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martes, 3 de noviembre de 2020

QUINTESSENTIALLY - CAPÍTULO 9




No puedo contenerlo, me diste la libertad. Esto no es un juego, el monstruo soy yo...


— ¿Algo? — Exigí cuando Frederick colgó el teléfono.

— Nada. Él dice que ha sido expulsado de su operación desde hace meses, desde que ganó una pelea a cuchillo y mató a uno de los guardias de Wolverine. —

Me quedé mirando al techo, luchando con mi ira. La rabia burbujeaba en mi sangre, no concediéndome paz. Todo lo que quería era llorar y matar a cualquiera que se interpusiera en mi camino. Quería malditas respuestas. Quería una víctima que pudiera encadenar y torturar. Pero nada.

Nada en dos largos días.

Dos largos y putos días donde revolví todo mi libro de contactos al revés, y nada. Acosé, maldije, amenacé. Cada traficante, cada hombre del que hubiera aceptado un soborno y ninguno de ellos sabía nada.

Tess había desaparecido. Nadie sabía nada. Nadie quería hablar.

— Prueba con más fuerza, Roux. Nos estamos quedando sin tiempo. —

Frederick frunció el ceño, tocando el teléfono con la mano. — Sé que no vas a descansar hasta que la encuentres, hombre, pero has estado despierto durante cuarenta y ocho horas. Apenas has sobrevivido a una migraña que te dio una patada en el culo y tu presión arterial está por las nubes. —

Dejé de rebuscar en algunos viejos archivos de transacciones. Quería arrancarle la maldita cabeza por sugerirme que durmiera. Como si eso fuera una opción cuando Tess podía estar Dios sabe dónde, soportando quien sabe qué mierda. — No voy a desperdiciar la energía contestándote, Roux. — Le dije con rabia. — Ve y ayuda a Franco. Sé útil o vete. Tengo cosas que hacer. —

No tenía tiempo para nada más que buscar. Quería venganza y tenía la necesidad de matar. Nunca había tenido gente en este espacio antes, pero ahora no me importaba una mierda la zona privada. Todo lo que me importaba era encontrar a Tess.

Si eso significaba que tenía que demoler todos los edificios que poseía para hacerlo, entonces que así fuera.

Me puse de pie bruscamente, agarré la pila de archivos de mi escritorio y me dirigí al dormitorio.

Durante dos días no había dejado la oficina. Las habitaciones eran un lío con papeles esparcidos y notas garabateadas. Tenía un pequeño ejército de personas en el salón, supervisadas por Franco. En cuanto vimos el vídeo de seguridad y vimos cómo dos hombres de pelo negro habían anulado el código del ascensor, sabíamos que tenía ser un traficante con dinero. Tenían la única contraseña, solo alguien con un saldo bancario sustancial y el conocimiento de cómo trabajaba podría haberlo averiguado, o comprado. 

Entraron dando un paseo, audaces como el maldito día y llevaron a una inconsciente Tess al sótano donde otro cómplice había estado esperando.

Las únicas personas que tenían autorización de seguridad en mi ascensor privado eran el jefe de limpieza y el jefe de seguridad del edificio. Ambos estaban siendo interrogados ahora mismo. No había tenido un monto de malditos inconvenientes para proteger la oficina de todos los problemas para que las salvaguardas no la protegieran.

Y lo  peor era que sabía quien hubiera podido ser sobornado o torturado para obtener la clave de acceso, pero no me atrevería a moverme hasta tener una prueba de que Tess estuviera allí. Si me equivocaba toda la empresa se vendría abajo. El verdadero truco era que no me importaba la empresa, pero me preocupaba por las mujeres que escondía en su protección.

— Mierda. —

Me golpeé las mejillas, tratando de mantenerme alerta. Estaba peleando duro a través de la niebla. El dolor de trituración cerebral residual de mi migraña me había robado mi pensamiento y simplemente la visión coherente.

Me robaba tiempo.

Durante doce horas, yo fui inútil. Encontrar el cabello de Tess arrancado en el suelo del baño con la jeringuilla había sido la bala final y me había quedado en blanco.

Mi cuerpo había llegado a su límite, resulta que no era invencible después de todo, y si no hubiera sido por Frederick, me habría perdido la trama por completo. Vibraba con repugnancia y me dolía con la fuerza de mil bestias para cubrir mis manos de sangre.

Tenía que hacer que pagaran, nunca descansaría hasta que lo hiciera. Pero el dolor de cabeza me maldijo a ser un inválido inútil, amarrándome a una dolorosa condena.

Me había golpeado físicamente con una maldita pared. Y eso me había destruido.

Frederick organizó un equipo para ir a buscarla. Él le había ordenado a Franco reunir a sus principales hombres. Había hecho un millar de llamadas, enviado un centenar de correos electrónicos, a la vez que yo yacía muerto en la oscuridad.

Mi visión me había abandonado por completo y yo había estado lo suficientemente sensible como para saber que era un obstáculo, no una ayuda. Pero todavía dolía malditamente permanecer fuera de su camino, concentrándome en mí mismo en lugar de Tess. Eso estaba mal, y maldije a la debilidad en mi sangre.

Había decepcionado a Tess. Había dejado que mi mujer sufriera a manos de los hijos de puta y me acurrucaba en una maldita esquina y tomaba analgésicos como si fueran Tic­Tacs.

No fue hasta que Frederick me coló una pastilla para dormir en un puñado de codeína que me quedé dormido, y la migraña perdió su poder sobre mí.

Pero el sueño no fue reparador, me robó el resto de la cordura.

Las imágenes de sangre, huesos rotos y Tess gritando sin cesar por mi ayuda. Su voz me apuñalaba el corazón una y otra vez, llena de acusación por dejar que esto le sucediera a ella.

En cuanto desperté, me había tirado a mí mismo de cabeza a rastrear a los que se la habían llevado. Pero no había dejado de usar mi inútil cerebro.

Respirando con dificultad, me senté en el borde de la cama y desplegué los archivos. Ahora que no tenía a nadie indiscreto mirado por encima de mi cuello, abrí los documentos que podrían contener algunas pistas para encontrarla.

Los registros de todas las chicas que había salvado.

Los detalles de Tess estaban en la parte de atrás y abrí la carpeta.


Sujeto: Muchacha rubia en vespa.

Referencia de código de barras: 302493528752445

Edad: Entre veinte y treinta.

Temperamento: Enojado y violento.

Estado sexual: No virgen.

Salud sexual: Sin enfermedades.

Directrices para el amo: Se recomienda castigo estricto para romper los estribos. Cuerpo perfecto para actividades extremas.

Historia: No tiene parientes vivos.


Mis ojos se fijaron en el número. Había tratado de rastrear a Tess utilizando el dispositivo cuando le envié de vuelta a Australia, pero no había funcionado. Siempre pensé que ella se lo había quitado cuando se fue a casa con Brax. Había estado enfadado y orgulloso de ella por quitárselo porque significaba que estaba a salvo a pesar de que no podía espiar su paradero.

Intentalo de todos modos. Nunca se sabe.

Mi mente se puso de nuevo en marcha por haber dejado ir a Tess. Mi sacrificio no había sido voluntario. Quería mantenerla para siempre, pero no podía aplastarla. Tess era mi fenómeno. Un sueño de por vida que nunca pensé que tendría. Y lo había jodido.

Hijo de puta, la había cagado. No me sentaría aquí sosteniendo mi polla mientras Red Wolverine tenía a Tess. Había dejado su nota deliberadamente para que le diera caza. Si se trataba de una trampa, ya no me importaba. Nadie era más importante que Tess.

Agarrando el portátil que estaba en la mesita de noche, encendí el programa asociado con el número de seguimiento y metí el código. Era una pérdida de tiempo pero tenía que comprobarlo.

La conexión tardó un tiempo y puse la mano en la tapa para cerrarla. Ves, ella se lo quito.

Entonces apareció un pequeño mapa, seguido por el zoom, más y más rápido hasta que se centró en el único país que había sospechado y quería evitar.

La ira intensa estranguló mis miembros. Quería aullar. Había estado un mes en Australia. ¿Un maldito mes y ella no se lo había quitado? Qué idiota. Una estúpida. ¿Le gustaba jugar a la ruleta rusa con su vida?

Quería matarla por ser tan estúpida. ¡Les había dado la forma perfecta para encontrarla!

Cuando tenga mis manos sobre ella,  por Dios que la haré pagar.

Si hubiera estado de pie frente a mí, se lo hubiera quitado yo mismo.

Por lo menos ahora tenía la prueba.

El Red Wolverine la tenía, era innegable.

Quería arruinarlo. Quería quitarle su negocio, su dinero, su propia carne y sangre. Y sólo cuando él no tuviera absolutamente nada, iba a torturarlo hasta que me suplicara que lo matara.

Eso es lo mucho que odiaba las tripas de Gerald.

Tess estaba en Rusia.

— ¡Frederick, trae tu culo hasta aquí! —

Los pasos se escucharon por el pasillo, suaves por la alfombra. — ¿Qué pasa? ¿La encontraste? —

Tiré el portátil a un lado. — He confirmado que la tiene en Rusia. Nos vamos. — Pasé junto a él, pero me detuve.

— Pero le preguntamos a los contactos que tenemos en su equipo. Dijeron que no habían visto a una chica con la descripción de Tess. Si nos metemos y empezamos a disparar, estarás arruinado, Q. El resto de tus contactos se irá en un momento. ¿Estás seguro que la tiene? —

Le mostré los dientes y corrí de vuelta a la cama. Agarrando el portátil con el punto rojo parpadeante en Moscú, empujé la máquina a sus brazos. — ¿Esto es prueba suficiente para ti? —

Dejando que él se preocupara por mi empresa que estaba a punto de ser destruida, salí de la sala para encontrar a Franco.

Me moví como un maldito torbellino de furia masculina.

Su cabello castaño oscuro colgaba sobre la frente y la falta de sueño hacía que sus ojos fueran crudos y brutales. Levantó la vista cuando le señalé con el dedo para que viniera. Cuando estaba lejos del resto del personal, murmuré, — Llama a nueve de tus principales mercenarios. Nos vemos en el aeropuerto en una hora. Vamos a ir. No me importa si tenemos que matar hasta el último hijo de puta si eso significa que la encontraremos. —

Sin ningún elemento de sorpresa o de pausa; Franco sabía cuándo simplemente tenía que obedecer las órdenes. Sus ojos brillaron con placer. — Sí, señor. Te veré en el aeropuerto. —

Frederick, con su estilo pasado de moda y personalidad amistosa, era el polo opuesto a mí, vivía una vida dócil, se había casado con una chica dulce, vivía en una casa presentable; mientras Franco, el hombre que había contratado porque veía la eficiencia con que mataba, era indulgente, con las mismas aficiones que yo, sólo que era en una escala más aceptable. Franco y yo nunca hablábamos sobre nuestras similitudes, pero nos conocíamos. Era fácil detectar el monstruo en otros. Él podía parecer un caballero: moverse tranquilamente, hablar con elocuencia, pero debajo de la fachada elegante acechaba un asesino con temperamento. Franco no tenía ningún remordimiento para llevar a cabo la venganza que se merecían.

Y eso le hacía malditamente perfecto.

Podía ir a Moscú, a la guarida de Red Wolverine, pero iba con hombres armados en los que confiaba con mi vida.

Mi teléfono sonó. Lo agarré con una mano, señalando a Franco para que fuera a cumplir sus órdenes.

— Mercer, — espeté.

Frederick volvió a entrar en el salón y me puso el pulgar hacia arriba. La opresión en el pecho se desenrolló un poco. Su aprobación para destrozar la reputación de Moineau Holdings significaba más de lo que quería admitir. Quién sabía lo que íbamos a ser capaces de rescatar de entre los escombros una vez que esto hubiera terminado.

Una vez que se supiera que había aceptado mujeres como sobornos, mis verdaderos contactos se irían. Y cuando supieran que dejaba que esas mujeres se fueran, estaría en el punto de mira de los que me las habían vendido y estaría pintando una diana masiva en mi espalda.

— Frederick me acaba de decir que te vas a Rusia. Debo informarte que nuestra inteligencia no te va a respaldar si algo sale mal. Piensa con cuidado, Quincy. Nosotros no podemos ayudarte si dejas nuestra protección. —

El jefe de la policía, también era un confidente cercano, me daba una reprimenda. El mismo hombre que me animaba a ver la profundidad de mis emociones. El mismo hombre que me había dicho que no me iba a arrestar si decidía mantener a Tess indefinidamente.

No me gustaba que me diera dobles estándares que no me merecía.

Me tragué las maldiciones que quería lanzar. Su corazón estaba en un buen lugar. — No voy a hacer nada estúpido, Dubois. —

Se rió entre dientes. — No lo creo ni por un segundo. Pero tenía que llamar y decir mi parte. Sólo... sólo prométeme que no vas a poner tu vida en peligro por una mujer. —

Mi dedo se torció en el botón de colgar. — Ella es más que solo una mujer, Dubois. — Ella es mi vida.

El silencio reinó antes de que el jefe de policía suspirara. — En ese caso, tienes nuestro apoyo. Cuando los periódicos se enteren de lo que has hecho, voy a tratar de emitir una orden de silencio lo mejor que pueda. —

— Merci. — Colgué antes de que pudiera soltar otra palabra de sabiduría. No necesitaba su sabiduría en un momento como este. Necesitaba una semi­automática y un lanzacohetes.

Presionando el número de marcación rápida, llamé a Hans, que vivía en estado de alerta para volar mi avión privado G650. Él contestó al primer timbrazo.

— Organiza un plan de vuelo a Moscú. Llegaré en sesenta minutos. Te veré pronto. — Colgué, viendo la conmoción en la habitación. Pronto esto habría terminado y Tess estaría segura conmigo. Ese momento parecía muy lejano. No podía imaginar ningún sentimiento humano hasta que la tuviera en mi cama.

Sonó el teléfono. Respondí en piloto automático. — ¿Quoi?—

— Amo, por favor, dame noticias. ¡Alguna noticia! ¿La has encontrado ya? — La dulce voz de Suzette estaba alterada por el pánico. Lamenté al habérselo dicho ayer. Ella me había pillado con la guardia baja, quejándose de que no le había dado instrucciones para la cena, preguntando si Tess y yo regresábamos a casa esa noche.

Espeté y le dije que por supuesto que no iba a volver a casa esa noche o cualquier noche, no mientras Tess estuviera desaparecida y en peligro. Acababa de abrir un enorme barril de malditos problemas.

— Tienes que dejarme trabajar, Suzette. Te llamaré en cuanto la tenga. —

Un resoplido vino desde el otro lado de la linea y lo siguió una promesa con bordes duros. — La encontrarás y harás pagar a esos bastardos. Ella nos pertenece. Encuéntrala rápido. —

No podía hablar, mi garganta se cerró.

Tess había tocado todas nuestras vidas y todos estaríamos arruinados si ella nunca regresaba.

No había nada que pudiera decir. Nada que quisiera decir. Solo gruñí y colgué.


******


Media hora más tarde, nos detuvimos en el ala privada del aeropuerto. Intenté abrir la puerta del coche, pero me detuve. Volviéndome a Frederick, le dije, — Has hecho más que suficiente, Roux. Vete a casa con Angelique. — Le di una palmada en el hombro en señal de gratitud. Con toda honestidad, no sabía lo que habría hecho, si él no hubiera estado allí aquella primera tarde. Mi migraña me había dejado incapacitado mientras él orquestaba una cacería humana a nivel mundial.

— Yo voy a ir. Sin discusiones o argumentos. — Sonrió. — Te lo dije, quiero conocer a la mujer que te ha envuelto alrededor de su dedo meñique. —

Negué con la cabeza. — No sé lo que va a suceder. No espero que puedas dar más de lo que ya has dado. —

Asintió con la cabeza, mirando por la ventana. — Lo sé. Pero tú harías lo mismo por mí. Sigo poniéndome en tus zapatos y es un lugar muy doloroso en el que estar, Q. Amo a Angelique, hemos estado juntos durante diez años y la idea de estar de repente sin ella... es insoportable. —

Me moví incómodamente. — Es por eso que debes irte a casa con ella. No quiero ser la razón por la cual no regreses. —

Su frente se arrugó mientras su temperamento llenaba el coche. — Estoy yendo contigo. Cállate. —

No había nada más que pudiera hacer. Había tratado de protegerlo, esta no era su batalla, pero no iba a perder el tiempo o recursos discutiendo. Me encogí de hombros y salí del coche.

Franco estaba junto a las escaleras del avión, dándome una dura mueca. — No te preocupes. Ella es lo suficientemente fuerte como para hacerte frente. Ella es lo suficientemente fuerte como para hacer frente a quien sea que se la haya llevado. —

Una sonrisa orgullosa contaminó mi boca dolorida. — Es la mujer más fuerte que conozco. — Los recuerdos de azotarla, follarla, me calentaron la sangre. A pesar de todo lo que había hecho con ella, nunca se había roto. Tenía que mantener la fe en que permaneciera siendo fuerte.

Asentí con la cabeza a Franco y entré al interior del jet. En la parte posterior, nueve hombres ya estaban listos para formar un ejército clonado de poder, crueldad y gravedad. Trajes negros, corbatas negras y camisas blancas, tenía todo un elenco de James Bond a mi disposición.

Cuando me senté, un solo pensamiento me vino a la cabeza. No estaba asustado de que ella no fuera a luchar, estaba preocupado de que fuera a luchar demasiado. Si Red Wolverine la tenía no se quedaría en una pieza por mucho tiempo, especialmente si se trataba de vengarse de mí.

Mis manos se envolvieron alrededor de los reposabrazos mientras el monstruo de mi interior se volvía loco con la necesidad de matar.

— La encontraremos a tiempo, jefe. — Franco me dio unas palmaditas en el hombro mientras se dirigía por el pasillo hacia sus colegas.

La parte pesimista de mí o era la realista no estaba tan segura. Sabía de lo que Gerald era capaz. Había rescatado suficientes esclavas de sus establos para escuchar innumerables historias de tortura y violación.

Mi piel se arrastró ante la idea de que Tess estuviera en sus garras. Me obligué a dejar de pensar en ella. Me moví en el asiento, odiando estar quieto, odiando la sensación de no moverme, de no estar cazando.

Hans apareció en la puerta. Llevaba un traje sobrio y una gorra con alas de oro bordadas en el frente. En cuanto lo vi, le ordene, — Vámonos. Quiero estar en Rusia ayer. —

Él asintió con la cabeza, con el cabello de color rojo brillante sobresaliéndole por los lados del sombrero. — No tengo autorización para despegar hasta dentro de quince minutos, señor. Nuestro plan de vuelo ha sido aprobado. Estaremos allí aproximadamente en tres horas y media. —

Tres horas y media era mucho tiempo, pero no podía hacer nada.

Tess, mantente con vida. Mantente con vida o cazaré a tu fantasma y lo látigare por haberme dejado.

El animal que había en mi interior no se había calmado. Quería galopar a través de la tierra, oler, seguir, cazar a los malditos bastardos que habían cogido a Tess. Quería sacarles las tripas y aullar a la maldita luna cuando tuviera su sangre en mis manos.

Suspirando, cerré los ojos y traté de mantener mi nivel de estrés bajo control. Pero a medida que los motores zumbaban y rodábamos por la pista, me quedé herido y tenso.

Y me gustaría seguir así hasta que encontrara a Tess.


*****


Aterrizamos y nos encontramos dos furgonetas negras en el tramos de escaleras. La mitad del ejército de guardias desapareció mientras Franco y la tripulación restante vinieron conmigo.

Moscú era frío, pero no invernal. No había nieve adornando el paisaje urbano, no había hielo en capas en las carreteras. Pero, maldita sea, el viento atravesaba mi traje como dagas.

La noche oscura se rompía por los focos del aeropuerto y una enorme luna de plata.

Había estado en Rusia más veces de las que podía contar, pero nunca me quede. Algo en este país no me caía bien. Y no era la hermosura o la singularidad que se les permitía ver a los turistas.

No, no me gustaba Rusia porque el lado oscuro permitía demasiados pecados, pecados que había cometido y quería cometer una y otra vez. Podía controlarme si la tentación estaba muy lejos. Y Rusia acogía mucha corrupción con los brazos abiertos. Nunca me había psicoanalizado antes, pero sabía que era un adicto al sadismo y Rusia era una dulce tentación.

No era lo suficientemente fuerte como para soportar un lugar así.

Nadie habló mientras la furgoneta zumbaba por las calles semi­vacías. Deslizándose bajo la luna, costeando a través de las farolas, mientras pasamos pequeños escaparates. Cuanto más nos acercábamos al reino de Gerald Dubolazov, la atmósfera de la camioneta se espesaba más con la anticipación y el hambre de sangre. Habíamos pasado de ser hombres de negocios a cazadores y no me iba a volver a domar.

No íbamos a firmar documentos y a disfrutar de cháchara sin sentido. Íbamos a la guerra en nombre de la mujer de la que me estaba enamorado. Una mujer que sería el catalizador para desmoronar mi negocio y agotar mi fortuna. Pero echaría todo por la borda en un segundo si pudiera traerla de vuelta intacta.

La bestia dentro de mí gruñó y me hizo agujeros en el alma. La oscuridad ondeaba y ya no tenía fuerza para luchar contra ella. No me iba a volver a reprimir. Pero no me importaba.

Me gustaba reconocer esa parte de mí mismo. Me encantaba estar libre por primera vez en mi vida.

Incluso aunque estuviera andando sin haber dormido, casi sin comida ni agua, alcance un plano superior. Era lo suficientemente fuerte como para encontrar a Tess, pero sólo si me abrazaba al monstruo que había dentro de mí.

Las consecuencias vendrían después.

La camioneta giró por última vez y los neumáticos chillaron.

— ¿Es este, jefe? — Preguntó uno de los hombres de Franco, frenando en un callejón. Junto a nosotros se alzaba un enorme y majestuoso hotel. Diseñado con la belleza típica de Rusia, destacando como un rubí brillando en la noche. Acentos rojos en las ventanas y yeserías que parecía tan bueno como el día en el que fue pintado. Las torretas de color rosa pálido parecían magdalenas, heladas por unas malditas hadas.

Estaba orgulloso de este proyecto, pero quería romperlo de una puta vez con mis propias manos hasta que no quedara nada. Y si Gerald había herido a Tess, me gustaría hacerlo estallar con él dentro.

— Sí, — le dije, mirando por la ventana, en busca de espectadores.

Nadie pasaba por el callejón, nadie nos molestaba. — Vamos, — murmuré, girándome en mi asiento para enfrentarme a Franco. Él ya estaba preparado, inclinándose hacia delante, la tensión estaba palpable en sus tensos músculos.

En cuanto sus ojos se encontraron con los míos, él colocó una semiautomática en mi palma abierta y me puso un reloj de radio en la muñeca.

— La frecuencia está establecida, todo lo que tienes que hacer es hablar en el y el equipo te escuchará. — Empujó un par de clips adicionales en el bolsillo del pecho de la chaqueta y hurgó en la bolsa de lona negra junto a él y cogió un cuchillo de caza. — Tienes suficientes balas para matar a la mayoría del personal del interior, por lo que deberías estar cubierto, pero guarda el cuchillo, por si acaso. —

Cogí el mango, pasando el pulgar sobre la afilada hoja. Una neblina extraña se apoderó de mí, metiéndome con velocidad en la oscuridad.

Franco sabía que mi aversión a llevar un cuchillo me ponía en un tenso altercado. Las armas de fuego me mantenían con humanidad impersonal, lejos de quitar una vida. ¿Pero un cuchillo? Un cuchillo hablaba a la bestia. Se me hizo agua la boca al pensar en el deslizamiento de la hoja entre la caja torácica de un enemigo y perforar su corazón. De estar tan cerca y ser tan personal, de sentir su último aliento, sabiendo lo que le yo lo había robado. Algo en mi cerebro giró y se convirtió en algo monstruoso.

La tentación era exquisita, llenando mi mente con un poder despiadado. Me temblaban las manos con la necesidad de destripar a Gerald Wolverine. Si tomaba su vida no habría vuelta atrás. Estaría admitiendo que Tess se había ido y que estaba sacrificando no sólo mi vida y un sin número de esclavas liberadas, pero también mi salud mental.

Había luchado mi batalla durante veintiocho largos años. Estaba agotado de creer que sólo podía ser un hombre, un ser humano sin el salvajismo de un monstruo. Si me quebraba ahora, todo habría terminado.

No tienes elección. Abraza el negro, reconoce la verdad.

Apretando los dientes, me guardé el cuchillo en la parte posterior de mi cintura. En cuanto estuvo fuera de mis manos, respire con normalidad de nuevo.

— Sabes lo que quiero. — Mi voz no parecía la de un hombre.

Puede ser que también pretendiera no ser uno. No era nada más que una criatura con ganas de bañarse en la sangre de su enemigo. Nunca había sentido esas necesidades tan bajas o la compulsión de apuñalar y mutilar tan agudamente.

Franco asintió. — Sé lo que tengo que hacer. No te preocupes, te cubrimos la espalda y nos aseguraremos de que tu salida sea segura… — Sus ojos se alejaron antes de volver a los míos.

— Mira, si algo sale mal, hay un hombre llamado… —

Levanté la mano, interrumpiendolo. — No quiero saberlo. Nada va a salir mal. T’as compris? ¿ Entendido? —

Franco me dio una tensa sonrisa. — Por supuesto, pero… — Él cerro de golpe los labios. Evitando mis ojos, le pasó una Glock a Frederick con un cuchillo a juego. — Sé que probablemente no vas a usarlos, pero lo mejor es estar armado. —

Frederick hizo una mueca. — Me las he arreglado para trabajar con Q desde hace años y he mantenido mis manos limpias. Pero no soy muy aprensivo si tengo que hacerlo. —

Franco sonrió, pero su lenguaje corporal malditamente me frustaba. Tenía algo en su mente y si no lo escupía quién sabía si estaría comprometido.

Mis ojos se estrecharon. — Habla, Franco. ¿Qué mierda quieres decir? —

Miró, antes de mirar lejos brevemente. — Estoy preocupado de que estemos yendo hacia un edificio lleno de asesinos y traficantes de drogas, y Tess podría no estar allí. ¿Cuál es el siguiente paso? — Él bajó la voz por lo que sólo escuché, —Señor, ¿Qué pasa si ella se ha escapado...? ¿Y si otros la tienen? —

El recuerdo de Lefebvre entre las piernas de Tess chocó a través de mi mente. ¿Nunca me iba a librar de esa imagen? El odio por mí mismo por herir tanto a Tess que había huido hacia las garras de un violador y me clavaba en el suelo.

Apreté los dedos con tanta fuerza, presionando el gatillo de la pistola. Por suerte para todos en la furgoneta, la seguridad estaba en marcha.

— Ellos no le darán la oportunidad de escapar. Ella estará allí.— Tenía que estarlo. De lo contrario, no sabía dónde coño buscar, y eso malditamente me aterrorizaba.

Franco asintió. — Es suficientemente justo. Conoces a este hijo de puta mejor que yo. — Se enderezó. — Vamos a darle a este baile un poco diversión en el camino, ¿vamos? —

Asentí con la cabeza y abrí la puerta. Franco habló con sus hombres. — Escuadrón Alfa conmigo. Equipo Beta están con Dean, y Charlie estás con Vicente. Todo el mundo tiene sus instrucciones. Sigan meticulosamente si quieren permanecer con vida. —

Frederick salió para pararse junto a mí mientras los clones de Franco desembarcaban de la furgoneta. Se movían como una legión de sombras, armados hasta los dientes y muriendo pour desangrar con sus armas.

Nadie habló mientras Franco tomaba la delantera. La mitad del equipo se fundió en la oscuridad como si se evaporaran en la noche. La otra mitad se pegaron a sí mismos en contra de la rica arquitectura del hotel de Wolverine. El mismo hotel del que poseía acciones, organizaba permisos y consentimientos. El mismo hotel que me había dado dos esclavas como sobornos.

Me enorgullecía recordar el nombre de cada chica, vinculado en mi mente a la construcción o adquisición que me había permitido salvarlas.

Sophie y Carmen fueron el daño colateral de este edificio en particular. Polaca e inglesa, ambas golpeadas al borde de la muerte, ambas incapaces de caminar correctamente por lo que les habían hecho.

La familiar rabia me agravó en la parte superior de la sangre negra en mis venas. Sentí lástima por alguien que era mi enemigo, me gustaría tener un recuento de muertes después de esta noche.

Quería llevar una bola de demolición a través de cada piso y aplastar el hotel hasta dejarlo en escombros. Puto ruso de mierda.

En cuestión de milésimas de segundo, el equipo de Franco se disperso y se camufló en la noche, dejándome a Frederick y a mí paseando casualmente el resto del camino. La pequeña semiautomática me agobiaba en el bolsillo interior de mi chaqueta y el cuchillo estaba compungido en la parte superior de mi culo cada vez que me movía.

Cada movimiento se sentía diferente: más suave, más elegante. Yo ya no era dueño de mi cuerpo, la bestia que estaba dentro de mí sí.

— Trata de fingir que aún eres humano, hombre. Me estás volviendo loco y sé que no me vas a hacer daño. —

Le eché un vistazo a Frederick, que había escondido la Glock en su traje y se alisó el cabello, por lo que se veía presentable.

— No sé de lo que estás hablando, — gruñí.

— Por supuesto que no. Pero te digo que aligeres, trata de pensar en cosas agradables. Tus ojos son completamente salvajes. —

Las palabras eran retrasos y no quería nada de eso. Ceñudo, me dirigí hacia delante a la entrada principal. En la calle había una pareja que subía a un taxi, su equipaje estaba en la acera.

El portero nos dio una breve inclinación de cabeza cuando entramos. Mi espalda se mantuvo recta gracias al cuchillo que llevaba debajo de los pantalones y me dolían las manos de apretar los puños y quería empezar a destrozar el lugar para encontrar a Tess.

Ella tiene que estar aquí. Ella tiene que estar aquí.

El vestíbulo parecía la época del Renacimiento. Rollos y pan de oro, pretenciosos y ostentosos.

Tratando de actuar con normalidad, miré al conserje. No le presté ninguna atención a las salas privadas o rincones con asientos cuidadosamente dispuestos, ni escuché las notas suaves de un piano. Me concentré totalmente en el hombre que sería mi primera víctima si no me llevaba a Gerald.

Ordené, — Estoy aquí para ver a tu jefe. Y antes de preguntar si tengo una puta cita, no la tengo y no la necesito. Menciona mi nombre. Él me recibirá. —

El anciano conserje me miró por encima del hombro, mirando por encima de las gafas de media luna. — Sé quién eres. Y dijo que te dejara subir cuando llegaras. —

No registré el shock. Eso sería una debilidad; yo era cualquier cosa menos débil en ese momento. Yo estaba listo.

— Dime el camino, — le dije.

El hombre me entregó una tarjeta de acceso y señaló el ascensor reservado para el ático. — Sé mi invitado. Me han dicho que no sea una molestia en su reunión. — Me dio una sonrisa burlona y mis dedos se crisparon para darle un puñetazo.

Frederick acudió al rescate del hombre tirando de mi brazo.

— Excelente. Iremos arriba. — Él cogió la tarjeta llave de mi mano y me arrastró hasta el ascensor. — Espera hasta que estemos a puerta cerrada antes de volverte loco, Q. —

Mi cabeza le hizo caso en algún tipo de conocimiento y lo seguí al ascensor. Las puertas empezaron a cerrarse, y Franco apareció de la nada, saltando junto a nosotros.

— Todo despejado hasta donde nosotros sabemos. Supongo que ha fortalecido su ático. Recomiendo que esperemos hasta que el escuadrón Alfa pueda ponernos al día. —

Tenían suerte de que yo no estuviera escalando el puto edificio con mis propias manos. ¿Esperar más tiempo? No era una maldita opción.

No me molesté en contestar ya que el ascensor se disparó hacia arriba. Metí la mano en el bolsillo del pecho y saqué la pistola.

Frederick me miró con recelo, pero luego hizo lo mismo. Franco sacó dos armas de su funda de debajo de su chaqueta. Asentimos el uno al otro y luego se quedó mirando la puerta, esperando el momento en que se abriera.

Los tres clics de los seguros siendo liberados me ayudaron a apaciguarme por un momento.

No por mucho. Aguanta, Tess.

El suave ping de llegada vibró en todos mis músculos. Estaba armado y malditamente listo para crear una carnicería.

Las puertas se abrieron. Nos agachamos y nos trasladamos hacia delante.

— Te esperaba hace veinticuatro horas, Mercer. Estás perdiendo tu toque. — Gerald rió en el momento en el que entramos al salón.

Me quedé inmóvil, luchando contra las ganas de soltar toda la ronda de balas hacia él.

El penthouse era de quinientos pies cuadrados de pura decadencia. No sólo diseñé el plano de la planta de la suite del hotel, sino que contraté a un diseñador de interiores que conocía el valor de gran iluminación, los tonos sutiles de la pared y elaborado fondo de pantalla.

Era un palacio perfecto, mancillado por la rata de alcantarilla de mierda que vivía allí.

Gerald se sentaba en una silla grande, con una copa de licor. Su pierna protésica estaba inclinada hacia un lado torpemente a causa de un disparo de bala, cortesía de un socio de negocios descontento.

Su cuero cabelludo rosado y ralo cabello rubio no hacían nada para ayudar a su boca o las cicatrices desagradables de sus mejillas. Su nariz era roja y grande, que lo identificaba como un borracho y su gran tripa tensa con la camiseta ridícula de Paisley. Tenía un aspecto acuoso y casi listo para la tumba, pero a pesar de su aspecto enfermizo, su control sobre su imperio era legendario.

— ¿Dónde diablos está? — Gruñí.

Su hijo apareció. Mi corazón dio un vuelco por el odio y quería dispararle de nuevo. Llevaba una réplica exacta del mono que había llevado cuando había lastimado a Tess, sólo que este era de color amarillo horrible. Sus dientes de oro me sonrieron y saludó con un bastón de madera en mi dirección.

— Nunca tuve la oportunidad de darte las gracias por el regalo de despedida, cabrón. Tu perro me arrastró antes de que pudiera devolverte el favor. — Señaló a Franco. — Pagarás por sacarme a patadas cuando estaba herido. Era la única manera que podrías conmigo. Si mi pierna no hubiera estado sangrando, te hubiera matado en un momento. —

Franco resopló. — No sonabas tan duro cuando te measte sobre ti mismo después de que te diera una bofetada. — Se inclinó hacia delante, con los ojos entrecerrados. — ¿Qué tal si te doy una bofetada de nuevo y puedes ir llorando donde papá? —

Tragué saliva fuerte, saboreando la amenaza, la violencia subyacente en la habitación.

El hombre se lanzó hacia delante y no le di la oportunidad a Franco de entregar su promesa. Se merecía más que una maldita bofetada. Mi puño chocó con su mandíbula. El latido comenzó en mis nudillos y se extendió por mi brazo, pero por primera vez en varios días, sentí como si las cosas estuvieran yendo finalmente a mi manera.

— Acércate de nuevo a nosotros y no sólo voy a paralizarte como a tu viejo, sino que voy a redecorar tu interior. —

— ¡Basta! — Exigió Gerald, tirando la copa a mi cabeza.

Me agaché, invadiendo su espacio. — Dime dónde está. No voy a preguntarte de nuevo. —

Gerald se rió a grandes carcajadas. — ¿Por qué diablos iba a saberlo? — Sus ojos pasaron de contento a odio en un segundo. Todo su cuerpo se instaló más pesado en la silla mientras me miraba desde debajo de su frente sobresaliente. — Le disparaste a mi único hijo por el regalo que te dimos. No es exactamente un comportamiento hospitalario. —

Me dolía la mandíbula mientras apretaba muy duro, pero no me moví, no hable. Lo dejé que siguiera con su puto discurso. Cuanto antes terminara, antes podría tener a Tess en mis manos.

— Había planeado utilizarla yo mismo, después de todo, el gran y maldito Q Mercer la mantuvo como mascota, debe haber algo especial en su coño para justificar tal premio. —

Me estremecí y agarré con más fuerza el arma, imaginando que era su cuello y que lo retorcía.

— Sin embargo, un mejor trato surgió que follar tus malditas sobras. —

Mis piernas se contrajeron, queriendo correr hacia el bastardo y rajarle la garganta con el cuchillo. Mi voz resonó con odio. — Deja de hacerme perder el tiempo. — Le apunté con el arma a la entrepierna. — ¿Dónde está ella, Dubolazov? —

Gerald se rió y jadeó, antes de contestar. — Eso, mi maldito amigo, ya no es tu problema. Me gusta guardar secretos. Considera esto como un aviso de que ya no voy a volver a hacer negocios contigo. — Miró a su hijo, acurrucado junto a la pared, cuidando su rostro magullado. — Después de todo, no puedo hacer frente a un hombre que podría herirme gravemente, ¿verdad? —

Algo se deslizó sobre mí. Algo frío y siniestro y, normalmente, pelearía. Me gustaría detener mis emociones y que el resto de mi humanidad retrocediera como una marea, pero no lo hice. Dejé que ocurriera la conversión y el arma creció pesada en mis manos.

¿Pensaba sinceramente que no lo mataría aunque no tuviera nada que ofrecerme?

Dubolazov parecía seguir mi línea de pensamiento, un rastro de miedo estaba en sus ojos. — No me puedes matar. Sería un suicidio empresarial. Si vuelves a mirar a mi hijo o a mí otra vez, te crucificaré. —

Me encogí de hombros. Sinceramente, no me importaba. Todo lo que me importaba era encontrar a Tess y darle la mejor vida que pudiera.

Pasos sonaron detrás de mí y Franco gritó, — Manténganse malditamente ahí. Sólo estamos teniendo una conversación, muchachos. No hay necesidad de sacar los gallos fuera. —

Miré por encima del hombro a los tres guardias que habían llegado, todas las armas agitándose, tratando de decidir quién iba a apuntar sus ojos. Decidiendo que yo era la mayor amenaza, señalaron en mi dirección, mientras Franco y Frederick entrenaban a las suyas.

Levantando una ceja, levanté mi arma, dejando que se colgara de mi dedo. — Todo está bien. Terminaremos nuestra pequeña charla y luego nos iremos. —

Nadie se movió cuando puse la pistola en una mesa lateral y avancé poco a poco.

Gerald me miró, pero no ordenó a los hombres que me mataran.

Me detuve a una cierta distancia y le di una leve sonrisa. — Así que, ¿te refieres que vas a llevarte el secreto a la tumba, Dubolazov? —

Una oportunidad.

Una última oportunidad para darme la ubicación de Tess. Entonces le daría misericordia. Me alejaría. Encerraría al demonio que estaba dentro de mí y no malditamente lo mutilaría.

Se inclinó hacia delante, enviando una bocanada de vodka en mi cara. — Nunca le diría nada a un puto gilipollas como tú. Pretendes ser uno de nosotros, pero tu liberas la mercancía. Las esclavas que hemos dedicado tiempo para romper, las mujeres que, por derecho, nos pertenecen hasta que sus pequeños coños se desgasten. Que te jodan, Mercer. Hemos terminado aquí. — Bajó la voz a un susurro. — Espero que ya esté muerta. —

El interruptor se encendió y me moví.

El tiempo se ralentizó mientras cogía el cuchillo de mis pantalones. Existía en cámara lenta mientras la hoja se liberaba, mi brazo se movía hacia delante y la obstrucción del cartílago y la tráquea cedía bajo el agudo metal.

La emoción, la prisa, el embriagador y puto placer ondearon a través de mí y sonreí. Sonreí mientras veía a Gerald en shock, preguntándose qué demonios había sucedido.

Me moví tan rápido, que tomo un momento para que la sangre cayera en cascada de su garganta.

— ¡No! — El hijo de Gerald se apartó de la pared, chocando conmigo.

Los disparos sonaron y algo caliente corto mi brazo. Franco me llamó y Frederick gritó. El hijo de Gerald me dio un puñetazo en las costillas, pero sus manos carnosas no eran rival para mi hoja.

Le apuñalé profundamente en el riñón y lo retorcí.

Esperé al horror, al odio a sí mismo y gorgoteo de morir de mi víctima, pero por una vez era libre.

La prisa, el fuego y la justicia rociaban mis venas, y me estremecí con deleite oscuro.

Asesinato.

Se estaba convirtiéndose rápidamente en mi nuevo hobby.

Me puse de pie, empujando el cuerpo convulsionado de encima mío, empapado de sangre caliente. Había honrado el deseo de Tess y había derribado a los bastardos que participaban en el tráfico de mujeres.

Maté a un padre y a su hijo.

Maté...

Y a la bestia dentro de mí le encantaba.

El recuerdo de tomar la vida de mi padre me llenó las fosas nasales. El hedor de sus entrañas se aflojó, el fuerte sabor de la sangre y el cerebro. Todo mezclado en una especie de perfume mórbido, resonando en la parte salvaje de mí, haciendo que me sintiera orgulloso de ser un asesino del mal.

Poco a poco la sensación volvió a entrar en mi cuerpo. Mi brazo ardía. Girando el cuello, me toqué el agujero de la chaqueta, asomándose la herida que había debajo. Se sentía malditamente bien.

Me habían disparado.

Apareció Frederick, cogiéndome de la chaqueta. — Oh, mierda. ¿Qué tan malo es? — Me cogió de la chaqueta antes de que tuviera la oportunidad de alejarlo.

— No te preocupes por eso. Estaré bien. — La bala me había atravesado el bíceps. Bastante limpio y considerado. Ni siquiera me dolía.

Miré hacia la entrada, donde yacían un montón de cadáveres. Los charcos de sangre salpicaban los azulejos blancos.

Franco me miró a los ojos. — Cinco muertos. Cuatro disparos y un apuñalamiento. — Nos hizo señas para que nos fueramos ahora. — Tenemos que irnos. Quién sabe cuántos más guardias estarán en camino. —

Negué con la cabeza, sintiéndome extrañamente mareado. — No nos iremos hasta que buscamos por todo el lugar. — Recogiendo el arma y apretando la mandíbula contra el repentino destello de dolor en el brazo, fui hacia los dormitorios. — Vete. Nos veremos aquí en diez minutos. —

A mi ritmo, corrí por el largo pasillo, tratando de ignorar el escalofrío de silencio misterioso y el montículo de cuerpos detrás de nosotros.

Normalmente Gerald sólo tenía de tres a cinco guardias en su residencia privada. Se lo pregunté hace unos años. Estábamos solos. Por ahora. Sólo esperaba que nos quedáramos solos un poco más.

Manteniendo firmemente el dedo en el gatillo, barrí habitación tras habitación. Arremetí entre salones y dormitorios que eran aptos para un aristócrata, no para un violador y un asesino mafioso.

Pero sólo encontré el vacío. No mujeres. No Tess.

Abrí armarios, buscando debajo de las camas, incluso rompí un par de tablas del suelo para ver si habían añadido una habitación secreta a los planos originales. Pero en ninguna parte había una mujer atada y asustada. No había evidencia de lucha. No había rastro de Tess.

Después de una búsqueda completa en la vivienda, me encontré a Franco y a Frederick en el ascensor. — ¿Algo? — Tres pares de ojos eran mejor que uno. Especialmente después de haberme disparado. Por favor, ellos tendrían que haber encontrado algo.

Frederick bajó la cabeza. — Nada. — Suspiró y agregó, — Pero no significa que ella no esté en el edificio. —

Tenía una idea mejor. Saqué el teléfono, entré en el mismo sitio web donde había rastreado a Tess por primera vez y esperé a que el pequeño punto rojo apareciera en el mapa.

Nada.

Con el corazón acelerado, puse el dispositivo contra mi muslo.

— Vamos, pedazo de mierda. —

Miré de nuevo, deseando, orando porque el pequeño punto rojo me mostrara dónde estaba Tess. Era la única conexión que tenía con ella. Tenía que funcionar. Tenía que hacerlo.

Franco miró por encima del hombro cuando la pantalla destelleó y mandó un mensaje de error. El dispositivo de seguimiento que ha solicitado ya no está en servicio. Por favor, compruebe el número y vuelva a intentarlo.

— ¡Mierda! — Tiré el teléfono a través de la habitación, temblando de rabia. Miré hacia abajo, sólo quería apuñalar y canalizar mi rabia.

Frederick me puso la mano en el brazo sano. — La encontraremos, hombre. No te preocupes. Con o sin dispositivo de seguimiento. —

Franco asintió. — Tiene razón. La encontraremos, señor. Solo tendremos que masacrar a algunos hijos de puta para hacerlo.—


***


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