer contacto visual, se desabrochó la hebilla del cinturón y lo deslizó lentamente de la cintura.

Empecé a temblar. Mis uñas arañaron la alfombra, esperando otra ronda de abuso gracias al cinturón. Hacía solo cuatro días desde que Q me había dado la bienvenida a casa con la ayuda de su cinturón y un poco de champán helado.

Q enseñó los dientes. Tenía los ojos brillantes con irritación.

— Puedo ser muchas cosas, pero no soy un bastardo que te va a golpear en la parte superior de los moretones que apenas han sanado. — Deliberadamente tiró el cuero a un lado.

No me relajé y no sabía si sufría arrepentimiento o alivio por su decencia.

— Te voy a castigar de otras maneras. Mira hacia otro lado.— Hizo un gesto para que mirara hacia abajo y sin querer dejé caer la cabeza.

No verlo era peor que mi cuerpo hipersensible. Sin saber lo que estaba haciendo, mi imaginación corría libre.

El sonido de una cremallera muy ruidosa, incluso por encima del zumbido de las palas del rotor. Caliente, carne dura de Q conectó con la parte posterior de los muslos mientras presionaba contra mí y tiraba hacia abajo sus bóxers en un solo golpe.

Gemí, meciéndome hacia él. Pensé que sus muslos estaban calientes, pero eran la Antártida en comparación con el infierno de su erección. Colgaba pesada y dura entre mis muslos abiertos, tentándome hasta el punto de la locura.

Gimió, arrastrando la cabeza a través de mis pliegues. — Mierda. ¿Alguna vez voy a tener suficiente de ti? — Mientras hablaba, capturó mi clítoris con el pulgar y el índice.

Mi centro se alegró de tener finalmente estimulación. Normalmente yo iba a necesitar más que un simple toque, pero esta vez sólo el pensamiento de su mano sobre mí era suficiente. — Q...sí, Q. —

Insertó la punta de su dedo dentro de mí antes de retroceder y sustituirlo por la gruesa cabeza de su pene.

La pesada felicidad de ser tomada, expandida y estirada, envió mi corazón a latir a miles de kilómetros por hora. Mi cabeza era demasiado pesada para soportarlo y deje que colgara, cediendo a la exquisita anticipación abrumadora de que Q me follara.

Se hundió otro centímetro, sus muslos estaban rígidos contra los míos. Otro gemido se arrancó de su pecho. —¿Cómo es que estoy a punto de correrme cuando exploté hace una hora en tu boca?—

Me mordí el labio ante el asombro desigual de su tono. No me estaba haciendo la pregunta a mí. Era retórica. Realmente él no entendía la compulsión que había entre nosotros, yo sabía que yo no lo entendía tampoco. No había palabras o racionalidad para explicar nuestro vínculo.

La felicidad me quemaba como un amanecer. Yo, Tess Snow, una mujer sin ningún valor o reconocimiento, tenía poder sobre una leyenda sádica como Q. Y joder, eso me encendía.

Q me volvió a golpear, deslizando su larga mano sobre mi culo. Las marcas previas del cinturón estaban despertando, hormigueando, en busca de alivio. Entonces él me acarició, quitándome calor.

Lo repitió. Golpe. Caricia. Hasta que la cabeza empezó a darme vueltas y mi centro se contrajo alrededor de la pequeña fracción de su erección.

— ¡Q! — Gemí. — Por favor. No más. Te necesito demasiado. —

Sus dedos se sumergieron entre mis piernas. Grité mientras untaba la humedad alrededor de mi clítoris.

— Mierda. — Una maldición ahogada de Q causaron fuegos artificiales en mi sangre.

Empujé hacia atrás, arqueando la espalda. Mis labios se separaron y no reconocí a la chica que estaba jadeando como si hubiera corrido una maratón. Todo lo que me importaba iba a correr.

— Mierda, esclave, para. Por el amor de dios, me estás arruinando. — A pesar de la ferocidad de la ira de Q, me emocioné al saber que estaba ganando en una pequeña parte al entrenamiento de esclava que había dado del maestro. Si él hubiera sido un poeta, yo habría escrito lo fortuito que era todo. Cómo el destino se entrelazaba y nos maldecía a ambos.

Q me agarró las caderas y me subió más. Retirandose, el calor de su erección me daba en el culo y me sacudí con urgencia.

Sentado alto en sus rodillas, Q murmuró, — Esto va a ser rápido y duro, y no quiero que digas una palabra, ¿me oyes? —

Asentí con la cabeza, sin aliento ya. — Voy a hacer todo lo que quieras, siempre y cuando me dejes correrme. —

— Puedes correrte, pero sólo cuando yo te lo diga. — Sus uñas estaban clavadas en mi piel. — Pero si te corres antes, voy a castigarte peor. No voy a sentir arrepentimiento ni remordimiento. Voy a encontrar una manera de castigarte a ti pero que no me haga sufrir a mí. —

Se balanceó y su erección alivió mi culo, entre mis muslos abiertos, empujando mi centro.

Las palabras estaban más allá de mí. Asentí con la cabeza violentamente, escarbando en la alfombra y las hebras se envolvieron alrededor de mis dedos.

Con manos urgentes, Q me envolvió la cola de caballo y me agarró fuertemente.

Con un tirón, me forzó la cabeza hacia atrás. Mi columna vertebral se arqueó mientras él se hundía en mi interior.

Profundo.

Duro.

Plenitud insoportable.

Abrí la boca para gritar, pero él puso una mano sobre mí, cabalgándome, conteniendo mis gritos. — Silencio, esclave. Ningún sonido, ¿recuerdas? —

La intrusión era el dolor personificado, felicidad sin fin.

La forma en la que me retenía no tenía remanentes del, a veces, hombre dulce detrás de la oscuridad. Esto era puramente brutal, oscura y animal.

Me encantaba.

Con su polla en el fondo, el puño envuelto alrededor de mi cola de caballo y su otra mano apretada sobre mi boca, me follaba. Cada vez que me empujaba, yo empujaba hacia atrás a su encuentro. Me inclinaba más que nunca, disfrutando de la quemadura del tirón del pelo. Mis pulmones estaban tensos cuando Q gruñía, tomándome fiel su palabra.

Los pequeños gemidos y maullidos sonaban bajos en mi garganta, pero Q los capturaba uno a uno.

Me dolían las uñas de lo mucho que se clavaban en la alfombra y me estremecí cuando Q me soltó el cabello para clavar sus uñas profundamente en mi cadera, desgarrándome hacia atrás; por lo que sus caderas chocaban con mi culo.

Gemí cuando sus uñas rompieron la delgada barrera de piel, dejando marcas de garras. Sin embargo, otro autógrafo, otra reivindicación de propiedad.

Me deshacía.

Mi centro se hinchó y le dio la bienvenida, se desató, se calentó y se fundió. El orgasmo comenzó en mi corazón, haciendo su camino hasta mi mandíbula, el cuero cabelludo y la columna vertebral. Viajaba por cada rastro abrasador, haciéndome temblar.

No te corras. No te corras.

El mantra era inútil cuando cada golpe de Q anulaba mis mandamientos. Me poseía y era su culpa que me corriera.

— Toma tu castigo, Tess. Toma malditamente todo de mi.— Mi mente gritaba que yo ya había tomado todo de él. Su oscuridad, sus peores momentos, pero él no quería decir espiritualmente. Se refería a lo puramente físico.

Me tiró del cabello otra vez, tirando de mí. Una vez en posición vertical, con su brazo enganchado alrededor de mi pecho mientras sus dedos me torcían el pezón a través del frágil encaje del sujetador.

Intente volver a tejer mis dedos en su cabello, amando el espesor y la sensación varonil de su cuero cabelludo.

En cuanto me pellizcó el pezón, la primera ola del orgasmo tan esperado me hinchó profunda y fuertemente el vientre. — Oh, dios. —

Q congeló.

Su erección tembló dentro de mí, palpitando con sangre y retenida libración, pero se contuvo malditamente calmado, haciendo que mi orgasmo explotará y se deshiciera.

Agarré su oreja, queriendo retorcerla y gritarle que terminara lo que había empezado, pero no me atrevía.

— ¿Te has corrido, esclave? — Su voz estaba sin aliento, pecaminosamente caliente en mi nuca.

Negué con la cabeza. — No, pero, por favor. Déjame, Q. —

— Me dijiste esas mismas palabras cuando estabas encadenada y siendo azotada en mi dormitorio. ¿Recuerdas cómo te follé con la lengua? ¿Cómo montaste mi boca con tus piernas sobre mis hombros? —

Su voz pintaba cuadros demasiado vívidos en mi cabeza. Me sacudí hacia atrás, sentada duramente en su erección, haciendo que su longitud golpeara la parte superior de mi vientre.

Dio una maldición de sorpresa antes de que sus brazos me pusieran alrededor de él, obligándome a quedarme quieta.

— ¿Recuerdas? —

— Lo recuerdo. Quiero hacerlo de nuevo. Quiero tu boca en mí.—

— Vas a tener que ganártelo, — susurró, mordiéndome la oreja, haciendo que me sacudiera.

Un brazo se separó de mi y buscó a tientas detrás de él. Un momento después, un destello de color turquesa me llamó la atención cuando él capturó mis muñecas, colocándolas detrás de mí.

Mi centro de gravedad se desplazó cuando Q me ató las muñecas con su corbata. Con él dentro de mí y las manos a mis espaldas, me caí hacia delante. Pero Q me atrapó, ayudándome, mientras me bajaba al suelo. — Pon tu mejilla en la alfombra. —

Dejé caer la cabeza y Q esperó antes de liberarme. La sangre pasó a mi cabeza y mi tierno cuello gritó, pero no dije nada.

Mi ritmo cardíaco se aceleró mientras el helicóptero se precipitaba hacia la derecha. ¿Tan cerca estábamos de París?

— Joder, te ves increíble así. Atada, empalada, completamente a mi merced.— Pasó un dedo por mi culo, dirigiéndose hacia abajo hasta tocar donde nos uníamos. Una cálida humedad nos unía. Robó algo de él y lo giró alrededor de mi clítoris.

Mis piernas se estremecieron, tratando de cerrarse contra la repentina intensidad. — ¡Q.! —

— Voy a follarte ahora, Tess. No te corras hasta que yo te lo diga.—

Se levantó un cierto temor. No tenía el control de mi cuerpo. Me habría corrido en la primera embestida. Me mordí el labio, preparándome para la obediencia aun más difícil de ejecutar.

Q entrelazó sus dedos alrededor de la corbata que ataba mis muñecas. El malestar estalló en mis hombros cuando se me arqueó la espalda y mis piernas se extendieron aún más. La quemadura en mis rodillas de la alfombra convertía mis piernas en fuego.

El ritmo de Q era contradictorio a lo que yo esperaba. Comenzó largo, profundo y lento. Disfrutando, languideciendo, sacándolo casi hasta la punta, antes que de poco a poco entrara de nuevo.

El orgasmo negado se construía de nuevo, arrollándome con cada golpe.

— Esta noche, voy a atarte al revés y te obligaré a beberte mi corrida, esclave. Entonces te voy a comer hasta que olvides tu propio nombre. —

Mierda, la voz de Q era un afrodisíaco. Una frase más y explotaría.

— Voy a hacerte tantas cosas. Muchas cosas pecaminosas… — Q gimió, deteniéndose mientras hablaba y empujaba profunda y duramente.

Su balanceo gentil se hizo añicos, aumentando el ritmo hasta que sus bolas golpeaban contra mi clítoris. Apreté los ojos frente a la necesidad de correrme.

Cuando Q se perdió en mí, yo me perdí en él. El sonido del helicóptero se desvaneció y lo más importante en el mundo era la conexión entre nosotros. El vínculo intrínseco entre un hombre y una mujer.

Q me pellizcó el clítoris mientras empujaba violentamente, enviándonos unos centímetros hacía adelante. Los huesos de su cadera magullaron mi culo cuando se volvió salvaje. Había pasado de los empujes largos y medidos. Estos se volvieron cortos, afilados y totalmente explosivos.

— Joder, esclave. Joder, sí. — Me soltó las muñecas y me perdí en su interior; chorros de hidromasaje partían mi propia reacción y me quemaban.

El orgasmo tronó, pero luego se balanceó al borde, casi como si esperara para ser negado de nuevo. El dolor de celebrar en el limbo me hizo gritar.

Me retorcía y me resistía contra el ritmo implacable de Q.

— Tienes mi permiso. Córrete. Apriétate alrededor de mí. — Q empujó con más fuerza, acariciando mi clítoris hasta que no tuve más remedio que caer.

Me desplomé sobre el borde.

Me entregué a las ondas pulsantes de la felicidad.

Todo mi cuerpo se contrajo y cada parte de mí se rompió en pequeñas partículas. Los pequeños pedazos de mi alma chocaron, antes de reformarse en algo nuevo.

Mi pasado ya no existía. Mi futuro era incierto, pero una cosa era segura, Q me llevaba de cabeza a la vulnerabilidad, despojándome y dejándome desnuda.

Cuando el último temblor pasó a través de mí, me destrozó, dejando mi la cabeza y pulmones gritando, y mi cuerpo completamente inerte. La sensación de juntarme de nuevo después de un gran orgasmo me hacía llorar.

Había vuelto a nacer.

Q se rio entre dientes, todavía duro, pero su voz sonaba como si se obligara a hablar. — Podría correrme solo de la sensación de tu humedad alrededor de mi polla. —

Salió suavemente y me quitó la corbata de alrededor de mis muñecas. Mi cuerpo se negaba a moverse y yo gemía de placer mientras él se limpiaba con su corbata de seda.

¿Qué acababa de sucederme?

Cuando él terminó, se puso de pie y me recogió del suelo. No me miró a los ojos, se puso rápidamente los pantalones y metió la corbata en el mismo bolsillo en el que tenía mi ropa interior.

Su cuerpo estaba flexible, saciado, pero sus ojos estaban apretados.

Intente bajarme la falda, pero me detuvo con sus grandes manos. — Déjame. —

Cuando me miró a los ojos, dejé de respirar. Lo que fuera que me había pasado a mí, él lo había sentido. Veía mi confusión y fragilidad.

Su rostro bailaba con conflictividad junto con un rastro de odio a sí mismo.

Con ternura, me alisó la falda, frunciendo el ceño ante el desgarro del tejido que él había causado. Respiramos el uno del otro mientras ajustaba cuidadosamente los delicados botones de mi blusa. Sus manos eran suaves y reverentes mientras reparaba el daño, los nudillos rozaron la piel sensible de mis pechos.

Sus labios se quedaron apretados y yo caí un poco más.

Caí más en la locura de este hombre que me hacía vivir. Cuando terminó, no se alejó. — Tess… —

Negué con la cabeza. Ahora no era el momento de reconocer lo que había pasado entre nosotros. Quería saborearlo. Protegerlo.

Él asintió con la cabeza. Me guió a una silla y me puso el cinturón de seguridad. Inclinándose sobre mí, me dio la sonrisa más dulce y me susurró, — Creo que acabamos de unirnos al club de las altas millas. —

Me reí en voz baja mientras se sentaba en su silla y miraba por la ventana. Miraba pensativo, completamente envuelto en sus pensamientos. El aire entre nosotros ya no hervía con tensión sexual, zumbaba con conexión emocional.

Yo sabía por qué Q parecía tranquilo, era porque había pasado algo más profundo que el sexo. Mi mente lo sentía, mi corazón le daba la bienvenida. En cuanto Q me había hecho astillas, se había bajado un muro inconsciente.

Una pared que había estado allí durante toda mi infancia, una fundación para que yo pudiera tener algún sentido de la felicidad, a la vez que no haber sido amada por mis padres.

Q había hecho añicos esa pared y él también lo sentía.

Algo suave estaba entre nosotros y yo esperaba que fuera el comienzo de nuestro futuro.

Suspiré, resonando con contusiones y dolores.

Muy por encima del mundo, estábamos en una retorcida y perfecta armonía.


***


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